No puede ser entendido más
que como un enorme ejercicio de hipocresía que los gobiernos de
las potencias occidentales se pronuncien ahora condenando en los más
duros términos los atentados que han tenido lugar en Francia, como
si ellos no tuviesen nada que ver con el "fundamentalismo islámico"
que se cierne ahora como mortal amenaza. Ni Estados Unidos ni Europa pueden
alegar inocencia en el surgimiento y fortalecimiento del fenómeno
fundamentalista que han utilizado a conveniencia al menos desde que se
propició la expansión de los Hermanos Musulmanes para contrarrestar
el nacionalismo árabe, aquel que en su día encarnaba el
proyecto de Gamal Abdel Nasser en Egipto como respuesta al resurgir del
colonialismo (Con la creación del estado de Israel como avanzadilla).
Las potencias Occidentales han utilizado el fundamentalismo islámico
de múltiples maneras y para los fines más perversos: asegurar
su dominio sobre los pueblos árabes promoviendo las rencillas
y las divisiones, garantizar el saqueo de sus riquezas, someterlos políticamente
y diluir su cultura para perpetuar la dominación. No es una casualidad
que los principales aliados de Occidente en el mundo árabe sean
precisamente las satrapías del Golfo Pérsico, con Arabia
Saudí a la cabeza, un estado este último que ha sido y
sigue siendo la principal fuente de financiación de todo tipo
de fundamentalismos y promotor de las versiones más tradicionales
y reaccionarias del Islam.
No sorprende entonces que con el dinero saudí y la asesoría
directa de los Estados Unidos y Reino se apoyase a los fundamentalistas
que combatían al único gobierno progresista que ha tenido
Afganistán en su historia. Esa alianza "non sanctus"
permitía alcanzar dos objetivos: meter a los soviéticos
en su Vietnam particular (eran el único apoyo al gobierno progresista
de aquel país) y recuperar una base clave para la estrategia
occidental en el centro de Asia (ahora se sabe que allí existen
también enormes reservas de minerales). Los fanáticos
son convertidos, por obra de la conveniencia de Occidente, en "combatientes
por la libertad", que luego se independizan de sus amos y conforman
Al Qaeda, el movimiento talibán y las muchas variantes del fanatismo
religioso que acaban por aparecer como "Estado Islámico",
la forma más delirante que asume el fenómeno en la actualidad.
Occidente creó el fenómeno desde sus comienzos; lo entrenó
adecuadamente y lo dotó de armamento sofisticado; lo lanzó
a cumplir las tareas del trabajo sucio en Afganistán, Pakistán,
Irak, Irán, Libia y Siria, además de las aventuras africanas
del nuevo colonialismo. Y como suele ocurrir la dura realidad termina
por comprobar la validez del refrán "cría cuervos
y te sacarán los ojos". Occidente creó al monstruo
y éste terminó por independizarse y buscar sus objetivos
propios. Ahora cual aprendiz de brujo Occidente intenta controlar el
fenómeno al tiempo que aprovecha su existencia para justificar
nuevas guerras en la periferia pobre del sistema mundial y para reducir
aún más los ya mermados espacios de la protesta ciudadana
en las metrópolis. Escudados en el elástico concepto de
"terrorismo" los gobiernos justifican nuevas leyes que cercenan
derechos y libertades tal como ha sucedido en los Estados Unidos después
del 11 de Septiembre y se generaliza ahora en Europa.
No es complicado para los fanáticos del fundamentalismo encontrar
eco entre algunos grupos de la comunidad musulmana. La imagen de Occidente
en el mundo árabe no puede ser peor como resultado de las intervenciones
militares que han arrasado países enteros, provocado el éxodo
de millones de persona y muerte y desolación en nombre de la
democracia. Tampoco lo es tener que soportar la arrogancia de Occidente
que ha instalado su base permanente de operaciones en la región
con la creación del estado artificial de Israel, asumido de hecho
como una prolongación de Occidente y la forma más brutal
del nuevo colonialismo. Y no es mejor el panorama en los países
ricos de Occidente. A la herida nunca bien sanada del pasado colonial
se une ahora la situación de millones de musulmanes que malviven
en la periferia de las grandes ciudades y son víctimas cotidianas
de la discriminación, la humillación y el miedo que impulsa
la extrema derecha en una atmósfera de islamofobia que recorre
ya el continente.
La revista atacada forma parte de esa campaña de odio al Islam,
escudados su autores en una versión muy particular de la llamada
libertad de expresión. Sus campañas contra el Islam son
permanentes y, además del mal gusto de sus caricaturas, coinciden
con los lugares comunes más ordinarios del colonialismo occidental
que, al igyual que los nazis, siempre ha visto a los pueblos de la periferia
pobre del sistema como "untermenschen". Vaya paradoja! Los
rasgos de los personajes musulmanes que caricaturiza la revista atacada,
con sus grandes narices aguileñas, ojos saltones y cabellos desordenados
e hirsutos guardan un innegable parecido con las mismas que los nazis
hacían contra los judíos en las campañas antisemitas
de aquel entonces (a fin de cuentas, se dirá que árabes
y judíos, como buenos primos hermanos, son ambos pueblos semitas).
Tanto el presidente de Francia con el resto de mandatarios que a coro
se rasgan ahora las vestiduras deberían comenzar por explicar
a la ciudadanía cuál ha sido su papel en las recientes
guerras de Siria y Libia y en manos de quien han quedado armas, avituallamientos
y dineros que tan generosamente han fluido hasta allí para apoyar
a los "combatientes por la libertad" que ahora, como rueda
suelta, llevan su fanatismo criminal hasta las metrópolis. Otro
tanto se debe explicar a la ciudadanía sobre los apoyos generosos
de Occidente a la extrema derecha de Ucrania que se ha convertido allí
en el gobierno efectivo, con la directa participación de la misma
extrema derecha que en Europa amenaza las formas democráticas
que aún quedan y que es la más favorecida -una nueva paradoja!-
por los ataques del fanatismo yijadista en Francia.
No solo hay pues una enorme hipocresía cuando las autoridades
se lamentan por lo sucedido en Francia como si Occidente nada tuviera
que ver con el asunto. Hay un silencio cómplice ocultando los
orígenes de este terrorismo fundamentalista en cuyo nacimiento
y desarrollo los gobernantes de Estados Unidos y Europa tienen una enorme
responsabilidad. Ayer eran "combatientes por la libertad"
o en todo caso pobres víctimas perseguidas cuando su utilización
resultaba ventajosa en la estrategia contra los grandes enemigos del
momento, Rusia o China (ambas naciones con enormes problemas de fundamentalismo
islámico). Si conviene, estos engendros serán considerados
un "mal menor", unos "muchachos descarriados" cuando
combatan gobiernos que no son del agrado de Occidente (al igual que
en su día sucedió con los "contras" en Nicaragua)
o cuando prestan "servicios especiales" a gobiernos amigos
(como acontece ahora con los paramilitares en Colombia); hasta que la
dinámica natural de todos los mercenarios les lleve a independizarse
de sus creadores, de aquellos que les han sustentado de mil maneras
y busquen su propia conveniencia. Es entonces cuando Occidente clama
al cielo y pide su exterminio como si en el asunto no le cupiera responsabilidad
alguna.
La condena de los atentados de Francia por parte de los gobiernos progresistas
de América Latina y el Caribe; la condena sin paliativos de los
partidos de izquierda en todo el mundo y sobre todo la condena clara
y contundente de la inmensa mayoría de la comunidad musulmana
son sin duda una expresión sincera del sentimiento de pesar y
consternación que afecta a las gentes sencillas.
Pero estas y muchas preguntas más quedan sin respuesta en los
medios de comunicación de masas. Por ejemplo, ¿se ha preocupado
algún medio o algún servicio de inteligencia por establecer
a quién le están vendiendo el petróleo los fanáticos
fundamentalistas que controlan los pozos en Siria, Irak y Libia? Si
esa es por ahora su principal fuente de financiación habría
que comenzar por establecer quiénes son los compradores, quienes
son pues los cómplices necesarios. Con toda seguridad, no es
el propietario de la gasolinera de barrio.
11 de enero de 2015.