¿ENTRE LA PAZ Y LA GUERRA?

POR JUAN DIEGO GARCÍA


E
l próximo 15 de junio se realiza la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en Colombia. En esta ocasión se enfrentan el actual presidente Juan Manuel Santos y Oscar Iván Zuluaga a quienes muchos señalan como una simple marioneta del expresidente Álvaro Uribe Vélez. Ambos fueron ministros de este último por lo que no sorprende que en lo fundamental sus programas coincidan en mantener la estrategia neoliberal que ha inspirado las políticas públicas en las décadas pasadas.

Igual sucedió en la primera vuelta de estas elecciones presidenciales, al menos para cuatro de los cinco candidatos en pugna. En el fondo representaban versiones más o menos matizadas de un mismo modelo de país. Sólo era diferente la propuesta de la alianza de izquierda Polo Democrático-Unión Patriótica, que consiguió un resultado muy destacable aunque no alcanzó pasar a la segunda vuelta.

En el fondo Santos y Zuluaga se diferencian tan solo en la manera como entienden un posible proceso de paz con los insurgentes de las FARC-EP y el ELN. Pero esta diferencia no es poca cosa. Santos es impulsor de las actuales conversaciones con la guerrilla, las que él comenzó en su día; Zuluaga aparece en contra, aunque -y seguramente por necesidades electorales- ahora también es partidario de este proceso pero con unas exigencias tales que harían literalmente imposible su continuación.

No sorprende entonces que la polarización de los votantes se produzca principalmente en torno a la cuestión de la paz. Santos, además de los apoyos de sus bases sociales tradicionales cuenta esta vez con sectores de la izquierda que temen una victoria del candidato de Uribe Vélez y el cierre del actual ciclo de diálogos con la insurgencia. En realidad, la izquierda solo apoya a Santos porque le resulta más creíble en su apuesta por la paz pero en modo alguno porque suscriba el resto de su programa. Para este sector de la izquierda con la paz se ampliarían las oportunidades para una participación política y social de las mayorías, hoy vetada o muy restringida.

Quienes apoyan a Zuluaga (que hasta ayer mismo aventajaba en las encuestas a Santos por 8 puntos) congregan básicamente a los sectores más reacios al cambio entre la clase dominante del país pero también a grupos importantes de las llamadas "clases medias" que aquí se distinguen por un conservadurismo extremo (y violento), una religiosidad bastante tradicional y un anticomunismo asaz primitivo. A unos y otros se unen sectores populares que temen la paz porque les afecta. Sin ir muy lejos, el medio millón de componentes de las fuerzas armadas (y sus allegados) se destacan como un núcleo duro de votos cautivos para la extrema derecha a quien consideran garante de sus intereses. Ellos ganan con la guerra. Y por el mismo motivo apoyan terratenientes y ganaderos, no menos que grandes empresarios modernos a los cuales la paz no les acaba de convencer. Todos ven en Santos a un irresponsable que está abriendo la puerta a fuerzas sociales proclives a procesos como los que hoy se producen en Venezuela y otros países de la región. Son minorías, pero muy poderosas.

Sin embargo, quienes votan no constituyen mayoría. Al menos en el último medio siglo la abstención -cercana siempre al 50% del censo electora- caracteriza al sistema político. Un fenómeno destacable del que sin embargo nadie puede proclamarse representante aunque es legítimo intuir que esa mayoría de ciudadanos ausentes de las urnas expresa un rechazo al sistema o una gran indiferencia frente al mismo. Algo similar ocurre con el voto en blanco que últimamente ha adquirido cierta relevancia como expresión de protesta. Disminuir el voto en blanco y restarle fuerza a la abstención es en este momento uno de los empeños más destacables de ambos candidatos pues la distancia entre ambos es pequeña y cualquier variación importante de la abstención o del voto en blanco puede cambiar los resultados.

El voto por Santos tiene matices considerables. Votan por él los políticos tradicionales que apuestan como siempre por su beneficio personal y de grupo. Son lo peor del sistema de partidos y su corrupción en todos los órdenes es proverbial. En realidad, estos grupos de la política tradicional se distribuyen por igual entre ambos candidatos. Votan por Santos además, sectores medios de la población que ansían sinceramente la paz como un requisito importante para la normalización de sus vidas y sobre todo de sus negocios. Son "gentes de bien" (es decir, con bienes) dispuestas a aceptar las reformas que se anuncian sin ver en ello una catástrofe ni el demonio del "castro-chavismo" que proclama en discurso apocalíptico el candidato Zuluaga.

Votan por Santos un sector muy destacado de la intelectualidad y algunos creadores de opinión que preferirían un modelo económico más cercano a la socialdemocracia o al menos a un capitalismo menos salvaje que el actual. Seguramente tampoco verían mal establecer distancias mayores con relación a los Estados Unidos y una apuesta más decidida por la integración regional. Business are business.

Votan por Santos en esta ocasión la inmensa mayoría de las organizaciones sindicales, las minorías étnicas (indígenas y negros), asociaciones de campesinos y diversos grupos de activistas sociales que temen una victoria del uribismo y con ello mayores limitaciones a su ya escaso espacio de acción ciudadana. Votan por él destacados intelectuales y personalidades de la vida pública que aunque rechazan el resto de su programa y han sido oposición a su gobierno (y lo seguirán siendo en el caso de que Santos triunfe y mantenga las líneas gruesas de su estrategia económica) no abrigan dudas acerca de los riesgos que supone la victoria de Zuluaga-Uribe para temas referidos a derechos y libertades (aborto, libertad de expresión, división de poderes, control del ejecutivo, etc.)

En realidad, Santos no ofrece grandes garantías para cumplir con todo lo acordado en La Habana, ya sea porque le falte voluntad o sencillamente porque no va a tener poder efectivo para hacerlo. Pero si se firma un acuerdo de paz se abrirá un espacio mayor (mucho mayor, por cierto) para impulsar esas y mayores reformas. ¿Una nueva Constituyente? Todo indica que sería indispensable para que -por primera vez en su historia como nación- la ciudadanía pueda resolver de manera civilizada sus conflictos y pueda afrontar los retos del desarrollo. La firma de un acuerdo de paz sería entonces tan solo un punto de partida para estos propósitos y no el final de un proceso. Un argumento que valida para muchos la decisión de votar por el oligarca Santos.

Porque Zuluaga significa un cúmulo de dificultades nuevas y un probable cierre del proceso de conversaciones con la insurgencia quienes este próximo domingo le darán su voto a Santos en buena medida lo estarán eligiendo para que las cosas se faciliten y se puedan encontrar soluciones a los problemas y no problemas a las soluciones.

No serán pocos los que voten tapándose la nariz imitando a la izquierda francesa que en su día optó por la derecha civilizada para impedir que Jean-Marie Le Pen, el paracaidista torturador en Argelia, el enemigo de los extranjeros y de los comunistas, el antisemita y el fascista siniestro llegara a la presidencia de Francia.

Si a pesar de sus grandes diferencias todos los que estaban contra los nazis hubiesen unido sus fuerzas en el Bundestag alemán, probablemente Hitler no hubiese sido investido como canciller. Él tan solo tenía algo más del 30% de los votos.


8 de junio de 2014.