El enemigo es una construcción. Colectivamente lo hemos hecho a partir de una imagen borrosa, donde juegan persistentes atavismos que muchas veces no se atreven siquiera a decir su nombre. Nuestro enemigo es el desorden, es la igualdad, es el espíritu libertario que reprimimos con un sentimiento de culpa. El enemigo es el otro. Vivimos la obsesión de encontrarlo a la vuelta de la esquina, armado de manera adecuada para aniquilarnos, para atropellarnos, para acabar con nuestros intereses, con nuestras expectativas. La idea que de él tenemos nos es impuesta a través de mecanismos sutiles. El lenguaje que emplean los medios de comunicación, las imágenes que saltan sorpresivamente sobre las pantallas de nuestros televisores y que desaparecen con velocidad de vértigo, las palabras que se resaltan por sí solas en el torpe discurso político de las gentecitas que nos gobiernan, las sombras que proliferan más allá de los espacios iluminados por la razón, todo eso constituye la parafernalia adecuada para que nosotros vivamos nuestro pobre terror íntimo que se manifiesta en silencios y en especulaciones. Y, sin embargo, en el fondo de cada uno de nosotros quedará siempre una sombra de duda. ¿Será el enemigo el hombre de la Calle del Cartucho que se droga en público y amenaza rompernos los vidrios del automóvil con un palo? ¿Será el enemigo el silencioso ladrón que nos despoja de todo lo nuestro, el atracador que nos atraca, el secuestrador que nos secuestra, el asesino que nos asesina? Permítanme ustedes plantear una duda. Si trajéramos a Alberto Caeiro y lo sentáramos a dialogar con nosotros en esta conversación que no pudo interrumpir la censura, él nos explicaría con propiedad que el atracador es el atracador y el asesino el asesino y el ladrón el ladrón, pero no el enemigo, porque el enemigo sólo puede ser el enemigo. ¿Y quién es el enemigo? El enemigo, diría él, es el lenguaje que manipula, es la razón que razona, es la verdad que miente, es la bondad que hiere, es la mirada que no ve y el sonido que no dice y el aire que no respira. |
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Entonces uno descubre cuánta razón tiene un poeta que nunca
pensó concretamente sobre esto pero lo pensó como hacen
los verdaderos grandes poetas. El enemigo no es el hombre que va regando
desolación y muerte con hechos concretos como las bombas, porque
antes de él está el hombre que va regando desolación
y muerte con palabras y hechos ambiguos. Aquí hay ahora un discurso
moralizante que da pedradas sin tino ni concierto, y que ha resuelto regresar
a la torpe y recurrente disyuntiva entre buenos y malos. Buenos los que
están conmigo, dijo Bush en su momento. Malos los otros. Buenos,
dice su pobre epígono doméstico, son los que apoyan el referendo.
Malos los otros. En el comienzo de la violencia tuvimos un gobierno semejante:
buenos los católicos conservadores partidarios del color azul.
Malos los otros. Para un régimen de fuerza como ese, como este,
todos fuimos enemigos, todos somos enemigos. Pero poco a poco él
se aislará en su deleznable pedestal de palabras, como se aisló
hace cincuenta años, porque él, el poder, es el auténtico
enemigo, que nos manipula con el enemigo de ficción (el hombre
de la Calle del Cartucho, el indígena, el pobre) como le viene
en gana. En
una confrontación de poca monta, que se pierde en el origen de
los tiempos, nosotros, los que tenemos la razón, somos las víctimas
de la agresión, los eternamente atropellados y amenazados con el
despojo. Ese miedo nos despojó del país. Hoy no somos país.
Somos un rebaño de borregos que rodean al lobo que hemos elegido
para que nos proteja, el cual nos devora sin misericordia. Obvio, cada
rebaño tiene su propio lobo. El agresivo lobo de las motosierras,
de las masacres y de las violaciones sin cuento, es íntimo del
nuestro. Cada uno, claro está, devora su propio rebaño y
no permite dentelladas ajenas en su territorio. Pero uno y otro utilizan
al tercero como un espejo indispensable para la confrontación,
como un pretexto para hacernos participar en la lucha. Ese tercero, tan
cruel y despiadado como los otros, acorrala y es acorralado, golpea y
es golpeado, asesina y es asesinado. Y en medio de ese estruendo, de esas
ideologías que no son ideologías, de esos intereses que
no son los nuestros, y de la corrupción generalizada que extiende
sobre todos ellos su mano de ceniza, los tres asustados rebaños
que podrían ser un gran rebaño único si lograran
levantarse contra la opresión y la muerte, se odian empeñados
en mantener una confrontación que sólo le interesa a los
poderosos de todos los pelambres y de todos los crímenes. |
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