El informe Spence representa un paraguas para la política de
desarrollo tanto por lo que dice, como por lo que excluye. Ya no están
las afirmaciones llenas de seguridad sobre las virtudes de la liberalización,
la desregulación, la privatización y el libre mercado.
Tampoco están las recomendaciones uniformes de política
ajenas a las diferencias de contexto. En cambio, el informe Spence adopta
un enfoque que reconoce los límites de lo que sabemos, resalta
el pragmatismo y el gradualismo y alienta a los gobiernos a experimentar.
Es cierto que las economías exitosas tienen mucho en común:
todas participan en la economía global, mantienen estabilidad
macroeconómica, estimulan el ahorro y la inversión, dan
incentivos orientados al mercado y están razonablemente bien
gobernadas. Es útil mantener a la vista estos puntos comunes
porque son el marco para llevar a cabo políticas económicas
adecuadas. Decir que el contexto es importante no significa que todo
se vale. Pero no hay un libro de reglas universal; en países
distintos estos fines se alcanzan de formas diferentes.
El informe Spence refleja un cambio intelectual más amplio dentro
de la profesión del desarrollo, un cambio que abarca no sólo
las estrategias de crecimiento sino también la salud, la educación
y otras políticas sociales. El marco de política tradicional,
al que el nuevo pensamiento está sustituyendo gradualmente, se
basa más en suposiciones que en diagnósticos.
Comienza con ideas preconcebidas firmes sobre la naturaleza del problema:
demasiada (o muy poca) reglamentación oficial, mala gobernanza,
gasto público insuficiente en salud y educación y así
sucesivamente. Además, las recomendaciones vienen en forma de
la clásica lista de reformas y se subraya su carácter
complementario -la necesidad de ponerlas en marcha simultáneamente
y no su programación, secuencia y orden de prioridad. Y está
sesgado hacia las recetas universales -arreglos institucionales "modelo",
"mejores prácticas", reglas empíricas y demás.
En contraste, la nueva mentalidad de política comienza con un
agnosticismo relativo en cuanto a lo que funciona. Su hipótesis
es que hay demasiada "laxitud" en los países pobres,
de forma que con cambios simples puede haber una gran diferencias. Como
resultado, es explícitamente diagnostico y se centra en los cuellos
de botella y las limitaciones económicas más importantes.
En lugar de una reforma integral, hace énfasis en la experimentación
en las políticas y en iniciativas con objetivos relativamente
concretos para encontrar soluciones locales, y llama a dar seguimiento
y realizar evaluaciones a fin de averiguar qué experimentos funcionan.
El nuevo enfoque desconfía de los remedios universales. En cambio,
busca innovaciones de política que proporcionen atajos para evitar
las complicaciones económicas o políticas locales. Este
enfoque tiene una gran influencia del gradualismo experimental de China
desde 1978 -el episodio más espectacular de crecimiento económico
y reducción de la pobreza que el mundo ha visto.
El informe Spence es un documento consensual y por lo tanto un objetivo
fácil para los golpes bajos. No contiene "grandes ideas"
propias y en ocasiones se esfuerza demasiado para complacer a todos
y cubrir todos los ángulos posibles. Pero, como dice Spence en
relación a la reforma económica misma, es necesario dar
pasos pequeños para que a largo plazo se note una diferencia
importante. Es un gran logro haber alcanzado el nivel de consenso que
él ha obtenido sobre un conjunto de ideas que en ciertos aspectos
se apartan considerablemente del enfoque tradicional.
Habla bien de Spence el hecho que el informe consigue evitar tanto el
fundamentalismo de mercado como el fundamentalismo institucional. En
lugar de ofrecer respuestas superficiales como "hay que dejar que
los mercados operen" o "hay que mejorar la gobernanza",
pone el énfasis, con razón, en que cada país debe
diseñar su propia mezcla de soluciones. Los economistas y los
organismos de ayuda extranjeros pueden proporcionar algunos de los ingredientes,
pero sólo el país mismo puede dar la receta.
Si hay un nuevo consenso de Washington, es que el libro de reglas se
debe escribir en casa, no en Washington. Y eso es un verdadero avance.
*Dani Rodrik, profesor de economía política en la Escuela
de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, es el primer
galardonado con el premio Albert O. Hirschman del Consejo de Investigaciones
en Ciencias Sociales. Su libro más reciente es 'One Economics,
Many Recipes: Globalization, Institutions, and Economic Growth'.
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