Algo más de fondo que la plausible
idea de financiar las 4G hay, o debe haber. Cuando tantos se quejan
de lo mismo, el tiempo termina por darles la razón.
Los mejores analistas, duchos en diversas materias: jurídicas,
financieras, fiscales, empresariales, y por supuesto, los más
caracterizados voceros de los partidos, grupos y movimientos políticos,
y agréguele organismos de control como la Procuraduría
y la Contraloría, y de contera esa amorfa cosa que llamamos sociedad
civil, han batido espadas contra el gobierno nacional en torno a la
venta de Isagén.
Pudiera decirse, y creerse, que no ha habido privatización más
discutida y discutible que ésta. De nuestra parte, es la primera,
y tal vez última vez, que tocamos el asunto porque dentro de
nuestra filosofía, preferimos aquellos temas que no tienen tanta
exposición en los grandes medios de comunicación o que,
si la tienen, siempre es en la dirección que le traza el gobierno.
Por alguna razón bien interesante, y excepcional en este caso,
el presidente Santos no ha podido controlar la venta de Isagén
a su favor. Es más, como van las cosas, puede constituirse en
un poderoso bumerán que golpee fuertemente sus decisiones del
futuro, incluyendo el también ardoroso plebiscito por la paz,
y aún el mismo debate por la Presidencia en las elecciones del
2018.
¿Había que vender a Isagén para asegurar la financiación
de las vías de cuarta generación (4G) dentro del plausible
propósito de poner la infraestructura vial del país al
menos en condiciones de competitividad ya alcanzada por los países
relativamente al mismo nivel de nuestro desarrollo económico?
Si la respuesta es positiva, entonces, desde el punto de vista económico
se hizo un mal negocio porque el gobierno nacional terminó vendiendo
la empresa más importante del país, en el campo de la
generación de energía, a precios de gallina vieja
"lo mismo que antes", decía Jaime Garzón, quien
terminó convirtiendo el humor en algo tan serio que por eso lo
mataron.
Nuestro habitual colaborador en este medio, Jorge Vergara Carbó,
en términos técnicos, demuestra que a precio internacional
de su capacidad de generación medida en megavatios (MW), Isagén
valía por lo menos 600 millones de dólares más
de lo que se vendió.
Salvo algunos pocos analistas del asunto, la gran mayoría se
batió en contra de la venta de Isagén para el propósito
siempre dicho y nunca bien sustentado por el gobierno de financiar la
infraestructura vial de 4G.
Una senadora primípara como Sofía Gaviria, le dio al gobierno,
en su momento, nueve alternativas, todas viables, para financiar las
4G sin tener que vender a Isagén. Y un analista como Daniel Munévar
(en Razón Pública), abruma al gobierno y abisma al lector
con los "torcidos" que hay detrás del meganegocio de
las 4G y de la empecinada operación, que alcanzan hasta el mismo
conglomerado internacional que la compró.
Y también se ha cuestionado la parte jurídica: ¿Cómo
así que una subasta en donde solo aparece un solo proponente?...
Ya hay demandas ante el Consejo de Estado, y si se sostiene la jurisprudencia
que, por ejemplo, tumbó la propuesta de licitación del
tercer canal privado de televisión en febrero del 2012, el negocio
está viciado de nulidad.
Frente a tanto argumento en contra, tan bien expuesto y sustentado,
inclusive por senadores usualmente proclives incondicionales del gobierno,
la pregunta que nos tiene en ascuas es ¿por qué se vendió
Isagén contra viento y marea?
Algo más de fondo que la plausible idea de financiar las 4G hay,
o debe haber.
20 de enero de 2016.