DESVALORIZACION DEL TRABAJO

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

La recuperación económica posterior a la gran recesión de 1999 se ha concentrado en muy pocos bolsillos y no ha llegado a la mayoría del pueblo colombiano. Se ha recuperado el precio de la finca raíz y la construcción de vivienda de estratos altos, crecen como espuma las utilidades del sector financiero, los precios de las acciones están por las nubes y la Bolsa de Valores del país es la más rentable del mundo; además están disparadas las ventas de vehículos, lo mismo que el consumo de electrodomésticos y bienes de lujo.

Pero en contraste con estos indicadores positivos la situación de hambre y miseria de millones de compatriotas continua igual o peor, y no porque no se estén haciendo esfuerzos por mejorarla, sino porque hay una deficiencia estructural en el actual modelo económico que no genera el suficiente empleo y además está llevando a un deterioro progresivo de las condiciones de los trabajadores y del mercado laboral. En un mundo donde el objetivo empresarial es crear valor para los accionistas, lo único que se desvaloriza cada vez más es el trabajo.

Son muchos los hechos e indicadores que confirman la desvalorización del trabajo. Por ejemplo, en días pasados, se conocieron los resultados de la investigación anual del gremio de profesionales de relaciones laborales (ACRIP), realizada con 120.000 empleados, la cual revela que en el último año la remuneración salarial de los colombianos ha bajado en todos los niveles, e inclusive que los profesionales están recibiendo hoy menos por su trabajo. Es la contrapartida lógica del notorio incremento de las utilidades de las empresas.

Si se mira en un horizonte de tiempo más largo, la tendencia es similar: entre 1990 y el año pasado el salario mínimo legal tan solo se incrementó un escaso 2.5% en términos reales, es decir descontando los efectos de la inflación, mientras que el tamaño de la economía creció un 50% en el mismo período. Se podría argumentar que esta cifra no es relevante porque el salario mínimo no refleja los ingresos reales de la mayoría de los trabajadores, pero el argumento es falso; de hecho el 86% de los afiliados a los fondos de pensiones ganan menos de dos salarios mínimos, lo cual quiere decir que aún en el segmento más privilegiado de los trabajadores, aquellos que tienen contrato formal de trabajo y prestaciones sociales, la inmensa mayoría tienen ingresos muy cercanos al salario mínimo, que no han crecido en los últimos quince años.

La encuesta social de Fedesarrollo también muestra resultados preocupantes sobre el deterioro del mercado laboral. En las principales ciudades del país, entre los afortunados que tienen trabajo más de la mitad, el 52% no tienen contrato formal de trabajo, y solo el 30% tienen contrato a término indefinido y una mínima garantía de estabilidad laboral. A la tradicional existencia de una gran masa de subempleados y trabajadores informales se ha añadido la tendencia creciente de las empresas de preferir la vinculación temporal de los trabajadores, la subcontratación con terceros o las cooperativas de trabajadores, modalidades todas que permiten la reducción de los costos de las empresas, lo que equivale a reducir los ingresos de los trabajadores.

En medio de esta situación tan negativa, es una buena noticia los vientos de renovación que soplan del sindicalismo colombiano, donde se está avanzando hacia la unidad de las tres centrales obreras y, sobre todo, se está proponiendo un redireccionamiento político e ideológico de la acción sindical para que vaya más allá de la defensa de los simples intereses individuales de sus afiliados y participe activamente en los debates sobre los grandes problemas económicos y sociales del país.

La historia ha enseñado que las conquistas laborales y las mejoras en las condiciones de los trabajadores no se consiguieron por dadiva graciosa de los empleadores sino por la negociación y la presión de las organizaciones sindicales. Por lo mismo, el deterioro de las condiciones del mercado laboral se ha acelerado en la medida en que se han debilitado los sindicatos y ha disminuido el número de sus afiliados. Por eso las perspectivas de unión de la CUT, la CGT y la CTC, debe contribuir a modificar el balance de fuerzas en el mercado laboral para que los frutos de la recuperación económica se distribuyan de manera más equitativa y el trabajo pueda recuperar el valor que merece como creador de riqueza.