UNA VERGÜENZA NACIONAL

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

La lánguida aprobación del TLC con Estados Unidos en el Congreso de la República es un hecho que produce vergüenza y dolor de patria. No por el pupitrazo irreflexivo manipulado por la Presidencia del Senado ni por las maniobras clientelistas del Gobierno para comprar los votos renuentes de su bancada, al fin y al cabo son muchas las leyes que han sido aprobadas de la misma manera (incluyendo el recorte de las transferencias a los departamentos y municipios), y en este aspecto el Congreso ya no tiene vergüenza.

Tampoco por el contenido mismo del TLC, que la gran mayoría de congresistas que lo aprobaron ni siquiera lo han leído. Este TLC, aunque fue mal negociado, tiene cosas buenas y cosas malas, tiene costos y beneficios, tiene ganadores y perdedores y su aprobación tan sólo quiere decir que fueron más fuertes los intereses y el cabildeo de los ganadores, pero que quienes piensan que serán mayores los costos que los beneficios del TLC sean la minoría en el Congreso es sólo una realidad política, no un hecho vergonzoso.

Lo que es una afrenta para el país es que por primera vez se apruebe un tratado con otro país con plena conciencia de que el texto del mismo no está definido y que la contraparte va a introducir modificaciones y cambios que ni siquiera han sido redactados y, por lo tanto, se desconoce el impacto que puedan tener sobre el comercio bilateral. ¿A quién se le ocurre firmar un acuerdo bilateral con espacios en blanco para que el otro país lo llene a su antojo? Con esta actitud indigna y arrodillada el Congreso y el Gobierno colombiano le están mandando un mensaje muy claro al Congreso norteamericano: hagan ustedes los cambios que quieran al TLC que nosotros se los aprobamos de antemano. ¡Qué falta de dignidad!

Los antecedentes son conocidos: cuando en Estados Unidos el Partido Demócrata ganó el control del Congreso, inmediatamente manifestaron su oposición a aprobar los TLC que había negociado el gobierno de Bush con varios países, incluido Colombia. Después de intensas negociaciones se llegó a un acuerdo preliminar entre los congresistas demócratas y el Gobierno, plasmado en un documento de once páginas, en el que se plantean los cambios que los demócratas exigen que sean introducidos a los acuerdos ya negociados, para que puedan ser aprobados por el Congreso. Estos cambios incluyen mayores exigencias en materia de cumplimiento de leyes laborales, protección del medio ambiente, así como nuevas cláusulas en materia de protección de patentes y compras gubernamentales.

Es cierto que algunos de estos cambios son favorables a Colombia, como por ejemplo la mejora en el acceso a medicamentos para cumplir acuerdos internacionales que protegen la salud pública, también es cierto que otros no son cumplidos por EE.UU., como la aplicación de todas las normas de la OIT o las medidas contra el calentamiento global. Pero el problema es que varios de esos cambios pueden convertirse en barreras no arancelarias que impidan la venta de productos colombianos en EE.UU. y, sobre todo, que todavía no se conoce el texto definitivo de las modificaciones que se introducirían. Y a pesar de este hecho evidente, el Gobierno presionó al Congreso para que le diera un cheque en blanco al gobierno Bush aprobando el TLC.

La equivocación es tan grave que el mismo ex presidente César Gaviria, que no es un opositor al TLC, después de lograr que la mayoría de la bancada liberal aceptara apoyar el TLC, le envió una carta al presidente Uribe pidiéndole aplazar la votación del TLC en el Congreso hasta tanto no se aclararan las dudas surgidas por la posición de los congresistas demócratas. Por supuesto, Uribe ignoró esta petición y siguió adelante con su empeño de demostrar su obediencia a Washington. Como decía la pasada edición de la revista Semana, las decisiones cruciales para Colombia se están tomando en otros países, y esto menoscaba la dignidad nacional. ¡Que vergüenza!