NO HAY ALMUERZO GRATIS

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

 

Entre los economistas se ha vuelto casi un axioma decir y repetir que "en la economía no hay tal cosa como un almuerzo gratis", queriendo significar que cualquier beneficio que se reciba siempre tiene un costo asociado, así lo paguen otros. Al principio el uso del aforismo tuvo una connotación muy neoliberal, pues fue Milton Friedman quien lo popularizó para criticar los servicios y los subsidios públicos, mostrando que no eran gratuitos sino que alguien tenía que pagarlos con impuestos.

Pero a esos mismos economistas a quienes tanto les gusta el aforismo para criticar la intervención del Estado y elogiar las fuerzas del mercado, a menudo se les olvida que los beneficios del mercado también tienen costos y que en las actuaciones del sector privado tampoco hay almuerzo gratis.

Es el caso de los efectos de la inversión extranjera directa (IED), que en estos días ha suscitado tantos elogios pues en los primeros nueve meses del año pasado alcanzó un monto record de US$10.800 millones, con perspectivas de superar en el año completo los US$13.500 millones.

No hay duda que estos ingresos de capital foráneo son un hecho positivo que demuestra las buenas perspectivas que tiene el país y la confianza que inspira a los inversionistas extranjeros. Pero no hay que olvidar que no son gratis sino que también tienen costos asociados. Desde la perspectiva de los flujos de capital hay un costo evidente que no ha sido tenido en cuenta por quienes resaltan el impacto de esta IED en la balanza de pagos y en el precio del dólar: son las salidas de divisas por las utilidades generadas por las IED.
En efecto en el mismo período del año pasado se giraron al exterior por concepto de dividendos US$10.200 millones y se espera que en el año completo también se llegue a una cifra cercana a los US$13.500 millones, es decir casi la misma cifra que entró al país como IED. En otras palabras, en el mercado cambiario salió lo comido por lo servido y el impacto de la IED es neutro. Lo mismo sucedió entre el 2001 y 2010, cuando los USD 60.000 que ingresaron al país millones por IED fueron compensados con una salida de divisas por la misma cuantía.

Este resultado no debe sorprender a nadie. Los inversionistas, nacionales o extranjeros, no son organizaciones de caridad que vienen a regalar recursos, sino que esperan tener un retorno por el capital invertido y los riesgos asumidos. Lo que si debe causar asombro son el tamaño del retorno y las perspectivas hacia el futuro.

Según el Banco de la República el saldo acumulado de la IED en Colombia al finalizar el 2010 era de US$82.500 millones, lo que significa que los dividendos girados por las empresas extranjeras representan una rentabilidad nada despreciable del 16,5% después de impuestos y únicamente por dividendos repartidos, pues también hay ganancias importantes por ajustes de precios.

Si se mantiene la misma tendencia en el 2012 podría haber giros al exterior por dividendos cercanos a US$16.000 millones de dólares, y como es muy poco probable que la IED alcance esos montos, se tendría un efecto negativo sobre la balanza de pagos con más dólares saliendo que entrando por estos conceptos.

Para tratar de evitar este impacto negativo se debe abrir el debate sobre dos temas importantes que deben incluirse en la próxima reforma tributaria: la reimposición del impuesto a las remesas de dividendos que sin ninguna justificación técnica ni financiera eliminó el gobierno anterior, y el aumento de los porcentajes de las regalías mineras, para igualarlas a las que rigen para el petróleo. Para la IED no debe haber almuerzo gratis.

Enero 8 de 2012.