EL DILEMA EUROPEO

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

Reducir la deuda o impulsar el crecimiento, es la disyuntiva que enfrentan hoy las autoridades económicas de los países que antes se llamaban desarrollados. Europa no sabe qué hacer frente a la profunda crisis financiera que ha sacudido los cimientos de su comunidad económica y su moneda común, el euro.

Islandia e Irlanda ya se quebraron; Grecia tiene un enorme déficit fiscal que venía desde antes de la crisis y una elevada deuda pública que es impagable; España había sido juiciosa y prudente en el manejo de sus finanzas públicas, pero la crisis financiera le produjo recesión, desempleo y un gran hueco fiscal; Italia anda en las mismas, aunque se distrae con los escándalos de Berlusconi; Francia y Alemania eran los países de mostrar y el salvavidas de los demás, pero ya la banca francesa está haciendo agua y el gobierno ha tenido que salir a rescatarla, mientras que los votantes alemanes se oponen a tener que pagar los platos rotos de los otros.


Inglaterra no pertenece a la Unión Europea, pero tiene las mismas dificultades y dilemas: desempleo creciente, economía estancada y como resultado mayor déficit fiscal, además de estar preocupada por una inflación que se aceleró hasta cerca del 5% por el impacto del aumento del IVA que hicieron para tratar de reducir el déficit.


Cuando estalló la crisis en el 2008 la respuesta fue clara: salvar a las entidades financieras, fuerte intervención de los bancos centrales con una expansión monetaria sin precedentes y aumento del gasto público para estimular el crecimiento y reducir el desempleo. La receta keynesiana evitó que se repitiera la Gran Depresión de 1930, pero no fue suficiente. El PIB europeo solo crecerá este trimestre el 0.1%, muy bajo para aumentar los ingresos tributarios, de manera que sigue creciendo el saldo negativo en las cuentas fiscales.


Entonces la ortodoxia volvió al ataque. El déficit fiscal volvió a ser el enemigo número uno, y la reducción de la deuda pública, el objetivo principal de los gobiernos. Alemania y Francia impusieron a todos sus vecinos la obligación de tener una regla fiscal con un límite al déficit, para lo cual España se tuvo que poner de acuerdo con socialistas y conservadores para reformar la Constitución, a pesar de las protestas populares.


Para la mayoría de los economistas es evidente que esta regla, aunque es necesaria para el largo plazo, ahora va a empeorar el problema. Lo que necesita Europa son más estímulos para reactivar sus economías. Por eso el Banco Central Europeo en estrecha coordinación con la Reserva Federal de Estados Unidos y con los bancos centrales de Inglaterra y Japón, acaba de autorizar una masiva emisión monetaria para ayudar a los bancos de la eurozona y así evitar el colapso del canal de crédito.


Sin embargo, el estimulo monetario tampoco es suficiente y será indispensable recurrir al aumento del gasto público. Así lo entendió el presidente Obama y por eso anunció un programa de gasto de más de US$400.000 millones para promover la creación de empleo y acelerar el crecimiento. Si quieren salir de la olla, los gobiernos europeos van a tener que seguir ese ejemplo y aplazar los programas de ajuste, que en las circunstancias actuales solo les agudizarían la recesión.


Para que el mayor nivel de gasto no aumente la deuda y el déficit, hay que financiarlo con nuevos impuestos, pero unos que no frenen el consumo. La solución está al alcance de la mano y ya la están implementando España y Francia que han introducido impuestos al patrimonio y a los ingresos más altos. La salida al dilema entre déficit y crecimiento es que el peso del ajuste no caiga sobre la mayoría de la población, sino que se les haga caso a la iniciativa de los súper ricos de pagar más impuestos.


Septiembre 18 de 2011.