LA IZQUIERDA Y EL BALLOTAGE EN BRASIL POR ATILIO A. BORON |
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Obedeciendo a un orden directa de Adolf
Hitler, el 18 de agosto de 1944 Ernst Thälmann moría fusilado
por las SS en el campo de concentración de Buchenwald. Su cuerpo
fue inmediatamente cremado para que no quedara vestigio alguno de su
paso por este mundo. Thälmann había llegado a este tétrico
lugar luego de transcurrir los anterioresonce años de su vida
en la prisión de Bautzen, donde fuera enviado cuando la Gestapo
lo detuvo-al igual que a miles de sus camaradas- poco después
del ascenso de Hitler al poder, en 1933. En esa prisión fue sometido
a un régimen de confinamiento solitario cumpliendo la pena que
le fuera impuesta por el imperdonable delito de haber sido fundador
y máximo dirigente del Partido Comunista Alemán. Thälmannera
ademásuno de los líderes de la Tercera Internacional,
que en su VICongreso -celebrado en Moscú en 1928-había
aprobado una línea política ultraizquierdista de "clase
contra clase". Esta se traducía en la absoluta prohibición
de establecer acuerdos con los partidos socialdemócratas o reformistas,
fulminados con el mote de "socialfascistas" y caracterizados
sin más como el ala izquierda de la burguesía. Ni siquiera
el mortal peligro que representaban el irresistible ascenso del nazismo
en Alemania y la estabilización del régimen fascista en
Italia lograron torcer esta directiva. León Trotsky se opuso
a la misma y no tardó en condenarla. Y desde la cárcel
Antonio Gramsci le confesaba a un recluso socialista, Sandro Pertini,
que esa consigna que debilitaba la resistencia al fascismo "era
una estupidez". Tanto el revolucionario ruso como el fundador del
PCI eran conscientes de que el sectarismo de esa tácticaexpresaba
un temerario desprecio por el riesgo que presentaba la coyuntura y que
su implementación terminaría por abrir la puerta a los
horrores del nazismo, clausurando por mucho tiempo las perspectivas
de la revolución socialista en Europa. La Tercera Internacional
abandonó esa postura en su VII y último congreso, en 1935,
para adoptar la tesis de los frentes populares o frentes únicos
antifascistas. Pero ya era demasiado tarde y el fascismo se había
enseñoreado de buena parte de Europa. El supuesto que subyacía a la tesis del "socialfascismo"
era que todos los partidos, a excepción de los comunistas, constituían
una masa reaccionaria y que no había distinciones significativas
entre ellos. Llama la atención el profundo desconocimiento que
esta doctrina evidenciaba en relación a lo que Marx y Engels
habían escrito en el Manifiesto Comunista. En su capítulo
II dicen, por ejemplo, que "los comunistas no forman un partido
aparte, opuesto a los otros partidos obreros.
. Los comunistas
sólo se distinguen de los demás partidos proletarios en
que, por una parte, en las diferentes luchas nacionales de los proletarios,
destacan y hacen valer los intereses comunes a todo el proletariado,
independientemente de la nacionalidad; y, por otra parte, en que, en
las diferentes fases de desarrollo por que pasa la lucha entre el proletariado
y la burguesía, representan siempre los intereses del movimiento
en su conjunto." Y Lenin, a su vez,durante el curso de la Revolución
Rusa reiteradamente subrayó la necesidad de que los bolcheviques
elaborasen una política de alianzas con otras fuerzas políticas
que preservando la autonomía e identidad política de los
comunistas pudiese, en dadas ocasiones, llevar a la práctica
acciones e iniciativas concretas que hicieran avanzar el proceso revolucionario.
Había, tanto en los fundadores del materialismo histórico
como en el líder ruso una clara idea de que podía haber
partidos obreros, o representantes de otras clases o grupos sociales
(la pequeña burguesía es el ejemplo más corriente)
con los cuales podían forjarse alianzas transitorias y puntuales
y que nada podría ser más perjudicial para los intereses
de los trabajadores que desestimar esa posibilidad y, de ese modo, abrir
la puerta a la victoria de las expresiones más recalcitrantes
y violentas de la burguesía. Volveremos sobre este tema más
adelante. Lo anterior viene a cuento porque en los últimos días
muchos compañeros y amigos del Brasil me hicieron llegar mensajes
o artículos en donde anunciaban su intención de abstenerse
en el ballotage del 26 de Octubre, o de votar en blanco o nulo, con
el argumento de que tanto Aécio como Dilma eran lo mismo, y que
para la causa popular daba igual la victoria de uno u otro. El pueblo
brasileño, decían, sufrirá los rigores de un gobierno
que, en cualquier caso, estará al servicio del gran capital y
en contra de los intereses populares. El motivo de estas líneas
es demostrar el grave error en que se incurriría si se obrara
de esa manera. Al igual que la desastrosa política del "socialfascismo",
que pavimentó el camino de Hitler al poder, la tesis de que Aécio
y Dilma "son lo mismo" va a tener, en caso de que triunfe
el primero, funestas consecuencias para las clases populares del Brasil
y de toda América Latina, más allá de la obviedad
de que Aécio no es Hitler y que el PSDB no es el Partido Nacional
Socialista Alemán. El análisis marxista enseña que, en primer lugar, resolver
los desafíos de la coyuntura exige como tantas veces lo dijera
Lenin, un "análisis concreto de la situación concreta"
y no tan sólo una manipulación abstracta de categorías
teóricas. Decir que Aécio y Dilma son políticos
burgueses es una caracterización tan grosera como sostener que
el capitalismo brasileño es igual al que existe en Finlandia
o Noruega -los dos países más igualitarios del planeta
y con mayores índices de desarrollo humano según diversos
informes producidos por las Naciones Unidas. A partir de una interpretación
tan genérica como esa será imposible extraer una lúcida
"guía para la acción" que oriente la política
de las fuerzas populares. Ningún análisis serio del capitalismo,
al menos desde el marxismo, puede limitar su examen al plano de las
determinaciones esenciales que lo caracterizan como un modo de producción
específico.Mucho menos cuando se trata de analizar una coyuntura
política en donde los fundamentos estructurales se combinan con
factores y condicionamientos de carácter histórico, cultural,
idiosincráticos y, por supuesto, políticos e internacionales.
Al hacer caso omiso del papel que juegan estos factores concretos se
cae en lo que Gramscicriticócomo "doctrinarismo pedante",
prevaleciente en el infantilismo izquierdista que proliferó en
Europa en los años veinte y treintadel siglo pasado.Por esta
misma razón decir que Hitler y León Blumeran dos políticos
burgueses no hizo posible avanzar siquiera un milímetro en la
comprensión de la dinámica política desencadenada
por la crisis general del capitalismo en Europa, para ni hablar de la
capacidad para enfrentar eficazmente la amenaza fascista. En un caso
había un déspota sanguinario, fervientemente anticomunista,
que sumiría a su país y a toda Europa en un baño
de sangre; en el otro, a un primer ministro socialista de Francia, líder
del Frente Popular, que acogía a los alemanes e italianos que
huían del fascismo y que se opuso, infructuosamente para desgracia
de la humanidad, a los planes de Hitler.Era evidente que ambos no eran
lo mismo, a pesar de su condición de políticos burgueses.
Pero el sectarismo ultraizquierdista pasó por alto estas supuestas
nimiedades y, con su miopía política, facilitó
la consolidación de los regímenes fascistas en Europa. Segundo, cualquiera mínimamente informado sabe muy bien que
por sus convicciones ideológicas, por su inserción en
un partido como el PSDB y por su trayectoria política Aécio
representa la versión dura del neoliberalismo: imperio irrestricto
de los mercados, desmantelamiento del nefasto "intervencionismo
estatal", reducción de la inversión social, "permisividad"
medioambiental y apelación a la fuerza represiva del Estado para
mantener el orden y contener a los revoltosos. Fue por eso que nada
menos que el Club Militar -un antro de golpistas reaccionarios, nostálgicos
de la brutal dictadura de 1964- decidió brindarle su apoyodado
quesegún sus integrantes el ex gobernador de Minas Gerais posee
"las credenciales necesarias para interrumpir el proyecto de poder
del PT, que marcha hacia la sovietización del país".
Más allá del desvarío que manifiestan los proponentes
de este disparate sería un gesto de imprudencia que la izquierda
no tomara nota del creciente proceso de fascistización de amplios
sectores de las capas medias y el clima macartista que satura diversos
ambientes sociales y que, en consecuencia, desestimara la trascendencia
de lo que significa el explícito apoyo a Aécio de parte
de los militares golpistas, el sector más reaccionario (y muy
poderoso) de la sociedad brasileña. Que tras la vergonzosa capitulación
de Marina,Aéciohaya prometido asumir como propia la "agenda
social y ecológica" de aquella es apenas una maniobra propagandística
que sólo espíritus incurablemente ingenuos pueden creer.
Tercero, la indiferencia de un sector de la izquierda brasileñaante el resultado del ballotage re-edita el suicida optimismo con que Thälmann enfrentó, ya desde la cárcel, la estabilización del régimen nazi: "después de Hitler" -decía a sus compañeros de infortunio, tratando de consolarlos- "venimos nosotros". Se equivocó, trágicamente. ¿Alguien puede pensar que después de Aécio florecerá la revolución en Brasil? Lo más seguro es que se inicie un ciclo de larga duración en donde las alternativas de izquierda, inclusive de un progresismo "light" como el del PT, desaparezcan del horizonte histórico por largos años, como ocurriera después del golpe de 1964. Es ilusorio pensar que bajo Aécio las clases y capas populares dispondrán de condiciones mínimas como para reorganizarse después de la debacle experimentada por las suicidas políticas del PT; que nuevos movimientos sociales podrán aparecer y actuar con un cierto grado de libertad en una escena pública cada vez más controlada y acotada por los aparatos represivos del Estado y las tendencias fascistizantes arriba anotadas; o que nuevas fuerzas partidarias podrán irrumpir para disputar, desde la calle o desde las urnas, la supremacía de la derecha.
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