Revolución cubana

POR RODRIGO BORJA /

Un sargento llamado Rubén Fulgencio Batista Zaldívar, que se desempeñaba como taquígrafo del Ejército cubano, protagonizó el 4 de septiembre de 1933 la denominada “rebelión de los sargentos” que derrocó al dictador Gerardo Machado y desordenó las jerarquías militares. Batista se autodesignó jefe de las Fuerzas Armadas cubanas y colocó en el poder a lo largo de siete años una sucesión de títeres suyos: Ramón Grau San Martín (1933-34), Carlos Mendieta (1934-35), José A. Barnet (1936-36), Miguel Mariano Gómez (1936) y Federico Laredo Bru (1936-40).

En las elecciones presidenciales del 14 de julio de 1940, Fulgencio Batista, al frente de la Coalición Socialista Democrática (CSD)  —integrada por los partidos y grupos de izquierda, incluido el Partido Comunista—  y bajo un programa de gobierno democrático y progresista, triunfó ampliamente sobre su contrincante Ramón Grau San Martín.

Su gobierno coincidió con la Segunda Guerra Mundial y se alineó resueltamente al lado de las fuerzas antifascistas, lideradas por Estados Unidos de América. Cuba sufrió incluso el hundimiento de varios de sus barcos mercantes por submarinos alemanes que merodeaban las aguas del Océano Atlántico y del mar Caribe. Heinz August Luning, un espía nazi implicado en esos ataques, fue fusilado en La Habana en 1942.

En marzo 10 de 1952, casi veinte años después de la “rebelión de los sargentos”, Batista dio otro golpe de Estado para echar del poder al presidente Carlos Prío Socarrás y frustrar las elecciones en las cuales él participaba como candidato a la Presidencia, en el último lugar de los sondeos de opinión. Dos años después, bajo presiones norteamericanas, “legitimó” su presidencia mediante amañadas elecciones en las que él fue el único candidato. Se convirtió así en “Presidente” de Cuba. Bajo su gobierno, La Habana se convirtió en el paraíso de los casinos y de las mafias del juego y de otros negocios sucios. Batista fue muy cercano amigo de los célebres gangsters Meyer Lansky y Lucky Luciano, capos de los grandes casinos cubanos, que controlaban los juegos de azar y percibían gigantescas utilidades a pesar de la depresión económica mundial, y que además promovían la comercialización de drogas. Todo esto con la complicidad del gobierno y en medio de la más escandalosa corrupción en las altas esferas del oficialismo. El historiador británico Hugh Thomas, en su obra The Cuban Revolution (1977), escribió: “El golpe de Batista formalizó el gangsterismo: la ametralladora en el carro grande se convirtió en el símbolo no solo del ajuste de cuentas sino de un cambio de gobierno que se avecinaba”.

Bajo su gobierno las empresas norteamericanas llegaron a ser propietarias de casi el 90 % de las haciendas y predios rústicos, a manejar el 40 % de la industria azucarera, controlar el 90 % de las minas, gestionar el 80 % de los servicios públicos y el 50 % de los ferrocarriles y de la industria petrolera.

El liderazgo de Fidel

Ante ese estado de cosas, un joven abogado opositor llamado Fidel Castro Ruz, hijo de un rico terrateniente de Birán en la antigua Provincia de Oriente, de origen gallego, lanzó un encendido manifiesto para condenar al gobierno batistiano, al que calificó de “golpista”, alertar a la opinión pública acerca de la era de terror que se venía y convocar a los cubanos a la lucha contra el impostor.

En ese momento aquel joven era miembro del Partido Ortodoxo fundado y liderado por Eduardo Chibás. Su idea era derrocar al dictador Batista para que Cuba retornase a los cauces constitucionales. Y poco tiempo después el joven Castro planificó la toma del Cuartel Moncada en Santiago de Cuba  —que era la segunda fortaleza militar más importante del país—  para lo cual formó un contingente de 120 jóvenes rebeldes. La operación empezó a las 05:15 horas de la madrugada del 26 de julio de 1953. Por razones tácticas se formaron tres grupos: uno de noventa combatientes comandado por Fidel Castro, que tenía la misión de atacar la fortaleza militar; otro dirigido por Abel Santamaría, segundo jefe del movimiento, para tomarse el Hospital Civil; y el tercero, liderado por Raúl Castro Ruz, cuyo objetivo era asaltar el Palacio de Justicia. Todos llevaban uniformes de sargentos del ejército de Batista. Desde las terrazas de estos dos edificios, contiguos a las barracas del cuartel, los rebeldes tenían la misión de apoyar la acción principal del primer grupo. Pero la operación terminó en un gran desorden y fracasó. En el combate los rebeldes sufrieron cinco bajas: las de los jóvenes que iban adelante y cuyo cometido era neutralizar a los centinelas y desarmarlos.

Fidel Castro Ruz (1926-2016).

El asalto armado al Cuartel Moncada marcó el inicio del largo proceso insurreccional contra la dictadura de Batista aunque esta acción rebelde, en sí misma, no tuvo éxito. La represión que vino después fue implacable. Batista ordenó al general Martín Tamayo, jefe de la unidad militar, que matara diez rebeldes por cada soldado muerto. Fue la tristemente célebre “ley 10 por 1”, que rigió el proceso represivo. Fueron asesinados 56 de los jóvenes asaltantes del Moncada para llenar la cuota establecida por Batista. Castro, junto con los sobrevivientes de la aventura que no pudieron escapar, fue detenido en el Presidio Modelo de la Isla de Pinos y procesado por un tribunal de la dictadura.

Abogado como era, asumió su propia defensa. Y fue célebre por su valentía, lucidez y gallardía el alegato que pronunció el 16 de octubre de 1953 ante el tribunal penal que le juzgaba, que se convirtió en el “manifiesto político” de la oposición al régimen dictatorial. ”Termino mi defensa  —expresó—  pero no lo haré, como hacen siempre todos los letrados, pidiendo la libertad del defendido; no puedo pedirla cuando mis compañeros están sufriendo en Isla de Pinos ignominiosa prisión. Enviadme junto a ellos a compartir su suerte. Es concebible que los hombres honrados estén muertos o presos en una República donde está de presidente un criminal y un ladrón”. Y concluyó: “En cuanto a mí, sé que la cárcel será dura como no lo ha sido nunca para nadie, preñada de amenazas, de ruin y cobarde ensañamiento, pero no la temo, como no temo la furia del tirano miserable que arrancó la vida a setenta hermanos míos. ¡Condenadme, no importa, la historia me absolverá!”.

Fue condenado a 15 años de reclusión en la Isla de Pinos.

Beneficiado de una amnistía el 15 de mayo de 1955, se exilió en México, donde fundó el Movimiento 26 de Julio en ese mismo año y planificó la lucha contra la dictadura. Allí conoció al médico argentino Ernesto Guevara  —el admirable revolucionario internacional y líder político latinoamericano—,  quien se incorporó inmediatamente a la tarea de coadyuvar en la organización de la insurgencia armada contra Batista.

A finales de 1955 Castro recorrió varias ciudades norteamericanas  —Filadelfia, Nueva York, Miami, Tampa, Palm Beach y otras—  para invitar a la numerosa emigración cubana a participar en sus iniciativas revolucionarias y recoger aportaciones dinerarias para la causa.

De regreso a México a fines de diciembre de ese año, el líder insurgente compró las primeras armas, tomó en arrendamiento el rancho Santa Rosa a cuarenta kilómetros de la Ciudad de México para instalar el primer campamento y empezó el riguroso entrenamiento militar de sus hombres. Después consiguió un nuevo campamento: el rancho María de los Ángeles, en Tamaulipas; y entre los elementos que se incorporaron al entrenamiento estuvo un trabajador joven, vivaz e intrépido, llamado Camilo Cienfuegos.

El general español Alberto Bayo  —nacido en Camagüey antes de la independencia cubana—,  que combatió en las filas republicanas durante la Guerra Civil española y que se exilió en México a raíz del triunfo de las fuerzas falangistas, fue el encargado de impartir el curso de táctica militar a los jóvenes rebeldes. Bayo quería mucho a Ernesto Guevara, con quien jugaba ajedrez las noches y de quien solía decir que era su mejor alumno en las lecciones de táctica.

El expresidente Carlos Prío Socarrás contribuyó con 20 mil dólares para los actos preparativos de la expedición y ayudó en la recolección de fondos de ciudadanos mexicanos y estadounidenses.

Finalmente, en la madrugada del 25 de noviembre de 1956, ochenta y dos revolucionarios armados con 55 fusiles de mirilla telescópica, bajo el mando de Castro, zarparon silenciosamente desde el puerto mexicano de Tuxpan con rumbo a Cuba, a bordo del pequeño yate de recreo Granma  —18,60 metros de eslora por 5,10 metros de manga—,  que podía alojar un máximo de 25 pasajeros. Siete días más tarde, a las seis de la mañana del 2 de diciembre, después de sufrir muchas peripecias en la travesía, desembarcaron en la playa de las Coloradas de la ensenada de Turquino, al suroccidente de la isla, para adentrarse en la montaña y empezar la lucha revolucionaria.

La sola travesía por las aguas del Atlántico fue un acto casi suicida. “Llegaron por milagro”, me comentó Antonio del Conde un día de noviembre del 2006 en La Habana. Mejor conocido como “el cuate”, porque era mexicano, Antonio del Conde fue el encargado de comprar el yate Granma en México, sin despertar sospechas, para el viaje de los combatientes de la Sierra Maestra.

Los grupos revolucionarios de la isla  —principalmente el Movimiento 26 de Julio, el Partido Socialista Popular y el Directorio Revolucionario—  esperaban la llegada del Granma el día 30 de noviembre, pero las dificultades que la sobrecargada nave tuvo que soportar por las marejadas y los vientos del Atlántico y el daño de uno de sus motores retrasaron dos días el arribo. Lo cual produjo un grave desfase con las acciones revolucionarias que se habían programado en la isla en respaldo al desembarco. Según estaba previsto, el día 29 se inició la huelga general de trabajadores en Santiago y en la madrugada del 30 los insurgentes se tomaron las calles de la ciudad, incendiaron la jefatura de la gendarmería, asaltaron la estación de la policía marítima y atacaron la fragata Siboney. Por varias horas Santiago estuvo bajo el dominio de los rebeldes. Pero los refuerzos policiales les obligaron a replegarse en medio de choques armados que dejaron decenas de muertos y heridos.

Setenta de los ochenta y dos guerrilleros que desembarcaron en la ensenada de Turquino murieron, se dispersaron, se perdieron en la montaña o fueron arrestados durante las primeras escaramuzas y bombardeos de la aviación. Los doce restantes, que se reagruparon el 18 de diciembre en un lugar de la selva llamado Cinco Palmas, fueron quienes empezaron la lucha armada contra el bien equipado y mejor entrenado ejército de Batista. Con los doce sobrevivientes del desembarco  —entre los que estaban su hermano Raúl, Ernesto “Che” Guevara y Camilo Cienfuegos—  Castro se remontó en la Sierra Maestra para emprender la lucha guerrillera. En el camino se le unieron varios expedicionarios y combatientes. El 17 de enero, a los 45 días del desembarco, los guerrilleros  —que sumaban ya 32 hombres—  atacaron un pequeño destacamento militar en la desembocadura del río La Plata, de donde obtuvieron ocho fusiles, una ametralladora, municiones, ropa y alimentos. Fue su primer combate victorioso. Los prisioneros fueron liberados, pero uno de ellos se incorporó a la guerrilla.

Un mes después ocurrió un hecho sorprendente: el célebre periodista norteamericano del The New York Times, Herbert L. Mattheus, se internó clandestinamente en la Sierra Maestra e hizo una dramática entrevista al comandante del Ejército Rebelde, Fidel Castro, que se difundió por el mundo entero. Este y otros reportajes generaron en el ámbito internacional, incluso en amplios sectores de la opinión pública norteamericana, una enorme simpatía por la romántica aventura de los barbudos cubanos. En agosto, mientras se consolidaban posiciones en la Sierra Maestra, los guerrilleros empezaron a formar instalaciones estables: cría de aves y animales para la alimentación, talleres de mecánica para la reparación del armamento, hospital de campaña, hornos para hacer pan y una pequeña imprenta en la que se editaba el primer periódico de la guerrilla: El Cubano Libre. El 24 de febrero de 1958 inició sus transmisiones desde la Sierra Maestra la “Radio Rebelde” para mantener informada a la isla de los avances de las acciones revolucionarias, con la voz de su locutora Violeta Casals.

El Ejército Rebelde comandado por Fidel Castro, combinando la táctica de movimiento con la de posiciones, amplió el ámbito operacional de la lucha y, en cada uno de los frentes  —comandados por el Che Guevara, Raúl Castro y Juan Almeida—,  formó nuevas columnas guerrilleras. A fines de noviembre de 1957 el Directorio Revolucionario 13 de Marzo se incorporó a la lucha armada en la Sierra del Escambray, situada en la parte central de la isla, e igual cosa hizo a comienzos del año siguiente el Partido Socialista Popular.

Crecía en la isla la animadversión popular contra Batista, que se expresaba en diversas acciones de violencia desarticuladas. Se tornó entonces necesario organizar la resistencia civil. La juventud universitaria fundó a fines de 1955 el Directorio Revolucionario, que reunió a los elementos juveniles más radicales y se constituyó en la entidad más representativa del estudiantado cubano. Su joven líder José Antonio Echeverría, presidente de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) y secretario general del Directorio Revolucionario, en un discurso pronunciado el 24 de febrero de 1956 en el Aula Magna de la Universidad de La Habana, que alcanzó una gran resonancia, proclamó que ante las circunstancias el único camino posible era el de la insurrección armada. Ese mismo día el Directorio Revolucionario emitió un “Manifiesto al pueblo de Cuba” en el que explicó las razones de su creación y resumió en veinticinco puntos su programa de acción.

El Che Guevara y Fidel Castro, las figuras emblemáticas de la Revolución cubana.

El 29 de abril de 1956 se produjo un frustrado asalto al Cuartel Goicuría en la ciudad de Matanzas, dirigido por el líder de los trabajadores Reynold García. El objetivo era apoderarse de las armas para entregarlas al pueblo. Pero los mandos militares, alertados de la acción, acribillaron a balazos a los rebeldes sin que pudieran siquiera usar sus armas. Diez de ellos, incluido su líder, murieron en el combate. Los que no pudieron fugar fueron detenidos, algunos de ellos asesinados y otros sometidos a los tribunales de justicia de la dictadura.

La violencia subía de nivel en las ciudades. Proliferaban las huelgas, protestas, sabotajes y atentados. Crecía la resistencia civil. Los agentes clandestinos del Movimiento 26 de Julio y del Partido Socialista Popular (PSP) intensificaron sus acciones insurgentes. Hubo una noche  —el 30 de junio del 57—  en que La Habana se estremeció con más de cien explosiones. Fue la “noche de las cien bombas”. Pero paralelamente aumentaba la brutal represión de los órganos policiales y militares batistianos. La ciudad de Bayamo tuvo el 21 de octubre su “noche de San Bartolomé”: la ola de violencia militar dejó un saldo de 25 muertos y numerosos encarcelamientos. Pocos días después aparecieron siete hombres ahorcados en Sancti Spiritus y cuatro en Jovellanos. Fue asesinado y torturado el líder del transporte José María Pérez. Apareció muerto en La Habana el abogado Pelayo Cuervo Navarro, de las filas del Partido Ortodoxo. Un grupo de adolescentes de entre quince y veinte años fue abatido a balazos en las calles de Santiago.

La espiral de la violencia crecía cada vez más en la isla. El Partido Socialista Popular, al día siguiente del desembarco, convocó a todos los grupos de oposición a respaldar a los guerrilleros del Granma y a formar un solo frente de lucha contra la tiranía. “Hay que echar atrás a la bestia que ha suprimido toda sombra de libertad y siembra el terror por todo el territorio nacional, que llena las cárceles de opositores y mata sin cesar”, decía el manifiesto.

Comandos del Directorio Revolucionario y grupos combatientes de otras filiaciones políticas atacaron el 13 de marzo de 1957 el Palacio Presidencial de La Habana. Venciendo la resistencia de la guardia, penetraron con el propósito de ajusticiar al tirano. Llegaron hasta la tercera planta del edificio pero Batista alcanzó a escapar de su despacho por una escalera secreta interior. Simultáneamente otro grupo de comandos, conducidos por José Antonio Echeverría, líder del Directorio Revolucionario, se tomó la emisora Radio Reloj, desde donde difundió una proclama revolucionaria en la que anunciaba la ejecución de Batista. Pero al encaminarse luego a la sede de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU) su automóvil fue interceptado por vehículos policiales desde los cuales se abrió fuego y se abatió al valiente líder estudiantil. Más de treinta combatientes perdieron la vida en esa jornada de marzo y en los días siguientes fueron arrestados y asesinados cuatro más, incluido Fructuoso Rodríguez, presidente de la FEU desde la muerte de José Antonio Echeverría. En homenaje a los caídos el grupo estudiantil adoptó el nombre de Directorio Revolucionario 13 de Marzo.

También la Organización Auténtica, liderada a distancia por Carlos Prío Socarrás, envió desde Miami una expedición de treinta combatientes cubanos que desembarcaron al norte de la provincia de Oriente el 24 de mayo de 1957 para incorporarse a la lucha guerrillera en la Sierra Cristal. Llegaron en el yate Corynthia. Pero cuatro días después, hambrientos y extenuados, fueron aniquilados en la montaña por las fuerzas regulares.

El 30 de julio siguiente el movimiento revolucionario sufrió una de sus más dolorosas pérdidas: la muerte en un choque armado con la policía en las calles de Santiago de Cuba del legendario combatiente Frank País, que tantos y tan importantes servicios entregó a la causa de la revolución. Frank País ejercía en ese momento la jefatura nacional de acción del Movimiento 26 de Julio en el llano, es decir, en las ciudades y poblados a donde no llegaba la lucha guerrillera. En protesta por su muerte el pueblo de Santiago, después del entierro del joven revolucionario, decretó una huelga general de trabajadores que paralizó la ciudad y que demostró el alto grado de conciencia al que había llegado el pueblo cubano respecto a la lucha contra Batista.

En febrero del 58 una noticia dio vuelta al mundo: comandos del Movimiento 26 de Julio secuestraron en La Habana a Juan Manuel Fangio, campeón mundial de automovilismo y máxima atracción de la competencia internacional que iba a realizarse en la isla.

Ante el ímpetu revolucionario en toda Cuba, se produjo en octubre de 1957 el denominado “pacto de Miami”, que juntó en esa ciudad norteamericana a representantes de numerosos partidos, grupos y organizaciones cubanos de oposición. Fue una reunión muy amplia y plural. Concurrieron el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), el Partido Revolucionario Cubano (Auténtico), la Organización Auténtica, el Directorio Revolucionario 13 de Marzo, la Federación Estudiantil Universitaria (FEU), el Directorio Obrero Revolucionario, el Partido Demócrata y delegados del Movimiento 26 de Julio. Todos los cuales acordaron la formación de la Junta de Liberación Cubana, la intensificación de la lucha contra la dictadura, la oposición a una solución electoral del conflicto y la constitución de un gobierno provisional presidido por el economista Felipe Pazos, de las filas auténticas, después de los días de Batista, para que en un plazo de 18 meses convocara a elecciones generales. El acuerdo contó con las simpatías de las esferas oficiales del gobierno norteamericano. Pero, como se vio después, la dinámica revolucionaria desbordó todo lo acordado. Los combatientes de la Sierra Maestra desautorizaron la representación del Movimiento 26 de Julio en la Junta de Liberación Cubana y repudiaron lo pactado, que no llenaba sus aspiraciones revolucionarias. Dijo Fidel Castro en esa oportunidad: “seguiremos solos la lucha como hasta hoy, sin más armas que las que arrebatamos al enemigo en cada combate, sin más ayuda que la del pueblo sufrido, sin más sostén que nuestros ideales”. Con lo cual el “pacto de Miami” perdió toda fuerza.

Fidel y el Che en la Sierra Maestra.

Mientras tanto, la lucha de los barbudos de la Sierra Maestra seguía adelante. La acción revolucionaria en las montañas, que se extendió por dos años, contó con el franco apoyo de los campesinos en los sectores rurales y de los intelectuales, estudiantes y pequeña burguesía en las ciudades.

La dictadura de Batista, como uno de sus últimos arbitrios para sofocar la insurgencia general, puso en ejecución en abril de 1958 el denominado plan FF (plan fase final), dirigido principalmente contra el primer frente guerrillero acaudillado por Fidel Castro. Movilizó hacia la Sierra Maestra cerca de seis mil hombres de infantería, artillería, vehículos blindados y aviación. La diferencia de potencial bélico resultó abrumadora para el Ejército Rebelde. Pero éste conocía mucho mejor el terreno y sacaba ventaja de los combates móviles e irregulares de sus focos guerrilleros. La táctica era golpear y replegarse y trastocar con eso la correlación de fuerzas. El objetivo guerrillero  —como después enseñaría el Che Guevara en su Manual de la guerra de guerrillas (1963)—  era lograr una superioridad ocasional en cada punto de lucha sobre la superioridad de número y armamento de las tropas regulares. Fueron numerosos los combates. Las fuerzas militares reconquistaron Las Mercedes, Santo Domingo, Vegas de Jibacoa, San Lorenzo, Minas de Frío y otras posiciones. Pero a mediados de julio se libró la batalla de El Jigüe, que fue un episodio decisorio en la guerra, en el que después de cercado fue aniquilado un batallón batistiano. Hubo más de cien combates en dos meses de enfrentamientos. En ellos el Ejército Rebelde capturó centenares de armas de diverso tipo: fusiles, ametralladoras, bazucas.

A partir de ese momento el Ejército Rebelde asumió la iniciativa de la guerra. Y Fidel Castro empezó a tomar decisiones de gobierno. El 10 de octubre de 1958 expidió la ley de reforma agraria que reconocía en beneficio de los arrendatarios, aparceros, colonos, subcolonos y demás trabajadores precaristas la propiedad de la tierra que laboraban. Emitió varias otras leyes revolucionarias y ordenó recaudar impuestos y contribuciones para financiar las operaciones insurgentes.

Batista, entretanto, con la intención de amainar el conflicto, convocó elecciones generales para el 3 de noviembre. Pero la mayoría de electores se abstuvo de acudir a las urnas a pesar de las amenazas oficiales de despedir del trabajo a quienes no votaran. Ellas fueron boicoteadas por las fuerzas opositoras, que impidieron la operación de muchos colegios electorales, cerraron carreteras y calles para impedir el paso de los electores y obstaculizaron de varias maneras la marcha del proceso eleccionario. De modo que el candidato oficial, Andrés Rivero Agüero  —que se había desempeñado como ministro de educación del régimen—  quedó burlado y nadie reconoció la legitimidad de su elección.

En el mes de diciembre la victoriosa contraofensiva revolucionaria en los ya numerosos frentes de lucha obligó al repliegue de las fuerzas batistianas. Una tras otra cayeron las ciudades y fueron declaradas territorios liberados por las fuerzas insurreccionales. El día 18 se encontraron en tierras orientales los jefes de los tres frentes de combate que avanzaban hacia la capital de la provincia de Oriente: Fidel Castro, Raúl Castro y Juan Almeida. El 1 de enero de 1959 se rindió el Cuartel Leoncio Vidal, el más poderoso de la región central de la isla y uno de los últimos bastiones del gobierno. Se inició entonces la ofensiva final del Ejército Rebelde sobre Santiago de Cuba bajo el mando directo del comandante Fidel Castro.

Cae Batista

En la madrugada del 1 de enero de 1959, ante el arrollador avance del Ejército Rebelde sobre las provincias orientales, se rindió Santiago de Cuba y, con esa rendición, se desplomó la resistencia militar en toda la isla. La victoria revolucionaria fue saludada con desbordante alegría por el pueblo cubano.

Cuando todo estuvo perdido y fracasadas sus maniobras para designar presidente provisional al magistrado más antiguo del Tribunal Supremo de Justicia, Batista entregó la jefatura general de las Fuerzas Armadas al general Eulogio Cantillo, abandonó su cargo y fugó del país con sus colaboradores más cercanos. Después de una larga marcha de cinco días y cinco noches desde Santiago de Cuba, los barbudos de la Sierra Maestra, con Fidel Castro a la cabeza, entraron apoteósicamente a La Habana el 8 de enero para asumir el poder.

Se cerró el telón de una de las más ominosas dictaduras de América Latina.

Después de un fugaz período de ejercicio de la presidencia por Manuel Urrutia y luego por Osvaldo Dorticós, el comandante Castro  —que para entonces ya era Fidel—  asumió el poder absoluto en Cuba, en febrero de 1959, como primer ministro del gobierno revolucionario, función que desempeñó hasta 1976 en que tomó la Presidencia del Consejo de Estado que, según la nueva Constitución revolucionaria, reunía la jefatura del Estado y del gobierno. Sin duda, fue esta la forma de resolver las encendidas contradicciones que surgieron entre los grupos dirigentes desde el primer momento del triunfo de las armas revolucionarias.

Enciclopedia de la Política

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