
POR NÉSTOR KOHAN /
El marxista argentino Aníbal Norberto Ponce (1898-1938) fue el principal discípulo del pensador José Ingenieros, con quien compartirá diversas experiencias político-culturales como la Revista de Filosofía, la fundación del periódico Renovación, la creación de la organización «Unión Latinoamericana» y la defensa sistemática de la Revolución Bolchevique. Mariátegui, el otro gran marxista latinoamericano de la primera mitad del siglo xx destacó que: “Pocas revistas de cultura han revelado un interés tan inteligente por el proceso de la Revolución Rusa como el de la revista de José Ingenieros y Aníbal Ponce”.
Como su maestro Ingenieros, Ponce se inicia política e ideológicamente en el positivismo y en la herencia del escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento (de neta raigambre liberal), pero luego realiza un profundo giro hacia el socialismo y el marxismo. El ideario antiimperialista que comparte con el viejo Ingenieros terminará por desplazar el sarmientismo a partir de 1932-1935 cuando Aníbal Ponce pronuncia su discurso «Las masas en América contra la guerra en el mundo» (en la comisión organizadora del Congreso Latinoamericano contra la guerra imperialista, realizado en Montevideo, 12 de marzo de 1933) y sobre todo en su exilio mexicano, cuando se encuentra con la cultura indígena que él no había conocido de primera mano en Argentina. Ese impacto mexicano lo ayudará notablemente a descentrar y, probablemente, a abandonar definitivamente hasta el último rastro de Sarmiento – un pensador modernizante que muchas veces impregnó su discurso de racismo y desprecio por las culturas americanas – . Ese viraje profundo de Ponce puede corroborarse consultando sus últimos cinco trabajos, escritos antes de morir en un accidente automovilístico, sobre «La cuestión indígena y la cuestión nacional» (publicados en el periódico mexicano El Nacional, entre el 17 de septiembre de 1937 y el 4 de febrero de 1938).
Los principales libros de Ponce son Educación y lucha de clases y, sobre todo, Humanismo burgués y humanismo proletario, obra célebre que repercutirá en el pensamiento más íntimo de Ernesto Che Guevara (el Che lee a Ponce cuando estudia medicina en Buenos Aires y más tarde, después de triunfar la Revolución Cubana, cuando se editan sus libros en La Habana).
Fallecido su maestro Ingenieros, Ponce publica y dirige en 1936 su propia revista. Lejos de todo positivismo y liberalismo, él es el impulsor de la mítica Dialéctica, que llevaba como subtítulo Revista mensual dirigida por Aníbal Ponce (salieron en total siete números, desde marzo de 1936 hasta septiembre de 1936; contaba con 48 o 64 páginas, según el número), con la que intentó dotar al comunismo argentino de un sólido margen de autonomía cultural y altísimo nivel de información bibliográfica. En este último terreno Ponce aventajaba largamente a cualquier otro pensador marxista argentino y latinoamericano, con su exhaustivo conocimiento de primera mano de casi la totalidad de la obra marxiana – en ediciones no solo castellanas sino también francesas, incluyendo los trabajos juveniles de Marx anteriores a 1844, difíciles de encontrar en su época – y de toda la producción especializada en ese rubro, desde David B. Riazanov, Franz Mehring y Lenin hasta György Lukács o Rodolfo Mondolfo, sin olvidar autores no marxistas como Benedetto Croce, Werner Sombart, Wilhelm Dilthey, Ernest Renan, Max Scheler o Friedrich Nietzsche, entre otros.
Tanto en sus libros, en sus cursos, en sus conferencias como en su revista, el punto más alto de la originalidad de Ponce se encuentra en su elaboración teórico-filosófica del humanismo marxista revolucionario. Humanismo cuya prolongada genealogía histórica extendió hasta Erasmo de Rotterdam, Giordano Bruno, William Shakespeare, Wolfgang Goethe y Romain Rolland. Allí, en esa intersección precisa, cuando predicó la necesidad de concebir el socialismo y el comunismo como una construcción permanente de una nueva cultura y un hombre completo, íntegro, no desgarrado ni mutilado, un hombre absolutamente nuevo, alcanzó su punto máximo. Fue de lejos su creación más perdurable, donde sobresale su crítica a la cuantificación, a la alienación y a los límites del humanismo burgués, rescatando el horizonte humanista del socialismo y el marxismo. Por ejemplo, al analizar el primer tomo de El capital, Ponce destaca el modo en que para Marx la combinación de trabajo manual e intelectual que en Inglaterra había introducido Robert Owen en sus escuelas “hacía de ese sistema el único método capaz de producir hombres completos”. Siguiendo el hilo del razonamiento agrega que la combinación del trabajo productivo con la enseñanza general “le parecía a Marx uno de los elementos más formidables para construir el hombre nuevo […] De devolver al individuo mutilado por la especialidad su desarrollo completo, su sed de la totalidad”. Desde esa matriz humanista Ponce registra y traduce la revolución bolchevique a la que le ha tocado la misión heroica de liberar al hombre, de inaugurar de verdad el humanismo pleno.
Dentro de ese mismo impulso humanista, en una conferencia dirigida a los estudiantes reformistas de ciencias económicas, Ponce reclama: “Al especialista fragmentario que fue el ideal de otro tiempo, oponed el gesantmensch del ideal contemporáneo, el «hombre todo» de Goethe, capaz de sufrir y comprender la compleja diversidad del mundo”.
«Hombre pleno», «hombre-todo», «hombre nuevo», «hombre total», «hombre desalineado», «sed de totalidad»… ejes articuladores de una concepción del mundo que cuestiona la mutilación, el desgarramiento parcelario, la cuantificación despiadada y la unilateralidad antropológica provocados por la modernización capitalista. La insistencia del Che Guevara en la necesidad de crear al «hombre nuevo» mantiene una deuda clara con el humanismo de Ponce.