PREFACIO

El otoño de 1935 crucé la frontera en dirección a Suiza, resuelto a no volver a mi Alemania natal hasta que dejara de ondear la insignia de la cruz svástica.

Mientras buscaba una nueva esfera de actividad, oí que el gobierno colombiano planeaba invitar a un grupo de intelectuales alemanes para ir a su país. En tanto esperaba al embajador en la Embajada colombiana en Ginebra, reparé en un retrato de Simón Bolívar. Entonces sabía de él tan poco como la mayoría de los europeos. Pero en ese momento supe que, de llegar a Colombia, me vería obligado a escribir la historia de su vida.

Alguna vez dijo Carlyle que Bolívar fue un Ulises cuya odisea era conveniente referir, siempre que hubiese un Homero capaz de desarrollar la narración. Mis pretensiones no son tantas. Pero no hay duda de que requiere trabajo relatar la vida de Bolívar. Si hubiera sospechado las dificultades que tuve que superar al principio, me habría faltado coraje. No fue como cuando hay una biografía verdaderamente satisfactoria a la que remitirse; y los trabajos antiguos ya no son adecuados. Ludwig y otros como él apenas si pueden considerarse auténticos o profundos en su enfoque. Les falta el ambiente: el estudio del país, del pueblo, de su modo de vida. Con todo esto tuvo que luchar Bolívar, y esto contribuyó fundamentalmente a su grandeza y a su tragedia.

Se me proporcionó la oportunidad de descubrir estas circunstancias tan a fondo como puede hacerlo un europeo. Pero no pude prever la cantidad casi inagotable de material histórico que tendría que vadear; las cartas, los memoriales, los discursos y las proclamas de Bolívar; la correspondencia oficial, las resoluciones de gabinete y los instrumentos de gobierno; para no hablar de los diarios, las memorias y el torrente de documentos históricos que crecían cada día.

A veces me sentía perdido en ese mar de tinta como un marinero náufrago en el Pacífico. Alternativamente maldije la ligereza con que me había embarcado en esta aventura y la obstinación que me ligaba a ella. Pero en forma gradual se fue disipando la niebla y tomó forma el panorama histórico. Fue ésta una extraña tarea que me asigné; ella me hizo soportable la soledad de mi exilio y me condujo a través de la oscuridad de los años de guerra.

Después de haber expuesto mi propósito al escribir el libro y lo que me condujo a ello, me queda decir por qué, en mi opinión, nadie emprendió la tarea antes que yo.

Aunque hoy estamos en posesión de los documentos más importantes sobre Bolívar y todo movimiento emancipador sudamericano, hasta ahora este material ha sido escasamente asimilado. Sólo hay una manera en que esto puede lograrse: por los métodos críticos realistas, que desarrollaron los historiadores europeos desde Tucídides hasta Ranke y Taine, pero que sólo se aceptan en forma parcial en Sudamérica. Algunos sí aplican estos métodos, pero, para la mayoría de los escritores, la historia es únicamente una parte esencial del desenvolvimiento nacional; la fábula es más importante que la investigación, la leyenda que el análisis y la anécdota más interesante que la interpretación. No es mi intención criticar esta actitud, inevitable en el desarrollo de las naciones jóvenes. Pero los monumentos en las plazas públicas tiene una pátina tan gruesa que a menudo es difícil reconocer la forma que está debajo. La figura de Bolívar creció en Sudamérica como un dios para unos y como un destino fatal para otros. Las pasiones del nacionalismo y la parcialidad política impiden apreciar su estatura con justicia. El mismo Bolívar dice: "Para juzgar a las revoluciones y a sus jefes, debemos observarlos desde cerca y juzgarlos desde muy lejos."

Antes nunca tuve conciencia del abismo que separa a los hechos y acontecimientos verdaderos de lo que llamamos historia. Es imposible relatar sólo "lo que verdaderamente ocurrió". El historiador elige los acontecimientos que le parecen más importantes y los ordena hasta formar un cuadro completo. Su criterio no es y no debe ser puramente científico; debe ser también sugestivo y artístico. De otro modo, queda sumergido en los hechos y es, cuando mucho, un cronista.

Sin embargo, forzosamente se han de descuidar algunos aspectos de la vida de Bolívar; éste puede estudiarse desde muchos ángulos; militar, diplomático y literario, y cada faceta proporciona material para volúmenes enteros. Pero el biógrafo debe ordenarlos hechos en torno al corazón del individuo, porque sólo así puede apreciar la estructura íntegra a partir de la cual todos los demás aspectos cobran forma.

Bolívar se me aparece como una de las principales figuras del siglo XIX y como una de las personalidades más grandes de todos los tiempos. Hay ciertos principios por los que vivió y en los que yo también creo: la libertad es un valor en sí misma; que es mejor morir por la libertad que vivir en la esclavitud; que la organización política de la libertad tiene su expresión en la democracia, pero que la democracia debe hallar el equilibrio entre las exigencias de la libertad y las de la estabilidad y la eficacia, o se producirá la anarquía; que los problemas internacionales deben encontrar su solución en una liga de pueblos libres que resista la agresión con la fuerza de las armas y dirima las controversias entre sus miembros a través de un tribunal de justicia. Esta es la esencia del credo político del Bolívar. Su significado para nuestra propia época parece evidente.

Tengo conciencia de la grandeza de Bolívar, pero no lo he descrito como un individuo infalible. "No pertenecen a la historia ni la falsedad ni la exageración, sino tan sólo la verdad", dijo el Libertador. Y teniendo en cuenta estas palabras he tratado de reseñar su vida y su obra.

G.M., 6 de junio de 1946

 

 

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