POR LEONARDO BOFF
Ya somos 7 mil millones de personas. ¿Habrá
alimentos suficientes para todos? Hay varias respuestas. Escogemos una
del grupo Agrimonde (véase Développement et civilisations,
septiembre 2011) de base francesa, que estudió la situación
alimentaria de seis regiones críticas del planeta. El grupo de
científicos es optimista, incluso para cuando seamos 9 mil millones
de habitantes. Propone dos caminos: profundizar la conocida revolución
verde de los años 60 del siglo pasado y la llamada doble revolución
verde.
La revolución verde tuvo el mérito de refutar la tesis
de Malthus, según la cual ocurriría un desequilibrio entre
el crecimiento poblacional de proporciones geométricas y el crecimiento
alimentar de proporciones aritméticas, produciendo un colapso
de la humanidad. Comprobó que con las nuevas tecnologías,
una mayor utilización de las áreas agrícolas cultivables
y una masiva aplicación de tóxicos, antes destinados a
la guerra y ahora a la agricultura, se podía producir mucho más
de lo que la población demandaba.
Tal previsión demostró ser acertada, pues hubo un salto
significativo en la oferta de alimentos, aunque por causa de la falta
de equidad del sistema neoliberal y capitalista, millones y millones
de personas siguen teniendo una situación de hambre crónica
y de miseria. Bien es verdad que ese crecimiento alimentario ha tenido
un costo ecológico extremadamente alto: se envenenaron los suelos,
se contaminaron las aguas, se empobreció la biodiversidad además
de provocar erosión y desertificación en muchas regiones
del mundo, especialmente en África.
Todo se agravó cuando los alimentos se volvieron una mercancía
como cualquier otra en vez de ser considerados como medios de vida que,
por su naturaleza, jamás deberían estar sujetos a la especulación
de los mercados. La mesa está puesta con suficiente comida para
todos pero los pobres no tienen acceso a ella por falta de recursos
monetarios. Continúan hambrientos y su número crece.
El sistema neoliberal imperante apuesta aún por este modelo,
pues no necesita cambiar de lógica, tolerando convivir cínicamente
con millones de personas hambrientas, consideradas irrelevantes para
la acumulación sin límites.
Esta solución no solo es miope sino falsa, además de ser
cruel y sin piedad. Los que todavía la defienden no toman en
serio que la Tierra está innegablemente a la deriva y que el
calentamiento global produce gran erosión de suelos, destrucción
de cosechas y millones de emigrados climáticos. Para ellos la
Tierra no pasa de ser un mero medio de producción, no la Casa
Común, Gaia, que deber ser cuidada.
A decir verdad, quienes entienden de alimentos son los agricultores.
Producen el 70% de todo lo que la humanidad consume. Por eso, deben
ser oídos e incluidos en cualquier solución que sea tomada
por el poder público, por las empresas, y por la sociedad, pues
se trata de la supervivencia de todos.
Dada la superpoblación humana, cada pedazo de suelo debe ser
aprovechado pero dentro del alcance y de los límites de su ecosistema;
se deben utilizar o reciclar lo más posible todos los residuos
orgánicos, economizar al máximo la energía, desarrollando
las energías alternativas, favorecer la agricultura familiar,
las cooperativas medianas y pequeñas. Y finalmente, ir hacia
una democracia alimentaria en la cual productores y consumidores tomarán
conciencia de las respectivas responsabilidades, con conocimiento e
información acerca de la situación real de sostenibilidad
del planeta, consumiendo de forma diferente, solidaria, frugal y sin
desperdicios.
Tomando en cuenta tales datos, Agrimonde propone una doble revolución
verde en el siguiente sentido: acepta prolongar la primera revolución
verde con sus contradicciones ecológicas, pero simultáneamente
propone una segunda revolución verde. Ésta implica que
los consumidores incorporen hábitos cotidianos diferentes de
los actuales, más conscientes de los impactos ambientales y abiertos
a la solidaridad internacional para que el alimento sea de hecho un
derecho accesible a todos.
Siendo optimistas, podemos decir que esta última propuesta es
razonablemente sostenible. Se está organizando, de manera embrionaria
en todas las partes del mundo, a través de la agricultura orgánica
familiar, de pequeñas y medianas empresas, de la agricultura
ecológica, de las ecovillas y otras formas más respetuosas
con la naturaleza. Es viable y tal vez tenga que ser el camino obligatorio
para la humanidad futura.
Diciembre 9 2011.
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