Las transferencias del gobierno a las
universidades públicas llevan más de una década
congeladas. Pero ello no ha sido óbice para que se les haya
impuesto aumentar los estudiantes, en particular entre 2002 y 2006,
cuando crecieron en 58% y disminuyó el aporte del Ministerio
de Educación por alumno en 39% en términos reales. ¿Cómo
han compaginado una política calculada para presentarse como
generosa a la hora de cobrar políticamente la ampliación
de los cupos con lo cicatera que es a la hora de financiarla?
Primero, con mayores cobros a los estudiantes, incluso a costa de
excluir a las mayorías que no pueden pagarlos. El ejemplo clásico
es el de los posgrados de las universidades públicas, con matrículas
bastante más caras que las de sus pregrados, similares a las
de las instituciones privadas. También se ha impuesto la llamada
"venta de servicios", en muchos casos con vulgares negocios
sin ningún valor académico y auspiciando entre los profesores
el desdén por las verdaderas necesidades de la universidad
y del país, a cambio de pagarles más como contratistas.
Y en especial, atentando contra la calidad de la educación,
como lo ilustra el caso de la Universidad de Caldas, el cual se repite
en las demás. Allí los estudiantes aumentaron en 11.727
entre 2003 y 2007, un 35%, pero los docentes solo se incrementaron
12%, y para peor, sobre la base de cero por ciento de los de tiempo
completo y 65% de los catedráticos, quienes, como se sabe,
no pueden ser el pilar de una educación de buena calidad.
Aunque resulte obvio, para que la educación sea factor de progreso
debe ser de alta calidad, pues lo que desarrolla no son los títulos
que se obtienen sino los conocimientos que se alcanzan. En consecuencia,
la defensa de la educación pública obedece a que el
Estado es el único capaz de educar gratuitamente, con los millones
de cupos suficientes en cada tipo y nivel -para que por falta de plata
no se excluya a nadie que tenga capacidades- y, hay que remarcarlo,
de alta calidad, la cual es muy costosa de lograr. El problema con
la educación privada, además de que puede negar la libertad
de cátedra, es que solo puede ofrecer buena calidad con matrículas
muy altas, las mismas que apenas pueden pagar unos cuantos. Muy mediocres
tienen que ser las políticas de calidad educativa, en un país
lleno de pobres, donde la educación pública está
cada vez peor financiada y las universidades y los colegios privados
tienen el 50 y el 30 por ciento, respectivamente, del total de los
estudiantes.
Que la mediocridad de la educación es la línea del gobierno
de Álvaro Uribe lo confirmó Marco Palacio, su primer
rector en la Universidad Nacional de Colombia, quien impulsó
una reforma para adecuarla al "libre comercio" insistiendo
en su privatización: no incremento de los aportes oficiales,
costos prohibitivos para los pobres, venta de servicios, fines perversos
para el sistema de créditos, aumento de los profesores de cátedra,
nuevo reglamento estudiantil y menos años de los pregrados,
propuesta que justificó con la siguiente barbaridad: "Quizás
estemos 'enseñando demasiado', entregado un profesional que
supera los requerimientos del mercado".
(http://www.senadorrobledo.org/?q=node/2000015818).
La baja calidad de la educación se corresponde con el aparato
productivo mediocre y el pensamiento único que el "libre
comercio" le impone a Colombia. Porque si al país lo van
a especializar en la producción de materias primas agrarias
y mineras y en industrias maquiladoras de escaso nivel tecnológico,
si las trasnacionales se van a quedar con las principales empresas
y, como se sabe, estas no desarrollan sus necesidades científicas
aquí y si hay que repetir como loros lo que digan en Washington,
¿para qué educación de alto nivel? A los pocos
nativos encargados de administrar la dominación les bastarán
las universidades norteamericanas.
Tiene toda la razón el científico Rodolfo Llinás
cuando afirma: "El nivel de educación en Colombia es más
bajo de lo que debiera ser (
) Oigo con frecuencia 'estamos mejorando
paulatinamente' y eso no es verdad, nos estamos quedando atrás
comparativamente" (Lecturas El Tiempo, junio de 2008)
Así intenten ocultarlo, es a este desastre al que con razón
se oponen los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia y
del resto del país.
Coletilla: toda mi solidaridad con Alfredo Molano, cuya pluma democrática
pretenden acallar algunos de los Araújo de Valledupar. Su silencio
sería un triunfo de la tiranía.