NEOLIBERALISMO, MIGRANTES Y TLC


Jorge Enrique Robledo Castillo
robledoje@senado.gov.co

Decía el filósofo que “si la naturaleza es la madre de toda riqueza, el trabajo es el padre”, cita que cae como anillo al dedo para comentar dos dramas que son uno solo: las altas tasas de desempleo y empleo informal de Colombia y los millones que han tenido que desplazarse al exterior en búsqueda de poder ganarse la vida honradamente, más que por la violencia, como reza la propaganda oficial.

Además de las obvias razones de tipo social por las que debe buscarse el pleno y buen empleo, argumentos a los que son refractarios los encallecidos partidarios de la globalización neoliberal, darles trabajo productivo a los habitantes de un país resulta fundamental porque de él depende la cantidad de riqueza que se cree y esta es, inevitablemente, el fundamento del nivel de vida de los pueblos.

Cada colombiano que emigra es una pérdida para la economía nacional y una ganancia para el país adonde llega, y más si ni siquiera puede alegarse que Colombia padece por un problema de superpoblación. A estas razones debe agregársele que quienes se desplazan al exterior se llevan sus ahorros y que con ellos también se va todo lo que el país invirtió en formarlos, formación que les dio las bases que les permiten integrarse productivamente a las naciones más desarrolladas a las que les toca adaptarse.

Haciendo caso omiso del signo en lo fundamental negativo de la migración que se comenta, los neoliberales –empezando por Miguel Urrutia, el primero que habló en el país de los supuestos beneficios de la especulación– han salido a hablar maravillas del escandaloso aumento del desplazamiento al exterior que ha sufrido Colombia en los últimos años. ¿Su argumento principal? Las remesas que los millones de colombianos envían, las cuales ya suman tres mil millones de dólares al año, pues esas platas les alivian la pobreza a las familias que dejaron atrás. Que el gobierno silencie que tras los giros honrados de los migrantes se ocultan platas de origen ilícito no debe impedir que se analice cómo el neoliberalismo es capaz de convertir en negativo lo positivo que tienen las remesas de los colombianos de bien que trabajan en el exterior.

Es cierto que la solidaridad de nuestros compatriotas en el extranjero para con sus familiares es digna de todo elogio, tanto más cuanto a quienes la realizan no les sobran los recursos porque en casi todos los casos viven en un mundo de trabajo bien duro, altos costos y magros ingresos. Pero, de otro lado, esos recursos generan, no por culpa de quienes los envían y reciben sino del modelo económico, primero, revaluación del peso, que golpea la producción nacional al abaratar las importaciones y encarecer las exportaciones, lo que empobrece y aumenta el desempleo, y, segundo, un problema que si se quiere es más grave y que merece párrafo aparte.

Como en la economía que se padece, y empeorará si el gobierno firma el TLC con Estados Unidos, una porción cada vez mayor del gasto nacional no compra bienes generados en Colombia sino en el extranjero, una parte también cada vez más grande de las remesas se convierte en importaciones, las cuales golpean la producción nacional y generan el mismo empobrecimiento y desempleo que desplazó a quienes hacen los giros. Más aún: sin los millones de pequeñas partidas que llegan del exterior y que ya empezó a intermediar el capital financiero, habría colapsado el modelo de aumentar lo importado que se le ha impuesto al país, porque Colombia no está en capacidad de aumentar sus exportaciones en idéntica proporción. Triste condición la de estos compatriotas que, sin que puedan evitarlo, están siendo utilizados para ayudar a sostener las mismas políticas económicas que los desarraigaron y mantienen en la pobreza a sus familias.

Para completar la visión de esta ignominia, el gobierno de Colombia no hace nada por lograr el estatus de residentes legales de los millones de compatriotas que trabajan como ilegales en el exterior. Y, por supuesto, menos hace el de Estados Unidos, que sabe que esa ilegalidad presiona a la baja los costos laborales de los monopolios y que de ella depende que a los emigrantes les toque aceptar trabajos y salarios que los estadounidenses desprecian.

Bogotá, 6 de octubre de 2004.