LA REACCIÓN PRESIDENCIAL


Por Juan Manuel López Caballero

La reacción del Presidente ante el último atentado ha despertado más polémicas que el atentado mismo. La razón de esto es que no hay claridad respecto a qué motiva el comportamiento del Dr. Uribe, lo cual, como es obvio, causa toda clase de inquietudes.

En general, sobre lo que hay unanimidad es que ha hecho mal al no reconocer que una cosa es el problema de un proceso de Paz y una completamente diferente el tema del intercambio humanitario. Por eso aun los que aplauden y defienden la actitud de retornar al Uribe I objetan y cuestionan la decisión del rescate 'a sangre y fuego' de quienes la guerrilla tiene en cautiverio, ya que por esta vía las primeras y verdaderas víctimas del atentado son ellos y sus familiares.

La gran de mayoría de los columnistas y analistas ha visto una muestra del carácter temperamental e impulsivo del Dr. Uribe. Algunos han ido más allá y destacado en esto una falla grave en cuanto a la condición de estadista que debe caracterizar a un buen gobernante: se ha criticado la ausencia de una visión y un propósito definido cuando se producen cambios de política tan radicales, y se señala que eso implica que son la iniciativa, la actitud o las acciones de los subversivos las que imponen las políticas de Estado.

Otra interpretación más benévola dice que 'se rebozó la copa' o sea la paciencia y la buena voluntad del Mandatario, y que después de haber
intentado un camino diferente llegó a la conclusión que con la guerrilla no hay diálogo o acuerdos posibles. Esta explicación asumiría que es por resignación y en contra de su gusto que tiene que volver a la política de guerra total (?).

Otra posibilidad poco explorada -aunque sí mencionada- es que no sea alrededor de la temática de la guerra ni del problema humanitario que se toman las decisiones, sino de la imagen y de la popularidad del Presidente Uribe. El agotamiento y relativo fracaso de las expectativas que dieron paso al primer cuatrienio habrían obligado a cambiar de propuestas y de lenguaje para aparecer como un sincero "pacifista"; el posterior deterioro producido por los debates sobre el proceso con los paramilitares y los falsos montajes se evitaba con una cortina de humo como la "aproximación al intercambio humanitario"; y ante el desafío que significaba esta última acción guerrillera el péndulo de la opinión era favorable a un Uribe duro y no a un Uribe conciliador.

Otra opción sería que el Presidente nunca ha contemplado un Diálogo de Paz, y mucho menos un Acuerdo Humanitario mientras éste no le de ventajas en su política de confrontación. El manejo de imagen no tendría por propósito mantener una opinión favorable del Presidente sino correspondería a una estrategia necesaria para tener más libertad para seguir la guerra: legitimarla mostrando la "buena voluntad" como Gobierno, y la mala voluntad de la subversión. O se sometía la guerrilla a un cese de hostilidades que no había aceptado, o cualquier acto que produjera serviría de pretexto para acabar con la política de conciliación que desagrada al Dr. Uribe.

Por último, ante el aparente respaldo que obtienen el Presidente y sus políticas, los antiuribistas extremos, indiferentes respecto a las razones o interpretaciones de porqué se toma esa decisión, se limitan a la pregunta de: ¿a quién benefició el atentado?