LA SALIDA DEL MINISTRO DE DEFENSA
Por Juan Manuel López Caballero

 

La mala costumbre de fijar la atención y la responsabilidad en los individuos dejando de lado el contexto en que se suceden los hechos alrededor de ellos ha hecho que se considere que el Ministro Rivera tuvo que abandonar su cartera por una mala gestión o por unos malos resultados.

Este caso es interesante porque muestra hasta qué punto es irrelevante lo que puede hacer un Ministro en comparación a los otros factores de los cuales depende.

Rivera comenzó su ascenso a ese puesto al abrir la puerta o convertirse en el ejemplo de cómo pasar del partido liberal al uribismo. Convencido por José Obdulio Gaviria de que podría ser el Vicepresidente de Uribe en el caso de una segunda reelección, adquirió derechos dentro de ese grupo.

Así con la imposibilidad del tercer periodo pasó a ser el aporte supuestamente liberal a la campaña de Santos -en contra o en disidencia del candidato oficial Rafael Pardo, pero siempre de la mano de Gaviria, el César del partido-.

Esos títulos lo llevaron a ser la cuota ministerial del uribismo y el gavirismo en el Gobierno de Unidad Nacional. Lo significativo es que su función fue la de simbolizar la continuidad de las políticas de Uribe en el Ministerio de Defensa. Y desde la operación contra el Mono Jojoy hasta las estadísticas de choques con la guerrilla y las bajas, capturas y deserciones causadas se debe decir que cumplió.

Pero iba acompañado de otros títulos:

Ante todo el de trásfuga, que, aun cuando puede servir de escalón para saltarse etapas, si no se hace en la condición de jefe de un partido sino de aspirante a líder, termina convirtiéndose en subalterno en otros grupos y siempre con la vocación de desechable, de elemento que nadie desea defender o respaldar.

Como se sabe también su expectativa era ser ministro de gobierno siendo la cartera de defensa destinada a Vargas Lleras. La influencia de Uribe alcanzó para vetar ese último nombramiento -que hubiera sido equivalente a dejar su política de 'seguridad democrática' en manos de su peor rival- y por el contrario Rivera apareció como el continuismo que el anterior mandatario podía bendecir.

Pero esto quedó en contradicción con lo que las fuerzas armadas esperan de quien debe ser su contacto en el gobierno; la falta de vocación y de experiencia en la materia lo hacían casi inaceptable para quienes pasarían a ser casi sus subalternos. Así lo prueba el contraste con la aceptación, casi aclamación con la que se ha recibido su relevo por quien solo tiene por antecedente sus vínculos militares.

Rivera se encontró con que era el representante de un Uribe enfrentado al nuevo mandatario, en el momento en que su padrino Gaviria también tomaba distancias, rechazado o por lo menos aislado de las mismas fuerzas que supone mandar, respondiendo sin ser culpable del malestar interno porque la comandancia no la ejerza un miembro del ejército.

Y Santos tiene claro que un puesto como hito en la historia se lo da cualquier clase de tratado con la guerrilla en la que se mencione la palabra 'Paz'. Y que ningún resultado de política económica o de relaciones internacionales lo diferenciaran de quienes lo antecedieron.
Por lo que representa y los mensajes que envía la salida de Rivera tiene mucho más significado que cualquier evaluación de su gestión.

Septiembre 8 de 2011.