JUEGOS DE MATEMÁTICAS Y DE PALABRAS


Por Juan Manuel López Caballero


L
os datos divulgados por las autoridades sobre baja de la tasa de desempleo y disminución del subempleo no coinciden con los de ninguna de las otras fuentes de información (Contraloría, Sindicatos, Universidades, Gremios, y Centros de Estudios). Tampoco con la percepción general de quienes por ninguna parte consiguen trabajo, ni, con escasas excepciones, con la de los que lo generan.
La explicación sería que estamos ante un juego de matemáticas: se toma la baja del 63% al 56% de la tasa de participación (la cantidad de gente activa en el mercado laboral); se aplica a dicha cifra el porcentaje que da un muestreo; y naturalmente el número total de desempleados es menor. El Gobierno dice: ‘el éxito de nuestras políticas hace que haya menos gente que necesita empleo (!!!)’. Otros analistas constatan que la prueba aportada por el gobierno -que el empleo tiene que haber aumentado porque hay hoy más afiliados a los fondos de empleados- demuestra lo contrario, ya que el total de cotizaciones efectivas ha disminuido, pues quien pierde el empleo sigue afiliado pero deja de cotizar.
Es algo parecido a la supuesta ‘creación’ de más de un millón de nuevos cupos en las escuelas porque un decreto ordena que cada maestro atienda 25 en vez de 20 alumnos, cuando simultáneamente, en la realidad, la mayoría del país sufre de altas tasas de deserción escolar.
Infortunadamente el juego que hace Gobierno con las presentaciones en cifras, también lo aplica a la semántica y la retórica.
Llama ‘Éxito en la mesa de donantes’ la reunión donde por tercera vez no se recibe ningún aporte, donde los potenciales donantes no donan sino plantean exigencias y quejas por las falencias de la política gubernamental.
Llama ‘Reivindicación de la autoridad del Estado’ la concentración de toda la autoridad en Uribe, o sea el desmonte de toda la institucionalidad del Estado, suplantándola por esta versión actualizada de ‘l’État c’est Moi’ (El Estado soy Yo)
Llama ‘Proceso de paz’ un trámite por fuera de cualquier contexto legal, manejado en forma arbitraria y autónoma, orientado a que conciliemos con la visión de quienes acudieron al paramilitarismo y compartamos su enfoque político, disminuyendo la carga económica de ese proyecto, pero legitimando las acciones violatorias de los códigos legales y humanitarios, y consolidando sus resultados militares, económicos y políticos (valga la aclaración que es esto lo que genera rechazo y oposición, no la posibilidad de una real desactivación de esos grupos).
Llama ‘Seguridad’ y lo que es peor ‘democrática’ una situación donde ''El número de ataques de la insurgencia en los dos primeros años de Uribe (900) es casi igual al total de las acciones de los cuatro años de Pastrana (907)'' (‘Seguridad y Democracia’); donde “Al menos 287.581 personas, que integran en promedio 61.182 hogares, fueron desplazadas en Colombia durante el año 2004, en el contexto de una crisis humanitaria crónica y sostenida,(…) con un incremento de 38% sobre el año anterior”. (Informe de COHDES); donde según ASFADES, en 2003 hubo 1.800 desapariciones forzadas, con un aumento notable en el 2004, aún sin precisar por las mismas condiciones de inseguridad y amenazas que impiden incluso recibir las denuncias; donde como nueva modalidad de ‘pescas milagrosas’, se priva de libertad a cuatro inocentes para justificar la captura de un potencial culpable. Esto contra el logro de una reducción de menos del 10% homicidios y de secuestros políticos vinculados con el conflicto armado (Comisión Colombiana de Juristas y País Libre). (Estas ONG’s que suministran los datos son especializadas en sus respectivos temas, reconocidas nacional e internacionalmente, y no nacieron con el Gobierno Uribe ni cambiaron de metodologías para oponérsele).
Llama ‘terrorismo’ una figura con la que excluye la realidad del ‘conflicto armado’, cuando en cuanto al Derecho Internacional en lo penal (Estatuto de Roma) ella no existe, y en lo Humanitario ‘conflicto armado’ está definido tal como se da hoy en Colombia; y en el Derecho Interno aparece dos veces tal figura (ART. 144 y 343 del Código Penal), pero en ambas condicionada a la existencia del conflicto armado. Es decir, contrario al falso dilema de ‘terrorismo’ o ‘conflicto armado’, no puede hablarse de aquel sin el reconocimiento de este último.
El presidente utiliza la palabra ‘terroristas’ vaciándola de todo contenido concreto (ni siquiera lo relaciona con el propósito de producir terror) y omite cualquier marco de referencia para precisar de que habla (no reconoce, ni menciona, ni explica su ausencia de los códigos humanitarios o su tipificación en nuestro ámbito penal) para simplemente volverla sinónimo de ‘los malos’.
Así omite la obligación de buscar la liberación de los retenidos por la guerrilla, quienes, como lo señaló algún familiar, son ahora víctimas de la ‘seguridad democrática’ que les niega la posibilidad de libertad que obligan los códigos humanitarios.
O, cohonestando hasta cierto punto atrocidades como las de San José de Apartadó, decide desconocer las ‘comunidades de paz’ -alternativa deseable para la población civil en las condiciones de conflicto armado interno- reconocidas así por la ONU y apadrinadas por la Iglesia.
Con el argumento de que no existe conflicto armado se ‘desvisibilizan’ sus victimas, y usando el término virtual o mediático de ‘terrorismo’ se justifica prolongar y multiplicar ese conflicto y en consecuencia las victimas que él produce.
Todo lo anterior porque estamos es ante una propuesta de cambio de nuestra concepción de Estado; que corresponde a una visión -pero también a una estrategia-, que divide el mundo entre los ‘buenos’ y los ‘malos’; según la cual la función de los primeros es erradicar a los segundos; según la cual para eso se tiene la fuerza y el poder, y es mediante ellos que puede lograrlo; según la cual el fin justifica los medios, y por lo tanto códigos, principios, y en general las instituciones Políticas, de Derecho, o Humanitarias cuando son obstáculo para ese propósito deben ser desatendidas y/o reformadas; y obviamente, según la cual uno es el representante de los ‘buenos’ y quien tiene esa ‘misión’ en la vida.
Es lo que se llama el aire de los tiempos y hace coincidir a quienes en un cierto nivel justifican las motosierras y los negocios de droga; en otro acuden a la peor politiquería para la compra de votos y de consciencias, y la negación de la jerarquía de la Constitución y del Jus Cogens como marcos consensuales de obligatorio cumplimiento; y en otro reivindican el derecho a adelantar ‘guerras preventivas’ y crear reductos donde no rige ningún Derecho ni ninguna Justicia, como es la base de Guantánamo. Infortunadamente tanto un Castaño, como un Uribe, o como un Bush, mientras proyecten la imagen que representan a los ‘buenos’ y el ciudadano sienta que esa actitud lo favorece individualmente, reciben un respaldo ciudadano (eventualmente mayoritario) que es indiferente a los medios que utilicen. (Vale aclarar que para el ciudadano de la ‘América profunda’, que hunde sus raíces en los ancestros que por motivos de su fe religiosa se aventuraron a buscar un nuevo mundo, el ‘mal’ no solo existe sino debe ser combatido donde sea que se encuentre. El apelar a ‘los valores’ y a la ‘misión de la Nación’ le dio el triunfo a Bush y probablemente no él y su camarilla pero sí el habitante de cualquier pueblo del ‘middle west’ respalda las guerras de su país, con más convicción o fanatismo que quienes justificaban las cruzadas para acabar con los infieles. Para nosotros el ‘eje del mal’ es algo retórico, no así para ellos).
Para quienes conforman la oposición, los juegos de cifras y lenguaje del Gobierno cumplen un papel parecido al famoso cuento del emperador pero al revés… es un ropaje tan audaz y desafiante que llama al debate y así logra distraer la atención de lo que cubren: no estamos ante un potencial dictador autoritario, ambicioso, indiferente a los problemas ideológicos aun cuando los utilice argumentativamente pero preocupado por el poder y la riqueza (y por lo tanto transable), sino ante un embrión de líder totalitario, generoso pero fanático conducido por una ideología que pone en juego al mismo tiempo todas sus habilidades y todas sus convicciones para cambiar nuestra concepción de Estado.