DESPEJEMOS, PERO LA MENTE


Por Juan Manuel López Caballero

Con un gran lanzamiento y despliegue mediático, el exministro de agricultura ha esgrimido como caballito de batalla para su campaña el 'no al despeje'.
Me da la impresión que en algo se parece a los que aún se visten de 'hell demons', motociclistas de los 60's que usaban chompas de cuero con estoperoles metálicos para impresionar con su imagen de duros a las mujeres.

Quiero decir que está algo fuera del tiempo; lo malo en este caso es que muchos de sus conciudadanos y de los medios de comunicación siguen situados como él en la misma temática y la misma época en que el debate sobre el despeje era pertinente.
Hoy la situación, los protagonistas, y los objetivos que giran alrededor del cuento del despeje no tienen nada que ver con el famoso 'Caguán' con el que tratan de identificarlo.

Puede ser que, como estrategia interna dentro de su partido, para la precandidatura Arias sea conveniente recordar permanentemente que bajo el Dr. Andrés Pastrana se dio esa política que tantas frustraciones y problemas ha traído. O puede ser que sea solo una forma de hacerle el favor a su líder de atacar indirectamente el ala pastranista del partido conservador y propiciar la división interna de esa colectividad.
Pero desde el punto de vista del resto del país es conveniente tener claridad respecto a que ese tema nada tiene que ver con el hoy, y que gira alrededor de peleas contra el pasado.

El 'despeje'-entendiéndose como identificado con el Caguán- fue para adelantar unas supuestas conversaciones de paz, sin definición en el tiempo, ni en la metodología, ni en las atribuciones de los responsables de adelantarlas.

Desde el punto de vista del gobierno, fue más una campaña mediática para promover la imagen del entonces presidente, al punto que se creyó que podía llegar a merecer el premio nobel de la paz (Y pareció incluso que ese fuera el objetivo).
Para la insurgencia, según se ha deducido a posteriori, fue una estrategia para consolidar fuerzas y rearmarse para una segunda etapa, cuando consideraban que por los avances obtenidos podía confrontarse de igual a igual con el establecimiento y dar el paso para desafiar de frente a sus fuerzas tanto en lo político como en lo militar.

La situación militar correspondía al momento en que la posición de la guerrilla había sido la más fuerte y exitosa, habiendo tenido victorias en las batallas y tomas de pueblos, con captura de risioneros y con una imagen de vencedores potenciales que hasta entonces nunca habían logrado.

El tema hoy no es los diálogos de paz sino la liberación de quienes retenidos por las FARC se están pudriendo desde hace años en la selva. No se negocia un sitio donde puedan recogerse las fuerzas alzadas en armas dentro de una disminución de las acciones bélicas, y por eso no se trata de 42.000 hectáreas sino de 300 hectáreas; por eso el espacio de tiempo no sería indefinido, dependiente del avance mismo de las conversaciones, sino con fechas fijas, del orden uno o dos meses según lo que se había hablado. Tampoco sería un sitio de recreo o de turismo, como aquel escenario donde llegaban invitados de toda clase, sino el espacio físico necesario para que los negociadores puedan tramitar los términos de un acuerdo reducido a un tema concreto. Y, a diferencia del mecanismo de mesas públicas donde cualquiera podía ir a hablar de cualquier tema, aquí y ahora lo que se sentarían serían dos partes con un propósito único y con representantes con facultades definidas para concertarlo entre ellas.

Los protagonistas principales ya no son los mismos. A título de las personas desapareció 'Tirofijo' y con él 'Manuel Marulanda', y aquel campesino Pedro Antonio Marín al que le bombardearon su casa matando sus marranos y lanzándolo a una guerra para reivindicar su derecho a la tierra; y hoy funge como vocero, y eventualmente cabeza pensante, un ideólogo que debería tener más perspectiva y más distancia del problema que el tema de la tierra y la vía armada. Ya no es la misma guerrilla prepotente y sintiéndose victoriosa que veía el poder al alcance de la mano; hoy es una fuerza armada replegada, que entiende que el poder mismo no lo va a alcanzar por la vía de las armas y que la obstinación en tal camino, y sobre todo el perseverar en usar lo que las autoridades han logrado que se vea como 'secuestro', no les conviene; ya no buscan usar a los retenidos para imponer una negociación al gobierno, sino liberan a los civiles, guardando a los cautivos miembros de las fuerzas armadas capturados en combate para se les reconozca la condición de partes en un conflicto armado, como lo define el Derecho Internacional Humanitario.

En el Gobierno no está un relacionista pendiente de cómo ve el mundo su figura sino un ser algo (o bastante) mesiánico; que si buscara algún premio o reconocimiento sería el de Nobel de la Guerra; que se ufana de ser capaz de romper relaciones con los vecinos para lograr los objetivos de su guerra (como lo dijo en sus recientes declaraciones sobre los comandantes perfumados, y como ya lo había mostrado con la captura de Granda en Venezuela o el bombardeo a Raúl Reyes en Ecuador) o de vincularnos a las que no tienen nada que ver con nosotros (como lo hizo al ser único país latino americano en apoyar la invasión de Bush a Irak).

El Caguán fue visto y usado por la guerrilla como una estrategia política y militar para lograr reconocimiento e imagen internacional y organizarse para continuar la guerra. Del otro lado, la ciudadanía en general y quienes de buena voluntad intentaron iniciar unos diálogos de paz pudieron creer que algo positivo se podría desarrollar de esos encuentros (aún si estaban conscientes que detrás no había una verdadera voluntad -con la decisión y los preparativos para llegar a un resultado-, sino un simple deseo -sin compromiso real, ni estrategias, ni acciones responsables para lograrlo-).

Hoy estamos en el extremo contrario: los cambios arriba descritos permiten abrigar la esperanza de una nueva orientación o una nueva apertura por el lado insurgente (así eso no sea una certeza y pueda ser solo apariencia o 'trampa'). Pero del lado del actual presidente lo que se ha manifestado es que el único propósito es 'matar la culebra'; es seguir la guerra hasta la rendición total, con el 'no a diálogos de paz', 'no al acuerdo humanitario', 'no al despeje', y, como consecuencia, no a la libertad de los retenidos en la selva.

Pero al mismo tiempo este mandatario se encuentra en el momento que tiene que mostrar resultados que compensen el abandono de aspectos sociales -salud, educación, empleo, vivienda- , de infraestructura -carreteras-, o lo que significan 4 millones de desplazados colombianos o la expatriación de otros tantos.

Tanto para sus eventuales perspectivas reeleccionistas o de continuidad de sus políticas, como por la ubicación que tiene ante el mundo dentro del contexto de lo humanitario, al presidente le conviene que los avances logrados en su guerra se vean orientados hacia metas más positivas, diferentes de solo 'más guerra'. Como lo sugirió Alana Jara, no puede ser que la 'seguridad democrática' corra peligro de desmoronarse porque se busque un intercambio humanitario o porque se haga el despeje que sería necesario para ello.
Febrero 24 de 2009.