No fueron pocas las veces que el Dr.
López Michelsen debió aclarar el sentido de su afirmación
según la cual a la guerrilla había que derrotarla antes
de poder entrar a negociar con ella.
Parafraseándolo respecto a que en cuanto al intercambio humanitario
las partes no buscaban un acuerdo sino una victoria, es recurrente
en el tema de la paz que quienes no buscan una solución sino
una rendición usen poner en su boca el argumento de que entenderse
con la subversión es un imposible y que el único propósito
debe ser llevar la guerra hasta su sumisión.
Personalmente creo que la insurgencia hoy no se alimenta de una ideología
ni de una protesta sino que es para el guerrillero raso un simple
camino de supervivencia, un empleo que se le presenta como alternativa
al rebusque, con la diferencia de que está en sus manos decidir
por esa opción, lo cual unido a la autoridad que le dan las
armas lo saca de un mundo de humillación del cual no hay muchas
otras salidas. Por eso tantos colombianos se alistan como paramilitares,
como insurgentes, como miembros de cooperativas de seguridad o incluso
se vuelven soldados profesionales; por eso se cambian fácilmente
de una organización a otra; y por eso con más de un
millón de hombres en armas es esa nuestra primera fuente de
empleo.
Y así, si el problema del país no nace de la existencia
de un Tirofijo o un Mono Jojoy (como tampoco nacía de Castaño
o de Mancuso), no depende de una victoria ni de un acuerdo con ellos
la paz de Colombia. No obsta esto para que sea necesario intentar
eliminar o disminuir ese factor de perturbación y para ello
puede servir el análisis del expresidente López.
Derrota puede o debe entenderse en el mismo sentido que seria para
ellos -es decir para la insurgencia - un éxito. Es decir que
siendo su objetivo alcanzar el poder para implantar un nuevo modelo
político (ya que la victoria militar es solo el medio mas no
el fin), derrota es la desaparición de esa posibilidad, bien
sea porque las condiciones no permiten concretarla o porque deja de
existir la opción del modelo diferente.
Esto último sucedió cuando con el fin de la guerra fría,
desapareció la propuesta del comunismo y en consecuencia perdió
la guerrilla lo que había sido su razón de ser. Infortunadamente
en lo que pudo haber sido una de las decisiones más costosas
para la población y para la historia de Colombia, el Gobierno
Gaviria (no se sabe si por voluntad del presidente o de sus generales)
opto por bombardear el cuartel de la comandancia insurgente en Casaverde
para lograr la victoria militar, en vez de buscar un acuerdo honorable
que permitiera la integración de quienes ya no tenían
objetivos o razones precisas para seguir una lucha por la vía
armada.
En vez de seguir el camino de Nicaragua, de Guatemala o del Salvador,
y adelantar procesos de acuerdos con la insurgencia escogimos el camino
del Perú, esperando lograr la paz mediante la victoria en la
guerra.
Parece difícil salir hoy de tal camino bajo el modelo Fujimori
- Montesinos que nos gobierna. Sin embargo vale la pena anotar que
hoy se dan no una sino ambas condiciones para intentar la negociación
con los rebeldes: relativamente aislados en lo político y en
lo militar, debe serles evidente que la toma del poder no es posible,
y expectativa de un modelo de estado propio ya no tienen; en cambio
las reformas a las cuales aspiran son las mismas que anhelan la mayoría
de los colombianos.