LA DERROTA DE LA GUERRILLA


Por Juan Manuel López Caballero

No fueron pocas las veces que el Dr. López Michelsen debió aclarar el sentido de su afirmación según la cual a la guerrilla había que derrotarla antes de poder entrar a negociar con ella.

Parafraseándolo respecto a que en cuanto al intercambio humanitario las partes no buscaban un acuerdo sino una victoria, es recurrente en el tema de la paz que quienes no buscan una solución sino una rendición usen poner en su boca el argumento de que entenderse con la subversión es un imposible y que el único propósito debe ser llevar la guerra hasta su sumisión.

Personalmente creo que la insurgencia hoy no se alimenta de una ideología ni de una protesta sino que es para el guerrillero raso un simple camino de supervivencia, un empleo que se le presenta como alternativa al rebusque, con la diferencia de que está en sus manos decidir por esa opción, lo cual unido a la autoridad que le dan las armas lo saca de un mundo de humillación del cual no hay muchas otras salidas. Por eso tantos colombianos se alistan como paramilitares, como insurgentes, como miembros de cooperativas de seguridad o incluso se vuelven soldados profesionales; por eso se cambian fácilmente de una organización a otra; y por eso con más de un millón de hombres en armas es esa nuestra primera fuente de empleo.

Y así, si el problema del país no nace de la existencia de un Tirofijo o un Mono Jojoy (como tampoco nacía de Castaño o de Mancuso), no depende de una victoria ni de un acuerdo con ellos la paz de Colombia. No obsta esto para que sea necesario intentar eliminar o disminuir ese factor de perturbación y para ello puede servir el análisis del expresidente López.

Derrota puede o debe entenderse en el mismo sentido que seria para ellos -es decir para la insurgencia - un éxito. Es decir que siendo su objetivo alcanzar el poder para implantar un nuevo modelo político (ya que la victoria militar es solo el medio mas no el fin), derrota es la desaparición de esa posibilidad, bien sea porque las condiciones no permiten concretarla o porque deja de existir la opción del modelo diferente.
Esto último sucedió cuando con el fin de la guerra fría, desapareció la propuesta del comunismo y en consecuencia perdió la guerrilla lo que había sido su razón de ser. Infortunadamente en lo que pudo haber sido una de las decisiones más costosas para la población y para la historia de Colombia, el Gobierno Gaviria (no se sabe si por voluntad del presidente o de sus generales) opto por bombardear el cuartel de la comandancia insurgente en Casaverde para lograr la victoria militar, en vez de buscar un acuerdo honorable que permitiera la integración de quienes ya no tenían objetivos o razones precisas para seguir una lucha por la vía armada.

En vez de seguir el camino de Nicaragua, de Guatemala o del Salvador, y adelantar procesos de acuerdos con la insurgencia escogimos el camino del Perú, esperando lograr la paz mediante la victoria en la guerra.

Parece difícil salir hoy de tal camino bajo el modelo Fujimori - Montesinos que nos gobierna. Sin embargo vale la pena anotar que hoy se dan no una sino ambas condiciones para intentar la negociación con los rebeldes: relativamente aislados en lo político y en lo militar, debe serles evidente que la toma del poder no es posible, y expectativa de un modelo de estado propio ya no tienen; en cambio las reformas a las cuales aspiran son las mismas que anhelan la mayoría de los colombianos.