URIBE: UN AUTORRETRATO


POR ANTONIO CABALLERO

"Agachadito, solapado, ordenando alguna acción ilegal…". Esta es una buena descripción del expresidente Álvaro Uribe. Y sin embargo pretende ser exactamente lo opuesto. Es la descripción hipotética que el propio Uribe hace para decir que él no es así. Sino todo lo contrario: "Yo soy combatiente de frente", "yo pongo las armas sobre la mesa", "yo no sé de trampas", "yo no sé de triquiñuelas", "yo no sé de seguimientos", "eso es ajeno a mí", "eso no es de mi personalidad". Todo eso dijo, con aire convencido, en la entrevista de televisión que le dio hace unas noches a Juan Roberto Vargas, director de Noticias de Caracol. Rara vez se habrá visto una tan elocuente, aunque involuntaria, ilustración del refrán 'dime de qué presumes y te diré de qué careces'. Uribe es así, y dice que no es así porque es así. Es diestro en el arte de invertir las situaciones, pasando de acusado a acusador como un contorsionista. Cambio de papeles que por arte de birlibirloque lo transforma en su antónimo: espiado en vez de espía, calumniado en vez de calumniador, perseguido en vez de perseguidor (grave caso este último en la psiquiatría forense, que lo considera peligroso para el orden público).

Nada muestra mejor el método paranoico de fabricación de la realidad que usa Uribe que un viejo incidente casi olvidado que desempolvó en su entrevista con Vargas. Aquel en que le dijo por teléfono a su amigote 'la Mechuda' que "le iba a pegar en la cara, marica", si seguía haciendo tráfico de influencias y chantajeando en su nombre a los extraditables presos. Contó en su entrevista con Vargas:

-Yo he estado preguntando desde que era presidente: ¿quién me interceptó a mí? Porque las interceptaciones contra mí salieron a la luz pública. Nada me han dicho.

Recordar aquel montaje le sirve ahora para reforzar su tesis de que son sus enemigos quienes lo espían a él, y no él a sus enemigos; como le sirvió en su momento, cuando hizo grabar primero y filtrar luego la conversación, para hacer creer que a) no aprobaba la corrupción de sus amigotes sino que les pegaba por ella; y b) que alguien tenía chuzado su teléfono.

Cabe preguntar, a posteriori, a) ¿por qué Uribe nunca le pegó en la cara a nadie, ni siquiera a 'la Mechuda'? Y b) ¿por qué nunca, ni antes ni después, se filtró otra conversación chuzada a Uribe?

En todo caso, él sigue asegurando que jamás hizo ni haría nada que no fuera "de conformidad con la ley", ni lo haría tampoco ninguno de los suyos, ¿la exdirectora del DAS María del Pilar Hurtado? No: es "una mujer proba". Pero, por si las moscas, por si ella cede al "chantaje" que según Uribe practica la Fiscalía, y si algo sucio se comprueba, queda abierta una puerta de escape: "Otra cosa es que lo hubieran hecho unos bandidos…". Será que María del Pilar no era tan proba mujer como le parecía a su jefe, del mismo modo que su antecesor en el DAS, que le parecía tan "buen muchacho", resultó convicto de asesinato.

"¡Que investiguen a ver qué bandidos hay detrás de eso!", clama Uribe. Pero cuando él mismo denunció la entrada de dinero del narcotráfico en la campaña presidencial de Juan Manuel Santos, y la Fiscalía investigó, llamándolo a declarar a él, se negó a colaborar con la justicia. Reconoció más tarde que no tenía ninguna prueba. Pero eso no le impide censurar ahora otra vez a la misma Fiscalía porque "no le presta ninguna atención a esa investigación". Uribe insiste en sus insinuaciones porque sabe, como Goebbels y como Laureano Gómez, que una mentira repetida no necesita demostración, y que de la calumnia siempre queda algo. Y persiste en un crescendo de injurias contra el presidente y el fiscal a ver si consigue sacarlos de sus casillas y hacer que le contesten con su misma moneda para poder entonces denunciar con esa prueba su cacareada "falta de garantías". Para salir corriendo a gritar agachadito, solapado, que la persecución que denunciaba era cierta.

Al día siguiente de la transmisión de su entrevista con Juan Roberto Vargas, Uribe corrió a decir que por habérsela hecho el periodista había recibido amenazas. El periodista dijo que no había recibido ninguna. ¿Cuál de los dos creen ustedes que miente?

Revista Semana, Bogotá, 8 de febrero de 2015.

 

     
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