EL FUNDAMENTALISMO Y LA AUTOCRACIA COMO EXPRESIONES DEL PODER


POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ

Su campaña fue un modelo de marketing político en que la consistencia y la claridad del mensaje fueron los aspectos determinantes. Se esmeró para que ese mensaje electoral calara en la ciudadanía mediante un ejercicio didáctico en el que utilizó frases cortas, ideas simples, cifras exactas, respuestas directas, actitudes magnánimas y ademanes finos.

De lo que se trataba era de "vender" a la opinión pública colombiana un líder enérgico, valiente y corajudo que no le temblara la mano para enfrentar a la guerrilla y derrotarla. Las circunstancias estaban dadas. El gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) había fracasado en su política de negociación con el grupo insurgente de las FARC y el país decepcionado que había apostado por un proceso de paz ahora cambiaba diametralmente de opinión y abogaba por la mano dura para enfrentar a la insurgencia.

Aparejada a la imagen de dirigente decidido a enfrentarse a la guerrilla a la que le achacó ser la causante en gran medida del desempleo y de la mayor parte de males de Colombia, se mostró a un hombre disciplinado, estudioso, eficiente, óptimo congresistas y excelente gobernador.

Con esos atributos, Álvaro Uribe Vélez que cabalgó durante la campaña presidencial de 2002 sobre el desprestigio de la administración Pastrana, atacando particularmente el frustrado proceso de paz con las FARC, fue subiendo paulatinamente en las encuestas hasta terminar ganando las elecciones en franca lid.

En poco tiempo la candidatura de Uribe se consolidó, pues venía de registrar algo más del siete por ciento de favorabilidad en las encuestas y faltando tres o cuatro meses para la realización de los comicios pasó a encabezarlas. Claro que para que se diera este fenómeno coadyuvaron de manera determinante los grandes medios de comunicación que prefabricaron una imagen renovada y técnica del candidato para convencer a la opinión de que el ex gobernador de Antioquia era el líder para el momento de crisis y desesperanza que afrontaba Colombia.

De esta manera, Uribe Vélez logró reinventarse como alguien distinto de lo que había sido su cuestionado pasado: un político mañoso de provincia con vínculos non sanctos con los gamonales Guerra Serna, los narcotraficantes Ochoa, los dueños de avionetas, los enemigos de la extradición, el general Rito Alejo del Río, el "pacificador" de la zona roja de Urabá, y con las criticadas organizaciones de autodefensa Convivir.

Esos antecedentes tanto el país político como el país nacional los conocía, pero no importaban ni importan ahora. Al fin y al cabo una sociedad pacata como la colombiana que ha convivido por más de tres décadas con la informalidad no puede escandalizarse que un dirigente de la política tradicional haya estado inmerso en ese ambiente. Más aún cuando en un país resquebrajado institucionalmente, con altos índices de criminalidad, de concentración del ingreso, de falta de oportunidades, de desgobierno y con una cultura del pillaje, lo normal es la informalidad.

Por eso es hipócrita atacar a Uribe Vélez por sus andanzas de antaño. Lo que es criticable son sus posturas farisaicas de mostrarse como un ejemplar e impoluto dirigente y un estadista de alto coturno.

Uribe es sin lugar a dudas, un buen producto de marketing que tiene la capacidad y la audacia de cautivar a la opinión. Posee un halo que le permite conquistar auditorios. Es más mensaje que contenido. Si se quiere explicar en lenguaje llano, se puede afirmar que es un eficaz culebrero paisa.

A esa singular manera de engatusar se debe en gran medida su triunfo en las elecciones presidenciales de 2002, pues mientras Uribe consiguió llegar en forma directa y contundente con su discurso, sus contendores no lograron endulzar el oído a la opinión pública y se quedaron con un mensaje lleno de lugares comunes.

El estilo de comunicación de Uribe y el manejo que le da a los medios electrónicos han sido eficaces. En los primeros dos años de gobierno, cuando se escribe esta crónica, su gestión es muy cuestionable por cuanto los indicadores sociales y económicos siguen siendo críticos, va por una cuarta reforma tributaria y ha polarizado al país con su empeño de reelección inmediata. Pese a ello su popularidad sigue incólume y alcanza el 75% de favorabilidad en los sondeos de opinión.

CONCEPCIÓN ABSOLUTISTA DEL ESTADO COMUNITARIO

Al llegar a la Presidencia de Colombia, Uribe Vélez ha buscado por todos los medios satisfacer en grado superlativo la pasión del poder, lo cual es peligroso porque dadas sus desmedidas ambiciones, puede arrojar al país al precipicio.

Su empeño por quedarse hasta el 2010 en la casa de Nariño y la profundización de las políticas neoliberales muestran un cuadro más que preocupante.

Sin embargo, la desinstitucionalización por el desconocimiento del Estado Social de Derecho y el desprecio por el respeto de los derechos humanos que ha ocurrido en Colombia con el gobierno de Uribe Vélez no debe sorprender a nadie y menos a los propios colombianos, habida cuenta que se conocía de antemano la concepción política de derecha así como el perfil sicorrígido del mandatario paisa y, sobre todo, la cultura caballista de la que procede.

Si algo hay que reconocerle a Uribe Vélez es que tuvo franqueza desde la campaña presidencial de anunciar una estrategia de tierra arrasada para "eliminar a la guerrilla", una política de "entendimiento" con los grupos paramilitares y sumisión total a los dictados tanto de Estados Unidos como del Fondo Monetario Internacional. En definitiva, guerra y profundización del modelo neoliberal han sido las prioridades fundamentales de Uribe.

Fueron sus propios contendores como Horacio Serpa Uribe y Noemí Sanín Posada que paradójicamente terminaron de aliados políticos, quienes alertaron a Colombia del riesgo que se cernía para la democracia del país si ganaba las elecciones presidenciales el entonces cuestionado ex gobernador de Antioquia.

No en vano, la ex candidata Noemí Sanín señaló que "Si Álvaro Uribe gana la Presidencia de la República es como si ganara Carlos Castaño". (1) Y una vez en la Presidencia, Uribe muy inteligentemente designó a Noemí como su embajadora en Madrid, epicentro del uribismo en Europa hasta la derrota de José María Aznar.

Por eso no debe sorprender que Uribe Vélez en desarrollo de su gobierno haya sacado a relucir su estilo autoritario, su complejo mesiánico y su claro perfil fujimorista.

Uribe Vélez desde que llegó a la Casa de Nariño ha buscado reemplazar el Estado Social y Democrático de Derecho por el Estado Comunitario, una visión fascistoide de la organización política. Coincidencialmente muy similar al nombre que Hitler puso a su modelo político: "Comunidad del Pueblo".

En efecto, según esa concepción del mandatario paisa, lo que Colombia requiere es reeditar el Estado absolutista hegeliano basado en elementos como el orden, la autoridad y el imperio de la ley. Dentro de esa premisa, el ciudadano existe en tanto el Estado lo reconozca, y de la garantía de los derechos se pasa a la primacía de los deberes.

Y es en esa dirección que ha conducido al país, con la anuencia de los sectores más recalcitrantes de la derecha y del establecimiento colombiano. Estos sectores consideran muy compatible la política del Presidente con la grave situación de la nación, pues combina el autoritarismo con un falso asistencialismo social, en el que se privilegia la protección del gran capital y se exige la lealtad de los más pobres con discursos demagógicos y huecos que el Presidente pronuncia en reuniones de pueblo que denomina Consejos Comunales.

EL RENEGADO

Uribe Vélez es un renegado de la vieja política que en apariencia critica y combate. Se inició en la actividad pública ni más ni menos que en el nido clientelista de uno de los barones electorales más conspicuos en materia del tejemaneje burocrático como el dirigente antioqueño Bernardo Guerra Serna.

Gracias al padrinazgo de ese barón tradicional del liberalismo de Antioquia, Uribe logró escalar los diversos peldaños de la administración pública. Aprendió tan bien la lección de los intríngulis clientelistas y politiqueros de Guerra Serna que a poco de ingresar a su movimiento le armó disidencia e hizo tolda aparte. En los diversos puestos públicos que ocupó tanto en la administración seccional de Antioquia, como en la Alcaldía de Medellín y la Aeronáutica Civil, entre otros, supo "muñequear" muy bien las diversas circunstancias políticas y como buen dirigente que se respete, conoció como el que más la dinámica clientelista del sistema político y electoral colombiano.

Durante la campaña y en el ejercicio del poder Uribe ha renegado de ese estilo que practicó y se ha mostrado como un cruzado contra "la corrupción y la politiquería".

Desde un comienzo mostró su inclinación de gobernar con los representantes tecnocráticos y neoliberales del país frente al fracaso en la gestión pública de los dirigentes políticos.

Como éstos han demostrado no tener capacidad de gestión ni credibilidad pública, razón por la que en Colombia como en otros países latinoamericanos ha hecho carrera la "antipolítica" ante la crisis de los partidos, Uribe escogió a destacados asesores y servidores del sector privado y de las transnacionales como sus inmediatos colaboradores y, para disimular ese sesgo empresarial, designó algunos ministros con trayectoria pública, más tecnocrática que política.

Ese gabinete de claro tinte conservadurista funcionó medianamente gracias al respaldo electoral que obtuvo Uribe en las elecciones presidenciales. Pero comenzó a desmoronarse tras la derrota del referendo y el cansancio que mostraba un país tras el primer año de autoritarismo gubernamental.

EL FUNDAMENTALISTA

Perteneciente a una familia terrateniente antioqueña, educado en los mejores colegios de Medellín y en universidades extranjeras de prestigio como Harvard y Oxford, este abogado nacido en 1952, aficionado a los caballos finos y reputado como buen chalán, tiene una concepción política ultraconservadora. Durante su trayectoria pública ha defendido los intereses de los sectores oligárquicos y ha abogado por los del sector financiero.

Es un convencido de las bondades de su proyecto de Estado comunitario que se sustenta en elementos como la centralización absoluta del poder ejecutivo, el control y la disminución del Congreso, el fortalecimiento del aparato militar, la restricción de las libertades públicas y la reducción de los derechos y garantías sociales.

Como senador de la República sacó adelante leyes como la reforma pensional (Ley 71 de 1988), la reforma laboral (Ley 50 de 1990) y el Sistema de Seguridad Social (Ley 100 de 1993) que tienen como impronta una clara filosofía neoliberal y cuyo propósito ha estado dirigido a propiciar la más grande concentración financiera del capital tanto nacional como extranjero en desmedro de los sectores más vulnerables de la sociedad colombiana.

Estas disposiciones legales y la política económica que ha impulsado Uribe desde el gobierno han servido para que los grupos monopólicos y el capital financiero internacional se hayan apoderado de los fondos privados de pensiones y cesantías, al tiempo que indujo a que la salud se convirtiera en un negocio rentable y especulativo. Simultáneamente con estas políticas ha desmejorado las condiciones laborales de los trabajadores colombianos, mediante lo que eufemísticamente se conoce como flexibilización laboral. Es decir, se ha empeñado en adecuar la legislación laboral a las necesidades de los esquemas neoliberales, haciendo de los trabajadores una mercancía más sujeta a las leyes de un mercado libre de ataduras legales y sindicales.

Uribe ha defendido estas políticas señalando que constituyen la piedra filosofal para crear empleo.

En el plano personal es irascible, autoritario, terco, absorbente, astuto y calculador. En su afán por estar en todo y en todas partes, es detallista, meticuloso, regañón, tiene el estilo de un capataz o de un mayordomo. Exteriormente muestra una imagen de bonachón y altruista, pero en el fondo es ambicioso y urdidor. En síntesis es un lobo con piel de oveja.

Como para la sociedad colombiana el trabajo constituye un valor, entonces Uribe es un excelente ejemplo de laboriosidad, aunque su gestión de gobierno deja mucho que desear.

Su autoritarismo y su ansia de poder le descubren sus rasgos de dictador. A semejanza de Hitler que también llegó al poder democráticamente y mantuvo altos índices de popularidad, una de sus banderas ha sido la lucha contra el terrorismo que en la época del tercer reich lo constituía el comunismo. Para atacarlo, el autócrata alemán otorgó a la Gestapo, la policía secreta, facultades jurídicas extraordinarias, tal como Uribe buscó hacerlo con el llamado Estatuto Antiterrorista que declaró inexequible la Corte Constitucional en septiembre de 2004.

Otra de las políticas de Hitler fue la creación de grupos paramilitares o red de informantes como se llama en Colombia, salidos del partido nazi para que colaboraran con las autoridades en las redadas masivas que permitieran consolidar una especie de estrategia de "Seguridad Democrática".

Hitler contó con el apoyo decidido y definitivo de los medios de comunicación por eso la mayoría del pueblo alemán terminó convalidando el estado de terror. Algo parecido ocurre con el mandatario paisa.

En materia económica el Führer argumentaba que la crisis se debía a la presencia de extranjeros en el mercado laboral, mientras en Colombia Uribe se ha empeñado en hacer creer que los altos índices de desempleo se deben a la guerrilla y no a las políticas neoliberales que hicieron agua a lo largo y ancho de América Latina.

Es un defensor a ultranza de las bondades del libre mercado y de la necesidad de mantenerles los privilegios y darles todas las garantías y exenciones tributarias a los sectores financieros y empresariales, porque según Uribe, de esta manera se puede generar empleo. En la aplicación de esta receta ha sido dogmático. Está convencido, además, de que es un predestinado, y en afirmar esa convicción ha coadyuvado su camarilla palaciega que lo ha erigido como un hombre de mando, dispensado desde lo alto como el restaurador de la autoridad perdida y el conductor político que le hacía falta a Colombia.

EL SÍNDROME DE STALINGRADO

A partir de los comicios regionales de octubre de 2003 las cosas cambiaron ostensiblemente para el gobierno de Uribe. La derrota electoral que la mayoría de los colombianos le propinaron a su referendo, que el propio mandatario y sus áulicos habían convertido en un plebiscito de respaldo a su gestión, determinó el comienzo del declive de la política del Presidente.

En las altas esfera del poder político se apoderó el síndrome de Stalingrado consistente en presentir que se ha desencadenado un proceso de dificultades que puede terminar en la derrota final y en el caso del gobierno colombiano en que sea una nueva frustración más para un sector del país que vio en Uribe Vélez a su Mesías.

Contaban los generales nazis de la Segunda Guerra Mundial que tras la primera derrota que sufrió el ejército alemán en Stalingrado por parte de los rusos, muchos de ellos fueron conscientes de lo que se venía era la catástrofe. Y así sucedió. Por eso es que hay quienes consideran que para Uribe la derrota del referendo es lo que a los nazis la debacle de Stalingrado. En otras palabras, el principio del fin.

Y es que lo grave para la política de Uribe no fue que no hayan pasado las 15 preguntas del referendo con sus intentos de congelación salarial y pensional y todo el paquete fiscal que se buscaba imponer por esta vía, sino el rechazo frontal de una gran parte de la población colombiana a su esquema neoliberal y a sus políticas alcabaleras. Es decir, el gobierno recibió un duro golpe a la legitimidad de su proyecto político. Eso se reflejó además en el ascenso de la izquierda a las posiciones del poder local.

Las consecuencias del resultado electoral no se hicieron esperar. En primer término quedó evidenciado que al gobierno de Uribe se le restó capacidad de maniobra y ello fue evidente por el cambio de estilo, pues los nuevos ministros que designó para las carteras del Interior y de Defensa son más dados al consenso, al diálogo, a las relaciones públicas en parte por su incapacidad política, lo que dista del talante de sus antecesores.

El Congreso ha adquirido mayor preponderancia y ha hecho valer su poder porque Uribe requiere ahora más que nunca de su bancada parlamentaria para que le aprueben sus proyectos legislativos.

El síndrome de Stalingrado ha seguido rondando en la Casa de Nariño, por cuanto que las dificultades y los tropiezos no han parado. El Presidente perdió a uno de sus más caracterizados escuderos el cuestionado ética, jurídica y moralmente ministro del Interior, Fernando Londoño Hoyos por sus arrebatos verbales. Luego no pudo imponer a su ficha política para llenar una vacante en la Corte Constitucional, lo que se consideraba clave y definitivo para la viabilidad de proyectos decisivos del gobierno. Y para rematar el año de 2004, este tribunal le declaró inexequible el draconiano Estatuto Antiterrorista, que era fundamental para Uribe en su política de "Seguridad Democrática".

Sin embargo y pese a estos tropiezos, Uribe ha demostrado que no es fácil de amilanar y en una actitud desafiante lanzó su llamativa idea de buscar la reelección inmediata para entronizarse en la Casa de Nariño hasta agosto de 2010.

EL OPUS DEI AL AUXILIO

Para ello y una vez amainado el temporal tras la derrota de los comicios de octubre de 2003, Uribe quiso dar un timonazo con ayuda directa del sector empresarial que fue decisivo en su elección y determinante en la financiación de la campaña en pro del referendo. No de otra manera se puede explicar la escogencia como ministro del Interior de un dirigente gremial anodino, sin mayor enjundia intelectual como Sabas Pretelt de la Vega, miembro activo del Opus Dei y devoto acérrimo de José María Escrivá de Balaguer. A esa misma línea conservadora pertenece quien fuera su segundo ministro de Defensa, Jorge Alberto Uribe Echavarría, sacado de la entraña empresarial paisa y representante de intereses financieros transnacionales.

Por eso es que en el caso de Pretelt de Vega su primera actuación como ministro del Interior estuvo enfocada a defender una criticada reforma tributaria cuyas exenciones proyectadas favorecen los grandes capitales y descarga en los asalariados, pensionados y los sectores medios de la población, el peso del ajuste. Al fin y al cabo Pretelt de la Vega y su colega de Defensa son unos experimentados comerciantes que saben tasar el bien y el mal de los negocios a su cargo, y que lo mismo pueden ayudar a crear adehalas impositivas que la compra ventajosa de las existencias de su haber, sin que la mano izquierda se percate de cuanto ejecuta la derecha.

Tanto el empresariado neoliberal colombiano como el Opus Dei se han comprometido con Uribe Vélez a prestarle su concurso activo y decidido para que logre su propósito de reelección inmediata y saque sin mayores obstáculos en el Congreso medidas como la llamada Ley de alternatividad penal que no es más que un eufemismo para amnistiar a las bandas de paramilitares que por años se encargaron de hacerle el mandado de guerra sucia al Estado colombiano y dejar impunes los crímenes de lesa humanidad que han cometido.

Con Uribe en la Presidencia, el Opus Dei que por muchos años ha desarrollado una labor silenciosa en Colombia, cuenta ahora con poder político pues buena parte del equipo de gobierno gira en su órbita como en los mejores tiempos de la España franquista.

Además del Presidente que es simpatizante de esa organización, su ministro de Transporte, Andrés Uriel Gallego, habita en un convento del Opus Dei en Bogotá. De la misma manera han hecho gala de su estrecha vinculación a esta conocida secta de ultraderecha y de dudosas componendas políticas y financieras internacionales, además de Pretelt de la Vega, el director del Plan Colombia y de la Red de Solidaridad, Luis Alfonso Hoyos Aristizábal, el Jefe de Prensa de Palacio, César Mauricio Velásquez, y el ex secretario general de la Presidencia, José Roberto Arango.

LA DESMEDIDA AMBICIÓN DE PODER

Engolosinado con unas encuestas de popularidad que le dan un 75 por ciento de respaldo a su gestión, Uribe que se asemeja a los Pastrana por su megalomanía, se dio a la febril tarea de buscar su reelección presidencial a cualquier costo y con unas mayorías prefabricadas en el Congreso, logró reformar la Constitución para quedarse otros cuatro años en el poder.

En este propósito el gobierno de Uribe no ha ahorrado esfuerzos: desconoció las reglas de juego democráticas como lo señaló el ex presidente Andrés Pastrana; compró respaldos parlamentarios a punta de burocracia y puestos diplomáticos para los familiares de los congresistas; propició la división de los partidos tradicionales; trató de manipular cifras estadísticas del DANE que dejaban mal parada su estrategia nacional de seguridad ciudadana, y comprometió a los sectores plutocráticos colombianos dueños de los medios de comunicación para que lo acompañen en esta aventura y manipulen la información.

Dos analistas como el sociólogo y periodista Alfredo Molano Bravo y el ex canciller Augusto Ramírez Ocampo llamaron la atención sobre el peligro institucional que se cierne para Colombia con la pretensión reeleccionista de Uribe.

Para Molano, la búsqueda de la reelección significa "el afianzamiento de una hegemonía que es bastante autoritaria y despótica. Constituye una autoelección por los métodos que se han utilizando, lo cual es una muestra de lo más clásico y chapucero de los clientelismos. El establecimiento colombiano está seguro de que es el último capítulo y que se requieren seis u ocho años para derrotar la insurgencia y que así se acaban todos los problemas sociales. Pero de esta manera se está abriendo la puerta a la dictadura". (2)

Ramírez Ocampo considera que la ambición del Presidente es un antecedente muy grave para la democracia, puesto que "alterar las reglas de juego en la mitad del partido es técnicamente un golpe de Estado. Eso es como si en un partido de fútbol entre Millonarios y Santa Fe el árbitro resuelve que para el segundo tiempo Millonarios entre con cinco jugadores y Santa Fe con 22". (3).

"FUJIMORIZACIÓN"

Colombia, en opinión de varios politólogos, va por la senda de la "fujimorización", ya que bajo el gobierno de Uribe, se está repitiendo, política e institucionalmente la formula aplicada en la década de los noventa por el ex presidente peruano Alberto Fujimori

La "fujimorización" consiste en el populismo, la militarización, el ensayo de derrotar a la guerrilla, el intento de adaptar la legislación a los tiempos de guerra para permitir la acción de las Fuerzas Armadas, el recurso de optar medidas extraordinarias para evadir la institucionalidad como el referendo o el plebiscito, el intento de constituir un partido o movimiento propio que reemplace las colectividades tradicionales y el empeño obsesivo por la reelección. Institucionalmente es un camino semejante al de Fujimori.

Pero el caso colombiano tiene una connotación más grave que la experiencia peruana porque es otra época. Es la época de la lucha antiterrorista internacional y de la doctrina de Seguridad del presidente Bush que permite y legitima el ataque preventivo, la invasión a países por simple sospecha y todo esto que ha sido cuestionado internacionalmente, Uribe lo ha recogido y lo ha aplicado para Colombia.

La historia reciente de varios países de América Latina enseña que para que haya un proceso político progresista y de avanzada social se requiere haber pasado por dictaduras o gobiernos de ultraderecha que han sido servidores obsecuentes de Washington y la sociedad colombiana comienza recién a pagar esa costosa cuota.

La crisis política y social que vive Colombia llevó a sus habitantes en el desespero y en la desesperanza a optar por un líder de ultraderecha como Uribe Vélez alineado en el concierto latinoamericano como el que más frente al gobierno de Estados Unidos.

La iniciativa de reelección inmediata constituye una grave amenaza para el proceso democrático colombiano porque todo el esfuerzo hecho para fortalecer los partidos como sustancia de la democracia, se echa por tierra. Personalizar el poder antes que institucionalizarlo es un riesgo del cual se habían librado ya las democracias latinoamericanas. Al fin y al cabo el poder tiende a pervertir y los hombres que se creen providenciales como Uribe Vélez, a diferencia de las instituciones sólidas, tienen el riesgo de la fragilidad humana.

Este retroceso es una clara muestra de subdesarrollo político que en el caso de Uribe se sustenta en su complejo mesiánico y caudillista, pues está convencido que él y solo él puede convertirse en el salvador de la desheredada Colombia y refleja su concepción fundamentalista, desconociendo las funestas experiencias históricas que muestran que los intentos por mantenerse en el poder a toda costa han terminado en dictadura y reventando los aparentes liderazgos de los mandatarios que han osado atreverse a tal aventura.

"Un fundamentalista es, en definitiva, un integrista, alguien tan convencido de que tiene la razón que está dispuesto a imponerla a los demás, para el bien de ellos, y que no ha de reparar en métodos a la hora de hacerlo…El comportamiento mesiánico de los fundamentalistas democráticos hace que frecuentemente se deslicen hacia el populismo y la demagogia, descaros que mucho tienen que ver con el autoritarismo". (4).

No obstante el Presidente colombiano y sus áulicos están convencidos de que tienen las mayorías populares y basan su concepto de democracia en ese hecho. Si bien la regla de la mayoría en las urnas concede legitimidad para gobernar, ello no otorga el conocimiento de la verdad revelada.

La democracia es mucho más que eso. Es equivocado concebir que la democracia simplemente se limita a ser el gobierno de la mayoría. No, democracia es un sistema político, que no ideológico, que propende por el consenso general de los ciudadanos, respeta la igualdad ante la ley, el derecho de las minorías y garantiza un mínimo de oportunidades.

Pero Colombia simplemente tiene una democracia de caricatura y el fenómeno político de Uribe obedece a que las tragedias sociales que afronta este país allanan el camino a la demagogia, y la historia demuestra que los demagogos nunca tienen soluciones a fondo para combatir la desigualdad, sino habilidad retórica y gestual para edificar sobre ellas poderes inexpugnables.

Notas:

1. El Tiempo, Bogotá, 24 de abril/02, página 9.

2. Uribe Vélez está encauzando a Colombia hacia una dictadura. www.cronicon.net.

3. No se pueden cambiar las reglas del juego presidencial. Entrevista con Augusto Ramírez Ocampo, realizada por Edulfo Peña. El Nuevo Siglo, Bogotá, 10 de mayo de 2004, página 6.

4. Cebrián, José Luis. El fundamentalismo democrático, Editorial Taurus, Madrid, 2004.


Tomado del libro Crónicas negras del Poder, Uniediciones, Bogotá, febrero de 2006.

 

     
EL DESPLAZAMIENTO FORZADO DE COLOMBIANOS HACIA ECUADOR EN EL CONTEXTO DEL PLAN COLOMBIA