EL BICENTENARIO

POR JUAN DIEGO GARCÍA

Latinoamérica y el Caribe constituyen un área tan diversa en culturas y niveles de desarrollo económico que siempre es un riesgo enorme construir generalizaciones que tengan alguna validez. Existe sin embargo un elemento común que está íntimamente ligado a su origen como colonias: su incapacidad para constituirse en entidades modernas, en sociedades vertebradas, económicamente viables y para las cuales el ejercicio de la soberanía nacional sea algo más que simple retórica, esa que ahora fluye a raudales con motivo de la celebración del Bicentenario de las declaraciones de independencia de España. En efecto, de un vínculo colonial de tres largos siglos la región pasa a depender de Inglaterra en condiciones muy similares para luego caer en la órbita del nuevo y pujante imperialismo de los Estados Unidos, un rol que en la actualidad éste comparte a su pesar con Europa, China, Rusia y otras economías emergentes. La estrategia neoliberal de las últimas décadas -aún hegemónica en la región- lleva la dependencia a la supeditación plena de estas sociedades (y no solo de sus economías) al sistema capitalista mundial como complementos menores, como simples suministradoras de materias primas, mercancías de escaso valor añadido, agua, combustibles, el tesoro incalculable de su biodiversidad y, por si fuera poco, como exportadoras de mano de obra barata hacia a los mercados metropolitanos. O sea, con la finalidad de reforzar y perpetuar la actual dependencia.

En efecto, ajenos estos países a un desarrollo capitalista normal se convierten en consumidores de la producción excedente del mundo rico y en demandantes obligados de los productos culturales de más bajo nivel, de una basura cultural que destruye las señas de identidad propias y refuerza los mecanismos de las nuevas formas de dependencia. En pocas palabras, un nuevo colonialismo que convierte a estos países en simples apéndices de las economías metropolitanas, en abastecedores de lo mejor que poseen (recursos materiales y mano de obra) a cambio de recibir desechos y sobrantes, o sea, "países cloacas", recipientes de la basura del capitalismo desarrollado.

Poco que celebrar entonces en términos de real independencia. Porque los discursos solemnes, los desfiles de ejércitos que tienen muy poco de nacionales, las declaraciones altisonantes y los múltiples festejos que se llevan a cabo no consiguen ocultar la verdadera naturaleza dependiente de estas sociedades, una condición nunca superada y que, por el contrario, tiende a perpetuarse esta vez de manera mucho más orgánica a través de estrategias como el ALCA o su versión encubierta en forma de tratados de libre comercio tras las enormes dificultades que tuvo Washington para extender a otros países el modelo del NAFTA aplicado a México con las consecuencias ya conocidas. La "apertura", esa nueva versión del viejo librecambio impuesto por Occidente al mundo periférico en el siglo XIX, sería la culminación de las políticas neoliberales que llevan al desmantelamiento de la industria nacional y su reemplazo por las "maquilas", la venta de las empresas nacionales, en especial aquellas del sector público que nacieron al calor de los proyectos desarrollistas y nacionalistas del pasado (banca, industria, energía, telecomunicaciones, agua, salud, etc.), el debilitamiento la educación pública y el fomento de su privatización, la renuncia a la investigación científica y al desarrollo tecnológico propio y, mediante la abolición de toda medida proteccionista, la invasión extranjera del mercado local que arruina a millones de trabajadores y empresarios del campo y la ciudad, forzados entonces a la emigración o la miseria. En el fondo, el regreso violento a las formas más primitivas de la dependencia clásica, de economías orientadas básicamente a la exportación, sin proyecto nacional propio, sometidas a los vaivenes de un comercio internacional que responde al interés de los países ricos y sin preocupaciones significativas por el mercado interno.

Nada de esto ocurre sin embargo sin la resistencia de los afectados. Si bien las elites han respondido complacidas -siempre tan obsecuentes con los imperios a los que ligan su propia supervivencia-, no ha sido así por parte de las clases laboriosas afectadas por unas medidas que solo favorecen a sectores minoritarios. El desarrollo de un fuerte movimiento nacionalista y popular en los últimos años con sonados triunfos electorales en algunos países de la región ha supuesto un retorno al ideario desarrollista, acompañado de avances considerables en salud, educación, reforma agraria y participación política, paralelos al esfuerzo de los gobiernos progresistas por recuperar la función del Estado y el control de las empresas estratégicas y los recursos naturales. El propósito de diversificar el tejido económico, la búsqueda de la soberanía alimentaria, el cambio de las instituciones sociales y políticas que han sostenido la dependencia tradicional, la búsqueda de nuevos socios y aliados en el mercado mundial, y de manera muy destacable, el esfuerzo por la integración regional (en sus diferentes manifestaciones) son todos pasos en la misma dirección: hacer de la independencia efectiva una condición indispensable para superar el atraso y la pobreza. Con diferencias y matices la oleada de gobiernos y movimientos populares en la región expresa la oposición al neoliberalismo, al proyecto de una nueva colonización. En este contexto la celebración del Bicentenario adquiere significados muy distintos en unos y otros países.

El discurso tradicional de las elites dominantes que da por cumplidas las reivindicaciones del movimiento anticolonial solo intenta esconder la real necesidad de una segunda independencia para romper el yugo del moderno colonialismo y alcanzar realmente la libertad, la independencia nacional y el bienestar de las mayorías. Porque lo cierto es que hasta ahora solo las elites, las oligarquías de siempre, han sacado fruto de aquella primera Independencia, consolidando y ampliando sus privilegios, los mismos que ya tuvieron durante la colonia. No es así para las mayorías pobres del continente para las cuales la Independencia apenas trajo alivio alguno. Más aún, en muchos casos (los indígenas, por ejemplo) la condición de súbditos de un lejano monarca se transformó en nueva sujeción odiosa a los criollos acomodados (mineros, hacendados, comerciantes, burócratas, alto clero) y a sus nuevos amos extranjeros, todos ellos tan o más crueles, tan o más perversos que las propias autoridades españolas, débiles y en decadencia. No fue por azar que resultara inicialmente tan difícil movilizar a indígenas, negros, mestizos y blancos pobres contra la corona española. Para conseguir la participación popular, entusiasta y voluntaria, tuvo que aparecer el genio de Bolívar y el concurso de los verdaderos patriotas quienes levantaron la bandera de la igualdad, la justicia, la liberación de los esclavos y el fin del trabajo forzado de los indígenas y proponer una verdadera independencia, no solo nacional sino continental, integrando a unos pueblos de pasado compartido y cuyo futuro no podía asegurarse sino mediante su unidad en aquel mundo convulso de las guerras coloniales.

Definitivamente, el Bicentenario no tiene el mismo significado para todos. Por eso no sorprende que en Argentina los indígenas marchen sin inconvenientes hasta Buenos Aires y dialoguen con la presidenta Cristina Fernández sobre sus problemas y reivindicaciones; tampoco que los indígenas de Venezuela desfilen orgullosos por Caracas para celebrar la Independencia, inclusive formando parte de la milicia de 35.000 combatientes populares organizados a propósito para defender el proceso revolucionario bolivariano. En contraste, entre el numeroso contingente popular que ha marchado en Colombia pidiendo una Segunda Independencia se encuentran diez mil indígenas que (como los demás) consiguen a duras penas llegar hasta Bogotá para celebrar a su modo esta fecha patriótica luego de superar mil obstáculos y la represión del gobierno de Uribe. Seguramente los marchantes de Colombia, acosados y perseguidos, no sienten como suyo al ejército que desfiló por las calles de Bogotá ni comparten el sentido que las autoridades locales dan al Bicentenario. Aquí y en todo el continente el pobrerío lucha por una segunda gesta libertaria, por una verdadera segunda independencia, esta vez para que sea algo más que una palabra hueca.

Julio 22 de 2010.