Una de las manifestaciones de la crisis en curso en el sistema
capitalista en el Viejo Continente ha sido el deterioro de los partidos
que tradicionalmente representaron respectivamente al capital y al trabajo.
La democracia cristiana, de una parte, y los partidos comunistas y socialdemócratas
de otra parecen haber perdido toda la energía y el vigor de otras
épocas.
Los demócratas cristianos abandonaron hace mucho tiempo el ideario
reformista de antaño y han devenido en una fuerza conservadora,
en el ala dura del modelo neoliberal. La socialdemocracia por su parte
ha experimentado un proceso similar de abandono ideológico al
punto que, con matices, representa hoy la cara amable del mismo modelo
neoliberal (o la menos lo intenta). Son excepcionales los partidos que
mantienen una cierta fidelidad a idearios que permitieron en su día
la creación del estado protector, un modelo de equilibrios entre
capital y trabajo y de bienestar básico asegurado a toda la población.
En su lugar, se procede a "americanizar" Europa, es decir
a imponer un modelo basado en enormes desigualdades y en el predomino
casi absoluto del mercado.
Por su parte, los viejos partidos comunistas, otrora la fracción
más combativa de las fuerzas obreras han ido perdiendo protagonismo
social y solo en algunos casos conservan la dinámica de antes
(los partidos comunistas de Portugal y Grecia, son seguramente los mejores
ejemplos de esto último). Los más destacados (Italia,
Francia y España) o se han disuelto o han quedado reducidos a
fuerza menores en el escenario político y electoral. El derrumbe
del Campo Socialista ha jugado sin duda un rol importante en este proceso.
Hay que decir, sin embargo, que en líneas generales estos partidos
practicaban una estrategia basada en las reformas del sistema, no muy
diferente de la llevada a cabo por los socialdemócratas. Ni siquiera
en donde había dictaduras fascistas (España, Portugal
y Grecia) los partidos comunistas llegaron a proponer algún tipo
de toma revolucionaria del poder.
Este panorama lúgubre en la izquierda tradicional contrasta notoriamente
con la creciente respuesta popular a las "reformas" aplicadas
en la Unión Europea, prácticamente en todos los países.
Mientras la izquierda tradicional (comunista y socialista) perdía
fuelle o desaparecía del panorama político los movimientos
sociales florecen con una fuerza sorprendente y en algunos casos han
llegado a convertirse en fuerzas parlamentarias de consideración.
Die Linke, en Alemania; el Partido Anticapitalista en Francia, Syriza
en Grecia y más recientemente Podemos en España han conseguido
ocupar buena parte del espacio electoral que antes correspondió
a la izquierda comunista y socialdemócrata.
El proceso afecta igualmente a las organizaciones sindicales (de todas
las tendencias) aunque al parecer en mucha menor medida.
El florecimiento de este movimiento popular en defensa de los logros
sociales y económicos en el Viejo Continente y que están
asociados sin duda al Estado del Bienestar es en algunas ocasiones un
proceso espontáneo, una reacción que termina por desbordar
los mecanismos tradicionales de la movilización y que al mismo
tiempo provoca la reacción del poder: proliferan las leyes "antiterroristas",
se limitan los derechos ciudadanos, se incrementa la represión
y se reducen drásticamente los derechos colectivos e individuales.
Se respira una atmósfera de intolerancia y miedo que trae a la
memoria de las gentes mayores otros días de ingrata recordación.
Bastante rápido estos movimientos parecen hacer consciencia de
los límites de la espontaneidad y por tanto de la necesidad de
organizarse. La madurez y la necesidad les lleva a superar los prejuicios
contra la acción política (seguramente muy justificados
a juzgar por el panorama de corrupción y descomposición
de los partidos) y a apostar de forma decidida por las vías parlamentarias
para, desde el gobierno, aplicar un programa diferente que empiece recuperando
lo perdido en derechos sociales, económicos y políticos
y abra alternativas a formas esencialmente diferentes al capitalismo.
A juzgar por sus proyectos, la mayoría de estas nuevas fuerzas
de la izquierda europea se decanta por alcanzar al menos el objetivo
inmediato de la reforma del sistema, sin entrar aún en el debate
sobre otras alternativas de futuro. Se trataría por ahora de
salvar la democracia y de recuperar el espacio perdido en todas las
esferas de la vida cotidiana. Otros grupos, seguramente por ahora minoritarios,
aunque están de acuerdo con esta estrategia para el futuro inmediato
entienden que no habrá solución de fondo si no se desmantela
el sistema capitalista como tal y en su lugar se construye un orden
nuevo, socialista, el único capaz de superar los retos que se
imponen: entre otros, superar la crisis económica, resolver el
reto medioambiental, conjurar el peligro inminente de una guerra mundial
y dejar atrás el deterioro ético profundo en el que han
caído todas las instituciones.
No es por azar que el revolucionario Karl Marx aparezca de nuevo en
escena con tanto vigor; tampoco lo es que en su programa inmediato de
reformas la nueva izquierda retome tantas ideas de Keynes. En ambos
autores parecen encontrar estos nuevos partidos una fuente de inspiración
válida, más allá de seguidismos empobrecedores
y de ortodoxias paralizantes.
Las propuestas de reforma de estas nuevas fuerzas sociales y políticas
son perfectamente viables, nada tienen de infantil o romántico
aunque suponen, eso sí, dar un vuelco radical a las tendencias
actuales en todos los órdenes. La situación actual y sobre
todos las amenazantes perspectivas de futuro lo ameritan no solo aquí
sino en todo el mundo.
Como sentenciaba en verso el gran poeta oriental: "Reina un gran
desorden bajo los cielos; ¡La situación es excelente!".
27 de octubre de 2014.