El señor de las moscas

DECÍAMOS AYER…
FERNANDO GARAVITO
jotamosca@hotmail.com

Siempre he pensado que la más famosa de las frases de fray Luis de León carece de sentido. La dijo, ustedes lo saben mejor que yo, cuando retomó su cátedra después de cinco años de ausencia, durante los cuales sorteó con varia fortuna la acusación de herejía elevada por sus enemigos ante el tribunal de la Inquisición. Pues bien: si ese notable “Decíamos ayer…” fuera cierto, si el hambre, los interrogatorios y las miserias de la mazmorra y la iniquidad de los carceleros hubieran pasado en vano, la historia no tendría sentido. “El propósito de abolir el pasado –escribió Borges en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne– ocurrió en el pasado y –paradójicamente– es una de las pruebas de que el pasado no se puede abolir. El pasado es indestructible: tarde o temprano vuelven todas las cosas”.

Sigamos entonces por ese camino. En el caso de fray Luis, el pasado volvió pronto y con fuerza demoledora en su causa de beatificación, durante la cual el papa de turno se negó a llevarlo a los altares (así se decía una vez: “llevarlo a los altares”), alegando que, cuando los restos fueron exhumados, su mortaja apareció horriblemente desgarrada. Los investigadores concluyeron que el candidato a santo fue enterrado vivo, lo que lo llevó al desespero.

Explicaron entonces que la condición esencial de la santidad es la paciencia y, sin más, ordenaron archivar el proceso. ¿Y qué querían? ¿Que se resignara y aceptara esa muerte horrible como un paso feliz hacia la gloria eterna? Si así fuera varios santos, entre ellos San Francisco de Asís, san Judas Tadeo, santa Teresa de Jesús, santa Bárbara bendita (la destituida patrona de las tormentas), nuestro san Ezequiel Moreno y la nueva beata, la ya casi santa Teresa de Calcuta, estarían en el más profundo de los infiernos. ¿Por qué? Porque a San Francisco lo desesperó el boato del pontificado y de las órdenes religiosas; porque a san Judas Tadeo lo desesperó la miseria de los ricos; porque a santa Teresa de Jesús la desesperó la pasividad de las mujeres; porque a santa Bárbara bendita la desesperaron los rayos y centellas que llovieron sobre su inocente cabeza; porque a san Ezequiel Moreno y Díaz lo desesperaron los liberales de su diócesis de Pasto; y porque a la casi ya santa Teresa de Calcuta, la desesperó el hecho de recibir la condecoración del Nene Doc sin el chequecito correspondiente.

Por eso, aunque este asunto de la santidad importe un pito, digo que quienes rechazaron a fray Luis en el proceso de marras se equivocaron de medio a medio. Fray Luis fue un místico de altos quilates, y el insignificante desgarramiento de un sudario no tiene porqué devaluar de un solo golpe su vida austera o su inspirada traducción del Cantar de los Cantares o su minuciosa Exposición del libro de Job, escrita, cómo no, en la cárcel, o sus inolvidables poemas (Noche serena, Vida retirada…) que muchos aprendimos de memoria bajo la férula de nuestros maestros. Todo lo cual no traduce que acepte sin más ni más el tontarrón “Decíamos ayer” que lo hizo famoso. Entre otras cosas porque hoy, cuando es difícil encontrar quien haya leído siquiera a trancas y a mochas su versión del Cantar, sobran quienes lanzan un “Decíamos ayer” cualquiera para pasar por eruditos. Cicerón Pecueca, por ejemplo, debe estar a punto de vociferarlo cuando lo exoneren por el asunto de INVERCOLSA. “Decíamos ayer que no soy testaferro”, gritará, y muchos pensarán que esa es la puerta abierta hacia su candidatura presidencial. O Morenito, que lo dirá cuando ponga la frente en alto después de que se acabe la incómoda exploración en torno al desafuero del Banco del Pacífico. “Decíamos ayer”, lanzará con su aire de inocencia, y todos quedaremos súpitos ante su impresionante estatura de estadista. Pero no iba a esto. Iba a que en el enredo de las palabras no se ha estudiado el meollo del asunto. ¿Fue fray Luis asesinado?

La tarea de adelantar esa investigación cuatrocientos doce años después del crimen, sólo podría emprenderla alguien como Enrique Santos Molano. Sin embargo, los indicios son clarísimos. Para comenzar, fray Luis era insoportable. Una vez fuera de la cárcel siguió con su incansable faena en contra de la Inquisición, y avanzó sin temor por la cuerda floja entre su posible calificación de hereje y su condición de excelso poeta. De otro lado, pese a todas las adversidades, jamás dio su brazo a torcer, y son esos temperamentos, precisamente esos temperamentos, los que se dominan por la fuerza. Y, por último, las causas naturales no podrían mantener un colapso por más de cinco días continuos, que fue el tiempo que se prolongó la ceremonia fúnebre. Planteo entonces como hipótesis que a fray Luis le aplicaron un somnífero, luego de lo cual, para castigarlo, lo enterraron vivo.

Años después, ante la insistencia de los agustinos que querían tener un nuevo beato con el único propósito de derrotar numéricamente a los franciscanos, los mismos enemigos ordenaron la exhumación del cuerpo. Ya sabían lo que encontrarían. Y lo encontraron. A partir de su desespero no hubo canonización, que es un proceso reservado a los avivatos de todos los tiempos, como la uva pasa esa que hasta no hace mucho vivía en Calcuta. Pero de la ya casi santa no queda nada, mientras que de fray Luis se conserva un vigoroso tronco poético, que se cuenta entre los mejores de la lengua castellana. Ahora, cuando el papa canoniza a todo el mundo (quien le rece a san José María Escribá de Balaguer que lance la primera piedra), sería posible intentar una reconsideración sobre esa medida a todas luces injusta. Fray Luis era un marginal, un ser distinto. Y esa diferencia no tiene por qué ponerlo por debajo de tantos Morenitos como los que abundan sin ton ni son en el santoral católico. En fin, todo esto para enlazar con lo que yo decía ayer.

Aunque jamás lo dijera, y jamás quisiera decirlo. * * * Desde la próxima semana reduciré mi lista de corresponsales de 540 a 250. Si por alguna razón usted no quedó en la nueva lista y quisiera estar ahí, le ruego escribirme en ese sentido. Si, por el contrario, quedó y no quisiera aparecer en ella, también le ruego escribirme para retirar su nombre de inmediato. Me parece que esta purga stalinista va a ser muy provechosa. Menos ex presidentes y políticos, y más jóvenes y trabajadores, esa es la consigna. Este artículo es el número 30 después de la censura (dC), y debió circular el 2 de agosto pasado, de manera que antes de ayer, 18 de octubre, tendría que haber enviado el número 41. ¡Estuve once semanas por fuera de la red!

Poco a poco trataré de ponerme al día, de manera que el 27 de diciembre lleguemos al número 52 y de ahí en adelante sigamos tan campantes. Digo: en caso de que sigamos.