El señor de las moscas
EL PAÍS QUE NO ERA PAÍS
Fernando Garavito


jotamosca@hotmail.com

Hasta no hace mucho, el país que es ahora país no había podido serlo. En efecto, entre todos nos habíamos encargado de mantenerlo a raya, de impedirle que tomara figura corporal como nosotros y se dedicara a cultivar garras y pezuñas. Pero, he aquí que ahora hace acto de presencia como un nuevo y agresivo habitante del vecindario, y comienza a dar órdenes, a modificar comportamientos, a señalar culpas, a desechar personas, a eliminar grupos, a castigar al que se atreva, a gritar por cualquier cosa, a sancionar ideas, a pegarle a los más chiquitos. Ese país se retrata de cuerpo entero en las gafas de sol de su excelencia, tan significativa y minuciosamente exactas a las de Pinochet en la oprobiosa fotografía de unos días después del golpe. Aparece también en las declaraciones triunfalistas, en la propuesta de una reelección que, sin saber cómo ni por qué, cabe en la cabeza de muchos que olvidan el trágico ejemplo de Fujimori, el descalabro de la Argentina, el fantasma que tiranizó durante décadas a la América Central y la sumió en el abandono. Ese país es una entidad ambigua, que se impone a través de un discurso donde no hay convicción sino miedo y donde el terror es la norma de conducta. En ese país se firma un tratado de paz con Castaño y su horda de delincuentes comunes, y se les ofrece perdón y olvido, sin contar para nada con el hecho de que es imposible olvidar, que es imposible perdonar sus crímenes. Esa especie de amnistía demuestra ante los ojos del mundo entero, que militares y paramilitares son la misma cosa, y que unos hacen de noche, con métodos más sangrientos, drásticos y eficaces, lo que los otros no pueden hacer de día. Ahí hay una confesión de parte, que los miembros de la mesa de donantes deberían tener en cuenta antes de ofrecer apoyo a un régimen que no lo merece. Está bien la declaración en torno a la crisis humanitaria y la impunidad que vive Colombia, pero está mal que venga adornada con tanto adjetivo calificativo que los medios destacan para ensalzar la figura del nuevo héroe.

Las mentiras de los medios hacen que en el país se tenga la idea de que la comunidad internacional es una nueva expresión, ciega, sorda y muda, de los tres miquitos del clásico pisapapeles. Pero no iba a eso. Iba a que este país que no era país hasta no hace mucho, no se indigna, no se mosquea, no protesta por el hecho de que el Estado considere como interlocutor a un grupo de narcotraficantes que nacieron en las entrañas de la organización de Pablo Escobar, de manera que el gobierno hace de las suyas y sigue tan orondo sobre la cresta de la ola de un prestigio mediático que maneja a punta de encuestas sinuosamente leídas. El último invento de El Tiempo es el más dramático de todos. Según sus dos mil lectores con acceso a la red, su excelencia es una especie de santo de palo, que no mata una mosca. Pero, como le dice Napoleón Franco a Óscar Delgado en un mensaje, allí sólo hay una acumulación donde nadie entiende nada y nadie saca conclusiones, lo que no obsta para que inclinemos la cabeza como corderos listos al sacrificio. En el país que hasta hace poco no había podido ser país, manda la información clasificada en el peor estilo de Édgar Hoover. Porque, si no es así, ¿de dónde acá el trato preferencial que la Fiscalía del señor de la cara de yo no fui le ofrece al coronel Royne Chávez, jefe de seguridad de Pastrana, involucrado en un delito común que debió ser sancionado hace mucho? ¿Qué sabe el señor Chávez, podría preguntarse cualquier parroquiano despistado, para que su caso reciba dilación tras dilación en búsqueda, posiblemente, de la preclusión definitiva? ¿Hay amenazas de por medio? En cualquier país, la actitud del fiscal habría provocado su estruendosa caída. Acá no. Acá somos acomodaticios y silenciosos.

Y cobardes. Nuestra actitud es la de Michín, al que no le importa que la mamita le de palo mientras se acuerde de él a la hora de la comida. Nadie entiende entonces, aunque todos entienden, que el país no se amarre los pantalones y proteste por la nube de vacas que pasan volando. Nadie entiende que no haya puesto el grito en el cielo por la inminente libertad de Luis Hernando Rodríguez, el ex director de Foncolpuertos, que defraudó a la nación en 22 mil millones de pesos. La explicación es sencilla: resulta que este país ya es otro país, uno que estaba hace tiempo agazapado y que ahora regresa triunfante. En este país (y en el otro, para qué les digo que no, si sí) la justicia se lava las manos: ¡prescribieron los términos! Y todos felices comiendo perdices, sobre todo Rodríguez, que podrá mandarlas preparar al vino. Aquí todo prescribe. Prescribe la ética, prescribe la justicia, prescribe el buen sentido, ¡prescriben los términos! Como van a prescribir los del negociado de TermoRío. Por ahora, alegrémonos de que los implicados gocen de libertad provisional. Felices ellos (Enrique Ramírez, Marino Zuluaga y Marlén Valderrama), que entrarán, por fin, a disfrutar de los sesenta millones de dólares que nadie encuentra por parte alguna. Con sesenta millones de dólares el país no tendrá sesenta puestos de salud en sesenta pueblos abandonados, pero doña Marlén podrá comprarse un bonito par de zapatos y otras chucherías en la Quinta Avenida. Para no hablar de la votación amarrada que se inventaron con el fin de sacar avante el referendo, con sus cargas de profundidad en materia económica, sin que nadie oiga las voces que claman en el desierto de una opinión pública inexistente. Y para no hablar de todo lo demás. Porque aquí, en el nuevo país, a contrario sensu, el que otorga calla. Y todos otorgan, para comer en silencio, satisfechos.