De
la radicalidad de las políticas neoliberales de las dictaduras
militares de los setentas, la ortodoxia del "tatcherismo" y,
en cierta forma, de la "reagonomía" en los ochentas [1]
, así como de los recetarios de los "programas de ajuste"
impuestos por el FMI en el marco de la crisis de la deuda, asistimos hoy
a la puesta en escena de una política neoliberal que, manteniendo
el discurso y la política del "libre mercado", se acompaña
de otros ingredientes, tomados en préstamo de nuevas corrientes
doctrinarias de la teoría económica, social y política.
En el presente trabajo se examina la metamorfosis neoliberal durante los
últimos tres lustros
El
Consenso de Washington: la fórmula neoliberal de los noventa
En América Latina, la crítica neoliberal al modelo de desarrollo
cepalino se tradujo en las políticas de reforma contenidas en los
programas de ajuste estructural. Tales programas tuvieron su apogeo en
la segunda mitad de la década de 1980, en el marco de la crisis
de la deuda. Precisamente en el año de 1989 se produjo una reunión
de balance de las políticas neoliberales y del ajuste estructural,
que contó con la participación de funcionarios del Fondo
Monetario Internacional, del Banco Mundial, del Banco Interamericano de
Desarrollo, miembros del gobierno y del congreso de Estados Unidos, el
comité de la Reserva Federal, think tanks de política económica
e intelectuales y tecnócratas (grupos de expertos) de diversas
partes del mundo [2] .
Los resultados de esa reunión fueron sintetizados por John Williamson
en un escrito publicado con el título "Lo que Washington quiere
decir cuando se refiere a reformas económicas" (1990). En
ese escrito se señalaron diez temas de política económica
con los cuales, según Williamson, Washington estaría de
acuerdo. Por "Washington" se comprendería "el complejo
político-económico-intelectual" [3] que asistió
a la mencionada reunión. De allí surge la denominación
Consenso de Washington que se ha difundido mundialmente.
Más allá de los aspectos formales, el Consenso puede ser
caracterizado como un programa político de síntesis de unas
propuestas de política neoliberal y de unas experiencias de políticas
de ajuste estructural que se homogenizaron y se pretendieron generalizar
en la forma de un recetario [4] .
Los temas del Consenso son:
Disciplina fiscal.
Cambios en las prioridades del gasto.
Reformas tributarias orientadas a buscar bases impositivas amplias y tipos
marginales moderados.
Liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés.
Búsqueda y mantenimiento de la estabilidad de precios y de tipos
de cambio competitivos.
Liberalización comercial.
Apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas.
Privatizaciones.
Desregulación.
Garantía a los derechos de propiedad privada.
Ha habido, no obstante, otras formulaciones del Consenso de Washington.
Fischer, comentando a Williamson, habla, por ejemplo, de cuatro aspectos
fundamentales: "marco macroeconómico equilibrado (sound),
gobierno de menores dimensiones y más eficiente, sector privado
eficiente y en expansión y políticas destinadas a la reducción
de la pobreza". Krugman, por su parte, resume el Consenso en la "la
virtud victoriana en política económica: mercados libres
y moneda sólida". El mismo Williamson reformuló y matizó
el Consenso ("La democracia y el Consenso de Washington", 1993),
"distinguiendo tres tipos de medidas de política económica:
a) aquellas en las que se ha conseguido consenso; b) aquellas en las que
existe controversia técnica; c) aquellas en las que todavía
queda controversia para años, porque implica valores políticos,
sobre todo problemas de equidad" [5] .
Independientemente de estas precisiones, el Consenso se constituyó
en la agenda de política económica de los gobiernos latinoamericanos
[6] y en referente de la estrategia neoliberal para un capitalismo entre
tanto más globalizado. La implantación de las reformas contenidas
en el Consenso ocurrió en toda América Latina (con excepción
de Cuba) en un contexto político de consolidación y auge
de las políticas neoliberales.
Frances Stewart, profesor de la Universidad de Oxford, atribuye el éxito
del Consenso, entre otros factores, a que "nuevos grupos de doctores
formados en departamentos de economía de Estados Unidos regresaban
para ocupar importantes cargos en los gobiernos de sus países.
El poder del Consenso se habría acrecentado con la adopción
por parte del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial de los
‘diez mandatos’, en los trances de negociación de la
deuda" [7] . Las tesis del Consenso también fueron abrazadas
posteriormente por los proyectos políticos de la llamada "tercera
vía" o del "nuevo centro", en una problemática
síntesis de postulados de tradiciones socialdemócratas,
liberales y neoliberales.
Los
debates posteriores al Consenso de Washington
Las políticas del Consenso fueron criticadas desde un principio
por la ausencia de formulaciones referidas a los asuntos relacionados
con la equidad, la pobreza y el medio ambiente [8] . Ello dio lugar a
que, entrada la segunda mitad de los años noventa, funcionarios
del Banco Mundial, directivos y economistas se desmarcaran del Consenso
para dar un nuevo aire a las estrategias neoliberales, que entonces mostraban
evidentes signos de crisis. De allí surgió el llamado hacia
un consenso post-Washington, que formulara el entonces economista en jefe
del Banco Mundial, Joseph Stiglitz:
"Las políticas derivadas del Consenso son incompletas y, a
veces, equivocadas. Hacer funcionar bien los mercados requiere algo más
que una baja inflación; requiere regulación fiscal, políticas
para la competencia, políticas que faciliten las transmisión
de tecnología y promuevan la transparencia, para sólo citar
algunos aspectos no tratados por el Consenso de Washington. También
ha mejorado nuestro conocimiento sobre los instrumentos necesarios para
promover mercados que funcionen correctamente, y hemos ampliado los objetivos
del desarrollo para incluir otras metas distintas del crecimiento, tales
como el desarrollo sostenible, el desarrollo equitativo y el desarrollo
democrático. Hoy en día, una parte muy importante del desarrollo
consiste en buscar estrategias complementarias que sirvan para avanzar
en todas esas metas simultáneamente" [9] .
James Wolfensohn, director del Banco Mundial, propuso en 1998, tomando
como punto de partida los lineamientos del Consenso, una ampliación
de la agenda de políticas hacia lo que ha querido definirse como
el Consenso de Santiago. En efecto, en 1998, en la Cumbre de las Américas
celebrada en Santiago de Chile, los jefes de Estado y de gobierno latinoamericanos,
además de acoger el Consenso de Washington, se habrían puesto
de acuerdo en otras medidas que sería necesario llevar a buen término
[10] .
Tales medidas se refieren al acceso a la educación, la salud, la
infraestructura rural, la administración de justicia, la erradicación
del crimen y las drogas, la seguridad civil, el buen funcionamiento de
los sistemas, estrategias urbanas y rurales, y servicios energéticos,
de potabilización y de comunicación.
En suma, la pretensiones de formulación de "nuevas agendas"
y de definición de nuevos campos de políticas de reforma
representan una contribución -desde lo neoliberal- a la superación
de los enfoques neoliberales que sobredeterminan lo económico,
pero también representan una respuesta al agotamiento de las políticas
neoliberales y sus manifestaciones de crisis al finalizar la década
de los noventa.
En ese mismo sentido pueden ser entendidos otros esfuerzos de algunos
funcionarios del Banco Mundial. En el texto Más allá del
Consenso de Washington, editado en 1998, Burki y Perry señalan
que "salvo una excepción (la protección de los derechos
de propiedad), los dictámenes de políticas del "Consenso
de Washington" ignoraron la función que podrían cumplir
los cambios institucionales en acelerar el desarrollo económico
y social de la región; en cambio, este consenso se centró
principalmente en asuntos de disciplina fiscal, liberalización
de la política comercial y del régimen de inversiones, desregulación
de los mercados internos y privatización de las empresas estatales"
[11] .
Aquí se pone en evidencia el llamado, por parte de estos funcionarios,
a la inclusión de un examen a las instituciones, y de procedimientos
de reforma en ese aspecto, con los llamados cambios institucionales. El
neoliberalismo debe ser complementado con un enfoque neoinstitucional,
pareciera ser la recomendación.
El proyecto neoliberal se ha caracterizado por una pretensión de
renovación incesante de sus propuestas de política, se ha
alimentado de otras perspectivas teóricas, a tal punto que ?con
el fin de preservarse y reproducirse? posee nuevas configuraciones que
lo distancian de su ortodoxia inicial. Como la fase capitalista actual,
también la textura del neoliberalismo se ha hecho flexible y multifacética.
El
neoinstitucionalismo como remozamiento del neoliberalismo
En la misma relación de causalidad de los debates post-consenso
de Washington debe considerarse la creciente influencia de concepciones
neoinstitucionalistas. Ellas dan cuenta hoy de las nuevas texturas que
ha adoptado el proyecto neoliberal. En efecto, a raíz del impacto
negativo de las políticas neoliberales a nivel internacional y
de las crecientes críticas a esa políticas por los más
amplios sectores políticos y sociales, desde finales de la década
de los ochenta, pero sobre todo en los noventa, empezaron a cobrar fuerza
las tesis del neoinstitucionalismo (o del "nuevo institucionalismo").
Dicha corriente ganó inicialmente un espacio de la mayor importancia
en el ámbito académico norteamericano con los trabajos del
profesor Douglas North y de manera muy rápida se empezó
a difundir internacionalmente tanto en Europa como en la periferia capitalista
[12] .
De ese escenario académico inicial, su influencia se extendió
al diseño de la política pública y a su promoción
y difusión por parte de las agencias del capital financiero internacional,
en especial del Banco Mundial, que lo adoptó como sustento teórico
para la formulación de sus lineamientos de política en los
países de la periferia capitalista. Ello es evidente, por ejemplo,
en el informe de 1997 del Banco Mundial sobre el desarrollo mundial, El
estado en un mundo en transformación, así como en los informes
posteriores de esa institución.
Los entendimientos que existen actualmente sobre el neoinstitucionalismo
conducen a valoraciones distintas sobre su lugar en el proceso de instalación
y consolidación del proyecto neoliberal. Por una parte, el neoinstitucionalismo
es presentado como una alternativa al neoliberalismo, por la otra, más
bien como un necesario complemento a las inconsistencias y los déficit
de las tesis neoliberales.
Independientemente de estas valoraciones, la teoría y las propuestas
de política de corte neoinstitucional vienen desempañando
una función de legitimación de las nuevas tendencias de
política estatal en el proceso actual de la reestructuración
del capitalismo; así mismo, sirven de sustento para desarrollar
las nuevas configuraciones de la acumulación de capital [13] .
Aunque el neoliberalismo se ha constituido en una concepción y
una política que no sólo es económica sino que afirma
poseer componentes políticos, económicos, sociales, culturales
etc.; es decir, aunque aparece como teoría y como política
general (transversal), lo cierto es que su excesivo énfasis en
el individualismo y en las posibilidades regulatorias del "libre
mercado" ha conducido a una especie de reduccionismo (determinismo)
económico que pretende subsumir la totalidad de las relaciones
sociales a la lógica del mercado. La relación costo-beneficio
capitalista se ha erigido como fórmula general aplicable a cualquier
relación social, pero justamente ello, que parece ser la fortaleza
del proyecto neoliberal al reducir todo al cálculo económico,
es al mismo tiempo su principal debilidad. El sueño capitalista
de convertir toda actividad social en mercancía choca con el carácter
excluyente de la sociedad y el mercado capitalistas. Es un hecho incontrovertible
que millones de seres humanos hacen parte del ejército de marginados
del mercado. Ahí radica el problema para el capitalismo y su política
neoliberal: ¿qué hacer para vincular más seres humanos
al mercado, cuando sus políticas propician la exclusión
y el marginamiento?
El neoliberalismo ha intentado reaccionar frente a esa situación
con el desarrollo de un discurso contra la pobreza. Ese discurso lo ha
convertido en política, por ejemplo, a través de la llamada
focalización del gasto público hacia los más pobres.
Sin afectar la concentración y centralización de la riqueza
en manos del gran capital, el proyecto neoliberal ha emprendido, más
bien, proyectos de redistribución regresiva del ingreso, que castigan
principalmente a los llamados estratos medios de la población,
para, con los recursos despojados a éstos, generar posibilidades
de acceso intermitente de los más pobres al mercado. Tal acceso
es posibilitado parcialmente mediante el otorgamiento de subsidios a la
demanda, como una política social de corte asistencialista. De
esa forma, se ha configurado una nueva variedad del populismo, el "populismo
neoliberal", que no ha podido, en todo caso, contener el desarrollo
del conflicto social y de clase inherente a la sociedad capitalista sino,
más bien, ha tendido a exacerbarlo.
En ese contexto, la irrupción de la perspectiva de análisis
y de las propuestas de política del neoinstitucionalismo resultan
atractivas, según parece, para las configuraciones actuales del
capital y sus requerimientos de política:
1.- El neoinstitucionalismo representaría una superación
de la visión de la sociedad en la exclusiva lógica del mercado,
al señalar que es necesario incorporar el análisis de las
instituciones en la economía. La crítica neoinstitucional
al neoliberalismo, empero, no es fundamental. En la perspectiva neoinstitucionalista
no se trata de desconocer las fuerzas de mercado, sólo debe reconocerse
que estas interactúan con una gama muy variada de instituciones.
2.- En la visión institucional subyace una visión profundamente
ligada con la teoría general de sistemas. La sociedad (el sistema)
está conformada por un conjunto de elementos (instituciones) interrelacionadas
e interactuantes. Esa visión de interrelación/interacción
no contempla el antagonismo, puede reconocer el conflicto pero funcionalmente
(o como disfunción transitoria), presume relaciones de poder horizontales
y excluye, por tanto, la dominación y la explotación, posibilitando
desarrollar un discurso de unidad, de concertación, de participación
y de no exclusión, es decir, "democrático".
3.- Desde la visión neoinstitucional los defensores del sistema
pueden aparecer (o ser) de "izquierda", de "centro"
o de "derecha", por ello no es casual encontrar en los discursos
políticos puntos de encuentro en la crítica, por ejemplo,
a las instituciones, la corrupción o el clientelismo.
Las instituciones pueden ser definidas, desde una perspectiva neoinstitucional,
como reglas de juego en una sociedad, más exactamente, como las
limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción
humana. Las instituciones pueden ser formales (Constitución, regulaciones,
normas, códigos, etc.) o informales (tradición, cultura,
etc.). En ese aspecto, la visión neoinstitucionalista no reduce
las instituciones simplemente a "organizaciones" o a una idea
de "aparato institucional".
Al ser definidas las instituciones de esa forma, un proyecto político
neoinstitucional podría ser entendido como la pretensión
de hacer evolucionar la sociedad hacia una sociedad del contrato. En ese
sentido, el problema del capitalismo no consistiría en su naturaleza
de dominación y de explotación, sino en la existencia de
reglas de juego inadecuadas (instituciones inadecuadas), o en la carencia
de reglas de juego (instituciones). De ahí que los propósitos
de una política neoinstitucional se concentren en la necesidad
de fortalecer las instituciones (creándolas, eliminándolas,
reformándolas); por ello el discurso neoinstitucional habla de
"desplegar y fortalecer la capacidad institucional del estado",
de "la necesidad de instituciones fuertes", de "la eficiencia
y eficacia de la instituciones", etc. Entiéndase que en el
enfoque neoinstitucional, como ya se dijo, las instituciones no deben
ser reducidas a una mera identificación con el aparato estatal.
No es casual entonces que, en el pasado reciente, la política del
estado capitalista se haya orientado a diseñar (o rediseñar)
"reglas de juego", especialmente en el campo económico
y sobre todo en los nuevos negocios, en el marco de la reestructuración
económica y de la reforma del Estado.
El neoinstitucionalismo resulta útil para el desarrollo de un discurso
sobre la democracia y la participación, la armonía y la
superación de los antagonismos. Las clases, los llamados actores
sociales y políticos, la "sociedad civil", el estado,
todos son instituciones interactuantes (participativas) en la búsqueda
de propósitos comunes: la paz, el bienestar, la tolerancia; la
dominación ya no existe en la forma de dominación del Estado
capitalista, pues el estado sería un "actor" más,
situado en un nivel de horizontalidad frente al poder, junto con otras
"instituciones".
Los enfoques neoinstitucionales resultan útiles para proseguir
la reestructuración económica y la reforma del Estado en
favor del capital financiero (forma fundamental de la dominación
capitalista en la actualidad), precisamente porque su discurso sobre el
"entorno institucional ineficiente" posibilita organizar los
nuevos negocios capitalistas (telecomunicaciones, pensiones, salud, biodiversidad,
petróleo, mercados de capitales, finanzas ?banca, fiducia, titularización,
seguros?) con argumentos que superan el reduccionismo económico
de los neoliberales.
El neoinstitucionalismo resulta útil para desarrollar políticas
de eficiencia del gasto público, que superan el reduccionista criterio
neoliberal costo-beneficio, ello, en primer lugar, porque permite proseguir
la reforma del aparato estatal, al señalar que las instituciones
agentes (entidades públicas) son ineficientes y elevan los costos
de transacción, desestimulando la economía en su conjunto,
lo cual viene a significar que no importa el tipo de institución
(pública o privada) sino que la función y las reglas se
cumplan; en segundo lugar, porque favorece un discurso de debilitamiento
de las formas de organización sindical de los trabajadores estatales
ya que los sindicatos son reducidos a temibles "captores de rentas"
que sólo buscan consolidar privilegios; y por último, porque
se estimula la política de "todos ponen". Como el Estado
es un agente más, la responsabilidad estatal tiende a desaparecer
o, al menos, a diluirse.
La teoría y el discurso neoinstitucional han desempeñado,
sin duda, una función de remozamiento del proyecto neoliberal,
le han dado un enfoque más integral, manteniendo en todo caso el
predominio de la "racionalidad económica". El mensaje
de la perspectiva neoinstitucional es claro: sobre un supuesto de organización
mercantil de la sociedad, en cuya base se encuentra la protección
de los derechos de propiedad (privada), la existencia de instituciones
eficientes se constituye en requisito para un funcionamiento óptimo
de los mercados. ¡Primero las instituciones, luego el mercado! Esa
formulación abre, desde luego, el espacio para una conceptualización
más amplia de la política que la del mero economicismo neoliberal.
En esa misma dirección deben valorarse aportes más recientes
al proyecto neoliberal, provenientes de algunos desarrollos de la filosofía
política, que bien podrían considerarse dentro de lo que
podría definirse como la "ilusión constitucional".
Se trata de aportes que se mueven dentro de los presupuestos del liberalismo
individualista, el liberalismo humanitarista y el comunitarismo y, por
diversas vías, llegan a lo mismo, aunque con diversos entendimientos:
la cuestión es formular un nuevo contrato.
En ese punto, el debate se traslada tanto a los términos como a
la definición de los procedimientos contractuales, convirtiéndose
el asunto en un debate sobre las normas y las reglas de juego. En últimas,
la cuestión es de perfeccionamiento de los mecanismos de funcionamiento
(políticos y culturales) del sistema, de definición de las
normas reguladoras de los comportamientos. La sobredeterminación
económica de los neoliberales aquí es desplazada por sobredeterminaciones
que tienden a moverse principalmente en el escenario del derecho y de
la política como procedimiento para producir y legitimar las normas,
es decir, para legitimar la nueva constitución de lo social.
En este sentido, por ejemplo, es apreciable ?sobre todo en el último
lustro? una inclusión dentro del proyecto neoliberal de los discursos
y las políticas de pobreza elaboradas desde la perspectiva teórica
de la llamada elección social, como se revela en el informe de
pobreza del Banco Mundial del año 2001.
Tendencias
del debate actual
Al promediar la primera década del siglo XXI, la situación
y perspectivas del proyecto político del neoliberalismo puede ser
leída desde diversos ángulos, en el entendido de que existe
un consenso implícito sobre las tendencias al agotamiento y la
crisis del proyecto neoliberal.
En el caso de la ortodoxia neoliberal, generalmente conformada por los
tecnócratas en función pública, tales tendencias
y manifestaciones de crisis no se explicarían por la implantación
del modelo; más bien –en un entendimiento cínico-
resultarían de una falta de aplicación a fondo de las políticas
neoliberales. En consecuencia, se trataría ?para superar tales
tendencias? de profundizar las políticas de la "desregulación
económica" y de la "disciplina fiscal".
Otros neoliberales, con funciones de producción de teoría
y de discurso neoliberal que se desenvuelven en el entorno de los think
tanks y la consultoría, han venido abogando por una reformulación
del Consenso de Washington. Manteniendo los lineamientos principales de
la política neoliberal, llaman la atención sobre la inclusión
?en el diseño de políticas? de nuevos temas, especialmente
de carácter social y sobre todo formulan lo que se define como
una agenda de política para la "segunda generación
de reformas" (entendiendo ésta como la profundización
de las políticas de desregulación y su extensión
a nuevos campos de la vida económica y social). Sus propuestas
de política han sido publicadas recientemente, en marzo de 2003,
por el Institut for International Economics, en el libro editado por John
Williamson y Bela Balassa (Después del Consenso de Washington.
Reiniciando el crecimiento y la reforma en América Latina [14]
). Se trata de una compilación de trabajos de intelectuales neoliberales,
varios de ellos latinoamericanos, reconocidos por sus labores de consultoría
para organismos multilaterales. Dada la trayectoria de Williamson y Balassa
en la construcción neoliberal, su propuesta debe considerarse en
la perspectiva de un propósito de "neoliberalismo renovado",
que aspira a ser colocado en el terreno de las decisiones políticas.
Por otra parte, debe señalarse el surgimiento de posturas críticas
dentro del establecimiento neoliberal, que por cierto encanta a sectores
de la izquierda. Se trata de los trabajos de Joseph Stiglitz, cuyas posiciones
se han venido "radicalizando", sin abandonar, en todo caso,
la defensa de la organización económica capitalista y de
la superioridad de los postulados del libre mercado.
Por su importancia, deben mencionarse: El malestar en la globalización
(2002) y, más recientemente, Los felices noventa. La semilla de
la destrucción (2003). Al examinar el marco del debate actual,
que en todo caso delimita al escenario de la "economía capitalista
de mercado", Stiglitz señala: "Se está ventilando
una pugna ideológica entre quienes abogan por reducir al mínimo
la intervención del estado en la economía y quienes sostienen
que el gobierno debe asumir un papel importante, si bien limitado, no
sólo para corregir las carencias y limitaciones del mercado, sino
también para tender hacia un grado más alto de justicia
social. Yo me encuentro entre los segundos; y este libro (Los felices
noventa) pretende explicar por qué estoy convencido de que, aun
cuando los mercados están en el centro del éxito de nuestra
economía, si los dejamos funcionar solos, no siempre funcionan
como debieran; por que no son ninguna panacea y por que el gobierno siempre
será un aliado relevante para ellos" [15] .
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Si
se nada a favor de la corriente es posible incidir sobre su dirección
y su velocidad, pareciera ser la consigna, por ello, las políticas
de la tercera vía no difieren en lo sustancial de las políticas
neoliberales, convirtiéndose en apenas un paliativo. Dichas políticas
pueden definirse como una síntesis de postulados de algunas tradiciones
socialdemócratas con formulaciones liberales y neoliberales,
por lo cual se puede decir que las propuestas de la tercera vía
representan, hoy en día, el fin de los proyectos socialdemócratas
como proyectos de reforma[16].
Con algunos componentes de política social, se trata de enfoques
capturados por la lógica del orden neoliberal que ?en razón
del pragmatismo político que los caracteriza? no se atreven a
definir posiciones o momentos de ruptura. En ese sentido, con los proyectos
de "tercera vía" se esta en presencia de otra modalidad
de lo establecido, cuya aspiración se desenvuelve en las perspectivas
de la alternancia electoral, según las reglas del "procedimiento
democrático".
A la izquierda de la tercera vía se encuentra la izquierda de
lo posible, cuyo discurso parece referirse a las opciones de corto plazo:
como hay urgencia de alternativa, sobre todo en la perspectiva de construir
legitimidad, las opciones han de proponerse en el terreno de lo viable,
de lo que pueda arrojar dividendos políticos inmediatos.
Ello conduce a propuestas erráticas y, por momentos, desconcertantes
(en ciertas ocasiones aparecen como defensoras nostálgicas del
capitalismo productivo y de las políticas keynesianas). Frente
a una estrategia como la neoliberal, la opción que se propone
es de una izquierda de paliativos cortoplacistas, atrapada por los discursos
de la equidad, desatenta de propuestas de política contra la
desigualdad o de afectación de los privilegios establecidos estructuralmente,
que no hace gala de algún anticapitalismo decidido.
La necesidad de un discurso pragmático de lo cotidiano y orientado
al individuo se traduce, en ciertas ocasiones, en una nueva forma de
pontificar con un lenguaje liviano y en exceso conciliatorio. La izquierda
de lo posible es una izquierda insegura y temerosa de asumir abiertamente
sus identidades históricas, con sus victorias y sus derrotas,
convirtiéndose en una izquierda que tiende a refundirse en los
conflictos sociales y de clase, que en todo caso continúan su
marcha acelerada.
En principio, todas estas variantes del debate pueden ser definidas
como variantes de mercado, algunas de ellas como "alternativas
al neoliberalismo dentro del neoliberalismo" (en sentido estricto,
su visión de la política no tiene en mente la construcción
de un proyecto cuya pretensión sea la superación de la
sociedad capitalista, independientemente de las posibilidades que éste
pudiera tener en las condiciones actuales).
Más allá de las concepciones que se mueven en el terreno
del pragmatismo político, el debate actual, la crítica
al neoliberalismo y sus posibilidades de superación demandan
avanzar en la construcción de un proyecto de una izquierda revolucionaria,
sin temor de su identidad, convencida de la necesidad del anticapitalismo
y de la perspectiva socialista. Ello pasa por poner el acento donde
debe estar: en la crítica a las relaciones de producción
y distribución dominantes, a la propiedad privada capitalista,
al Estado capitalista y a las condiciones de dominación y de
explotación imperantes.
A ello contribuyen, sin duda, la gran evidencia sobre las crecientes
expresiones de agotamiento y de crisis del proyecto político
del neoliberalismo, así como las más amplias e intensas
manifestaciones de resistencia activa, en todas sus formas, que se desenvuelven
en escenarios trasnacionales, nacional estatales y locales. Hay movimiento,
con desarrollos desiguales, alcances políticos diversos, niveles
distintos de vinculación del sujeto social de la resistencia,
pero hay movimiento. Y eso es esperanzador.
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[1] El neoliberalismo de Ronald Reagan tuvo que "concertar"
con los "economistas del lado de la oferta".
[2] Rudolf Hommes y Miguel Urrutia hicieron parte, al parecer, del selecto
grupo reunido en Washington. Véase Bernardo Correa, "Una
economía esotérica", en Le Monde Diplomatique. edición
Colombia, año II, no. 15, p. 36.
[3] El término es de Joseph Mária Serrano, SJ, "El
Consenso de Washington. ¿paradigma económico del capitalismo
triunfante?", en
http://www.fespinal.com/espinal/realitat/pap/pap46htm.
[4] "Tal recetario parece más, según Toru Tamahira,
profesor de las Universidades de Hosei y de las Naciones Unidas, una
‘lista de deseos de Williamson’, por su enumeración
descosida, incoherente y a la postre en contravía de las evidencias
empíricas", Bernardo Correa, op. cit., p.36.
[5] Serrano, op. cit.
[6] "Algunos piensan que el Tratado de Maastricht sería
una adaptación europea a las políticas del Consenso de
Washington". Ibíd.
[7] Citado por Bernardo Correa, op. cit.
[8] Al argumentar la exclusión de tales temas, Williamson señaló:
"Intenté describir aquello que normalmente se creía
acertado, más que exponer mi opinión. Es decir, mi pretensión
era elaborar una lista positiva más que una lista normativa (...).
Deliberada
*Profesor
Asociado, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional de Colombia.
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