ANÁLISIS

SOBRE LA METAMORFOSIS DEL PROYECTO POLÍTICO ECONÓMICO NEOLIBERAL

POR JAIRO ESTRADA ÁLVAREZ*

Después de más de ocho décadas de la aparición de los primeros neoliberales, de la posterior creación en 1947 de la Sociedad Mont Pelerin, que reunió a lo más granado de la intelectualidad neoliberal de la época, del surgimiento de la Escuela de Chicago en la década de 1950, y luego de tres decenios de implantación del neoliberalismo a nivel internacional, es evidente que la política neoliberal ha sufrido una verdadera metamorfosis.

Manteniendo su columna vertebral, como proyecto político radical en favor de la construcción de una sociedad "genuinamente" capitalista, basada en la organización mercantil de toda relación social, el proceso del neoliberalismo ha vivido permanentes adaptaciones. La visión ortodoxa inicial de Friedrich von Hayek y Milton Friedman ha tenido que abrirse para mostrar un proyecto neoliberal capaz de dialogar con otras corrientes doctrinarias de la época e incluso de fundirse con ellas en una síntesis ecléctica tanto de teorías como de propuestas pragmáticas de política, en su afán por ofrecer salidas a sus signos de agotamiento y las cada vez más notorias tendencias a la crisis.


De la radicalidad de las políticas neoliberales de las dictaduras militares de los setentas, la ortodoxia del "tatcherismo" y, en cierta forma, de la "reagonomía" en los ochentas [1] , así como de los recetarios de los "programas de ajuste" impuestos por el FMI en el marco de la crisis de la deuda, asistimos hoy a la puesta en escena de una política neoliberal que, manteniendo el discurso y la política del "libre mercado", se acompaña de otros ingredientes, tomados en préstamo de nuevas corrientes doctrinarias de la teoría económica, social y política.
En el presente trabajo se examina la metamorfosis neoliberal durante los últimos tres lustros

El Consenso de Washington: la fórmula neoliberal de los noventa

En América Latina, la crítica neoliberal al modelo de desarrollo cepalino se tradujo en las políticas de reforma contenidas en los programas de ajuste estructural. Tales programas tuvieron su apogeo en la segunda mitad de la década de 1980, en el marco de la crisis de la deuda. Precisamente en el año de 1989 se produjo una reunión de balance de las políticas neoliberales y del ajuste estructural, que contó con la participación de funcionarios del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial, del Banco Interamericano de Desarrollo, miembros del gobierno y del congreso de Estados Unidos, el comité de la Reserva Federal, think tanks de política económica e intelectuales y tecnócratas (grupos de expertos) de diversas partes del mundo [2] .

Los resultados de esa reunión fueron sintetizados por John Williamson en un escrito publicado con el título "Lo que Washington quiere decir cuando se refiere a reformas económicas" (1990). En ese escrito se señalaron diez temas de política económica con los cuales, según Williamson, Washington estaría de acuerdo. Por "Washington" se comprendería "el complejo político-económico-intelectual" [3] que asistió a la mencionada reunión. De allí surge la denominación Consenso de Washington que se ha difundido mundialmente.

Más allá de los aspectos formales, el Consenso puede ser caracterizado como un programa político de síntesis de unas propuestas de política neoliberal y de unas experiencias de políticas de ajuste estructural que se homogenizaron y se pretendieron generalizar en la forma de un recetario [4] .

Los temas del Consenso son:

Disciplina fiscal.
Cambios en las prioridades del gasto.
Reformas tributarias orientadas a buscar bases impositivas amplias y tipos marginales moderados.
Liberalización financiera, especialmente de los tipos de interés.
Búsqueda y mantenimiento de la estabilidad de precios y de tipos de cambio competitivos.
Liberalización comercial.
Apertura a la entrada de inversiones extranjeras directas.
Privatizaciones.
Desregulación.
Garantía a los derechos de propiedad privada.

Ha habido, no obstante, otras formulaciones del Consenso de Washington. Fischer, comentando a Williamson, habla, por ejemplo, de cuatro aspectos fundamentales: "marco macroeconómico equilibrado (sound), gobierno de menores dimensiones y más eficiente, sector privado eficiente y en expansión y políticas destinadas a la reducción de la pobreza". Krugman, por su parte, resume el Consenso en la "la virtud victoriana en política económica: mercados libres y moneda sólida". El mismo Williamson reformuló y matizó el Consenso ("La democracia y el Consenso de Washington", 1993), "distinguiendo tres tipos de medidas de política económica: a) aquellas en las que se ha conseguido consenso; b) aquellas en las que existe controversia técnica; c) aquellas en las que todavía queda controversia para años, porque implica valores políticos, sobre todo problemas de equidad" [5] .

Independientemente de estas precisiones, el Consenso se constituyó en la agenda de política económica de los gobiernos latinoamericanos [6] y en referente de la estrategia neoliberal para un capitalismo entre tanto más globalizado. La implantación de las reformas contenidas en el Consenso ocurrió en toda América Latina (con excepción de Cuba) en un contexto político de consolidación y auge de las políticas neoliberales.

Frances Stewart, profesor de la Universidad de Oxford, atribuye el éxito del Consenso, entre otros factores, a que "nuevos grupos de doctores formados en departamentos de economía de Estados Unidos regresaban para ocupar importantes cargos en los gobiernos de sus países. El poder del Consenso se habría acrecentado con la adopción por parte del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial de los ‘diez mandatos’, en los trances de negociación de la deuda" [7] . Las tesis del Consenso también fueron abrazadas posteriormente por los proyectos políticos de la llamada "tercera vía" o del "nuevo centro", en una problemática síntesis de postulados de tradiciones socialdemócratas, liberales y neoliberales.

Los debates posteriores al Consenso de Washington

Las políticas del Consenso fueron criticadas desde un principio por la ausencia de formulaciones referidas a los asuntos relacionados con la equidad, la pobreza y el medio ambiente [8] . Ello dio lugar a que, entrada la segunda mitad de los años noventa, funcionarios del Banco Mundial, directivos y economistas se desmarcaran del Consenso para dar un nuevo aire a las estrategias neoliberales, que entonces mostraban evidentes signos de crisis. De allí surgió el llamado hacia un consenso post-Washington, que formulara el entonces economista en jefe del Banco Mundial, Joseph Stiglitz:
"Las políticas derivadas del Consenso son incompletas y, a veces, equivocadas. Hacer funcionar bien los mercados requiere algo más que una baja inflación; requiere regulación fiscal, políticas para la competencia, políticas que faciliten las transmisión de tecnología y promuevan la transparencia, para sólo citar algunos aspectos no tratados por el Consenso de Washington. También ha mejorado nuestro conocimiento sobre los instrumentos necesarios para promover mercados que funcionen correctamente, y hemos ampliado los objetivos del desarrollo para incluir otras metas distintas del crecimiento, tales como el desarrollo sostenible, el desarrollo equitativo y el desarrollo democrático. Hoy en día, una parte muy importante del desarrollo consiste en buscar estrategias complementarias que sirvan para avanzar en todas esas metas simultáneamente" [9] .

James Wolfensohn, director del Banco Mundial, propuso en 1998, tomando como punto de partida los lineamientos del Consenso, una ampliación de la agenda de políticas hacia lo que ha querido definirse como el Consenso de Santiago. En efecto, en 1998, en la Cumbre de las Américas celebrada en Santiago de Chile, los jefes de Estado y de gobierno latinoamericanos, además de acoger el Consenso de Washington, se habrían puesto de acuerdo en otras medidas que sería necesario llevar a buen término [10] .

Tales medidas se refieren al acceso a la educación, la salud, la infraestructura rural, la administración de justicia, la erradicación del crimen y las drogas, la seguridad civil, el buen funcionamiento de los sistemas, estrategias urbanas y rurales, y servicios energéticos, de potabilización y de comunicación.

En suma, la pretensiones de formulación de "nuevas agendas" y de definición de nuevos campos de políticas de reforma representan una contribución -desde lo neoliberal- a la superación de los enfoques neoliberales que sobredeterminan lo económico, pero también representan una respuesta al agotamiento de las políticas neoliberales y sus manifestaciones de crisis al finalizar la década de los noventa.

En ese mismo sentido pueden ser entendidos otros esfuerzos de algunos funcionarios del Banco Mundial. En el texto Más allá del Consenso de Washington, editado en 1998, Burki y Perry señalan que "salvo una excepción (la protección de los derechos de propiedad), los dictámenes de políticas del "Consenso de Washington" ignoraron la función que podrían cumplir los cambios institucionales en acelerar el desarrollo económico y social de la región; en cambio, este consenso se centró principalmente en asuntos de disciplina fiscal, liberalización de la política comercial y del régimen de inversiones, desregulación de los mercados internos y privatización de las empresas estatales" [11] .

Aquí se pone en evidencia el llamado, por parte de estos funcionarios, a la inclusión de un examen a las instituciones, y de procedimientos de reforma en ese aspecto, con los llamados cambios institucionales. El neoliberalismo debe ser complementado con un enfoque neoinstitucional, pareciera ser la recomendación.

El proyecto neoliberal se ha caracterizado por una pretensión de renovación incesante de sus propuestas de política, se ha alimentado de otras perspectivas teóricas, a tal punto que ?con el fin de preservarse y reproducirse? posee nuevas configuraciones que lo distancian de su ortodoxia inicial. Como la fase capitalista actual, también la textura del neoliberalismo se ha hecho flexible y multifacética.

El neoinstitucionalismo como remozamiento del neoliberalismo

En la misma relación de causalidad de los debates post-consenso de Washington debe considerarse la creciente influencia de concepciones neoinstitucionalistas. Ellas dan cuenta hoy de las nuevas texturas que ha adoptado el proyecto neoliberal. En efecto, a raíz del impacto negativo de las políticas neoliberales a nivel internacional y de las crecientes críticas a esa políticas por los más amplios sectores políticos y sociales, desde finales de la década de los ochenta, pero sobre todo en los noventa, empezaron a cobrar fuerza las tesis del neoinstitucionalismo (o del "nuevo institucionalismo").

Dicha corriente ganó inicialmente un espacio de la mayor importancia en el ámbito académico norteamericano con los trabajos del profesor Douglas North y de manera muy rápida se empezó a difundir internacionalmente tanto en Europa como en la periferia capitalista [12] .

De ese escenario académico inicial, su influencia se extendió al diseño de la política pública y a su promoción y difusión por parte de las agencias del capital financiero internacional, en especial del Banco Mundial, que lo adoptó como sustento teórico para la formulación de sus lineamientos de política en los países de la periferia capitalista. Ello es evidente, por ejemplo, en el informe de 1997 del Banco Mundial sobre el desarrollo mundial, El estado en un mundo en transformación, así como en los informes posteriores de esa institución.

Los entendimientos que existen actualmente sobre el neoinstitucionalismo conducen a valoraciones distintas sobre su lugar en el proceso de instalación y consolidación del proyecto neoliberal. Por una parte, el neoinstitucionalismo es presentado como una alternativa al neoliberalismo, por la otra, más bien como un necesario complemento a las inconsistencias y los déficit de las tesis neoliberales.

Independientemente de estas valoraciones, la teoría y las propuestas de política de corte neoinstitucional vienen desempañando una función de legitimación de las nuevas tendencias de política estatal en el proceso actual de la reestructuración del capitalismo; así mismo, sirven de sustento para desarrollar las nuevas configuraciones de la acumulación de capital [13] .

Aunque el neoliberalismo se ha constituido en una concepción y una política que no sólo es económica sino que afirma poseer componentes políticos, económicos, sociales, culturales etc.; es decir, aunque aparece como teoría y como política general (transversal), lo cierto es que su excesivo énfasis en el individualismo y en las posibilidades regulatorias del "libre mercado" ha conducido a una especie de reduccionismo (determinismo) económico que pretende subsumir la totalidad de las relaciones sociales a la lógica del mercado. La relación costo-beneficio capitalista se ha erigido como fórmula general aplicable a cualquier relación social, pero justamente ello, que parece ser la fortaleza del proyecto neoliberal al reducir todo al cálculo económico, es al mismo tiempo su principal debilidad. El sueño capitalista de convertir toda actividad social en mercancía choca con el carácter excluyente de la sociedad y el mercado capitalistas. Es un hecho incontrovertible que millones de seres humanos hacen parte del ejército de marginados del mercado. Ahí radica el problema para el capitalismo y su política neoliberal: ¿qué hacer para vincular más seres humanos al mercado, cuando sus políticas propician la exclusión y el marginamiento?

El neoliberalismo ha intentado reaccionar frente a esa situación con el desarrollo de un discurso contra la pobreza. Ese discurso lo ha convertido en política, por ejemplo, a través de la llamada focalización del gasto público hacia los más pobres. Sin afectar la concentración y centralización de la riqueza en manos del gran capital, el proyecto neoliberal ha emprendido, más bien, proyectos de redistribución regresiva del ingreso, que castigan principalmente a los llamados estratos medios de la población, para, con los recursos despojados a éstos, generar posibilidades de acceso intermitente de los más pobres al mercado. Tal acceso es posibilitado parcialmente mediante el otorgamiento de subsidios a la demanda, como una política social de corte asistencialista. De esa forma, se ha configurado una nueva variedad del populismo, el "populismo neoliberal", que no ha podido, en todo caso, contener el desarrollo del conflicto social y de clase inherente a la sociedad capitalista sino, más bien, ha tendido a exacerbarlo.
En ese contexto, la irrupción de la perspectiva de análisis y de las propuestas de política del neoinstitucionalismo resultan atractivas, según parece, para las configuraciones actuales del capital y sus requerimientos de política:

1.- El neoinstitucionalismo representaría una superación de la visión de la sociedad en la exclusiva lógica del mercado, al señalar que es necesario incorporar el análisis de las instituciones en la economía. La crítica neoinstitucional al neoliberalismo, empero, no es fundamental. En la perspectiva neoinstitucionalista no se trata de desconocer las fuerzas de mercado, sólo debe reconocerse que estas interactúan con una gama muy variada de instituciones.

2.- En la visión institucional subyace una visión profundamente ligada con la teoría general de sistemas. La sociedad (el sistema) está conformada por un conjunto de elementos (instituciones) interrelacionadas e interactuantes. Esa visión de interrelación/interacción no contempla el antagonismo, puede reconocer el conflicto pero funcionalmente (o como disfunción transitoria), presume relaciones de poder horizontales y excluye, por tanto, la dominación y la explotación, posibilitando desarrollar un discurso de unidad, de concertación, de participación y de no exclusión, es decir, "democrático".

3.- Desde la visión neoinstitucional los defensores del sistema pueden aparecer (o ser) de "izquierda", de "centro" o de "derecha", por ello no es casual encontrar en los discursos políticos puntos de encuentro en la crítica, por ejemplo, a las instituciones, la corrupción o el clientelismo.
Las instituciones pueden ser definidas, desde una perspectiva neoinstitucional, como reglas de juego en una sociedad, más exactamente, como las limitaciones ideadas por el hombre que dan forma a la interacción humana. Las instituciones pueden ser formales (Constitución, regulaciones, normas, códigos, etc.) o informales (tradición, cultura, etc.). En ese aspecto, la visión neoinstitucionalista no reduce las instituciones simplemente a "organizaciones" o a una idea de "aparato institucional".

Al ser definidas las instituciones de esa forma, un proyecto político neoinstitucional podría ser entendido como la pretensión de hacer evolucionar la sociedad hacia una sociedad del contrato. En ese sentido, el problema del capitalismo no consistiría en su naturaleza de dominación y de explotación, sino en la existencia de reglas de juego inadecuadas (instituciones inadecuadas), o en la carencia de reglas de juego (instituciones). De ahí que los propósitos de una política neoinstitucional se concentren en la necesidad de fortalecer las instituciones (creándolas, eliminándolas, reformándolas); por ello el discurso neoinstitucional habla de "desplegar y fortalecer la capacidad institucional del estado", de "la necesidad de instituciones fuertes", de "la eficiencia y eficacia de la instituciones", etc. Entiéndase que en el enfoque neoinstitucional, como ya se dijo, las instituciones no deben ser reducidas a una mera identificación con el aparato estatal.


No es casual entonces que, en el pasado reciente, la política del estado capitalista se haya orientado a diseñar (o rediseñar) "reglas de juego", especialmente en el campo económico y sobre todo en los nuevos negocios, en el marco de la reestructuración económica y de la reforma del Estado.
El neoinstitucionalismo resulta útil para el desarrollo de un discurso sobre la democracia y la participación, la armonía y la superación de los antagonismos. Las clases, los llamados actores sociales y políticos, la "sociedad civil", el estado, todos son instituciones interactuantes (participativas) en la búsqueda de propósitos comunes: la paz, el bienestar, la tolerancia; la dominación ya no existe en la forma de dominación del Estado capitalista, pues el estado sería un "actor" más, situado en un nivel de horizontalidad frente al poder, junto con otras "instituciones".

Los enfoques neoinstitucionales resultan útiles para proseguir la reestructuración económica y la reforma del Estado en favor del capital financiero (forma fundamental de la dominación capitalista en la actualidad), precisamente porque su discurso sobre el "entorno institucional ineficiente" posibilita organizar los nuevos negocios capitalistas (telecomunicaciones, pensiones, salud, biodiversidad, petróleo, mercados de capitales, finanzas ?banca, fiducia, titularización, seguros?) con argumentos que superan el reduccionismo económico de los neoliberales.

El neoinstitucionalismo resulta útil para desarrollar políticas de eficiencia del gasto público, que superan el reduccionista criterio neoliberal costo-beneficio, ello, en primer lugar, porque permite proseguir la reforma del aparato estatal, al señalar que las instituciones agentes (entidades públicas) son ineficientes y elevan los costos de transacción, desestimulando la economía en su conjunto, lo cual viene a significar que no importa el tipo de institución (pública o privada) sino que la función y las reglas se cumplan; en segundo lugar, porque favorece un discurso de debilitamiento de las formas de organización sindical de los trabajadores estatales ya que los sindicatos son reducidos a temibles "captores de rentas" que sólo buscan consolidar privilegios; y por último, porque se estimula la política de "todos ponen". Como el Estado es un agente más, la responsabilidad estatal tiende a desaparecer o, al menos, a diluirse.

La teoría y el discurso neoinstitucional han desempeñado, sin duda, una función de remozamiento del proyecto neoliberal, le han dado un enfoque más integral, manteniendo en todo caso el predominio de la "racionalidad económica". El mensaje de la perspectiva neoinstitucional es claro: sobre un supuesto de organización mercantil de la sociedad, en cuya base se encuentra la protección de los derechos de propiedad (privada), la existencia de instituciones eficientes se constituye en requisito para un funcionamiento óptimo de los mercados. ¡Primero las instituciones, luego el mercado! Esa formulación abre, desde luego, el espacio para una conceptualización más amplia de la política que la del mero economicismo neoliberal.

En esa misma dirección deben valorarse aportes más recientes al proyecto neoliberal, provenientes de algunos desarrollos de la filosofía política, que bien podrían considerarse dentro de lo que podría definirse como la "ilusión constitucional". Se trata de aportes que se mueven dentro de los presupuestos del liberalismo individualista, el liberalismo humanitarista y el comunitarismo y, por diversas vías, llegan a lo mismo, aunque con diversos entendimientos: la cuestión es formular un nuevo contrato.

En ese punto, el debate se traslada tanto a los términos como a la definición de los procedimientos contractuales, convirtiéndose el asunto en un debate sobre las normas y las reglas de juego. En últimas, la cuestión es de perfeccionamiento de los mecanismos de funcionamiento (políticos y culturales) del sistema, de definición de las normas reguladoras de los comportamientos. La sobredeterminación económica de los neoliberales aquí es desplazada por sobredeterminaciones que tienden a moverse principalmente en el escenario del derecho y de la política como procedimiento para producir y legitimar las normas, es decir, para legitimar la nueva constitución de lo social.

En este sentido, por ejemplo, es apreciable ?sobre todo en el último lustro? una inclusión dentro del proyecto neoliberal de los discursos y las políticas de pobreza elaboradas desde la perspectiva teórica de la llamada elección social, como se revela en el informe de pobreza del Banco Mundial del año 2001.

Tendencias del debate actual

Al promediar la primera década del siglo XXI, la situación y perspectivas del proyecto político del neoliberalismo puede ser leída desde diversos ángulos, en el entendido de que existe un consenso implícito sobre las tendencias al agotamiento y la crisis del proyecto neoliberal.
En el caso de la ortodoxia neoliberal, generalmente conformada por los tecnócratas en función pública, tales tendencias y manifestaciones de crisis no se explicarían por la implantación del modelo; más bien –en un entendimiento cínico- resultarían de una falta de aplicación a fondo de las políticas neoliberales. En consecuencia, se trataría ?para superar tales tendencias? de profundizar las políticas de la "desregulación económica" y de la "disciplina fiscal".

Otros neoliberales, con funciones de producción de teoría y de discurso neoliberal que se desenvuelven en el entorno de los think tanks y la consultoría, han venido abogando por una reformulación del Consenso de Washington. Manteniendo los lineamientos principales de la política neoliberal, llaman la atención sobre la inclusión ?en el diseño de políticas? de nuevos temas, especialmente de carácter social y sobre todo formulan lo que se define como una agenda de política para la "segunda generación de reformas" (entendiendo ésta como la profundización de las políticas de desregulación y su extensión a nuevos campos de la vida económica y social). Sus propuestas de política han sido publicadas recientemente, en marzo de 2003, por el Institut for International Economics, en el libro editado por John Williamson y Bela Balassa (Después del Consenso de Washington. Reiniciando el crecimiento y la reforma en América Latina [14] ). Se trata de una compilación de trabajos de intelectuales neoliberales, varios de ellos latinoamericanos, reconocidos por sus labores de consultoría para organismos multilaterales. Dada la trayectoria de Williamson y Balassa en la construcción neoliberal, su propuesta debe considerarse en la perspectiva de un propósito de "neoliberalismo renovado", que aspira a ser colocado en el terreno de las decisiones políticas.

Por otra parte, debe señalarse el surgimiento de posturas críticas dentro del establecimiento neoliberal, que por cierto encanta a sectores de la izquierda. Se trata de los trabajos de Joseph Stiglitz, cuyas posiciones se han venido "radicalizando", sin abandonar, en todo caso, la defensa de la organización económica capitalista y de la superioridad de los postulados del libre mercado.

Por su importancia, deben mencionarse: El malestar en la globalización (2002) y, más recientemente, Los felices noventa. La semilla de la destrucción (2003). Al examinar el marco del debate actual, que en todo caso delimita al escenario de la "economía capitalista de mercado", Stiglitz señala: "Se está ventilando una pugna ideológica entre quienes abogan por reducir al mínimo la intervención del estado en la economía y quienes sostienen que el gobierno debe asumir un papel importante, si bien limitado, no sólo para corregir las carencias y limitaciones del mercado, sino también para tender hacia un grado más alto de justicia social. Yo me encuentro entre los segundos; y este libro (Los felices noventa) pretende explicar por qué estoy convencido de que, aun cuando los mercados están en el centro del éxito de nuestra economía, si los dejamos funcionar solos, no siempre funcionan como debieran; por que no son ninguna panacea y por que el gobierno siempre será un aliado relevante para ellos" [15] .




Stiglitz da cuenta de los entendimientos que, sin afectar los procesos neoliberales de reforma, pregonan por una redefinición en la forma de su aplicación y de sus instrumentos, al tiempo que incluyen su preocupación por los efectos sociales de las políticas neoliberales y llaman la atención sobre los problemas de la justicia social.

En el centro del abanico se encuentran las formulaciones actuales del "nuevo centro" o la "tercera vía" que se han adecuado funcionalmente al proyecto político económico del neoliberalismo. En efecto, la formulación del proyecto socialdemócrata de la tercera vía daría cuenta de la renuncia al proyecto reformista del Estado de bienestar, por una parte, y de una decisión política tendiente a la gestión de la crisis de los proyectos neoliberales, por la otra, sin producir una ruptura con éstos.

Los proyectos de tercera vía son hoy día, en lo esencial, continuadores de las transformaciones neoliberales. De una estrategia de reforma social, el acento ha pasado a situarse actualmente en las estrategias de "modernización" y de "innovación". En ese aspecto, se aprecia, desde una presunta posición de izquierda, un desplazamiento de las políticas de demanda hacia las políticas de oferta y un desplazamiento de las políticas de reforma hacia las políticas de ordenamiento de los mercados financieros, con lo cual se busca desestatizar la economía y la sociedad y, de esta manera, poner un mayor énfasis en la responsabilidad individual.

Si se nada a favor de la corriente es posible incidir sobre su dirección y su velocidad, pareciera ser la consigna, por ello, las políticas de la tercera vía no difieren en lo sustancial de las políticas neoliberales, convirtiéndose en apenas un paliativo. Dichas políticas pueden definirse como una síntesis de postulados de algunas tradiciones socialdemócratas con formulaciones liberales y neoliberales, por lo cual se puede decir que las propuestas de la tercera vía representan, hoy en día, el fin de los proyectos socialdemócratas como proyectos de reforma[16].

Con algunos componentes de política social, se trata de enfoques capturados por la lógica del orden neoliberal que ?en razón del pragmatismo político que los caracteriza? no se atreven a definir posiciones o momentos de ruptura. En ese sentido, con los proyectos de "tercera vía" se esta en presencia de otra modalidad de lo establecido, cuya aspiración se desenvuelve en las perspectivas de la alternancia electoral, según las reglas del "procedimiento democrático".

A la izquierda de la tercera vía se encuentra la izquierda de lo posible, cuyo discurso parece referirse a las opciones de corto plazo: como hay urgencia de alternativa, sobre todo en la perspectiva de construir legitimidad, las opciones han de proponerse en el terreno de lo viable, de lo que pueda arrojar dividendos políticos inmediatos.

Ello conduce a propuestas erráticas y, por momentos, desconcertantes (en ciertas ocasiones aparecen como defensoras nostálgicas del capitalismo productivo y de las políticas keynesianas). Frente a una estrategia como la neoliberal, la opción que se propone es de una izquierda de paliativos cortoplacistas, atrapada por los discursos de la equidad, desatenta de propuestas de política contra la desigualdad o de afectación de los privilegios establecidos estructuralmente, que no hace gala de algún anticapitalismo decidido.

La necesidad de un discurso pragmático de lo cotidiano y orientado al individuo se traduce, en ciertas ocasiones, en una nueva forma de pontificar con un lenguaje liviano y en exceso conciliatorio. La izquierda de lo posible es una izquierda insegura y temerosa de asumir abiertamente sus identidades históricas, con sus victorias y sus derrotas, convirtiéndose en una izquierda que tiende a refundirse en los conflictos sociales y de clase, que en todo caso continúan su marcha acelerada.

En principio, todas estas variantes del debate pueden ser definidas como variantes de mercado, algunas de ellas como "alternativas al neoliberalismo dentro del neoliberalismo" (en sentido estricto, su visión de la política no tiene en mente la construcción de un proyecto cuya pretensión sea la superación de la sociedad capitalista, independientemente de las posibilidades que éste pudiera tener en las condiciones actuales).

Más allá de las concepciones que se mueven en el terreno del pragmatismo político, el debate actual, la crítica al neoliberalismo y sus posibilidades de superación demandan avanzar en la construcción de un proyecto de una izquierda revolucionaria, sin temor de su identidad, convencida de la necesidad del anticapitalismo y de la perspectiva socialista. Ello pasa por poner el acento donde debe estar: en la crítica a las relaciones de producción y distribución dominantes, a la propiedad privada capitalista, al Estado capitalista y a las condiciones de dominación y de explotación imperantes.

A ello contribuyen, sin duda, la gran evidencia sobre las crecientes expresiones de agotamiento y de crisis del proyecto político del neoliberalismo, así como las más amplias e intensas manifestaciones de resistencia activa, en todas sus formas, que se desenvuelven en escenarios trasnacionales, nacional estatales y locales. Hay movimiento, con desarrollos desiguales, alcances políticos diversos, niveles distintos de vinculación del sujeto social de la resistencia, pero hay movimiento. Y eso es esperanzador.
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[1] El neoliberalismo de Ronald Reagan tuvo que "concertar" con los "economistas del lado de la oferta".
[2] Rudolf Hommes y Miguel Urrutia hicieron parte, al parecer, del selecto grupo reunido en Washington. Véase Bernardo Correa, "Una economía esotérica", en Le Monde Diplomatique. edición Colombia, año II, no. 15, p. 36.
[3] El término es de Joseph Mária Serrano, SJ, "El Consenso de Washington. ¿paradigma económico del capitalismo triunfante?", en
http://www.fespinal.com/espinal/realitat/pap/pap46htm.
[4] "Tal recetario parece más, según Toru Tamahira, profesor de las Universidades de Hosei y de las Naciones Unidas, una ‘lista de deseos de Williamson’, por su enumeración descosida, incoherente y a la postre en contravía de las evidencias empíricas", Bernardo Correa, op. cit., p.36.
[5] Serrano, op. cit.
[6] "Algunos piensan que el Tratado de Maastricht sería una adaptación europea a las políticas del Consenso de Washington". Ibíd.
[7] Citado por Bernardo Correa, op. cit.
[8] Al argumentar la exclusión de tales temas, Williamson señaló: "Intenté describir aquello que normalmente se creía acertado, más que exponer mi opinión. Es decir, mi pretensión era elaborar una lista positiva más que una lista normativa (...). Deliberada

*Profesor Asociado, Facultad de Derecho, Ciencias Políticas y Sociales, Universidad Nacional de Colombia.

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