NÉSTOR KIRCHNER: ¡GRACIAS PINGÜINO!


Néstor y Cristina Kirchner


POR JUAN LINARES

De rodillas. En el 2003 la Argentina, el ex granero del mundo, estaba de rodillas: económicamente quebrada, políticamente destruida y socialmente desmoralizada. Era un "pato rengo" (lame duck), como usualmente clasifican los operadores de Wall Street a los países cuyas crisis ya no son pasajeras sino terminales. La tormenta la había sorprendido, una vez más, sin paraguas.

"¡Que se vayan todos!", era el grito de guerra, de rechazo, que salía del pecho de una sociedad histérica, asqueada. Una sociedad que pretendía, con ese grito del corazón, emanciparse de esa mano muerta que le extienden al pueblo los políticos corruptos (llenos de lealtades tradicionales), siempre funcionales y dispuestos a "cuidarles el dinero" a los poderosos, a los bancos, a las grandes corporaciones.

Por eso cuando el Partido Peronista, la mayor fuerza política del país, propuso traer de la Patagonia a un ex gobernador de Santa Cruz (provincia situada en la frontera del fin del mundo, que tiene menos habitantes que cualquier barrio de la periferia de Bogotá), los varones más prudentes de Buenos Aires se rebelaron: "¡Un pingüino! ¡Nos traen a un pingüino para que arregle el caos! ¡Un pingüino para que nos devuelva la fe y avergüence las soberbias humanas!"

Néstor Kirchner, llamado "el pingüino" por su origen austral, llegó a la Casa Rosada con un país en default en diciembre del 2003, con solo el 22% de aprobación electoral. Llegó sonriente con su pinta de vendedor de seguros trayendo un mensaje políticamente incorrecto. Durante su mandato la oposición y los medios hegemónicos le criticaron todo: incluso que era un mal vestido. Esto me recuerda que a Cristina, los mismos medios de comunicación, le reprueban que gasta mucho en ropa.

Kirchner llegó al poder aupado en viejas consignas que pueden dar votos, pero en las que ya nadie cree: Derechos Humanos, inclusión social, educación y desarrollo, y distribución equitativa de las riquezas. Llegó con un mensaje excesivamente optimista. La gente decente no sabía si darle las gracias o denunciarlo a la policía. "Hay que dejarlo. Durará un año, cuando mucho", se apresuraba a vaticinar con entusiasmo deportivo el influyente diario Clarín.

En el 2003 la desocupación y la pobreza se paseaban por las calles de la nación sureña. Ningún organismo de crédito internacional le atendía los pedidos de auxilios. Argentina de golpe estaba sola, con hambre y se había vuelto invisible a los ojos del mundo. El Fondo Monetario Internacional, FMI, que antes glorificaba sus "ajustes" ahora se negaba a intervenir.

Kirchner no se intimidó, rompió las "relaciones carnales" con Estados Unidos que habían caracterizado la política exterior argentina y aceptó la ayuda del único país que se la ofreció: la Venezuela de Chávez. Hoy la oposición, con ánimo fastidioso, critica los intereses por el préstamo que el gobierno argentino le pagó al Estado Bolivariano. Pero, ¿puede alguien que se está ahogando en el mar actuar con espíritu avaro y ponerse a regatear con el rescatista el precio de su salvamento?

El distanciamiento formal de la órbita de influencia de EE.UU. ocurrió en la Cumbre de las Américas en Mar del Plata, en el 2005. Allí el "políticamente incorrecto" Néstor Kirchner le dijo a su colega George Bush (estas palabras hay que oírlas, no escribirlas): "Señor Presidente, no me venga a patotear a los argentinos". El coraje es un salto de calidad del ser humano. Esa noche el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que promovía el gobierno de los Estados Unidos para los países de la región quedó definitivamente sepultada.

En el 2006, Kirchner, pagó con reservas del Banco Central los 9800 millones de dólares que debía al FMI, una de las decisiones más fuertes de su gestión. "Hay vida después del Fondo" dijo luego a la prensa en tono desafiante. Ningún país soberano puede permitir que un cuerpo extraño, por muy importante que sea o parezca, le revise los libros y le dé "instrucciones" de cómo manejar sus recursos.

Ordenar bajar el cuadro del dictador y ex presidente de facto, Jorge Rafael Videla, de la pared del Liceo Militar y anular la amnistía de los generales genocidas que ostentaron el poder entre 1976 y 1983 fue otro gesto de su gobierno. Al igual que el aumento a los jubilados y a los maestros y la remoción de los corruptos jueces de la administración menemista.

En mayo de este año, el ex presidente Kirchner asumió como Secretario General de la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), y el 10 de agosto alcanzó estatura de líder continental al lograr reunir a los Presidentes de Colombia y Venezuela. "Fue una figura clave para que nuestros dos países reanuden sus relaciones diplomáticas", dijo el presidente Santos la semana anterior en Buenos Aires.

A principios de semana, de su última semana en este mundo, Kirchner inauguró con la Presidenta una planta que producirá uranio enriquecido para abastecer a las centrales nucleares del país. Solo nueve países en el mundo tienen la capacidad y los conocimientos para producir ese metal. El avance en la nanotecnología que tiene el país gaucho es notorio. Ciertamente la Argentina es, después de los Estados Unidos, la que tiene la mayor cantidad de científicos en el continente americano.

Néstor Kirchner se fue dejando a la Argentina entre las 20 naciones más importantes y desarrolladas del mundo. Se fue dejando al país con un crecimiento anual del 9,1% según el gobierno (10% según el Banco Mundial) para este año y con reservas en el Banco Central en sus máximos históricos. Todo -y esto es lo admirable- sin inversión extranjera.

Néstor Kirchner se fue dejando una obra inconclusa, un proyecto de país soberano que Cristina Fernández intentará profundizar.
"Gracias por devolvernos la dignidad", escribió un joven -bañado en lágrimas- en un papel que fue depositado arriba del féretro del ex presidente. ¡Jamás, se había visto en Argentina el desfile agradecido de tantos jóvenes en el sepelio de un político!

¡Nunca la muerte de un pingüino había provocado tanta repercusión y tanta tristeza!

Hay futuro.

Semana.com, Bogotá, octubre 31 de 2010.