Estas promesas fueron sin duda impulsadas por la derrota electoral
y la pérdida de la estratégica super-mayoría en
el Senado (60 votos sobre los 100 que componen ese cuerpo) que, entre
otras cosas, le permitiría avanzar con su programa de reforma
del sistema de salud. Pero también fueron aguijoneadas por la
constatación de la indignación popular desatada por el
contraste entre las exuberantes ganancias de los principales operadores
bancarios y la caída de los ingresos (y el aumento del desempleo)
de los trabajadores. Goldman Sachs, tal vez el más importante
banco de inversión del mundo, anunció días atrás
que en 2009 había obtenido "una ganancia de US$ 3.385 millones,
antes del reparto de dividendos, una cifra que resultó seis veces
mayor que el beneficio logrado en 2008." [3] Es decir, para el
capital financiero la crisis fue un espléndido negocio, y por
eso los gerentes y directivos de Wall Street serán premiados,
tal como lo asegura Robert Reich, con una suma cercana a los 25.000
millones de dólares en bonificaciones anuales que serán
distribuidas en los próximos meses entre un puñado de
privilegiados. [4] Un verdadero escándalo para un país
cuya tasa real de desempleo -es decir, incluyendo a los trabajadores
indocumentados, los que trabajan a medio tiempo y los que dejaron de
buscar empleo- supera ya la marca del 20 % y en el cual las diferencias
de remuneraciones entre la gerencia y los trabajadores se ha disparado
a las nubes. Hace unos 25 años los primeros percibían
salarios que fluctuaban entre 30 y 40 veces por encima de los del trabajador
medio; en la actualidad estudios concretos revelan que esa diferencia
alcanzó la astronómica cifra de 344 veces. Magia del mercado,
que le dicen. [5]
Llegados a este punto es conveniente preguntarse por las razones que
produjeron tan fenomenal polarización entre las remuneraciones
de unos y otros. Hay dos causas principales: por una parte, las políticas
neoliberales de desregulación y liberalización de la vida
económica, que removieron los controles existentes desde la época
del New Deal y la posguerra que ponían ciertos límites
al despotismo del capital. Ronald Reagan comenzó la demolición
y sus continuadores, sin excepción, profundizaron esa política.
Por otro lado, el radical debilitamiento de los sindicatos: si en la
década de los cincuentas más de la tercera parte de los
empleados del sector privado estaban sindicalizados, la legislación
anti-laboral ("flexibilización" y precarización
de la relación obrero-patronal) promulgada desde los años
ochenta hicieron que la proporción de trabajadores encuadrados
en organizaciones sindicales se desplomara a un 7 % en los últimos
años. Investigaciones empíricas demuestran que en las
empresas sin sindicatos los gerentes tienen sueldos y compensaciones
un 20 % superiores a las de sus colegas en empresas en donde existen
sindicatos; y que los trabajadores en las primeras perciben ingresos
muy superiores a los que reciben quienes se desempeñan en otras
en las cuales no hay actividad sindical.
Lo anterior revela los alcances del proceso de intensificación
de la explotación capitalista en Estados Unidos y la exacerbación
de la concentración de la riqueza en manos de la clase dominante.
En cierto sentido podría pues decirse que en ese país
asistimos a una situación en la cual la lucha de clases se desenvuelve
sordamente bajo un espeso velo ideológico que impide a las clases
y capas subalternas adquirir una verdadera comprensión de sus
propias condiciones de existencia y las causas de sus pesares. Toda
la industria cultural norteamericana ha sido diseñada para negar
la existencia de las clases y su irreconciliable contradicción.
La permanente invocación y exaltación del American Dream
-que llegó a su apoteosis con la llegada de un afro-americano
a la Casa Blanca- no es sino ese cemento ideológico del cual
hablaba Gramsci y mediante el cual los víctimas del sistema se
culpabilizan a sí mismas de sus miserias y fracasos e inocentizan
al sistema capitalista por sus desdichas y padecimientos. Lucha de clases
velada y, además, atrofiada, porque la crisis del movimiento
obrero, el derrumbe del sindicalismo y la claudicación del partido
Demócrata (que abandonó por completo su antigua pretensión
de representar a las capas medias y los trabajadores para entregarse
de cuerpo y alma a los yuppies del capital financiero) dejan a la enorme
masa de trabajadores asalariados norteamericanos huérfana de
toda expresión política y sindical y, por eso mismo, sin
capacidad para poner coto a las exacciones a que se ve sometida por
la clase dominante. Bajo estas condiciones, los anuncios y la retórica
de Obama difícilmente puedan surtir algún efecto: se requiere
mucho más que palabras y discursos, y parece que eso es todo
lo que aquél puede ofrecer al menos por ahora.
El deterioro de la situación social en los Estados Unidos puede
graficarse elocuentemente si se repara que a partir del 2008 "7
millones perdieron su empleo, 1 de cada 8 (norteamericanos) se alimenta
a través de vales de comida y 1 de cada 5 dice que el año
pasado tuvo serios problemas para dar de comer a los suyos." [6]
También, si se tiene en cuenta que "si antes de las reaganomics
(en los años 70s ) el 10% más acomodado capturaba menos
de un tercio de la riqueza -igual no era poco-, hoy se alza con la mitad."
[7] Esto constituye el telón de fondo de los recientes anuncios
de Obama. Son también, por supuesto, factores que explican la
abrupta caída en la popularidad presidencial. De todos modos,
bastó que aquél hiciera algunos anuncios previos en relación
a estos programas para que el establishment norteamericano y sus voceros
reaccionaran con virulencia, fulminando al ocupante de la Casa Blanca
con el rótulo de "populista" por su fuerte "retórica
en contra de los bancos." [8]
Pero el malestar y la debilidad de Obama tiene también otras
fuentes: una de ellas es la generalizada sensación de que la
"guerra infinita" de George W. Bush es una pesadilla interminable
que se agrava con el paso del tiempo, tal como lo demuestran las fatídicas
noticias que a diario llegan de Irak, Afganistán y Pakistán.
Y si bien en su alocución al Congreso Obama aseguró que
las tropas estacionadas en Irak regresarían a casa en Agosto
son pocos los que creen en semejante promesa. Es más, no sería
absurdo conjeturar que la creciente militarización de las relaciones
hemisféricas -con base en Colombia, convertida en la Israel latinoamericana-
podría tener como consecuencia la apertura de un tercer frente
bélico, ahora en esta parte del mundo. La obsesión por
derrocar a Hugo Chávez y "normalizar" el cuadro político
latinoamericano podría llegar a precipitar tal desatino.
A ello agréguese la muy difundida percepción de que la
decadencia del "imperio americano" no encuentra en el ocupante
de la Casa Blanca el piloto de tormentas que se necesita para enfrentar
tan delicada situación agravada, además, por la creciente
complejidad de un escenario global caracterizado por: (a) la aparición
de nuevas actores dotados de extraordinarios recursos -China, en primer
lugar, pero también India, Rusia y la misma Unión Europea-
y (b), por el surgimiento de inéditos desafíos, como el
cambio climático, la crisis del agua, el terrorismo internacionalizado
y el tráfico ilegal de drogas, personas y armas, cuestiones estas
que ponen en entredicho la eficacia de los mecanismos tradicionales
de intervención en el sistema internacional.
Por eso, a poco andar, las promesas electorales de Obama se fueron abandonando
sin mayores explicaciones. Su decepcionante conducta en la Cumbre de
Kopenhagen demostró claramente la tibieza de sus afanes innovadores.
Y lejos de "desmilitarizar" la política exterior de
Estados Unidos lo que hizo Obama, sin fuerzas para sobreponerse a las
presiones de sus generales y el "complejo militar-industrial",
fue delegar cada vez más sus prerrogativas como comandante supremo
de las fuerzas armadas en manos del establishment .
Una buena prueba de ello la ofrece el hecho de que el presupuesto militar
aprobado para este próximo año es el mayor de toda la
historia de Estados Unidos, superando con largueza el billón
de dólares (un millón de millones de dólares) si
se consideran los gastos militares efectuados por todos los departamentos
de la Administración federal y no sólo por el Pentágono.
Lejos de revertir el papel dominante del Departamento de Defensa en
la formulación de la política exterior, que es uno de
los legados más funestos de la era Bush Jr., lo que hizo Obama
fue proseguir en el mismo curso, algo que podía fácilmente
pronosticarse a partir de la ratificación de Robert Gates al
frente del Pentágono, nombrado como se recordará por su
predecesor en reemplazo de Donald Rumsfeld. La gira por Asia mostró,
además, a un presidente norteamericano a un paso de la humillación
en su visita a China, y con Japón reclamando cada vez con más
energía la redefinición de las relaciones nipo-estadounidenses
constreñidas aún por los leoninos arreglos de la postguerra
y las secuelas de la Guerra Fría.
En lo que hace a esta parte del mundo el desempeño de Obama fluctúa
entre la intrascendencia y, otra vez, la continuidad con las políticas
de Bush Jr. Pese a sus promesas de cerrar en el plazo de un año
la cárcel ilegal que mantiene en la base naval de Guantánamo
Obama tuvo que reconocer que tal cosa será imposible, al menos
por ahora. La Cuarta Flota sigue navegando nuestras aguas y ahora los
marines (unos 14.000 al día de hoy) asumieron el control de una
devastada Puerto Príncipe que necesita médicos, trabajadores
sociales, ingenieros y arquitectos y no máquinas de matar. El
objetivo, claro está, es reforzar hasta el paroxismo su control
territorial en la región, y el terremoto y la posterior tragedia
haitiana le brindó a Washington una magnífica excusa,
al igual que el derrumbe de las Torres Gemelas lo hizo para lanzar los
planes belicistas de Bush y compañía. El comportamiento
de Obama durante el golpe de Honduras fue, al principio errático,
pero luego que la Secretaria de Estado Hillary Clinton fijara la postura
de los sectores dominantes del imperio -que encuentran en ella a su
más calificada y confiable representante- y caracterizara lo
ocurrido en ese país centroamericano como un "interinato"
la Casa Blanca se plegó a la línea emanada del "gobierno
permanente" de Estados Unidos y, en la actualidad, ha convalidado
plenamente el golpe por la vía del reconocimiento de la validez
de unas elecciones tan fraudulentas y viciadas que la OEA y el Centro
Carter decidieron que no valía la pena monitorear. Como si lo
anterior fuera poco Obama no hizo absolutamente nada en relación
a la situación de los 5 cubanos prisioneros en las cárceles
de Estados Unidos, bajo condiciones que ni siquiera se le aplica al
más feroz criminal serial y que fueron sentenciados en un escandaloso
juicio que constituye una vergüenza para el sistema judicial norteamericano.
En relación al bloqueo a Cuba, condenado por toda la comunidad
internacional con la excepción del propio Estados Unidos, su
estado-cliente Israel y su protectorado en la Micronesia, Obama no tomó
ninguna medida significativa para la eliminación de tan infame
política. Como si lo anterior fuera poco firmó con Uribe
un tratado por el que se le concede a Estados Unidos el derecho a instalar
siete bases militares en Colombia, cuyo objetivo apenas silenciado es
el de poder controlar con sus aviones cualquier movimiento significativo
que tenga lugar en Sudamérica, hasta las cercanías del
Cabo de Hornos. Tal como lo señalara el Comandante Fidel Castro,
ese tratado constituye en realidad una anexión de facto de Colombia
a los Estados Unidos: sus militares y civiles pueden entrar y salir
a voluntad de Colombia, sin utilizar pasaportes. Basta para ello con
exhibir un simple carnet de identidad. Los colombianos que quieran ingresar
a Estados Unidos, en cambio, son sometidos a toda clase de controles
y vejaciones. Los cargamentos que los norteamericanos internen o saquen
del país no pueden ser sometidos a fiscalización alguna
por parte de las autoridades colombianas. Pueden importar armas de destrucción
masiva, si se lo proponen; y exportar estupefacientes, cosa que ya hicieron
en el pasado (recordar el affaire Irán-Contras). Por si lo anterior
no bastara, los estadounidenses establecidos en Colombia gozan de total
inmunidad diplomática y no pueden ser llevados a los tribunales
colombianos por cualquier delito o crimen cometido en ese país.
Y este tratado lo firmó Obama, no Bush. Para resumir: al cabo
de un año la gestión Obama revela que es más de
lo mismo, a pesar de sus recientes arrestos dialécticos que habrá
que ver si son sucedidos por iniciativas concretas, cosa que no parece
demasiado probable. Noam Chomsky tenía razón cuando advirtió,
mucho antes de su elección, que "Obama es un blanco que
tomó demasiado sol."
[1]http://www.rasmussenreports.com/public_content/politics/obama_administration/obama_approval_index_history
[2] http://www.gallup.com/home.aspx
[3] Obama pone un drástico límite a los bancos y al sector
financiero, en Clarín http://www.clarin.com/diario/2010/01/22/elmundo/i-02124926.htm
[4] http://www.clarin.com/diario/2010/01/21/opinion/o-02124068.htm
[5] " Workers Need Added Clout To Close The Pay Gap with CEOs",
en http://www.commondreams.org/view/2008/09/01
[6] Cf. Hinde Pomeraniec, "Gerente o líder", http://www.clarin.com/diario/2010/01/28/elmundo/i-02128501.htm
[7] Cf. Néstor Restivo, "El lento declive de la clase media
y el sueño americano", en http://www.clarin.com/diario /
2010/01/28/elmundo/i-02128501.htm
[8] "CBS's Reid calls Obama's populism 'more like politics than
a real plan'", en http://businessandmedia.org/articles/2010/20100125145911.aspx
www.atilioboron.com, enero 28 de 2010.