ENSAYO

MERCADO, CRIMEN Y MIEDO: EL EJE DE LA INCERTIDUMBRE EN LATINOAMÉRICA


POR ROBINSON SALAZAR

RESUMEN

En América Latina, la criminalidad y los miedos son asuntos que se traen y llevan en los medios de comunicación, sin embargo la forma en como se enuncian o enteran a la ciudadanía, no brinda la mejor explicación de lo que acontece.

La delincuencia ha mostrado una tendencia incremental desde que se desdibujó el Estado, el mercado legitimó el comportamiento del crimen organizado al vincularlo con las redes por donde circula el dinero, convirtiéndolo en pieza estratégica para su dinámica comercial; la criminalidad, parte esencial de la delincuencia, se enclavó en la sociedad y es parte del escenario socio-político, hoy se muestra en diversas versiones: miedo, crimen organizado, delincuencia común, prostitución y trafico de humanos, entre otras.

Palabras claves:
Estado, mercado, crimen organizado y miedo

INTRODUCCIÓN

Pensar lo que acontece en la ciudad en un ámbito descontextualizado que nos puede llevar a perder el rumbo de la discusión que pretendemos situar en la mesa de asuntos públicos; dar contexto marca la diferencia y centra el discurso en una realidad; la ciudad no es un conglomerado de personas compartiendo un espacio, un conjunto de equipamiento urbano dentro de una comunidad ampliada y referenciadas por un imaginario que los identifica con el lugar. Es algo más que todo ello, porque en la ciudad, se congrega más del 75% de la población mundial, se compite por un espacio, se dirimen los poderes entre Estado y ciudadanía, las calles se cargan de contenido por el comercio, las protestas, los medios de divulgación y por los automóviles; en fin, la ciudad es hoy un mega problema que debe investigarse desde diversos ámbitos.

América Latina, al igual que la mega ciudad, es un contexto amplio, imbricado y con distintas dinámicas en cada proceso social, político y/o cultural; sin embargo, si precisamos qué es lo que nos interesa destacar de Latinoamérica, es posible asociar, vincular y hasta encontrar hilos identitarios o asociativos de un problema común, esta vez es el Estado y su papel en esta sociedad abigarrada, conflictiva y desigual.

MUTACIÓN DEL ESTADO

El achatamiento del Estado es un comportamiento que asumió el ente político como una condicionante que le exigió la globalización conservadora y su aliado el neoliberalismo como modelo económico vigente, no obstante, también mostraba signos de debilidad ante los cambios que se presentaban en el orden mundial, dado que prefirió nadar en las aguas de la política ineficiente y desconectada de la sociedad, agotó los recursos para resolver los grandes problemas de la inequidad y la injusticia social, perdió rumbo por permitir que la corrupción entrara en toda la capilaridad de su cuerpo institucional y no tuvo un horizonte para dar un mensaje a la sociedad.

Los factores mencionados fueron aprovechados por los organismos internacionales para exigir la desregulación de los mercados para liberar las economías nacionales de los controles estatales y asumir el nuevo liderazgo dentro de la sociedad; la venta de los activos públicos, la aceptación dócil de las exigencias del Consenso de Washington, el apego a los dictados de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la desterritorialización de un conjunto de procesos propios del mercado, el crimen organizado, los medios de comunicación y ejercicio del poder por la vía fáctica, son parte del nuevo rostro del mundo de hoy y, América Latina, es parte de ese orden.

Este ramillete de factores restó facultad al Estado y lo dejaron reducido a la mera función administrativa.

El complemento de su desestructuración fue la renuncia tácita del ejercicio del monopolio de la violencia, cuando se cambió la agenda de la política de seguridad en la región, de la relación tensa de la bipolaridad se pasó a las nuevas amenazas, concepto laxo, puesto que ahí daba entrada a asuntos de carácter natural como terremotos, tsunami, ciclones, huracanes, entre otros, ligados a narcotráfico, terrorismo, crimen organizado, guerra bacteriológica y proliferación de armas nucleares. Como podemos observar, una bolsa de problemas que se fusionaron en un programa de nueva marca, pero de signo castrense, esto es, securitizar las políticas estatales.

Ningún Estado en el mundo puede resolver toda esta gama de problemas diversos, complejos e impredecibles, sus recursos y dispositivos de poder son escasos o ínfimos ante la magnitud de estos desafíos que denominan Nuevas Amenazas, pero la intención no era resolver por la vía estatal esos dilemas, tampoco preparar el relanzamiento de un nuevo Estado, sino todo lo contrario, como minar la estructura estatal y abrir las compuertas a los consorcios industriales ligados a la producción de material bélico y de seguridad. Abrir la posibilidad de que el Estado compartiera con el mercado la labor de vigilancia, seguridad pública, admitir excesivamente la portación de armas a cuerpos privados y segmentos de la ciudadanía, colocó al ente político en una postura de laxitud ante el crimen organizado y de complacencia ante el asomo y crecimiento de la corrupción, la impunidad y deterioro de las instituciones públicas.

Esta desconfiguración tiene varias explicaciones, una de ellas es la ausencia de la política, la descentración de su rol dentro de la sociedad y el alejamiento que tuvo de las esferas del Estado. La política siempre fue y es reconocida por tres factores, dialogo, acuerdos y comunidad. Si la política se ausenta de la sociedad, el diálogo desaparece, los conflictos renacen, los acuerdos no están en la agenda del día, las confrontaciones se extralimitan y terminan alojándose en el terreno de la violencia; los acuerdos son mínimos, en función del acercamiento y los consensos que los ciudadanos crean o forjan para arribar a un pacto de convivencia, de poder seguir viviendo juntos a pesar de las diferencias, a mantener comportamientos de civilidad para resolver las divergencias y poder fortalecer el andamiaje institucional, de no ser así, la confianza se deteriora y el economizador institucional explota.

Sin confianza y alejado de toda intención por tender los puentes con la sociedad civil, el Estado se fue deteriorando, sus ramificaciones vinculatorias con la sociedad se atrofiaron, las comunidades, resultado de toda convivencia duradera, donde predominan los lazos sociales y cuya función es vincular, socializar y tejer redes socializantes que van, con el tiempo, formando la gran comunidad, se diluyó paulatinamente y los reservorios de confianza que brotan de los lazos, y redes de socialización enmudecieron; todo esto arrojó como resultado la desarticulación de la seguridad en sí mismo como persona y entre nosotros.

El factor seguridad es sinónimo de lealtad, biografías compartidas, idea de vecindario, imaginario articulado socialmente e ideales comunes. Si este mapa desaparece de nuestra percepción, perdemos el sentido del lugar, asimismo la incertidumbre nos hace vulnerable y nuestra relación con el otro es de desconfianza absoluta, de verlo como un potencial agresor o distinto a mis intereses, lo que insta a todo ser humano a aislarse de los demás, encapsularse dentro de su espacio privado y mutilar toda red vinculante con los otros.

Pareciera un relato de ficción, sin embargo, todo esto nos lo confería la política, cuyo recinto era el Estado, pero su papel protagónico y rector en la sociedad, su capacidad de instituir subjetividad, y de dotar de rumbo a la comunidad nacional, se esfumó y de paso la política también fue presa de los estragos por los que atravesaba el ente político.

Parece inexplicable la desestructuración que se presentó en el cuerpo de la sociedad, pero todo tiene una aclaración, si tenemos en cuenta que la vertebración de lo social residía en el Estado, al romperle, por parte del mercado y sus ideólogos, la directriz, su fortaleza se debilitó, la gestión se enredó en asuntos administrativos, el discurso no tuvo presencia en la sociedad, dado que todo lo que prometía o asumía como compromiso no lo pudo corroborar en la práctica y cada día su desresponsabilidad social fue mayor.

Desvertebrado, sin discurso, carente de recursos por la venta de sus activos, con ámbitos de su competencia disputados por organismos internacionales y el mismo mercado, el Estado se fue hundiendo en la mayor crisis que haya vivido en la historia. Aunado a todo esto, la sociedad se fragmentó, se sentía que no existía una forma orgánica de representación que la defendiera o le sirviera de mediación entre sus demandas y los referentes institucionales; esto provocó que los distintos actores buscaran formas alternativas de representación, muchas fueron las experiencias de auto representación, otras las alianzas convergentes, nuevas prácticas políticas, fragmentación social de segmentos sociales excluidos, que optaron por el reconocimiento adscriptivo y sobre ello vehiculizaron sus demandas.

Indígenas, minorías sociales, discapacitados, mujeres, buhoneros, sin techo, sin tierra, sin trabajo, piqueteros, ollas populares, desempleados, jubilados, cocaleros, lesbianas, gay, jóvenes indígenas, entre otros, fueron parte del nuevo mapa actoral que llenaron los escaques del ajedrez nacional y latinoamericano.

Desdibujado, desvertebrado, sin recursos y sin la posibilidad de rehabilitar el lazo social que lo unió por años con la sociedad, el Estado quedó a merced del enemigo mayor, el Mercado. Las deficiencias que mostraba en su accionar las pretendió asumir el coloso de la oferta y la demanda, solamente que, esta vez el mercado no pudo contener ni ofrecer nada nuevo, debido a que su naturaleza es meramente económica, su virtud es de transferir y cristalizar la mercancía en dinero, su ideología es la libre empresa y su objetivo, obtener ganancias.

Si tratamos de resaltar sus virtudes y buscamos insertarlas en la sociedad, con el objeto de que los individuos adopten una postura comportamental similar al mercado, se desnaturaliza la sociedad, los hilos asociativos se tensionan y rompen, las solidaridades se vacían de contenido, la confianza se deposita en el dinero y las reciprocidades desaparecen, viviríamos una sociedad altamente conflictiva y mediada por el interés económico.

No cabe en la sociedad un intercambio de reciprocidades bajo la lógica instrumental costo-beneficio y cuando esto ocurre, la solidaridad se desdibuja, las reciprocidades quedan sin el interlocutor, los afectos se materializan y la deshumanización aflora.

FIN DE LAS COMUNIDADES

La sociedad carente de afectos, de relaciones recíprocas solidarias, vacía de lazo social, se ahoga en un mar de confrontaciones, de disputas, de discrepancias que desechan el diálogo y privilegian la descalificación y exclusión, provocando con todo ello la violencia.

La sociedad que asume como lógica comportamental la competencia, el individualismo, la maximización de las ganancias y la satisfacción cristalizada en dinero o lucro, arriba a un estado de darwinismo social, de competitividad desleal, uso de artificio de guerra para alcanzar logros económicos y, lo peor de todo, a existir en un estado de permanente hostilidades, donde el botín sea el lucro, los objetos de valor, el hedonismo, el consumo y la degradación humana.

Esto es lo que ha provocado el mercado al pretender asumir el papel de rector de la sociedad, a sabiendas de que su naturaleza no es social; pretender realizar las tareas que el Estado venía desempeñando era no sólo un reto, sino un adefesio, lo hizo y estimuló la crisis valórica, existencial y social que nos sorprende en el siglo XXI.

La competencia y la mercadotecnia sembrada como enclave del mercado en el cuerpo social, destruyó las relaciones sociales, impidió que viéramos al otro como elemento de complementariedad, discriminó al que posee menos destrezas o capacidades, minimizó al discapacitado, empotró la belleza occidental como parámetro de medición, estableció modelos de certificación homogéneos sin importar las diferencias, impuso un pensamiento único y regó con su prepotencia el jardín de la exclusión y la autoexclusión, siendo esto último todo aquel que al verse imposibilitado para competir bajo las reglas del mercado, se margina y descarta; situación que propició la emergencia de la ley de la jungla.

Esta directriz de la exclusión imprimió el sello de la competencia interindividual, los grupos se alinearon para controlar y ejercer el poder, las solidaridades se cambiaron por filantropías, las mediaciones intersubjetivas fueron alteradas y suplidas por mediaciones electrónicas, el discurso verbal se transformó en el mensaje digital, la imagen remplazó la palabra, la acción colectiva cedió el paso a los actos espectaculares y osados; la razón fue canjeada por la fuerza, el amor se obtuvo por dinero y no por afecto, se delegaron las responsabilidades sociales a centros de información y oficinas especializadas, el saber dejó de reproducirse bajo el paraguas de la discusión y se concentró en cifras y datos que se institucionalizan en el mundo virtual; la constatación no es tarea de un investigador, sino el impacto y el valor que le asigna el mercado a la teoría o supuesto argumento que se verbaliza o escribe.

Una sociedad con esta estructura ósea no es un conjunto humano perdurable, la competencia, la individualidad y la lógica instrumental de costo beneficio le transfieren un peso significativo a la violencia, porque es el juego donde las reglas no existen, todo es permisible.

De tal manera que la criminalidad quedó suelta, sin atadura alguna al momento que el Estado renunció a sus facultades de fuente de derecho para ejercitar la violencia; se confundió la idea de libre mercado con libertad para hacer y dejar pasar, todo esto conllevó a que el crimen creciera, se incrustara en la densa capilaridad social, retara a las instituciones endebles del Estado encargadas de impartir justicia y contrarrestar el desorden violento, entró en los ámbitos de gobierno, de cuerpos policiales, compitió con el Estado y se adueñó de los escaques de la sociedad.

CRIMEN Y MERCADO

En los años de apertura del neoliberalismo, el crimen organizado encontró mejor coyuntura y mayor oportunidad para hacer grandes negocios, dado que el mercado, en su afán de expandirse y obtener magnificas ganancias, abrió puertas y ventanas al lavado de dinero vía el sistema bancario, también aparecieron formas inverosímiles de hacer rotar el dinero y cambiar los dólares en pesos nacionales en los nuevos negocios, negocios intercambiables, quiebras ficticias de empresas, paraísos fiscales, casas de cambio de moneda extranjera, comercio ambulante, mercancías de contrabando, transferencias bancarias, remesas internacionales, compra de activos inexistentes, empresas fantasmagóricas, cadenas de almacenes entre otros.

Estos negocios, amparados en la comunicación digital satelital no son susceptibles de control alguno, más si el sistema de comunicaciones espacial está en manos de agentes privados. Sumémosle a todo esto, la corrupción que sembró el mercado dentro de las instituciones estatales, puesto que la carencia de recursos para habilitar la acción estatal y los programas de gobierno, sin supervisión civil, doblegó a gobernantes ante el poder del dinero, dejando circular la corrupción, la impunidad y el arreglo de leyes a favor de los agentes del mercado.

El crimen organizado amplió las redes de acción y especializó el trabajo que le redituaba mayores ingresos, así que los tres rubros más importantes fueron: Narcotráfico, tráfico humano y de órganos, involucrando, en estas tres principales prácticas una infinidad de situaciones y organizaciones sociales que abarcan diversos ámbitos de la sociedad y del Estado. Bajo esa trilogía, se fue tejiendo otra densa red de tráfico de armas, pornografía infantil, redes de prostitución internacional, falsificación de documentos oficiales, pirateo de libros, cd de música, video, imágenes, robo de automóviles, secuestros, contrabando de mercancías, entre otras., todas ellas constituyen una trasgresión a las normas establecidas y la consiguiente desaprobación social, lo que genera acciones y actos de corrupción y violencia extrema.

La delincuencia organizada, a diferencia de la practicada por el delincuente común, requiere para su reproducción y éxito de un conjunto amplio de actores e instancias gubernamentales y privadas que dan sustento y protección a las distintas esferas de la ilegalidad, del mercado negro y de las consecuentes ramificaciones de la economía ilegal.

Dentro de la urdimbre de elementos que dan forma y sentido al crimen organizado, cubriéndolo por momentos con un manto de legalidad, podemos enunciar los siguientes:

EL ENTRAMADO DEL CRIMEN ORGANIZADO

Drogas: Aduanas, aeropuertos, militares, policías, gobierno local, regional y nacional, empresas de aviación, mensajería y paquetería, bares, cantinas, discotecas, tiendas de abarrotes, venta ambulante, taxis y transporte público, escuelas, clínicas de desintoxicación, terapeutas, farmacias, gasolineras y sistema carcelario.

Pornografía infantil: Bares, cantinas, medios de comunicación, cine, Internet, discotecas, escuelas primarias y secundarias, tiendas de ropa, televisión, joyerías, venta de autos, aduanas, migración, militares, policías, gobiernos local, regional y nacional, iglesia, casas de atención de niños desprotegidos, clínicas privadas, cuerpo médico, líneas de aviación y ambulantaje.

Trafico de órganos: Clínicas de especialidades, equipo médico y humano, industria farmacéutica, aduanas, agencias de aviación, militares, policías, gobierno en los tres niveles, distribuidoras de empaque de órganos humanos, migración y ambulancias.

Tráfico humano: Empresas contratistas, fabricas, tiendas de autoservicios, talleres, maquilas, bares, cantinas, centros de prostitución, líneas aéreas, transporte publico, aduanas, migración, militares, policías, gobiernos en los tres niveles, empresarios, instituciones de registro civil, centros educativos, servicios de edecanes, sistema carcelario, conflictos políticos.

Criminalidad: Cuerpos policiales y del ejercito, cárceles, gobiernos en los tres niveles, empresarios, comercio informal, venta clandestina, narcotráfico, sicariato, paramilitares, policía privada, comercio ilegal de armas, bancos, casas de cambio, transporte colectivo público, sistema educativo, bares, cantinas, tiendas de autoservicio, talleres, maquilas, finqueros y terratenientes, agricultores potentados y la industria del secuestro.

La criminalidad exacerbada se abre paso por razones específicas, siendo algunas de ellas, la renuncia expresa del Estado para ejercer el monopolio de la violencia institucional,

Miedo, Seguridad y Mercado: Con el mercado pautando los trazos más generales de la sociedad en lo que atañe a sus aspectos comportamentales, incentivando el consumo como un derrotero para obtener estatus, dado que en los últimos treinta años no se avizoraba un movimiento vertical en la escala de movilidad social, el hedonismo asumió el carácter de auto promoción social del consumidor, si visitaban con mayor frecuencia el mercado y te hacías adicto a el.

El mercado en su apogeo, no tiene miradas hacia otro lado, no le importa si existen segmentos de población carenciados, debilidad institucional o altas tasas de consumo de drogas o criminalidad, mientras el ciudadano derroche su dinero y lo que compre sea mayor que lo que ahorre, hay éxito en los negocios.

El problema surge cuando la ola de criminalidad asusta a los consumidores, ahuyenta a los potenciales compradores, encarece los productos y desordena las coordenadas de las ganancias, ahí el mercado y sus adláteres mediáticos, gritan y piden justicia, libertad y seguridad.

El tema de la seguridad ya no es un asunto importante en la agenda del Estado, sino un tema recurrente del mercado. El Estado, desde hace ya unos años, se ha desinteresado de la seguridad ciudadana, en la configuración urbana de las ciudades latinoamericanas, hemos podido observar cuantas áreas de nuestras poblaciones son desprotegidas y han sido desamparadas a su suerte ante el crimen organizado.

Existen, en los países de baja criminalidad, 4 policías por cada mil habitantes; en el área centroamericana el promedio es de 1.6 por cada 1000 (Córdova y Pérez, 2006); a esto agréguele el corolario que la policía se congrega en la capital y zonas del centro o comercio, dejando en la penuria y desprotección a las zonas marginadas y sectores medios populares. La razón que se esgrime para custodiar esas zonas que el comercio requiere protección de la mercancía y sus clientes que lo visitan, los barrios populares y zonas marginadas, son el reservorio de la delincuencia, por tanto ahí no hay que ir a custodiar, sino a aprehender.

La argumentación de salvaguardar el mercado y relegar a los sectores populares y marginados, es el uso del miedo y los imaginarios de exclusión, los cuales son dos caras de la misma moneda, que el mercado ha colocado en varios escenarios de la sociedad, principalmente en el mundo de lo urbano, porque ahí reside el 75% de los habitantes de América Latina, se concentra el 100% de la rotación del comercio, se anclan las empresas de servicios y de producción, se aglomera el 85% de los automóviles, el 99% del dinero y entidades bancarias, el 85% de redes de hospitales, clínicas y centros de salud; el 18.5% de centros de recreación y consumo; la densidad de la red vial y la sede de los gobiernos en sus tres dimensiones, federal, regional y local.

Situar el miedo dentro de la ciudad es privatizar algunas zonas de lo urbano, encerrar a los pobladores y vender la idea de que las comunidades no se hacen, sino que son susceptibles de obtenerse a través del dinero, porque los nuevos proyectos de "comunidades urbanas cerradas", ofertan la idea que podemos seleccionar, escoger y costear la comunidad que deseamos y a la cual queremos pertenecer, casi igual a tener el derecho de pertenecer a la sociedad que quiero en función del poder adquisitivo, restándole todo lo preexistente que trae una comunidad y lo peor aun, negar la historicidad y la comunión de biografías que en ella se entrelazan y arman las tramas de solidaridades que reproducen los hilos asociativos y a la sociedad misma.

El miedo también obtuvo un socio que lo promocionó de manera permanente y efectiva, los medios de comunicación, a partir de los años noventa hasta la fecha, la prensa, radio y televisión cambió el léxico y trajo a colación un cúmulo de palabras que exacerbaron los miedos. Los relatos periodísticos sostenían metáforas que magnificaba el acto delictivo, tales como "0la", "Escalada", "espiral" de la violencia delictiva. En las horas de noticieros nocturnos las palabras "amenaza criminal" e "indefensión ciudadana", aderezadas con uso de calificativos que reiteran la imagen y los estados de ánimo durante y después de vivir una experiencia como victima: brutal, espeluznante, terrible, fatídico, sorpresivo, sangriento, despiadado y feroz, para señalar a los delincuentes o el hecho por ellos creado.

Para el caso de la victima, sacan a relucir los sustantivos: pánico, terror, miedo, conmoción, humillación, violación, y dolor.

Lo que vale la pena resaltar, es la manera en cómo el mito, la falsedad la posicionan como verdad, ya que la mayoría de las veces el trabajo periodístico que alimenta el miedo no cuenta con los recursos empíricos ni las pruebas necesarias para justificar la propaganda que ellos desatan, sin embargo se escudan en el rumor que adquiere otra dimensión en la subjetividad colectiva cuando lo disfrazan con palabras : trascendió, los vecinos del lugar, los familiares de la victima, etc., cuyo fin no es denunciar el crimen o delito, sino exhibir a la victima con su dolor, mostrar públicamente el ultraje y la vulneración del cuerpo afectado.

Indudablemente, el discurso amedrentador, magnificante y de omnipresencia del delito, reduce el tamaño cualitativo de la ciudadanía, la ensombrece y la reduce a una simple víctima que adquiere forma en cifras y relatos grotescos; asimismo procrea una ciudadanía pasiva, pusilánime, sin voluntad por opinar ni participar en la solución de los problemas por el riesgo que ello trae, dejando que el Estado y sus gobiernos actúen, solicitando aún la mano dura, aunque ello traiga como consecuencias encerramientos en sus casas o pérdida de los espacios de la vida privada.

Lo importante para el mercado no es el miedo en sí como problema que dota a la ciudadanía de temor e inseguridad; sino que oportunidades de negocios hay en esa nube envolvente de la inseguridad personal y justo ahí los inversores de la industria inmobiliaria exploraron esa veta y obtuvieron jugosas ganancias. Bajo el toldo del miedo, y la coadyuvancia de los medios de comunicación, se ofertó la imagen de la seguridad, el bienestar y resarcimiento de la comunidad dentro de la ciudad, a través de emprendimientos cerrados, que tenían como soporte tres pilares: Seguridad, Naturaleza y calidad de vida. Era un invento privado, promotor de la segregación y alimentador de la bonanza del mercado.

MIEDO Y EXCLUSIÓN URBANA

Este nuevo producto ofertado por el mercado, lleva en su seno varias aristas, muchas de ellas no podemos explicarlas en este corto artículo, sin embargo señalemos algunas de ellas que incidieron profundamente en la ciudadanía, en la configuración urbana y en materia de seguridad.

La segregación redistribuyó a la población urbana y reorganizó el suelo urbano; dio paso al espacio diferenciado ocupado según el nivel de ingresos, tipo de vivienda y equipamiento urbano; asimismo tensionó a la ciudades en tres polos: un polo peri urbano exclusivo para sectores que gustan de la privacidad, cuentan con recursos para comprar seguridad y elegir el tipo de ciudad que quieren o imaginan, sus espacios son fluidos, protegidos y de movilidad expedita y por las distancias requiere de automóvil.

El segundo polo es una vuelta a los centros, pero esta vez remodificados, signados con un valor cultural e interpenetrado por el mercado-consumo-cultura-habitacional, dando como resultado un lugar de mucha tensión entre los segmentos sociales que concurren en él, dado que los clasemedieros ven en los segmentos populares un riesgo de popularización del espacio, a pesar de que es el centro un atractivo donde cohabitan y concurren diversos actores de distintos estatus, el nuevo habitante de clase media pide y exige seguridad, crea un nosotros selectivo y sobre los escogidos descansa su red dialógica. (Mongin, 2006).

El polo que queda, el tercero, es el lugar que nadie escoge para vivir, porque está forzado a vivir en el, su condición de relegado le permite relacionarse y dialogar sólo con los habitantes de su medio, la comunicación con los habitantes del polo peri urbano y del centro rehabilitado, está descartada, no lo aceptan y está confinando a su lugar, por lo que los lazos sociales se establecen entre excluidos, asimismo su reproducción social se da entre ellos mismos, lo que prolonga la agonía de no ver de cerca la posibilidad de movilidad social.

Observamos entonces tres polos que reconfiguran la nueva ciudad, indudablemente que en cada espacio descrito hay una percepción del miedo distinto, en el peri urbano, el temor adquiere dimensión humana y está recreándose en el polo de exclusión; lo mismo piensa el habitante del centro reciclado; en los confinados en la pobreza, el miedo está en los represores, la policía y los militares. Sin embargo, los miedos que mayor divulgación tienen son los que expresan los ciudadanos que pueden consumir, los que tienen acceso a los medios y a los foros, espacios que están vetados para los relegados.

En el triangulo de los tres confinamientos urbanos, se re-crean sendos imaginarios estigmatizados, cada uno porta el que le construye el vecino o el otro; aparecen tres imaginarios, el consumidor elitista, el mediano consumidor que pugna por pasar al estatus de pudiente y no puede logarlo, pero a su vez teme de popularizarse; y el imaginario del pobre que delinque, consume drogas, perezoso, irresponsable y que todos sus actos están al margen de la ley.

Sobre el imaginario del pobre confinado en la miseria, se levantan los programas de seguridad pública urbana, porque es el segmento que:

No cuentan con seguridad laboral.
Gozan de pocas destrezas y habilidades para la educación formal.
Tienen dificultad para contraer responsabilidades y nuevas relaciones sociales con los demás.
Son proclives a la violencia para resolver las diferencias.
Por irresponsables trabajan en la economía informal.
Tienen conducta agresiva y no cuentan con documentos de identidad.
Son resignados a la pobreza.
No les interesa salir de los espacios de exclusión.

Una vez construido el enemigo de la seguridad ciudadana, el criminal pobre, el Estado, en medio de su penuria económica pero resuelto en su papel de guardián del mercado, ha sacado a relucir dos programas que hasta ahora han criminalizado la pobreza y poco a poco han desmantelado la estructura que cobijaba de derechos a los ciudadanos.

Mano dura y militarización en las calles, han sido las dos respuestas que el Estado ha dado para responder a la desestructuración social, económica y política que vivimos. Ya en las palabras preliminares del presente artículo dibujamos el gran compromiso que tiene el Estado, sin embargo no lo asume y descarga su responsabilidad a otros agentes y actores, en este caso, al crimen organizado, que es un concepto amplio, laxo, sin precisión y que no alude quien es el motor de este crimen organizado, pero lo persigue sin éxito alguno.

Los programas donde el ente político convoca a la ciudadanía a combatir el crimen porque este es un fenómeno, en palabras de los gobernantes, "que atañe a todos". Justo en este momento abre el compás, las compuertas ceden y el mercado legitima la delincuencia. Al instante que se convoca a la ciudadanía, deja el camino expedito para que agentes privado, corporaciones del mercado, mercenarios, paramilitares, sicarios y agentes del mercado detecten la oportunidad de lucrar con el crimen.

Ante esta mancomunión, Estado-Mercado unidos para combatir el crimen, las leyes se flexibilizaron, el Estado compartió la portación y uso de armas con agencias privadas, justificó las policías empresariales, las oficinas de espionaje, la infiltración en la vida privada, la intervención de comunicaciones privadas y lo peor de todo, el control privado de la comunicación satelital, quedando a merced del mercado y sujeto a los monopolios informativos y bancos de datos.

Con estas ventajas, el mercado dio rienda suelta al crimen organizado, aceitó las avenidas del circuito del mercado para que transitara el crimen, la delincuencia y el narcotráfico sin control alguno, reduciendo a su mínima expresión al Estado en el control de la inseguridad pública y sometiéndolo al imperio del mercado.

Otro fenómeno coadyuvante que consolida la criminalización de los pobres, es la apertura indiscriminada a las empresas privadas de seguridad, cuyo peso en la custodia y co-participación en los asuntos de seguridad pública es notable, a partir de la renuncia paulatina que el Estado ha hecho del uso monopólico de la violencia legítima y la ha cedido a los inversores privados, por lo que hoy día estas empresas cuentan con personal con formación militar y son los encargados de custodiar los bancos, casas de bolsa, representaciones diplomáticas, empresas transnacionales, oficinas de consultorías y seguros; asociados con la policía nacional, la red de policías regional y el ejercito han conjuntado esfuerzo, intercambian información y llevado acciones para criminalizar y reprimir a las pandillas conocidas como Maras, los campesinos que se resisten a la construcción de represas o que intentan bloquear caminos, zonas francas o carreteras.

Las cifras que mostramos nos parecen conservadoras, porque no hay un registro oficial centralizado, pero en Guatemala existen 80,000 hombres armados de policías privados; El Salvador cuenta con 20,000, Nicaragua registra 9,017, Honduras registra formalmente 40 mil, pero el ministerio de defensa asegura que rebasan los 60 mil y Costa Rica 18,000.

Entre 2003 y 2005 la policía en el área cambió su modelo de actuación, asumiendo un comportamiento de corte militar que le convierte en un cuerpo polimilitarizado; ahora bien, los mecanismos de atención al crimen y al delito se hacen bajo los preceptos del programa" Mano Dura", cuya finalidad es criminalizar todo acto que atente contra la idea de gobierno, acentúa la autoridad ante el dialogo, combaten el desempleo, la indigencia, los grupos de jóvenes y trabajadores ambulantes bajo el paraguas de represión y cárcel para todo aquel que aparente ser un peligro para la seguridad ciudadana o competencia desleal contra el comercio formal, violentando los derechos humanos y sembrando el miedo y el terror entre los sectores marginados.

Ahora bien, los miedos requieren, para percibirse como estado de vulnerabilidad, un referente, un objeto al cual hay que temer, porque no existe el miedo etéreo, volátil, omnipresente y general, porque sería ya un caso de patología individual, de inseguridad o crisis de personalidad.

Los miedos no constituyen un sentimiento meramente cuantificable ni una problemática a abordar aisladamente sino que se integran a una compleja trama de experiencias de la condición humana; entonces, el miedo constituye un sentimiento fundamental en la especie humana, se manifiesta en el recelo ante la posibilidad de que ocurra un peligro imprevisto, se evidencia ante una amenaza real o imaginaria que obviamente es vivida como real.

Por lo anterior, puede expresarse, el miedo, en el susto puntual ante un acontecimiento apabullante, una presencia no deseada y/o derivar en una gama de comportamientos que se reiteran y tienden a que los sujetos experimenten actitudes de parálisis, aislamiento y hasta de evitación de contactos con el mundo exterior, que es imaginado en su totalidad como amenaza. (Entel, 2007)

El miedo al que nos referimos es el que cuenta con un objeto que lo alimenta, lo amedrenta y lo sitúa en un lugar donde el ciudadano no lo ve, pero lo percibe, lo intuye y lo re-crea en su imaginación, cuando cumple este proceso de re-creación lo cambia, lo modifica o altera, traduciéndolo en un miedo que tiene referente y justo ahí, en esa mezcla de percepción y devolución a la realidad, da paso a los procesos de estigmatización, ya que encuentra el culpable, libera el miedo y lo coloca en el potencial agresor.

El mercado, como epicentro de la sociedad, no genera estabilidad ni certidumbre, vomita sobre el amplio cuerpo social la mayor incredulidad y constantemente volatiliza la seguridad, porque la innovación de sus productos, acompañados de la mercadotecnia compulsiva, sostiene una permanente tensión entre ciudadano consumidor y satisfacción, donde lo nuevo que emerge en el mercado siempre es mejor y debe remplazar lo que tienes o anteriormente compraste

Los miedos personales y sociales, que en su mayoría están ligados al mercado, es interesante destacar como se interpenetran y provocan una producción excesiva de imaginarios de exclusión dentro de las ciudades latinoamericanas. Tomemos como referencia la investigación realizada en la Universidad Nacional de Paraná, Argentina, cuyo objetivo fue indagar sobre los imaginarios de miedo y sospecha en la ciudad de Paraná, en dos barrios, Las Flores (extracción popular) y Villa Sarmiento (de sector medio).

Los sectores populares situaban el miedo en: Inseguridad, robos, no tener qué comer, no tener trabajo, no poder asistir a la escuela, que los hijos consuman drogas, que puedan enfermarse, que las aguas dañen la casa.

Los sectores medios: Asaltos, que no haya trabajo, que mis padres queden sin trabajo, que mis papas no me puedan ayudar con los estudios, que perdamos lo poco que tenemos, las crisis económicas. (Entel, ob.cit.)

Si vinculamos cada uno de los conceptos expresados por la encuesta con el mercado, todos están ligados de manera formal o ilegal, como lo ejemplificamos en entramado del crimen organizado, demostrando que el mercado libre, soberano, autónomo y sin regulación alguno por parte del Estado, es la mayor fuente de riesgo, incertidumbre y temores en nuestras sociedades latinoamericanas.

CRIMINALIZACIÓN DE LAS CIUDADANÍAS CRÍTICAS

La violencia desatada, los referentes institucionales desarticulados y casi difuminados, perdidos en la densa nube de la impunidad y la complacencia, los dispositivos de poder del Estado anulados y sin capacidad reactiva ante la modernización del crimen organizado y el uso cada vez mayor de nuevas tecnologías para delinquir, provocó un abandono, por parte del Estado, hacia la sociedad, cuyos puentes dialógicos entre la esfera de lo civil y lo político se rompieron, los gremios representativos se vieron envueltos en la incertidumbre y la perplejidad, debido a que en el mundo de lo simbólico están cada vez menos unidos y en consecuencia más heterogéneos.

Indudablemente que esa dispersión que se produce por la diáspora del mundo simbólico que nos hace pensar sólo en el presente y bajo este paraguas pretendemos obtener los satisfactores necesarios para sobrevivir o rescatar los derechos y recursos negados o expropiados. Bajo esta lógica, que contraviene la racionalidad del mercado, se ha presentado el choque de visión y de proyectos políticos; por una parte el mercado tratando de eliminar las conquistas de los trabajadores hasta dejarlos en un estado de indefensión absoluta, y por otra parte, los ciudadanos en riesgo que se aferran a defender sus derechos y confrontan en las calles a través de las movilizaciones, protestas, corte de rutas, toma de oficinas y recuperación de empresas y fabricas quebradas.

La ciudadanía activa se asume como sujeto defensor de sus derechos, se aglutina alrededor de sus demandas y apela al efecto de auto convocación para que otros actores en el mismo estado de sometimiento por el mercado, se sumen y armen arcos convergentes por una causa común, la lucha por el trabajo, la seguridad social, la educación, vivienda digna y el estado de derecho.

Estas son las ciudadanías críticas, las que salen a las calles, las que traman redes solidarias, arman discursos alternativos, asocian intereses, retoman a la política como eje vertebrador y reclaman al Estado que retome su función y resuelva lo que el mercado descompone y distorsiona. Así la calle se convierte en el espacio público idóneo para recibir a las ciudadanías contestatarias, sus demandas cargan de sentido al espacio transitable en la medida que los distintos y diversos actores políticos sitúan en ellas sus demandas y alianzas; las calles se nutren con otras movilizaciones para agregar y desarrollar nuevas acciones colectivas.

En ese agregado no sólo concurren los actores vinculados directamente con la demanda, sino otros que ven en el vínculo la oportunidad y la necesidad de abrazar una acción que vaya marcando un arco convergente, de ahí que autoconvocados sean gran parte de los actores que ocupan los espacios públicos.

Claro está, el Estado, en las condiciones en que se encuentra, es poco lo que ofrece y nada lo que puede hacer ante el alud de demandas, cuadriculadas en un mapa actoral múltiple y con distintas vertientes ideológicas y variedad de formas de comportamiento político que desdibuja a cualquier interlocutor que se ponga enfrente de tantas demandas, por ello, ante las presiones de las masas, recurre a la criminalización de las protestas.

BÚSQUEDA DE CULPABLES

El mercado, agente promotor de la descomposición y principal impulsor de la desestructuración de las tramas de solidaridades dentro de la sociedad, ha debilitado los pilares de la integración social, ha erosionado los vínculos de confianza mutua, también ha roto los andamiajes de las representaciones colectivas y desmantelado todos los factores que dan fortaleza institucional.

Ante semejante escenario desolador y el peligro de que ocurra un vaciamiento de los contenidos básicos de la reproducción social, el mercado busca culpables y elude toda responsabilidad ante el caos que vivimos. Por una parte, recurre a los medios de comunicación, vehículo ideológico que publicita la libertad y libre competencia, para que asuma el control de las fuentes de la incertidumbre y transfiera el costo a la sociedad, principalmente a los jóvenes, las mujeres, los pobres y excluidos.

Los medios de comunicación abren el abanico de las constelaciones imaginarias y distribuyen el costo de la crisis social de manera equilibrada, de tal manera que los inversores, los socios capitalistas, los grandes comerciantes, los especuladores de bolsa, los agiotistas, y demás agentes del mundo de las finanzas, no pierdan un centavo, antes por el contrario, buscan la forma y la oportunidad de hacer de la adversidad un gran momento de nuevos negocios.

Los imaginarios van dirigidos a cada segmento social y, en algunos casos, a actores específicos, toda vez que algunos de ellos, por su comportamiento contrario a los intereses del mercado, tuercen los caminos y se colocan en punto de confrontación.

Entonces tenemos que el número de imaginarios construidos a través de los medios de comunicación, están en función de los enemigos que ellos construyen ideológicamente, es así que para todo aquel que intenta revertir la lógica del mercado y cuestiona las bases del modelo neoliberal, es Terrorista; para los activistas políticos que cortan rutas, toman oficinas, bloquean calles y cierran negocios, son terroristas o infiltrados del populismo radical; si aparecen voces que reclaman mejores salarios, condiciones de trabajo seguras y respeto a sus derechos, son izquierdistas.

En lo urbano, si el incremento de robos, asaltos, robo a casa habitación, despojo de prendas, asalto a comercios establecidos, guardan una tendencia incremental, los culpables son los jóvenes, los pandilleros, habitantes de sectores marginales, cholos, vagos, delincuentes o consumidores de droga.
Si la inseguridad llega a circuitos más intolerantes como secuestros, homicidios, desaparecidos, trafico de niños, rapto, pornografía infantil, confrontación armada, es el crimen organizado.

En el plano más amplio de la sociedad, hay que temer a los tuertos, mancos, cojos, vendedores ambulantes, jardineros, veladores, indigentes, mal vestidos, gay, lesbianas, discapacitados y aun más, los que no guardan los parámetros de la belleza occidental como posibles agresores potenciales que fisuran la tranquilidad de la sociedad del mercado.

Cada quien tiene un imaginario delictivo que le asignan los medios de comunicación y éstos responden a los dictados de los agentes del mercado, porque en esa trama de imaginarios inventados se abren nuevos negocios, el cuadro de oportunidades crece, la ciudadanía se encierra, se encapsula y rompe toda posibilidad dialógica, crece el aislamiento y la eventualidad de un movimiento que trastoque las bases del mercado es cada vez mas remota.

Estos imaginarios cumplen la función de exclusión dentro de la sociedad, sin necesidad de que se note la mano que los manipule, dado que los medios de comunicación aparecen como la voz de alerta que te acompaña en los momentos de miedo y temor.

Si existe miedo, se vive con la incertidumbre pegada a la vida y alejada de toda posibilidad de hacer vida comunitaria, porque cada vez que lo hace, el riesgo aumenta. La fragmentación, el alejamiento de los espacios públicos de deliberación y convivencia, la necesidad de estar ligados a la televisión para recibir la información visual-emotiva permanente y mantenerse preocupado por contratar un seguro de vida, la búsqueda de protección en compañías de seguridad personal, son los objetivos que busca el mercado y por ende los medios de comunicación, así hacen presa fácil y confinan a los ciudadanos a un espacio controlado.

El mercadeo del miedo surte sus efectos y nos presenta una ciudadanía fragmentada y temerosa ante un mundo violento construido desde el poder político y mediático, que pugna por imponer el auto recluimiento, la desmovilización y el silencio.

En sociedades atemorizadas por el miedo, como acontece en América Latina, los ciudadanos cada día están dispuestos a perder una cuota de libertad si ése es el precio de la seguridad. Esto nos hace pensar que la novela de George Orwell, 1984, donde describe la casa de Londres, vigilada por 32 cámaras de seguridad, está sirviendo de modelo para el nuevo mundo que se pretende construir, sujeto a sofisticados satélites de vigilancia, dispositivos de reconocimiento biométrico, cámaras de seguridad de alta definición, bases de datos personales que detectan códigos genéticos, pequeños aparatos voladores con capacidad para registrar el menor movimiento de los habitantes de nuestras naciones.

¿Anticipamos desde ya la instauración de sociedades acechadas que ponen fin a la tradición liberal de la "Libertad y Democracia de Occidente"?

¿Es el fin de la utopía liberal de las libertades individuales?

¿Se agotó el tiempo y la tolerancia para aceptar que los ciudadanos tengan la libertad pensar y reunirse con quien le parezca? ¿Podrá existir la democracia encarcelada? ¿Para qué quiero libertad si soy vulnerable? ¿Hasta donde puedo ser dueño de mi privacidad?

Estas interrogantes no tienen respuesta hoy día, la tendencia nos señala que por el momento hay que priorizar la seguridad de los gobiernos, el mercado y las vías públicas, a cambio de perder la libertad que apenas intentábamos disfrutar.

Se habló del fin de las dictaduras, las bienaventuranzas del mercado, el adiós a los golpistas que desolaron el cono sur; el fin de la guerra mezquina en Centroamérica, de las bondades de la globalización con sus alas de libertad ampliada, el intercambio de mercancías y hasta human a escala megauniversal, pero ese panegírico se agotó raídamente y la realidad lo priva de su elocuencia al aparecer el informe global de la organización británica Privacy International, correspondiente a 2007, "la tendencia de los gobiernos a archivar cada vez más información sobre sus ciudadanos y residentes se afianza en todo el mundo": "No hay duda de que avanzamos hacia modelos de mayor control ciudadano", (Seminario F., 2008); sin embargo el esfuerzo no se queda en Europa, la tendencia es mundial y en el proyecto de la Oficina Federal de Investigaciones de Estados Unidos se propone ir un poco más allá todavía: a un costo de unos 1000 millones de dólares, prevé incorporar en una gigantesca base de datos información biométrica de cada uno de los ciudadanos, a fin de poder establecer la identidad de las personas a partir de rasgos físicos como la palma de la mano, el iris, cicatrices y otras particularidades. (Ídem).

El panorama es sombrío, no se alcanza a divisar quien podrá construir un nuevo control al desarreglo que está montado sobre el horizonte de la sociedad del Siglo XXI; la seguridad se ha privatizado, el Estado aparenta no poder mantener el ritmo a las necesidades (reales o inventadas por un mercado siempre ávido) y a las demandas de protección de los ciudadanos. Probablemente porque cada día que pasa parece ser menos claro y obvio qué cosas son peligrosas e inseguras, qué situaciones necesitan estar bajo control y qué situaciones no. Distribuir miedos es también sembrar el campo fértil de la industria de los dispositivos de seguridad, no cabe duda. Los peligros innombrables y los riesgos impensados pero latentes que anuncian los astutos vendedores crecen, siempre, a la sombra de la desidia estatal (Gutiérrez, 2008) pero bajo el paraguas de la voracidad del mercado que lucra con el miedo, el terror, la miseria, el hambre, las guerras y hasta con la vida en peligro del planeta.

BIBLIOGRAFÍA

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Robinson Salazar, Doctor en Ciencias políticas y sociales, posdoctorado en CLACSO, Argentina. Investigador de la Universidad Autónoma de Sinaloa. Director de la red de investigadores por la democracia www.insumisos.com. Líneas de investigación: movimientos sociales, ciudadanía, militarización. Insumiso2000@yahoo.com.mx