Estas múltiples crisis tienen su epicentro en Estados Unidos,
que si ha sido hasta ahora la superpotencia hegemónica del mundo,
empieza a dar señales de poder perder tal condición: crisis
financiera, con las perturbaciones bursátiles; monetaria, dada
la inimaginable caída del dólar, moneda de referencia
mundial que no deja de perder valor en relación con el euro y
con el yuan; económica, que dio comienzo con la burbuja inmobiliaria
y sus efectos en los créditos en los Estados Unidos (hipotecas
subprime); crisis social, con el creciente desempleo, el aumento en
vertical del coste de vida y el malestar de amplias capas de la población,
que está extendiéndose a la Unión Europea; crisis
energética, que afecta a todos los países, excepto a los
grandes productores, con el petróleo rozando los 120 dólares
por barril; crisis alimenticia, con la escasez y la subida repentina
del precio de los alimentos esenciales (cereales, carne, leche, huevos,
arroz, etcétera), que anuncia para los países más
pobres una ola de hambre, incontrolable acaso; crisis de valores, con
la desaparición de los principios éticos en las relaciones
sociales y políticas; y, finalmente, crisis planetaria, con la
destrucción de los equilibrios ecológicos básicos
en la tierra y en los océanos, la disminución de la biodiversidad,
la creciente desertificación, la deforestación y las alteraciones
climática, provocadas por el agujero de ozono y por el efecto
invernadero.
Todas estas crisis, cada una de por sí, son de una enorme gravedad.
Como es sabido, algunas llevan anunciándose bastante tiempo.
Pero es ahora cuando confluyen y se interrelacionan, con efectos desastrosos,
llamando a la puerta de los países más desarrollados y
ricos, empezando por los Estados Unidos. Da realmente la impresión
de que el coloso americano está llegando al final de un ciclo
y puede perder su antigua hegemonía, con todas las perversas
consecuencias que de ello se derivarían.
Se ha dicho que los países emergentes podrían escapar
a las crisis que se anuncian, y China especialmente, país del
que algunos comentadores llegaron a pronosticar, dada su excepcional
tasa de crecimiento, que se convertiría en la potencia dominante
de mediados del siglo XXI. Yo no lo creo... Entre los llamados países
emergentes, tal vez pueda ser uno de los más afectados, dado
el volumen de su población y el rígido sistema comunista
que, a nivel político, sigue siendo dominante. A pesar de que
no se conoce bien lo que ocurre dentro de sus fronteras, se sabe que
ha habido revueltas en las zonas rurales y que se da un malestar latente
entre las élites culturales y científicas. Son señales
ineludibles de la fragilidad del régimen... Veremos qué
ocurrirá con los Juegos Olímpicos, que para algunos pueden
recordar a los de Alemania en 1936...
La situación más grave, en cualquier caso, se localiza
por ahora en Estados Unidos. Nadie duda, a estas alturas, de que la
Administración Bush -y las guerras en Irak y en Afganistán
con la desestabilización que han provocado en Oriente Medio y
en el universo islámico- ha amplificado las crisis a las que
se enfrenta, si es que no se halla en su origen. El descrédito
de la política americana en el mundo y la pérdida de su
antigua hegemonía, a todos los niveles excepto el militar, son
indiscutibles.
Con todo, la era de Bush está llegando a su fin, sin gloria alguna,
con el presidente sumido en el descrédito y la impotencia. El
mundo está centrado ahora en las elecciones que tendrán
lugar dentro de seis meses y que serán decisivas, no sólo
para Occidente sino también para el mundo entero. ¡Se siente
la falta de un nuevo Franklin Delano Roosevelt! Obama, el candidato
que mejor comprende la necesidad de cambios, que, necesariamente, implican
una ruptura con el sistema, a pesar de la simpatía que despertó
en la opinión pública mundial y del dinamismo que desencadenó
entre la juventud y los intelectuales, está siendo sometido a
un terrible fuego de contención que proviene, curiosamente, de
sectores contradictorios entre sí de la sociedad americana, a
los que les cuesta comprender que únicamente una ruptura profunda
con el statu quo puede salvarlos.
El neoliberalismo, por otra parte, ha entrado en quiebra. A semejanza
con cuanto ocurrió en la antigua Unión Soviética,
estalló corroído por sus propias contradicciones. Y la
Unión Europea está empezando a sentir los efectos de la
crisis múltiple que proviene de Estados Unidos, en plena situación
de impasse político y estratégico, que la hace incapaz
de reaccionar.
¿Cómo podrá la señora Merkel, europeísta
convencida, impulsar la construcción europea, ante ese nefasto
triángulo cuyos vértices son Brown, Sarkozy y Berlusconi?
Sólo un movimiento generalizado de las opiniones públicas
europeas puede presionar a los gobernantes europeos con el fin de imponer
la regulación de la globalización y cierta racionalidad
estratégica en la economía y en la política.
Hace 40 años, por estas fechas, vivimos la revuelta estudiantil
y obrera de Mayo del 68, inesperada en sus perfiles, que hizo temblar
a De Gaulle y supuso un gran impulso para la emancipación de
las personas. La historia nos ofrece sobresaltos, así que estimulan
el progreso. No perdamos la esperanza.
Mário Soares es ex presidente y ex primer ministro de Portugal.
Traducción de Carlos Gumpert.
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