En la primera quincena de agosto se inyectaron 24.000 millones de dólares
a los mercados en EEUU y 95.000 millones de euros a los europeos, obtenidos
de los impuestos públicos. El presidente de EEUU, salía
rápidamente a hacer declaraciones que "calmaran" la
crisis en el negocio de las hipotecas de alto riesgo. Yo también
pago en agosto una hipoteca. ¿Quién me va a inyectar alguna
ayuda para pagar mi hipoteca? ¿Por qué a mi se me deja
"libertad" para pagar mi hipoteca? Si no pago me embargan
mis bienes. Pero a las grandes empresas y firmas hipotecarias no se
les deja esta "libertad". Porque, incluso aunque quiebren,
nunca más se vuelve a saber del dinero que "desapareció".
Si no, que se lo pregunten a las compañías responsables
de los últimos escándalos financieros en nuestro país
o a los últimos directivos que han pasado por la cárcel.
Es más, se le reclama al Estado que se haga cargo de esas deudas
a cargo, como siempre, de nuestros impuestos.
Como ya advertía Kenneth Galbraith (1992) "cuando se trata
de los empobrecidos, la ayuda y el subsidio del gobierno resultan sumamente
sospechosos en cuanto a su necesidad y a la eficacia de su administración
a causa de sus efectos adversos sobre la moral y el espíritu
de trabajo. Esto no reza, sin embargo, en el caso del apoyo público
a quienes gozan de un relativo bienestar. No se considera que perjudique
al ciudadano el que se salve de la quiebra a un banco. Los relativamente
opulentos pueden soportar los efectos morales adversos de los subsidios
y ayudas del gobierno; pero los pobres no". Por eso molesta tanto
en occidente que Venezuela destine el dinero público para los
más empobrecidos y que se "despilfarre" el dinero con
las personas necesitadas, en vez de "invertirlo" en las compañías
trasnacionales que generarían más beneficios
, para
los de siempre, claro. De ahí que se acuse al presidente de Venezuela
de practicar "populismo" y de despilfarrar el dinero público.
No hay "mercados libres", salvo en la economía imaginaria.
Cuando algunos políticos y medios hablan de libertad de mercados
lo que menos existe son mercados libres, ya que todos los mercados son
intervenidos, controlados, de tal forma que cuando se habla de libertad
de mercado lo que se está diciendo es que no los controle el
poder político, el sector público, sino que los controlen
unas cuantas multinacionales, o los grandes centros de poder económico.
De hecho, esa supuesta devoción por el laissez faire, por el
dogma del "libre mercado", por este nuevo fanatismo religioso,
desaparece cuando los intereses de los beneficiarios de la globalización
se hallan en peligro. No sólo con la protección de las
grandes compañías financieras cuando aparece una crisis,
sino en todos los ámbitos: nos encontramos con políticas
proteccionistas para los productos agrícolas y textiles, con
subvenciones públicas a las empresas que han cometido errores
desastrosos para evitar su quiebra y el despido de cientos de trabajadores
y trabajadoras y con políticas militares de financiación
a empresas de armamento. En todos estos casos se ha olvidado el libre
mercado.
Son esas mismas corporaciones, que exultan la ideología neoliberal
exigiendo la liberalización y la imposición de estrictas
limitaciones a la intervención pública, en caso de despidos
laborales o derechos sindicales, las que quieren y esperan de los gobiernos
"asistencia social" en forma de rebajas fiscales o subvenciones,
encauzando hacia ellas el dinero de los impuestos de todos y todas;
una asistencia que, al contrario que los subsidios a la ciudadanía,
exigen que se mantenga. La doctrina del mercado libre se presenta pues,
como plantea Chomsky (2001), en dos variantes: a) la doctrina oficial
que se aplica a los estados y pueblos empobrecidos y que éstos
tienen que aplicar estrictamente; y b) la doctrina extraoficial que
"realmente existe", es decir, aquella que considera que esa
disciplina de mercado, aunque es buena y aplicable para ellos, no lo
es para nuestras empresas, salvo por conveniencias momentáneas,
pues tácitamente, las personas creyentes en el mercado equiparan
sus intereses económicos particulares al bien común.
Indagando en esta "teoría del libre mercado que realmente
existe", un extenso estudio sobre las corporaciones transnacionales
de Ruigrock y Van Tulder (1995) descubrió que "prácticamente
todas las mayores firmas mundiales habían conocido una decisiva
influencia de las políticas estatales y/o de las barreras comerciales
sobre sus estrategias y posiciones competitivas", y que por lo
menos el 20% de las que aparecen en el ranking de la revista Fortune,
no habrían ni sobrevivido como sociedades independientes de no
haber sido salvadas por sus respectivos gobiernos, socializando las
pérdidas, es decir, haciéndose cargo de ellas el Estado
cuando tuvieron problemas. El mismo estudio señala que la intervención
estatal ha sido la regla más que la excepción durante
los dos últimos siglos. La producción aeronáutica
civil está hoy fundamentalmente en manos de dos sociedades: Boeing-McDonald
y Airbus, cada una de las cuales debe en gran medida su existencia y
su éxito a subvenciones públicas en gran escala. La misma
pauta prevalece en los ordenadores y en la electrónica en general,
en la automoción, la biotecnología, las comunicaciones,
en realidad en prácticamente todos los sectores dinámicos
de la economía. Sin estas y otras medidas extremas para interferir
el mercado, es dudoso que las industrias del acero, del automóvil,
de las máquinas herramientas y de los semiconductores hubieran
sobrevivido a la competencia japonesa, o fueran capaces de avanzar con
pie firme en las tecnologías emergentes.
En el nuevo análisis neoliberal el Estado reaparece como reasignador
de los recursos a través del aumento de los gastos de defensa
y de seguridad, y de las ayudas a las empresas y sectores en crisis.
Sólo son partidarios de la libertad económica cuando las
cosas van bien para ellos pero demandan muletas públicas cuando
van mal.
Los mecanismos de protección de este "mercado libre"
son muy variados y persistentes. La imaginación, en estos casos,
parece no tener límite. No parecen ser algo coyuntural, sino
claramente estructural. Una de las formas de protección más
extendida es la dotación de ingentes recursos del erario público
a la industria militar, desarrollada por empresas privadas. Durante
los últimos seis años, más del 40% de las compras
del Pentágono, es decir, un total de 362.000 millones de dólares,
fueron realizadas sin licitación pública competitiva alguna,
es decir, de una manera monopólica entre el complejo militar-industrial
y la clase política.
Actualmente, alrededor de la mitad del presupuesto del Pentágono
es manejado por empresas privadas que son supervisadas por otras empresas
privadas, mientras el control a través de funcionarios del Estado
está siendo reducido sistemáticamente. El Estado ya sólo
sirve para repartir el dinero público entre el gran capital bélico,
"supervisado" por las empresas privadas de contabilidad. Pero,
los beneficios son mutuos. Desde 1998 a la fecha esas empresas han aportado
62 millones de dólares al Partido Republicano, comparado con
24 millones para los Demócratas (Dieterich, 2004). Igualmente,
la "guerra de las galaxias" ha sido vendida al público
como "defensa" y a la comunidad empresarial como un subsidio
público para tecnología avanzada. Por eso no es sorprendente
que el sistema general de subsidios favorezca a las grandes explotaciones,
ya que las ayudas están ligadas a la extensión y a la
producción. La Comisión Europea admite que el 80% de las
ayudas agrícolas las acumulan el 20% de las explotaciones.
En Francia, apenas el 0,6% de la población total recibe las tres
cuartas partes de las ayudas, y en España siete grandes familias
terratenientes cobran tantas ayudas de la Unión Europea como
12.700 pequeñas explotaciones. En 2002 percibieron 14 millones
de euros en subvenciones agrícolas: cantidad equivalente a la
renta anual de 90.000 mozambiqueños. El multimillonario príncipe
Alberto de Mónaco, recibe subvenciones millonarias destinadas
a la agricultura, denunciaba en noviembre de 2005 Intermon-Oxfam. Estos
subsidios provocan un dumping (venta por debajo del coste) en el mercado
mundial. Y estos subsidios a los grandes terratenientes los pagan nuestros
impuestos.
Estos mecanismos de asistencia social para la gente rica es lo que se
ha denominado "socialismo para los ricos" que consiste en
salvaguardar a las grandes empresas de la "disciplina del mercado".
Mientras, los países empobrecidos y las gentes indefensas son
las adoctrinadas en el estricto dogma del "dios mercado".
El problema es que cada vez la población en general se lo va
creyendo más. Están consiguiendo ganar la batalla del
sentido común, colonizando nuestro pensamiento e incluso nuestro
lenguaje y nuestra imaginación. Los grandes medios de comunicación
a su servicio lo repiten una y otra vez. La clase política lo
reitera constantemente en sus discursos. Parece que hoy en día,
como dice Susan Sontag, declararse en contra del libre mercado es como
afirmar que se está en contra de la maternidad. El combate no
sólo se libra en la economía, también está
en el discurso y en el pensamiento.
*Enrique Javier Díez Gutiérrez es profesor de la Universidad
de León. Autor de La Globalización Neoliberal y sus
repercusiones en la educación (2007). Barcelona: El Roure.
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