CONSECUENCIAS DE LA POLÍTICA DE “SEGURIDAD DEMOCRÁTICA”

IRAK EN BOGOTÁ

POR FERNANDO ARELLANO ORTIZ

¡Quietos gran hijueputas! ¡No se muevan! ¡Háganse sobre la pared y no nos miren!

Esa fue la orden perentoria que a voz en cuello dio un hombre corpulento con camuflado y chaleco antibalas, luego de que sus compañeros, todos armados hasta los dientes, hicieran detonar un explosivo que hizo cimbrar los cimientos de la edificación y que se sintió en seis cuadras a la redonda.

La vivienda de tres pisos no dejaba de sacudirse. Parecía un terremoto. En medio de la confusión y el miedo de sus moradores y los vecinos, se escuchaban el trote y las pisadas fuertes de las botas de los hombres que habían irrumpido, pasadas las tres y media de la mañana, en el sector de Santo Domingo en el barrio Altos de Cazucá, enclavado en lo más prominente de Ciudad Bolívar, al sur de Bogotá.


Cuando violentamente estos hombres ingresaron a los aposentos de Herminso Giraldo, conocido como “El Paisa”, en la segunda planta de la edificación, más de media casa estaba destruida.

En medio de su pánico, el de su esposa María Judith y de su hijo Javier de 19 años, los agresores con un vocabulario soez los intimidaron y, simultáneamente, los encañonaron.

“El paisa” se atrevió a preguntarles: ¿Quiénes son ustedes? Por favor identifíquense.

“No digan nada gran hijueputas, ni nos miren. Pongan cuidado: si algún hijueputa nos mira, lo fusilamos”. Fue la respuesta-advertencia, que dio el que comandaba esa banda de forajidos.

“LLAMEN A LA POLICÍA”

A la madrugada fría de un martes, algunos de los vecinos de Altos de Cazucá sintieron movimientos extraños. Sin embargo, nadie puso mayor atención porque todo el mundo estaba durmiendo. Una gran explosión interrumpió abruptamente el sueño de los moradores.

“Yo me lancé de la cama al suelo prácticamente dormido, cuando medio reaccione vi el aguacero de vidrios y sentía que la casa se maqueaba”, recuerda Herminso Giraldo, un hombre de 44 años, oriundo de Pensilvania, Caldas, desplazado de la violencia, que llegó a este sector deprimido de Ciudad Bolívar hace algunos años a montar un billar, en la segunda planta de la edificación de la familia Arenas Díaz, la misma que fue atacada y bombardeada por un grupo de asalto.

En el billar, “El paisa” ha acomodado también un dormitorio que comparte con su esposa y su hijo.

“Yo creí que esta gente nos iba a acribillar. Cuando explotó la primera bomba esa madrugada del 18 de enero, la que me hizo tirar de la cama al suelo y antes de que los hombres armados ingresaran a mi local, comencé a gritar: ¡auxilio!, ¡auxilio!, llamen a la Policía que nos van a matar”, relata Giraldo en diálogo con www.cronicon.net.

“Pensé tirarme por la ventana pero corría el riego de que me recibieran a bala. Luego cinco sujetos con fusiles, patean la puerta del local y me apuntan con sus armas, mientras a mi esposa y a mi hijo los ponen sobre la pared, en medio de insultos y un vocabulario soez. En esas, uno de estos hombres desasegura el fusil; mi hijo alcanza a halarme de la camisa y me alerta: papá lo van a matar”.

Herminso clama porque llegue la Policía, pues está convencido de que estos hombres pertenecen a algún grupo armado al margen de la ley.

El barullo continúa en la casa. Alrededor de unos quince sujetos, igualmente armados y con chalecos antibalas ingresan al tercer piso, donde habita la familia Arenas, dueña de la construcción, colocando previamente un explosivo que vuelve hacer temblar los cimientos y, luego, en forma violenta derriban la puerta y entran, así mismo, lanzando toda clase de agravios. Encañonan a las nueve personas que habitan en ese apartamento. A los cuatro niños los sacan en medio del frío de la madrugada a la terraza, mientras que a los cinco adultos los tuvieron tendidos en el piso durante un lapso de dos horas, pisándoles la cabeza.

LOS DAÑOS

Tras haber esculcado todos los rincones de la edificación y no encontrar nada, los “rambos” decidieron hacer explosionar un tercer artefacto que terminó por derrumbar buena parte de la plancha de concreto de la construcción.

No satisfechos con lo ocasionado, los envalentonados invasores lanzaron un cuarto explosivo que generó mayores estropicios y contaminó aún más el ambiente de la edificación y alrededor de una docena de casas humildes se vieron afectadas porque se vinieron abajo sus ventanales.


“FUE UN EROR”

Después de las tres horas que duró el “operativo antiterrorista” como denominan esta violación a los derechos humanos las autoridades, las víctimas se enteraron que tal despliegue de fuerza desmedido había corrido por cuenta de la Policía Nacional.

La de Santo Domingo fue una operación desmedida que utilizó a 400 policías que rodearon ese vasto sector de Ciudad Bolívar para desmantelar un “reducto terrorista”.

Sin embargo, tras haber allanado las viviendas tanto de Giraldo como de la familia Arenas Díaz y supervisado el vecindario, los “bien” entrenados comandos policiales, ayudados por “inteligencia militar” caracterizada por su “buen olfato”, no encontraron nada, absolutamente nada. Ni siquiera un leve sospechoso de “terrorismo”.

“Le pido que me disculpe, fue un error, pero no se preocupe que yo respondo por todo”, fue lo que atinó a decirle el coronel José Segura, subcomandante de la Policía de Cundinamarca y el responsable del “operativo”, a Herminso en la estación de Puente Aranda.

El coronel Segura amparándose en la política de “Seguridad Democrática” explicó en forma parsimoniosa a Giraldo que el lamentable episodio ocurrió porque un “mal informante” que esperaba obtener recompensa, había señalado que en su casa se escondía una caleta con más de cuarenta fusiles y que, además, ahí se refugiaban unos cuantos terroristas que iban a atentar contra determinados sectores urbanos de Bogotá.

En menos de una semana, el coronel Segura resarció los daños materiales tanto de la edificación de la familia Arenas Díaz, como del resto de viviendas que se vieron afectadas.

Entre tanto, la familia Arenas que recibió de la Policía por los daños ocasionados alrededor de cinco millones de pesos, ya le pidió que desalojara el local a Herminso, quien no sabe qué hacer ni para dónde coger.

A su turno los moradores de Altos de Cazucá se sienten atemorizados y cunde la desconfianza. Manes de la estrategia del “ataque preventivo” utilizada a nivel global y que en Colombia se conoce como la política de “Seguridad Democrática”.

fsarellano@cronicon.net