POR ALÍ RODRÍGUEZ ARAQUE*
Con la firma del Tratado
Constitutivo de la UNASUR, los doce países que la integran dieron
un paso de dimensiones históricas. Se trata, nada más
y nada menos, que de hacer efectiva la decisión de reunir las
partes, hoy separadas, de una gran nación. Porque eso somos:
por tener un territorio y un origen histórico comunes, por tener
una cultura y creencias que nos son también comunes, por compartir
igualmente una lengua que nos permite una comunicación fluida
y, no menos importante, porque enfrentamos problemas comunes, principalmente
el de la pobreza.
No es, sin embargo, el primer intento de integración. Existen,
como se sabe, experiencias anteriores, revelación de que, éste,
es un objetivo hacia el cual se está aspirando desde hace ya
muchas décadas. El hecho de que tales objetivos no se hayan alcanzado,
nos coloca ante algunas interrogantes a la hora de enfrentar la materialización
de un proyecto como la UNASUR.
¿Dónde radica la principal fortaleza que puede convertir
a la UNASUR en un proceso exitoso e irreversible? En consecuencia ¿cuál
es el eje dinámico fundamental en una estrategia de integración
y unidad Suramericanas? ¿Cuáles los principales retos
a encarar y superar en el corto, mediano y largo plazo?
Un buen método de selección es definir lo que no somos.
Así, es fácil concluir que no somos potencia militar,
ni industrial, ni tecnológica y, afortunadamente, tampoco potencia
nuclear. Lo que nos confiere fuerza centrípeta en lo interno
y gravitación en el ámbito mundial, es el hecho de representar
una impresionante reserva de recursos naturales: minerales, agua, bosques,
biodiversidad, tierras aptas para la producción de alimentos,
todas las fuentes primarias de energía, una población
de 394 millones de habitantes que puebla algo más 17.8 millones
de kilómetros cuadrados de superficie, son recursos bastante
más que suficientes para dar impulso a los más ambiciosos
planes de desarrollo integral que imaginarse pueda. Y lo más
importante, contamos con un pueblo talentoso, amante de su tierra, creativo
y laborioso. Podríamos decir que lo tenemos todo. Menos algo:
una visión común. Visión es lo que nos ha faltado
y, con ella, una estrategia y un plan coherente que nos permita desplegar
la gigantesca potencialidad que está contenida en esta riquísima
región.
Es una dolorosa ironía que sobre esta inmensa riqueza, 130 millones
de suramericanos aún sobrevivan en estado de pobreza y, de los
mismos, más de 60 millones en situación de pobreza crítica.
Mientras tanto, la tajada del león en muchas de las explotaciones
que se realizan, se la llevan las grandes corporaciones mundiales que
cuentan con una misma estrategia y un solo mando planetario. En tanto,
la dispersión de nuestros países, la misma que busca superar
la UNASUR, aún no es cosa resuelta. Apenas estamos en el comienzo.
Una estrategia y un plan que, basado en las coincidencias de nuestras
políticas y nuestras leyes, defina objetivos y medios claros
para el mejor aprovechamiento de esa inmensidad de recursos, es un requerimiento
que clama a gritos nuestra realidad y nuestra experiencia histórica.
Es un hecho comprobado por la vida que, cuando no te ocupas de definir
claramente tu política en asuntos tan decisivos como éste,
otros lo harán por ti. Y lo han venido haciendo por ti so pretexto
de que tienen el capital y tienen la tecnología. Esto es relativamente
cierto si haces las cosas en la soledad de tus fronteras. Pero deja
de serlo cuando reúnes las ideas para el mejor ejercicio de tus
derechos soberanos y permanentes sobre los recursos naturales con tus
hermanos más cercanos. Véase el ejemplo que nos da la
Organización de Países Exportadores de Petróleo
-OPEP-, una organización intergubernamental agrupada en torno
al ejercicio soberano sobre un recurso natural, el petróleo,
y que ya ha cumplido sesenta y tres años. Una organización
que agrupa las culturas y sistemas políticos más diversos
y que ha logrado mantenerse pese a conflictos, varios de ellos sangrientos,
entre algunos de sus miembros. Y la clave es que los gobiernos han sabido
entender que juntos pueden tener la influencia sobre el mercado petrolero
mundial que de ninguna manera tendrían separados.
En el diseño de la política aquí esquematizada,
existe una guía formidable, la Resolución 1803 de la Asamblea
General de las Naciones Unidas[1] aprobada en 1962 y que versa sobre
el principio de la propiedad soberana y permanente de los Estados sobre
sus recursos naturales. La misma trata no solo sobre el asunto clave
de la propiedad (por lo demás ya resuelto en todas nuestras Constituciones)
sino también como derecho soberano, que los desarrollos industriales
sirvan para beneficio de los pueblos que son, en definitiva, los verdaderos
propietarios de esos recursos, recursos que están allí
como resultado de procesos naturales ocurridos desde hace millones de
años.
Ahora bien, no basta con el correcto ejercicio de los derechos de propiedad
de los Estados. Esto es algo imperativo, a lo cual debe añadirse
el desarrollo científico y tecnológico dirigido a minimizar
el impacto que provoca toda intervención del ser humano sobre
la naturaleza. Y aún es necesario ir más allá.
No basta con diseñar y aplicar políticas racionales para
la fase primaria, sino que es necesario trazar y realizar políticas
de transformación que expandan las posibilidades de empleo productivo,
estable y de calidad como medio eficaz para combatir el desempleo y
la pobreza. A ello se suma la necesidad del desarrollo científico
y tecnológico que alivie el peso sobre el trabajo, incremente
productividad y reduzca el impacto ambiental.
Una política así trazada en sus aspectos más generales
demandará una masa de recursos muy significativa. Y ello, a su
vez, va a requerir que se realicen aportes por todos los países
miembros para el desarrollo de instituciones como el Banco del Sur,
así como de políticas comunes de negociación cuando
se requiera el financiamiento extrarregional.
Estamos pues, frente a la enorme posibilidad de dejar atrás la
pesadilla que representa para tantos seres la pobreza, y dar un vigoroso
y creciente impulso al desarrollo integral del ser humano suramericano
y, por extensión, dar una contribución al ser humano a
secas, no como abstracción, sino como realidad material y espiritual.
Esto, por supuesto, nos coloca ante el problema de la distribución,
pero esto es otro tema que ya abordaremos en otra oportunidad.
*Alí Rodríguez Araque es secretario general de la Unión
de Naciones Suramericanas -UNASUR-.
Revista América Latina en Movimiento, No. 493,
ALAI, marzo de 2014.
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