NO QUIERO ADMIRAR A JOSÉ MUJICA


 

POR RODRIGO ÁLVAREZ QUEVEDO

Aunque no lo parezca José Mujica es un político. Es más, es el político más importante de Uruguay. No lo parece por dos razones difíciles de encontrar, hoy en día, en los políticos. La primera: Mujica es admirado por gente de distinta tendencia política. La segunda: Mujica vive de manera austera. Tanto en su célebre discurso en Brasil, como en diversas entrevistas y declaraciones, Mujica ha lanzado diversas frases instantáneamente condenadas a la posteridad. "Yo no soy pobre, pobres son los que creen que soy pobre. Tengo pocas cosas, es cierto, las mínimas, pero solo para poder ser rico"; "quiero tener tiempo para dedicarlo a las cosas que me motivan. Y si tuviera muchas cosas tendría que ocuparme de atenderlas y no podría hacer lo que realmente me gusta. Esa es la verdadera libertad, la austeridad, el consumir poco"; "la crisis no es ecológica, es política. El hombre no gobierna hoy, sino que las fuerzas que ha desatado gobiernan al hombre"; "pobre no es el que tiene poco, sino que verdaderamente pobre es el que necesita infinitamente mucho", son solo algunas de las reflexiones que nos ha entregado este mandatario, pero, ¿por qué despierta tanta admiración?

Quiero aclarar que comparto el interés y la admiración que José Mujica genera, pero creo que debemos detenernos y reflexionar en las circunstancias que han generado dicha situación. Desgraciadamente, nos hemos acostumbrado al senador en Mercedes-Benz, al diputado con colección de corbatas costosas; al Presidente con casas en la playa. No busco atacar al actual Gobierno; el despilfarro del "buen vivir" alcanza políticos de izquierda, centro y derecha. Nuestro sistema capitalista fomenta exageradamente el consumo y ha forjado una sociedad donde los fines más importantes, parecen ser, la búsqueda de "estatus" y de la acumulación de bienes.

Pareciera que en el mundo privado (mientras sea legal) da lo mismo qué se haga y cómo. No hay problema en que alguien quiera coleccionar Rolls-Royce o tener un baño de oro, ya que se lo ha ganado justamente con su trabajo. Aún más, debemos estar agradecidos como sociedad, de su colección, toda vez que su emprendimiento ha generado miles y miles de trabajos para todos. No pretendo discutir aquí las implicancias de esta forma de pensar el mundo, tampoco quiero tratar las consecuencias económicas de una u otra postura; lo que me interesa es reflexionar, escuetamente, sobre como la lógica del consumo, del lujo y del despilfarro, han pasado a ser lo normal en nuestra vida, y también en la de los políticos.

Recuerdo desde niño haber escuchado historias sobre Jorge Alessandri. Oí que se iba en su auto particular a La Moneda y que él pagaba de su bolsillo la bencina; que no usaba guardia personal; que en los cócteles, para ahorrar, solo había champaña y galletas; que apagaba las luces de los pasillos para no gastar energía, etc. Algunas de estas historias las he podido corroborar (como la del auto y las luces, disponibles en una entrevista a su sobrino Arturo Alessandri Besa en Youtube), otras, las enuncio solo a modo de rumor, sin pretensión alguna de veracidad. En realidad, no me interesa si son o no ciertas, me interesa -y me preocupa- que deberían ser siempre ciertas, no solo en Alessandri, en todo Presidente, en todo político, y - si es posible- en toda persona.

¿En qué momento el lujo dejó de ser un vicio? ¿En qué momento la austeridad dejó de ser una virtud? Vivimos en un mundo donde los recursos son escasos. Para que haya ricos se van a necesitar siempre pobres. ¿Cómo podemos vivir tranquilos en un sistema que supone la pobreza para sostener la riqueza? Ya lo anticipó Nicanor Parra, de manera notablemente genial, al decir "hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona". De nada sirve ducharse cinco minutos para ahorrar agua cuando se tiene tres casas con grandes jardines que regar. De nada sirve ser socio del Hogar de Cristo mientras se viva en el lujo. De nada sirve la solidaridad cuando el problema es estructural. La solidaridad sirve solo para lavar las conciencias. No planteo una intervención radical del sistema, sé que podría llevar a un colapso económico. Creo necesario comenzar el cambio por uno, desde la conciencia, desde la ética, desde Pepe Mujica.

Sigamos suponiendo (solo para esta columna) que no tiene nada de malo lo que uno haga en el ámbito privado, pero en relación a los políticos, es -o debería ser- diferente. Veo esta diferencia desde dos perspectivas. En primer lugar, el político debería plantearse los problemas que la riqueza indiscriminada puede generar, de igual modo, debería tener un interés superior por el otro, y así vivir en virtud de ello. En segundo lugar, el político, al menos en el desempeño de su cargo, debería honrar la austeridad. Todo se ha normalizado tanto que ya nada nos llama la atención, situaciones del todo discutibles se nos muestran como obviedades. El sistema es así y así funciona. Pero, ¿es realmente necesario que se le pague, con los impuestos de todos, la bencina a los parlamentarios que ganan millones de pesos? ¿No era que lo hacían por su vocación de servicio público? ¿Por qué no pueden usar su auto particular como hacía Alessandri? ¿No sería mejor pagar el Transantiago a la empleada doméstica que cruza toda la ciudad para trabajar por un sueldo, al menos, 15 veces menor? ¿Es necesario que en los cócteles en La Moneda se coma caviar o cualquier exquisitez? Un cargo de elección popular es un trabajo. Los políticos eligen voluntariamente postular a ese trabajo, porque tienen vocación de servicio público, porque les interesa la gente, porque quieren dar su vida para servir a los demás. ¿Cómo puede ser que alguien, preocupado por el otro, vista de seda y coleccione casas en los balnearios más exclusivos del país? Se me ocurren muchos que de verdad quisieron servir a los necesitados y no me los imagino viviendo de esa manera. ¿Alguien se imaginaría al Padre Hurtado o a Ghandi en un 4×4 manejado por un chofer? Insisto, no busco atacar a algún político en particular. Por su conocida carrera empresarial sería fácil que se me acusara de atacar al Presidente Piñera, mas no es así, el despilfarro y el lujo enferman a toda la clase política sin distinción partidista. ¿Lo peor de todo? Ya no es algo malo, es algo normal, para algunos, incluso está bien. Tampoco quiero criticar una situación en particular, proponiendo alguna medida especial, lo del Transantiago es solo un ejemplo. En cambio, creo urgente proponer una forma de pensar y ver las cosas, distinta a la que nos hemos acostumbrado.

Si todos nos preocupáramos realmente del otro, muchas discusiones sobre sistemas políticos o económicos perderían sentido y se volverían redundantes. Es ahí donde preocupa que José Mujica despierte tanta simpatía. Se le ve como un bicho raro. Se espera que el político viva en el barrio alto (sobre todo un Jefe de Gobierno), que conduzca un auto de lujo, que vista trajes elegantes, que cambie el celular año a año como si tuvieran fecha de prescripción. Pepe no hace eso. Pepe es "pobre". Lo interesante es que Pepe vive así porque así lo quiere, así lo dicta su ética, es una decisión consciente. Obviamente, el que está bien es él y los que estamos mal somos todos nosotros, tanto los que lo admiramos, como aquellos que ven en él un extraño. En otras palabras, si tuviéramos todos la conciencia de José Mujica, no nos llamaría la atención su forma de vivir. Si de verdad nos preocupara la sociedad, viviríamos con menos. Si nos preocupara el otro, viviríamos con menos. Si nos preocupara el medio ambiente, viviríamos con menos. Si digo "hay que ser honesto", no generaré con mi frase interés alguno, dado que, es algo completamente evidente que no debería llamar la atención, mas si viviera en una sociedad donde todos son deshonestos y la deshonestidad fuera la regla, mi afirmación sí generaría revuelo. José Mujica es una excepción, en circunstancias que debería ser la regla general.

¿Por qué admiramos a Mujica? Porque es lo que queremos ser y no nos atrevemos, porque es el reflejo de nuestras falencias. Por eso no deberíamos admirarlo. Por eso no quiero admirarlo.

El Quinto Poder, Santiago de Chile, febrero de 2013.