LAS APORÍAS DE LA PAZ EN COLOMBIA


 

POR NELSON ORTIZ OSORIO

En Colombia y en los países con idéntico modelo económico y político, el sólo hecho de pensar en voz alta de bajar los recursos públicos a la guerra (simbolizados eufemísticamente en Seguridad y defensa) y trasladarlos de manera permanente a salud, saneamiento básico, educación, ciencia, tecnología, infraestructura y desarrollo, significa poner en escena la imagen vetusta del comunismo troglodita y exhibir la posición más proterva para la estabilidad de la democracia. Pero lo curioso es que esa equivalencia semiótica no la manifiestan los "héroes de la patria" ni los agentes de seguridad de estas naciones, sino el común de los dirigentes de la derecha, los poderosos representantes de los productores de armas, los gremios económicos nacionales y transnacionales y toda la institucionalidad del Estado que cuida celosamente sus privilegios, hasta donde hunde sus raíces el oscuro y nefasto aparato militar, que ampulosamente manda sin la molestia gobernar ni someterse a la detestable praxis política, hoy saturada de pestilencia rampante.

Los medios de comunicación vienen siendo la mejor y más efectiva estrategia de fomento a la violencia y la guerra, ya se ha condicionado la mente de la población para la aquiescencia de su furor, los enlatados, los video-juegos, las telenovelas, están surcados por ese ominoso fenómeno de adaptación al crimen, para deleite de los súbditos ante la ausencia de programas formativos y educacionales, y al ver cada vez más diezmado el servicio público educativo y cultural, se arrojan a los tentáculos de esta contracultura de sangre, fútbol y realitys, que sin escrúpulos son engullidos por la rutilante propaganda invasora, reticularmente, de los espacios más sinuosos de la vida cotidiana.

Lo que estamos padeciendo, en el contexto de la guerra y a la puerta de entrada a una paz estable con los grupos insurgentes, es una vergonzosa crisis en la educación y salud públicas; un recorte vejatorio a las prestaciones sociales y económicas de los trabajadores, una liquidación gradual de la política social, con recortes presupuestales escandalosos a los sectores más vulnerables de la población, una total y perversa entrega de los recursos naturales y minería a la abusiva explotación extranjera, una escandalosa permeabilización de las mafias del narcotráfico y el paramilitarismo a las estructuras políticas, que otrora entregaban el erario a poderosos conglomerados económicos ahora se quedan con el grueso del botín corrompiendo los cimientos mismos de la democracia. Esto significa una transición del Estado de Derecho de Bienestar, a un estado de injusticia, hostilidad social y beligerancia permanente.

A los ciudadanos de bien ya no les importa la paz, ni la democracia, ni otros bienes jurídico-filosóficos que exclusivamente existen en los tratados y doctrinas, se acostumbraron a las escenas de perturbación, de intimidación, de conflagración y de corrupción; la sangre de sus seres queridos sojuzgó el anhelo de una convivencia civilizada, el sometimiento llegó cultural e inercialmente a sus vidas sometidas a la desinformación mediática y a la tiranía de una ley hecha para favorecer a quienes la hicieron y a una institucionalización paquidérmica e indiferente configurada y planificada desde la opulencia. Sus voces fueron ahogadas por la tergiversación, los malabares lingüísticos y el repugnante lenguaje de las amenazas. La producción agropecuaria de campesinos fue sofocada por la infame concentración agraria que inició la violencia partidista, los megaproyectos y los paras apoyados con su aparato de fuerza y libre de todo gravamen, bajo la égida oficial de la "protección inversionista".

Entonces, ¿de cual paz estamos hablando? ¿La paz para unos que se cansaron de la guerra y quieren buscar el último bastión de su escatología? O aún podemos esperar que durante las negociaciones el presidente Santos recupere la riqueza del país para su pueblo, logre la taumaturgia de la democracia verdadera, se redima el concepto ontológico de la justicia, juzgando a quienes desde la cúpula del Estado entregaron la nación a la criminalidad organizada. Que la educación se arranque de las manos mercantilistas, entregada por las dos últimas Ministras del ramo, que la salud pública deje de ser negocio y se convierta en un derecho consustancial a todo colombiano.

Sólo hay que mirar si lo que se pretende es una reversión de los índices de favorabilidad y consolidación de la pretensión releccionista del actual Presidente o si realmente se merecerá eso y mucho más.

Octubre de 2012.