UN RESCATE CUESTIONADO

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

Volvió la preocupación a los mercados financieros después de la euforia inicial con el plan de rescate de los bancos anunciado la semana pasada por el secretario del Tesoro estadounidense, Hank Paulson, porque muy pronto se hizo evidente que este plan era demasiado bueno para los bancos y sus sobrepagados ejecutivos, y demasiado malo para el Gobierno y los contribuyentes, de manera que los cuestionamientos políticos -en plena campaña electoral- lo frenarían a menos que se le hagan profundos cambios, que es lo que parece va a suceder.

Nadie duda que el sector financiero norteamericano necesita ser rescatado de la profunda crisis a que lo llevaron sus propios excesos y errores, así como tampoco hay duda que el Estado es el único que tiene la chequera suficiente para aportar con prontitud los miles de millones de dólares necesarios para evitar un colapso del sistema que arrasaría con la economía norteamericana y mundial. Suena apocalíptico pero de ese tamaño es la magnitud de la crisis que no ha podido ser contenida con la nacionalización de AIG, la más grande aseguradora, y de los dos gigantes del crédito hipotecario, Fannie Mae y Fredie Mac. Por eso se buscan otras soluciones con urgencia y desespero.

El plan Paulson básicamente consiste en utilizar US$700.000 millones (5 veces el PIB de Colombia) para comprarles a los bancos 'activos tóxicos', es decir todos los papeles derivados de las hipotecas basura que les están envenenando sus balances pues en buena parte son irrecuperables. Con esta limpieza de sus balances se supone que los bancos volverán a ser rentables y tendrán la liquidez suficiente para volver a prestar.

El primer cuestionamiento a este plan fue su discrecionalidad y falta de control. Siguiendo el ejemplo de su jefe Bush que obtuvo autorización ilimitada del Congreso para la guerra de Irak, con las funestas consecuencias ya conocidas, Paulson propuso que el Secretario del Tesoro tuviera un cheque en blanco para gastarlo como quisiera y, lo más descarado, sin tener que rendirle cuentas a nadie ni estar sujeto a ninguna autoridad ni revisión de nadie. Por supuesto Wall Street se entusiasmó con esta fórmula que les abría la posibilidad de utilizar todas sus influencias y sutiles métodos de corrupción para proteger sus intereses privados, pero era tan aberrante que hasta los congresistas más conservadores la rechazaron.

Pero la objeción más contundente al plan Paulson es la cuestión del precio al que se comprarían los 'activos tóxicos'. Si se hace con el descuento que hoy tienen en el mercado para que el Gobierno pueda venderlos en el futuro
con alguna utilidad o por lo menos sin pérdida y así se proteja el dinero de los contribuyentes-, los bancos perderían buena parte de su capital con lo cual seguirían igual de frágiles y sin capacidad de hacer nuevos préstamos. Si por el contrario se compran al valor nominal, las pérdidas de los bancos se trasladarían a los contribuyentes y el Gobierno acabaría dando un enorme subsidio a los bancos y a sus accionistas.

La cuestión de fondo, que es la misma para todos los planes de rescate financiero, es a quién se debe rescatar: a los deudores que no pueden pagar o a los bancos que hicieron los préstamos. La ayuda a los deudores hipotecarios se puede hacer forzando la reestructuración de los créditos y disminuyendo su valor, como se hizo en Colombia con la reliquidación de las deudas en Upac, de manera que el dinero público que se utilice para cubrir ese descuento les llegue al bolsillo de los deudores y no a las utilidades de los bancos. Pero es un proceso lento ante una crisis que no da espera.

La salida más fácil y expedita es rescatar a los bancos pero debe hacerse mediante aportes de capital, es decir, que la plata que ponga el Gobierno se utilice para comprar acciones de los bancos, por supuesto a precios de mercado. Así se fortalecen estas entidades sin que los accionistas reciban subsidios inequitativos y el Gobierno tiene la posibilidad de recuperar su inversión.

Septiembre 28 de 2008.