LECCIONES DE LA CRISIS DE WALL STREET

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

Dos han sido los mayores perdedores con la crisis financiera internacional: de una parte las grandes entidades financieras que han ido a la quiebra o han sido nacionalizadas, y de otra la ideología neoliberal (o neoconservadora, que es lo mismo) del fundamentalismo del mercado, opuesta a la intervención del Estado y a las regulaciones gubernamentales por su ciega creencia en que el mercado es más sabio y eficiente que los detestables burócratas oficiales.

El premio Nobel de economía, Joseph Stiglitz, lo dijo de una manera categórica usando el significado de las palabras en inglés: "La caída de Wall Street significa para el Fundamentalismo del mercado lo que significó la caída del Muro de Berlín (Berlin Wall) para el Comunismo".

El hecho cierto es que muchos de los que hasta hace poco pensaban que el Gobierno era el problema ahora ya lo ven como la solución, más aún la única solución, y presionan su intervención para evitar una hecatombe en el capitalismo mundial. Sin embargo todavía se resisten a aceptar que el origen del problema estuvo en la falta de supervisión y controles gubernamentales a la actividad financiera y en la incapacidad del mercado de autoregularse por los desmesurados incentivos para las ganancias de corto plazo.

En Europa, pero sobre todo en Estados Unidos, la intervención del Estado para tratar de atajar la crisis ha sido asombrosa y sorprendente. Asombrosa por la magnitud de los recursos que han inyectado los bancos centrales para evitar la iliquidez de sus sistemas financieros; tan solo la semana pasada fueron US$300.000 millones los que prestaron la Reserva Federal de Estados Unidos (FED), el Banco Central Europeo y el Banco de Inglaterra, y a lo largo del último año han hecho préstamos de cuantías similares para mantener a flote el sistema. Asombrosa también la velocidad y la frecuencia de las intervenciones: recuérdese que la FED redujo sus tasas de interés en diez ocasiones, e inclusive llegó a hacerlo en reuniones virtuales por conferencia telefónicas un domingo por la noche para tratar de anunciar su decisión antes de la apertura de los mercados asiáticos.

Sorprendente la intervención estatal, porque ha traspasado todas las normas y tradiciones de los bancos centrales que se supone son los prestamistas de última instancia de los bancos comerciales o, en general, de las entidades financieras que captan recursos del público para hacer préstamos. En esta ocasión la FED fue más allá y le hizo préstamos con sus recursos (que son públicos) a Bearn Sterns, que es un banco de inversión y a la aseguradora A.I.G.; más aún ha anunciado que va a respaldar los depósitos del público en los Fondos de Inversión del mercado monetario. Si en Colombia el Banco de la República saliera a prestarle plata a Comisionistas de Bolsa, a Sociedades Fiduciarias o a compañías aseguradoras no sólo estaría violando su ley sino que las críticas y la oposición política serían enormes.

Pero todas estas medidas extraordinarias no han sido suficientes. La magnitud de la crisis financiera es tan grande que al fin el presidente Bush se dio cuenta y ya se anunció la intervención del propio Gobierno norteamericano mediante la creación de una agencia que le va a comprar los activos y las deudas malas a las entidades financieras. Todavía no se sabe a qué precio, y es una decisión crucial para saber si se va a usar la plata de los contribuyentes para a rescatar y subsidiar a los accionistas dueños de esas entidades.

La justificación de estas intervenciones es que se trata de entidades demasiado grandes para permitir que se quiebren, pues pondrían en peligro el sistema mundial. Para no llegar a estos extremos hay dos caminos complementarios: fortalecer los mecanismos de supervisión y control de la actividad financiera, inclusive con agencias multilaterales dedicadas a este propósito, y endurecer las leyes antimonopolio para evitar que haya entidades tan grandes que generen riesgo sistémico.

Septiembre 21 de 2008