LAS RELACIONES CON VENEZUELA

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

El presidente Santos sigue dando sorpresas positivas. Después de haber sido uno de los más duros críticos de Chávez, e inclusive de haber aplaudido el intento de golpe de estado que le dieron, ahora le tiende la mano, lo invita a Santa Marta y en menos de dos días como presidente logra restablecer las relaciones políticas y comerciales entre los dos países.

Con este gesto, lo mismo que con el hecho simbólico de iniciar su mandato con una cordial reunión con las Cortes de Justicia, Santos está marcando un evidente cambio de rumbo frente al estilo camorrista y pendenciero de Uribe, lo cual ha desatado la airada reacción de los furibistas. Para esos fanáticos Santos es, en el mejor de los casos, un iluso que se está dejando embaucar por las mentiras de Chávez o, en el extremo, un traidor que está arriesgando la continuidad de la seguridad democrática y poniendo los intereses comerciales por encima de la dignidad de la patria.

Ni lo uno ni lo otro. Lo que está demostrando Santos es que es mucho más estadista que su predecesor y que sabe que los canales del diálogo y la diplomacia son más efectivos que las amenazas y los discursos parroquiales en la OEA para disminuir la presencia de la guerrilla en territorio venezolano. Además. que no necesita armar cortinas de humo para tapar escándalos como las chuzadas del DAS o las fosas comunes en la Macarena.

Sin embargo, hacer las paces con Chávez no significa que podamos volver a exportar US$6.000 millones a Venezuela. Porque nuestras ventas al vecino dependen más de sus propias condiciones macroeconómicas que de diferencias ideológicas con el socialismo bolivariano o de los cambios de opinión de su mandatario.

En efecto, a los que creen que las retaliaciones de Chávez contra Colombia son la causa de la reducción del comercio bilateral hay que recordarles que en el 2002, cuando Chávez ya era presidente, solo vendíamos a ese país US$1.000 millones anuales; y que sin que el vecino hubiera cambiado su modelo económico llegamos a facturar US$6.000 millones, aunque una parte de estas ventas eran operaciones ficticias realizadas para ganarse el enorme diferencial entre la tasa de cambio oficial y la del mercado paralelo.

La drástica caída de nuestras exportaciones a Venezuela sólo se explica en parte por las trabas adicionales que se impusieron a las importaciones desde Colombia. Otros dos factores incidieron en esa evolución. El primero, los controles cambiarios y el establecimiento de tasas de cambio diferenciales (como el dólar permuta) que hicieron más difíciles las operaciones de arbitraje de comprar dólares baratos para pagar importaciones y venderlos caros en el mercado paralelo. Así desparecieron las exportaciones ficticias y disminuyeron los envíos de remesas de colombianos.

El segundo, la crisis internacional y los menores precios del petróleo que indujeron un fuerte ajuste en las importaciones venezolanas que en el 2009 disminuyeron un 24% al pasar de US$45.000 a US$34.000 millones; en el primer trimestre del 2010 la reducción fue todavía mayor y llegó al 41%. Además las reservas internacionales han caído U$14.000 millones y ahora sólo cubren menos de 10 meses de importaciones. En este contexto era imposible que Colombia pudiera mantener el volumen de sus exportaciones, así como es imposible que se vuelva a esos niveles.

Algo similar ocurre en las zonas de frontera donde la reducción del comercio se explica más por la pérdida de la capacidad adquisitiva del consumidor venezolano que por las trabas diplomáticas. Por eso no tenía justificación la emergencia social declarada por Uribe, y bien haría el nuevo gobierno en derogarla antes de que la tumbe la Corte Constitucional.

Restablecer relaciones con Venezuela no es la solución mágica a los conflictos del vecindario, pero como dirá Pambelé, es mejor tenerlas que no tenerlas.

Agosto 15 de 2010.