EL PRESIDENTE QUE NO QUERÍA IRSE

POR MAURICIO CABRERA GALVIS

A Álvaro Uribe le gusta el poder. Le gusta tanto que con la ayuda de Yidis cambió la Constitución para hacerse reelegir una vez. Y le siguió gustando tanto que hizo todo lo posible para volverla a cambiar y ser reelegido por segunda vez; pero Luis Guillermo Giraldo fue menos eficiente que Yidis y dio papaya para que la Corte Constitucional tumbara el referendo.

Uribe aceptó el fallo de la Corte -era lo menos que podía hacer-, pero tal parece que no se resignó a no ser él mismo su propio sucesor y quiso seguir mandando en cuerpo ajeno, mejor dicho, en "uribito" propio". Cuando Noemí impidió que Arias fuera candidato, no le quedó más alternativa que apoyar a Santos pero dejándole no tres sino muchos huevitos para que se los cuide.

La tradición política en Colombia seguía el adagio popular según el cual "cada alcalde manda en su año", y los presidentes salientes dedicaban los últimos días a inaugurar obras, a despedirse y a hacer balances para que la historia recordara las cosas buenas que habían hecho. En algunas ocasiones, como en el gobierno de Gaviria, se trató de dejar una especie de testamento con la agenda de reformas que debía continuar el siguiente gobierno, pero por regla general se respetaba la autonomía del nuevo mandatario.

En su apego al poder, Uribe ha roto con esta tradición y trató que su sucesor fuera un simple ejecutor de sus designios. El principal amarre es el fiscal, es decir el de la plata. Santos hereda una olla raspada con un enorme déficit fiscal (más de 4% del PIB) y la crisis de la salud, pero hay que reconocer que no es la primera vez que un nuevo Ministro de Hacienda recibe una herencia similar.

Lo que es nuevo en el caso de Uribe es la forma como le deja maniatado a Santos el presupuesto de inversión. Con el mecanismo de las vigencias futuras Pastrana le dejó a Uribe obras comprometidas por 1 billón de pesos, mientras que Santos recibe de Uribe compromisos por 30 billones de pesos, de los cuales 19 billones son para ejecutar en los próximos 4 años. Este monto equivale casi al 50% del presupuesto de inversión del gobierno central disponible en un período presidencial.

Por el lado de los ingresos fiscales también recibe Santos el pesado lastre de las gabelas tributarias que el año pasado significaron regalos del Estado a los más pudientes por valor de 8 billones de pesos, sin contar las pérdidas fiscales que va a generar el enriquecimiento de unos pocos con el negocio de las zonas francas. Lo más grave es que muchas de estas gabelas se blindaron con el esperpento de los contratos de estabilidad tributaria y no se podrán eliminar.

Como si este amarre no fuera suficiente, Uribe se dedicó en las últimas semanas de su mandato a adjudicar multimillonarios contratos en licitaciones y concesiones como los 6 aeropuertos, la Vía del Sol, o la Transversal de las Américas. Otras se le frustraron como el tercer canal de televisión y la venta de las telecomunicaciones de Emcali, pero en todos los casos es por lo menos sospechosa la urgencia de entregar estos negocios aún en contra de la Procuraduría, la Contraloría y las opiniones de los nuevos ministros. Si no hay problemas éticos, por lo menos los hay estéticos, porque es una práctica de muy mal gusto.

Para bien del país, Santos ya ha mostrado que tiene las agallas para irse soltando de las amarras de su predecesor y navegar con rumbo propio. Ha nombrado además una excelente tripulación, inclusive contrariando las peticiones de Uribe, de manera que hay motivos para confiar en que el ex presidente si se va a ir, aunque no quería hacerlo.

Agosto 8 de 2010.