"POR AQUÍ PASÓ FIDEL" POR ATILIO A. BORON |
||
Escribir unas pocas líneas sobre Fidel es una invitación a la vez fascinante y peligrosa. Lo primero, porque se trata de una figura titánica que cubre la segunda mitad del siglo veinte y los primeros años del actual. Lo segundo, porque dadas las inexorables restricciones de espacio, se corre el riesgo de apenas balbucear unas pocas palabras incapaces de hacerle justicia a un personaje que Hegel sin duda caracterizaría como "histórico universal", tal como lo hiciera con Napoleón. Cedo ante la tentación y me propongo escribir algo sobre un personaje con quien trabé inicialmente contacto hace algo más de treinta años, cuando tuve la fortuna de participar en uno de los cónclaves que Fidel organizara en 1985 sobre el tema de la deuda externa. Pese a que era una convocatoria multitudinaria, a la cual acudieron gentes de toda América Latina y el Caribe, me las ingenié echando mano a mi férrea disciplina militante, para llegar con mucha anticipación a la Sala 1 del Palacio de Convenciones de La Habana, donde se realizó aquella reunión, y sentarme en las primeras filas de ese vasto auditorio. Esa actitud fue ampliamente recompensada porque Fidel, que a lo largo de esa semana asistió todos los días con invariable puntualidad a las sesiones de la tarde, se hacía un tiempo durante los intervalos para hablar con los participantes, comentar las exposiciones que habíamos oído (que duraban siete minutos, ni uno más) y responder a las innumerables preguntas de quienes nos arremolinábamos en torno a su quijotesca figura. Tuve la enorme fortuna de, posteriormente, poderme ver en numerosas ocasiones con el Comandante, a veces en pequeños grupos y en varias oportunidades en un diálogo cara a cara, sin testigos. Sería imposible resumir en pocas líneas todo lo que me enriquecieron esos encuentros con Fidel, tanto los grupales como los individuales, antes y después de su retiro de la gestión gubernamental. Si bien esa fue la primera vez que pude participar en un tumultuoso
diálogo colectivo con él, no era la primera que lo veía
en persona. Y de esto quisiera hablar, o más bien escribir, en
esta oportunidad. Porque a lo lejos lo había visto antes en Chile
durante su histórica visita a ese país. En ese tiempo,
finales de 1971, yo me desempeñaba como un joven profesor de
la FLACSO/Chile y traté de seguir su itinerario lo más
de cerca posible, tarea irremediablemente condenada al fracaso porque
el Comandante no limitó sus actividades al área de Santiago
sino que recorrió Chile de norte a sur, desde Antofagasta hasta
Punta Arenas. Me consolé asistiendo a sus apariciones públicas
en Santiago apenas recobrado del impacto emocional que me produjo cuando
el día de su llegada a la tierra de Violeta Parra, al atardecer
del 10 de noviembre de 1971, yo era uno más de los miles y miles
de santiaguinos que salimos a las calles para brindarle una conmovedora
recepción. El clímax se produjo cuando al acercarse la
caravana de automóviles por la Avenida Costanera a la altura
de las Torres de Tajamar, lo vimos pasar en un carro descapotado, de
pie, enfundado en su uniforme verde olivo, su gorra y saludando a diestra
y siniestra a la multitud agolpada a ambos lados de la calzada. Siendo
de por sí un hombre de elevada estatura, parado en ese carro,
que avanzaba lentamente, sus dimensiones adquirieron para quienes estábamos
allí vitoreándolo proporciones gigantescas y sentíamos
que nos recorría, como una corriente eléctrica, la sensación
mística de que estábamos viendo pasar no a un hombre,
no a un cubano, no a un jefe de Estado, sino a la personificación
misma de América Latina y el Caribe, al héroe que en nombre
de Nuestra América había puesto punto final a nuestra
prehistoria. Si su sola figura nos magnetizaba cuando pronunciaba un
discurso -¡veinticinco en total durante su gira chilena, más
una maratónica conferencia de prensa un día antes de su
regreso a Cuba!-, sus formidables dotes de orador nos dejaban absolutamente
deslumbrados. Verde Olivo, Nº 3, La Habana, julio 2016. |
||