La escena en un aula de la Flacso, Santiago de Chile, agosto
de 1967. Los alumnos de las dos maestrías que se dictaban en
aquel momento, una en Sociología y otra en Ciencia Política,
esperan con entusiasmo la llegada de un nuevo profesor de economía:
un joven exiliado brasileño, con impecables antecedentes de izquierda,
que por primera vez dictaría un curso a nivel de posgrado. El
director de la institución hace la presentación de rigor
y poco después el profesor pasa a explicar su programa, cosa
que hace en un buen "portuñol" y con marcado acento
brasileño que servía para matizar la aridez de su discurso.
El contenido y la bibliografía son rigurosamente marxistas, sin
la menor fisura por la cual pudiera deslizarse alguna otra vertiente
de pensamiento económico.
Cuando terminó su exposición un pesado silencio descendió
sobre la sala. Yo era uno de los estudiantes y me llamó la atención
el hermetismo teórico del programa. Había ya hecho un
curso de Economía Política en la Argentina, en la Facultad
de Ciencias Económicas de la UBA, con la inolvidable Rosa Cusminsky,
que luego del golpe de 1976 logró exiliarse en México
y continuar con su labor docente en la UNAM. En el curso dictado por
Rosa, una marxista "convicta y confesa", como se declarara
José Carlos Mariátegui, estudiamos por supuesto a Marx
(algunos pasajes de El Capital, leímos con fruición Salario,
Precio y Ganancia, ojeamos el Anti-Duhring) pero también vimos
a John M. Keynes, Joseph Schumpeter, Joan Robinson, Arthur Pigou y John
K. Galbraith. Rompí el silencio y, con mucho tacto, le pregunté
al novel profesor si no iríamos a estudiar también la
obra de algunos de estos autores que la buena de Rosa nos había
hecho leer, en mi caso cuando aún no había cumplido dieciocho
años. La respuesta me dejó helado, pues indignado, se
volvió hacia mí y me dijo, con un tono amenazante y agitando
con fuerza su dedo índice de la mano derecha: "Mire jovencito:
si usted quiere perder el tiempo estudiando esa basura burguesa no tiene
nada que hacer en mi curso." Intimidados por la violencia verbal
del profesor nadie tuvo la osadía de abrir la boca. Este comenzó
a dictar su materia y yo ni siquiera me molesté en tomar notas,
cosa que hago habitualmente.
Al terminar la clase me marché y nunca más regresé
a su curso. Tuve suerte, porque en aquellos años Chile era la
Atenas latinoamericana y completé mi formación económica
de la mano de dos formidables maestros: Celso Furtado y Osvaldo Sunkel
que dictaban sendos cursos en el Instituto de Estudios Internacionales
de la Universidad de Chile que, como era previsible, fueron muy superiores
al que dictara mi censor. Este inició una notable carrera académica
y política y debo reconocer que durante el gobierno de Salvador
Allende fue un estrecho colaborador de su ministro de Economía,
Pedro Vúskovic. Sé también que la pasó muy
mal con el golpe de Pinochet y que a duras penas logró salir
de Chile. Al igual que yo fue a Estados Unidos y obtuvo un doctorado
en Economía en la prestigiosa Universidad de Cornell. Luego de
eso pasó un tiempo en el Instituto de Estudios Avanzados de Princeton
y tras catorce años de exilio regresó a Brasil, donde
de la mano de su mentor y protector en Chile, Fernando Henrique Cardoso,
llegó a ser diputado federal, senador, alcalde y gobernador de
Sao Paulo y dos veces candidato a presidente, siendo derrotado una vez
por Lula en el 2002 y otra vez por Dilma en el 2010. En su campaña
presidencial del 2002 sus diatribas e infamias en contra de Hugo Chávez
Frías adquirieron una lamentable notoriedad, y su inquina en
contra de todo lo que tenga que ver con Chávez y el chavismo,
con el bolivarianismo y la revolución, persiste hasta el día
de hoy, alimentada por su visceral odio al PT y a todo lo que se le
parezca, culpable de su frustración política.
Su adhesión a la derechizada socialdemocracia brasileña
y su calculada conversión al neoliberalismo como una ruta de
ascenso para llegar, a como diere lugar, a la presidencia del Brasil
acentuó aún más los rasgos de extrema intolerancia
y dogmatismo que exhibiera en su juventud. Hoy representa la versión
más radical y tal vez más sofisticada -porque es una persona
inteligente y dueña de una sólida formación intelectual-
de la derecha brasileña. Su insaciable ambición de poder,
esa que según Hobbes sólo cesa con la muerte, no sólo
lo hizo arrojar por la borda aquello en lo que creía con fanático
celo a finales de los sesentas sino que lo llevó a convalidar
el escandaloso asalto al gobierno de Brasil de la mano de una pandilla
de corruptos que merecerían estar en la cárcel de por
vida. Pero con el ardor propio de los conversos a él no le importa
nada y aceptó desempeñar un muy importante cargo en el
gobierno de Michel Temer, posicionándose para intentar, por tercera
vez, llegar a la presidencia del Brasil y así saciar su irreprimible
obsesión. Este es el personaje que en la nota que el pasado 19
de mayo publica el diario La Nación (Buenos Aires) prometió
"limpiar de ideología la política exterior"
del Brasil. Les presento a José Serra, mi profesor que no fue
y hoy canciller del gobierno golpista de Brasil.
Buenos Aires, 19 de mayo de 2016.