Las urgencias de la coyuntura y una serie
interminable de compromisos políticos y académicos me
impidieron subir a mi blog y publicar estas pocas líneas rememorando
en tiempo y forma el cincuentenario de la caída en combate del
padre Camilo Torres Restrepo, acaecida el 15 de febrero de 1966 en Patio
Cemento, San Vicente de Chucurí, Santander. No fue el primero
ni sería el último clérigo que tomaría las
armas en su afán por hacer realidad los ideales del cristianismo
en Nuestra América. Sin ir más lejos Miguel Hidalgo y
Costilla y José María Morelos son los padres de la independencia
de México, y hubo muchísimos sacerdotes que, antes o después,
sustituyeron las homilías en el púlpito para empuñar
las armas y enfrentar a un orden que se proclamaba cristiano y que era
exactamente lo opuesto.
Apremiado por las circunstancias no tengo tiempo de abundar en los
detalles de la vida de Camilo, y por ello agrego a continuación
la estupenda nota que Gilberto López y Rivas publicara en La
Jornada días atrás. Quería, eso sí, detenerme
para subrayar lo siguiente: la muerte de Camilo fue un crimen que sigue
consumándose, día a día, minuto a minuto. Un crimen
impune, porque sus victimarios se apropiaron de su cadáver que
permanece desaparecido hasta el día de hoy. La desaparición
de personas, como crimen de lesa humanidad, es imprescriptible y subsiste
como crimen hasta que se produzca la aparición, viva o muerta,
de la víctima. Por eso decimos que es un crimen continuo, una
atrocidad ininterrumpida a lo largo de cincuenta años. Camilo
no descansará en paz hasta que sus restos sean devueltos a sus
familiares, a sus amigos, a sus camaradas, a quienes levantaron la bandera
de la liberación nacional en Colombia y respondieron positivamente
a su ferviente y constante llamado a la unidad de todas las fuerzas
que luchan por construir un mundo mejor.
Camilo fue un sacerdote ejemplar y, a la vez, un brillante sociólogo.
Comprendió como pocos que la clave de bóveda de todo el
edificio de la dominación oligárquica en Colombia se encontraba,
y todavía hoy se encuentra, en el agro. Por eso su insistencia
en la impostergable necesidad de la Reforma Agraria, primer punto de
su "Plataforma para un Movimiento de Unidad Popular". Y sabía
también que sólo la unidad del campo popular haría
posible la fundación de una nueva sociabilidad no sólo
en Colombia sino en toda América Latina. Fue uno de los fundadores
de la Teología de la Liberación. Se declaró "revolucionario"
como colombiano, porque no puede estar ajeno a las luchas de su pueblo;
como sociólogo, porque gracias al conocimiento científico
que tiene de la realidad ha llegado al convencimiento de que las soluciones
técnicas y eficaces no se logran sin una revolución; como
cristiano, porque la esencia del cristianismo es el amor al prójimo
y solamente por la revolución puede lograrse el bien de la mayoría;
y como sacerdote, porque la entrega al prójimo que exige la revolución
es un requisito de unidad fraterna indispensable para lograr el cabal
cumplimiento de su misión.
A cincuenta años de su muerte Camilo es como las estrellas,
cuya luz llega a la Tierra pese a que se extinguieron hace millones
de años. Camilo fue asesinado y su cuerpo robado, pero su luz
sigue presente, hoy más que nunca, iluminando las luchas emancipatorias
de Nuestra América.
Camilo Torres: a 50 años de su caída en combate
Por Gilberto López y Rivas
El sacerdote católico Camilo Torres Restrepo, incorporado en
las filas del Ejército de Liberación Nacional (ELN), cae
en combate el 15 de febrero de 1966, en una región conocida como
Patio Cemento, del departamento de Santander, Colombia. Su muerte ocurre
cuando libra su primera acción de armas, y, paradójicamente,
tras rechazar lo que consideró un trato preferente del estado
mayor de la guerrilla que había decidido que "Camilo era
demasiado valioso para arriesgar su vida".
La extraordinaria biografía de Walter J Broderick, Camilo Torres
Restrepo, muestra la forja de un personaje que se hizo conocer no sólo
en Colombia y América Latina, sino también en el ámbito
mundial como la quintaesencia "del hombre comprometido con los
oprimidos de la tierra y dispuesto a sacrificar hasta su propia vida
por salvarlos
Además, fue evidente que no se trataba de
un curita alocado o resentido; se supo que el cura guerrillero muerto
había ocupado una cátedra universitaria y que, aun después
de colgar los hábitos, nunca abandonó su fe religiosa.
Al contrario, cuando cayó en combate murió convencido
del deber de "hacer la revolución como único camino
hacia una fraternidad cristiana de verdad
"
Nada hacia vislumbrar en su niñez y juventud que su vida tomaría
estos derroteros, dados sus orígenes familiares de clase acomodada
de la sociedad colombiana. En Camilo, señala Broderick, "el
único presagio del revolucionario del mañana fue su deseo
de vincularse a un trabajo de tipo social". Sin embargo, es muy
significativo que su vocación por el sacerdocio surgiera a partir
de la influencia, en el inicio de su carrera universitaria, de dos jóvenes
sacerdotes franceses enviados a Colombia, Nielly y Blanchet, miembros
de la orden dominica, exponentes de un catolicismo renovado y formados
por la experiencia de la Segunda Guerra Mundial, en la que muchos sacerdotes
habían colaborado con la Resistencia antifascista y padecido
las cárceles alemanas. "El mismo Jean-Batiste Nielly -indica
Broderick-, como joven teniente bretón, fue prisionero de los
nazis y narraba los detalles de su dramático escape. Sus episodios
cautivaron a Camilo, y cuando este sacerdote hablaba del apostolado
no le importaba tanto la 'salvación de las almas', ni siquiera
la misa dominical; ponía énfasis más bien en el
compromiso (l'engagement) y el testimonio (le témoignage). Su
cristianismo aparecía como una aventura, un reto".
Ya en el seminario, Camilo se distinguió de sus condiscípulos
por sus frecuentes incursiones a los barrios pobres de los alrededores,
en lo que él llamaba su apostolado. Ordenado en 1954, partió
para Bélgica con el propósito de estudiar sociología
en la Universidad Católica de Lovaina, donde fundó, en
1955, el Equipo Colombiano de Investigación Socioeconómica
(Ecise), que se proponía establecer contactos con institutos
de investigación, elaborar proyectos y publicar un boletín,
todo ello a partir de principios redactados principalmente por Camilo,
en los que se exigía una formación científica y
ética que reflejara "una pureza de intención".
Importante para su proceso de concientización política
fue su conocimiento de la experiencia de los curas obreros y de los
argelinos en Francia que libraban su guerra por la independencia en
la misma capital del país colonizador. "Los compatriotas
de París colaboraban con acciones de sabotaje, y Camilo intuyó
por primera vez algo de las emociones del combatiente. Aprendió
también que hasta un intelectual burgués podía
cumplir una efectiva función en la lucha revolucionaria de un
pueblo explotado".
En 1959 es nombrado capellán asistente de la Universidad Nacional
de Colombia, y al año siguiente funda, junto con Orlando Fals
Borda, la Facultad de Sociología impartiendo clases y relacionándose
activamente con la vida política universitaria y nacional, presidiendo,
en 1963, el primer Congreso Nacional de Sociología que se realiza
en Bogotá, en el que presenta la ponencia La violencia y los
cambios socio-culturales en las áreas rurales colombianas.
En 1965, las posiciones cada vez más radicales y las constantes
actividades políticas del sacerdote Camilo Torres, que le habían
dado proyección nacional e internacional, lo llevaron a una confrontación
directa con los poderes eclesiásticos, civiles y militares. En
pleno estado de sitio, la Federación Universitaria Nacional decidió
realizar un homenaje a Camilo, el 22 de mayo, en las instalaciones universitarias,
donde lo esperaban miles de estudiantes y hasta el propio rector de
la universidad. Ahí, Camilo pronunció un discurso memorable
que recoge una de sus ideas más importantes, el llamado a la
unidad de todas las fuerzas revolucionarias para combatir a la oligarquía:
"Tenemos que lograr la unión revolucionaria por encima de
las ideologías que nos separan. Los colombianos hemos sido muy
dados a las discusiones filosóficas y a las divergencias especulativas.
Nos perdemos en discusiones que, aunque desde el punto de vista teórico
sean muy valiosas, en las condiciones actuales del país resultan
completamente bizantinas. Como recordarán algunos amigos aquí
presentes, con quienes trabajamos en la acción comunal universitaria
de Tunjuelito, cuando se nos tachaba de colaborar con comunistas, yo
les contestaba a nuestros acusadores que era absurdo pensar que comunistas
y cristianos no pudieran trabajar juntos por el bien de la humanidad,
y que nosotros nos ponemos a discutir sobre si el alma es mortal o inmortal
y dejamos sin resolver un punto en que sí estamos todos de acuerdo,
y es que la miseria si es mortal
"[Asimismo], la integración con las masas es un elemento
esencial a la revolución. La unión no es patrimonio nuestro,
sino de los obreros y campesinos de Colombia. Ellos serán los
que nos traigan la pauta, los que nos exijan, los que nos impongan la
unión por encima de grupos y personalismos caudillistas."
Estas ideas y retos continúan vigentes, al igual que el compromiso
con el pueblo hasta las últimas consecuencias. Camilo Torres
sigue siendo un referente para todos aquellos que, creyentes o no, se
hermanan en la lucha por la justicia y "el bien de la humanidad".
24 de febrero de 2016.