El poder de la crítica y la crítica
del poder
Lo que sigue es un intento de proponer algunos elementos que arrojen
algo de luz sobre las causas y las consecuencias de la derrota del kirchnerismo.
Ha transcurrido un mes desde ese fatídico 22 de noviembre que
sellara en las urnas el triunfo de Cambiemos. El paso del tiempo permite
ver con mayor claridad algunas cosas que, en el momento, no siempre
pueden ser percibidas con nitidez. Espero que estas líneas sean
una contribución a un debate imprescindible e impostergable,
que todavía está a la búsqueda de un espacio donde
librarlo constructiva y fructíferamente.
Para ello se impone analizar lo ocurrido, yendo hasta la raíz
de los problemas; llegando hasta el hueso, como dice el habla popular.
No puede haber contemplaciones ni eufemismos. Pero la experiencia indica
que el poder erige numerosos obstáculos a esta empresa. En el
caso que nos ocupa, las críticas intentadas en relación
a algunas de las políticas o decisiones tomadas por el kirchnerismo
cuando era gobierno tropezaban con la réplica de los allegados
a la Casa Rosada que decían que sólo servían para
"confundir" o para "sembrar el desaliento y el desánimo"
entre la militancia. En algunos casos, ciertos espíritus excesivamente
enfervorizados descerrajaban un disparo mortal: la crítica "le
hace el juego a la derecha". Por consiguiente, aún cuando
fueran expresadas con la intención de mejorar lo que debía
mejorarse (y no con el propósito de debilitar a un gobierno que
se lo apoyaba por algunas cosas que estaba haciendo bien) esas críticas,
decíamos, estaban condenadas al ostracismo. Sólo sobrevivían
en los pequeños círculos de los amigos, que compartían
la preocupación de quien esto escribe, pero no pasaban de allí.
Conclusión: no llegaba a los oídos, o a los ojos, de quien
debía llegar y las posibilidades de corregir un rumbo equivocado
se perdían para siempre. La voz de orden era, pues, de acompañar
el proceso y abstenerse de formular críticas o, en caso de hacerlo,
cuidar que la misma no trascendiera más allá de un insignificante
cenáculo de iniciados.
Si provocar el desánimo con la crítica era un pecado imperdonable
no pareciera ser menos ahora el "hacer leña del árbol
caído", para decirlo con un aforismo de viaja data en nuestra
lengua. Algunos fanáticos consideran una traición cualquier
pretensión de hacer un balance -lo más realista y equilibrado
posible- de la larga década kirchnerista una vez que, derrotada,
Cristina Fernández de Kirchner volvió al llano y, supuestamente,
se alista para su retorno. Es esto lo que también se señala
en una nota de Mempo Giardinelli aparecida en estos días en Página/12:
"las autocríticas son necesarias aunque a algunos les moleste
y otros cuestionen la oportunidad". Entre ambas consignas -"no
desanimar" y "no hacer leña del árbol caído"-
naufraga la posibilidad de aportar una reflexión crítica
en torno a una experiencia que, para bien o para mal, marcó con
rasgos indelebles a la Argentina contemporánea. Razón
demás para examinar lo ocurrido y, sobre todo, para comprender
el origen de una derrota gratuita, que pudo ser evitada y que al no
serlo condenó a millones de argentinas y argentinos a pasar,
de nueva cuenta, por los horrores del neoliberalismo duro y puro, cosa
que ya estamos viendo.
Un pensador revolucionario, anticapitalista, comunista, está
obligado por una suerte de juramento hipocrático a decir la verdad,
a cualquier precio. La "crítica implacable de todo lo existente"
fue una de las divisas teóricas y prácticas de Marx y
Engels. Y tras sus huellas, Antonio Gramsci hizo suya la máxima
de Romain Rolland ("la verdad es siempre revolucionaria")
y desde sus años juveniles en L'Ordine Nuovo la redefinió
en un sentido colectivo: "decir la verdad y llegar juntos a la
verdad", como acertadamente lo recordara Francisco Fernández
Buey. Una crítica que es fundamental para examinar los errores
y para, aprendiendo de los mismos, asegurarnos que no vuelvan a ser
cometidos en el futuro. La historia sigue su curso y seguramente habrá
nuevas instancias en donde las clases populares se enfrenten a alternativas
similares a las que se vivieron en los años del kirchnerismo.
Por eso es preciso el análisis y la crítica, el diagnóstico
certero y la propuesta superadora. Una verdad construida entre todos.
De lo contrario, si persistiéramos en conformarnos con el relato
oficial, las explicaciones convencionales y las ilusiones y fantasías
con las cuales se pavimentó el camino del fracaso estaríamos
fatalmente condenados a la eterna repetición de lo ya vivido.
Los hechos
Partamos del reconocimiento de algunos hechos básicos. Primero
que nada, admitir que no ganó Cambiemos sino que perdió
el Frente para la Victoria. Ningún gobierno peronista pierde
una elección nacional, y menos por poco más de dos puntos
porcentuales. Eso no existe en el ADN del peronismo. Si tal cosa ocurrió
fue por una insalubre mezcla de diagnósticos equivocados, pasividad
de la dirigencia (que no militó la candidatura de Scioli ni aseguró
la presencia de fiscales en las mesas electorales, increíblemente
ausentes en distritos de nutrida votación peronista) y soberbia
presidencial.
El resultado de esta nefasta combinación de factores fue la mayor
derrota jamás sufrida por el peronismo a lo largo de toda su
historia. Siendo gobierno perdió la nación, la provincia
de Buenos Aires y no pudo conquistar a la ciudad de Buenos Aires. También
perdió Mendoza y Jujuy, antes había perdido el otro bastión
histórico del peronismo: la provincia de Santa Fe, y nunca pudo
hacer pie en Córdoba. Algunos replicarían diciendo que
Ítalo Luder fue desairado en las presidenciales de 1983, cuando
a la salida de la dictadura Raúl R. Alfonsín se alzó
con la victoria. Pero Luder no era gobierno; aspiraba a serlo pero no
estaba en la Casa Rosada. No ganó, pero no perdió nada
porque nada había ganado. Lo ocurrido con Cristina Fernández
de Kirchner, en cambio, no tiene precedentes en la historia del peronismo.
Este había sido desalojado del poder por la vía del golpe
militar en dos oportunidades:
1955 y 1976. El peronismo en su versión menemista fue vapuleado
en 1999 por la Alianza, pero en esta participaba otra versión
del peronismo, el Frepaso. Y, además, si bien Eduardo Duhalde
se vio postergado por el imperturbable Fernando de la Rúa, el
Partido Justicialista retuvo el bastión histórico del
peronismo: la crucial provincia de Buenos Aires, imponiendo la candidatura
de Carlos Ruckauf. Ahora, en cambio, se perdió todo. Y tal como
ocurriera en 1955 y 1976, las estructuras dirigentes del peronismo -en
este caso el Frente para la Victoria, La Cámpora, Unidos y Organizados,
el Partido Justicialista y la CGT oficial- fueron fieles a la tradición
y se borraron antes de la partida decisiva. Una deplorable recurrencia
histórica que no debiera pasar desapercibida para quienes aspiran
reconstruir un gran frente opositor con esos mismos componentes.
Ante una catástrofe política de estas proporciones, que
siguiendo una vieja práctica muchas figuras del kirchnerismo
han procurado minimizar, se impone la necesidad de aprender de la experiencia
y de identificar las causas de lo ocurrido. No se trata aquí
de atribuir culpas, categoría teológica ajena al materialismo
histórico, sino de ponderar y asignar responsabilidades. Y en
este terreno la responsabilidad principal, aunque no exclusiva, le cabe
a la jefa indiscutida del movimiento, algo también señalado
en la nota de Giardinelli. Fue CFK quien armó la fórmula
presidencial, las listas de legisladores nacionales y provinciales,
designó a los candidatos a las gobernaciones y las intendencias
y hasta la última semana de la campaña estableció
el tono de la misma. No estamos diciendo nada nuevo sino simplemente
reproduciendo lo que, en voz baja, murmuran kirchneristas "de paladar
negro", contrariados y disgustados por la suicida arbitrariedad
de su jefa. La responsabilidad de Cristina, por lo tanto es enorme,
pero no es exclusiva. No es mucho menor la que recae sobre el "entorno"
presidencial: ministros, asesores, hombres y mujeres de confianza que
incumplieron su obligación de informarle con veracidad y advertirle
del curso autodestructivo de algunas de sus decisiones. Su misión
era señalarle que, por ese rumbo, el proyecto se encaminaba hacia
una derrota histórica. No quiero ser injusto porque me consta
que hubo quienes, en ese entorno, trataron de hacer llegar la voz de
alarma. Pero la arrolladora personalidad de Cristina y su sordera política
hicieron imposible la transmisión de ese mensaje, y su círculo
inmediato fracasó en evitar el desastre.
Puede llamar la atención la gravitación que se le atribuye
en este análisis al "estilo personal de gobernar" de
la ex presidenta. Apelo a esta expresión forjada por un gran
intelectual mexicano, Daniel Cosío Villegas, quien la utilizara
en su estudio sobre el sexenio del presidente Luis Echeverría
Álvarez en México (1970-1976). En las páginas iniciales
nuestro autor dice algo que se ajusta bastante bien a lo ocurrido en
la Argentina durante el gobierno de CFK. Dice Cosío Villegas
que "puesto que el presidente de México tiene un poder inmenso,
es inevitable que lo ejerza personal y no institucionalmente, o sea
que resulta fatal que la persona del presidente le dé a su gobierno
un sello peculiar, hasta inconfundible. Es decir, que el temperamento,
el carácter, las simpatías y las diferencias, la educación
y la experiencia personales influirán de un modo claro en toda
su vida pública y, por lo tanto, en sus actos de gobierno".
Reemplácese México por Argentina (con la salvedad hecha
en la nota al pie) y el diagnóstico conserva toda su validez
para describir la gestión de CFK y su personalísimo estilo
de gobernar, con sus virtudes y sus defectos, sobre todo para sortear
las trampas de la coyuntura política. Estilo personalísimo
exaltado por sus seguidores como el corolario inexorable de su indiscutible
liderazgo del movimiento nacional justicialista y vilipendiado por sus
críticos como un atropello a los principios fundamentales del
orden republicano.
Volveremos sobre este asunto hacia el final de este ensayo. Lo cierto
es que el resultado de esta derrota fue la irrupción en las alturas
del estado argentino de una coalición de derecha, Cambiemos,
cuya columna vertebral es el PRO, un partido auspiciado por diversas
agencias federales del gobierno de Estados Unidos -como la NED, el Fondo
Nacional para la Democracia; o la USAID, y otras por el estilo- o por
ONGs internacionales que actúan eficaz -si bien indirectamente-
en la región a través de la mediación de dos lenguaraces
hispanoparlantes: José M. Aznar, desde España y Álvaro
Uribe en Colombia. Son ellos a quienes el imperio les asignó
la tarea de coordinar y administrar financieramente el proyecto de reinstalar
a la derecha en el poder en la región, para lo cual promovieron
la modernización de las arcaicas derechas latinoamericanas, renovaron
sus vetustos cuadros y estilos comunicacionales y desplegaron una fenomenal
campaña de articulación continental de medios de prensa
que, con tono invariablemente monocorde hostigan a los gobiernos de
izquierda o progresistas de la región a la vez que ensalzan los
grandes logros democráticos y sociales de México, Colombia,
Perú o Chile. En la pasada elección presidencial los estrategos
de Cambiemos se las ingeniaron para aglutinar en torno a su candidato
a políticos y militantes procedentes del peronismo y, en gran
medida, de la casi difunta Unión Cívica Radical. Dado
lo anterior Cambiemos será un hueso duro de roer para los sectores
populares en la Argentina porque a diferencia de sus predecesores cuenta
con el apoyo de una poderosa coalición conformada por la clase
dominante local, la oligarquía mediática, "la embajada"
y el capital internacional. No hay que equivocarse. Cambiemos es mucho
más que un conglomerado meramente local; es la expresión
nacional de la contraofensiva del imperialismo; es su bien afilada punta
de lanza utilizada para cortar de cuajo el eje Buenos Aires-Caracas.
A diferencia de lo que ocurría en el pasado, en la actualidad
Argentina se ha convertido en una pieza importante en el tablero geopolítico
del hemisferio cuyo control Estados Unidos ansía recuperar lo
antes posible. Una Argentina que asuma integralmente, como lo ha hecho
el nuevo presidente, la agenda de Estados Unidos para la región
(agredir a Venezuela, cosa que hizo en la reunión de presidentes
del Mercosur en Asunción; enfriar las relaciones con Bolivia,
Cuba y Ecuador; tomar distancia de China y Rusia; apoyar la fantasmagórica
Alianza del Pacífico y el Tratado Trans Pacífico; "reformatear"
en clave ultraneoliberal al Mercosur; sabotear a la UNASUR y a la CELAC,
etcétera) es una valiosa ayuda en una coyuntura internacional
tan erizada de peligros como la actual. No sólo para facilitar
la erosión de la Revolución Bolivariana en Venezuela,
como se comprobó en las elecciones que tuvieron lugar en ese
país el pasado 6 de Diciembre, sino también para aumentar
la presión destituyente sobre Dilma Rousseff. El expresidente
brasileño Fernando H. Cardoso había anticipado, a comienzos
de Noviembre, que un triunfo de Macri facilitaría el desplazamiento
de Dilma. Y eso es lo que ha venido ocurriendo. Por eso la Argentina
ha adquirido ante los ojos de Washington una importancia que, me atrevería
a decir, jamás había tenido antes. Cierra el perverso
triángulo, hasta ahora incompleto, con Aznar y Uribe; debilita
a Maduro y facilita la destitución de Dilma y dispara en la línea
de flotación de la UNASUR y la CELAC. Por eso los voceros del
imperio, aquí y allá, han prometido una ayuda financiera
muy significativa para "bancar" los primeros meses del gobierno
de Macri y colaborar con él en su cruzada restauradora. Y hasta
ahora, a dos semanas de la asunción del nuevo presidente, han
cumplido y nada hace suponer que Washington abandonará esta postura
en los próximos años.
Interpretaciones
La del kirchnerismo es la primera derrota de un gobierno progresista
o de centroizquierda en Latinoamérica desde el triunfo iniciático
de Chávez en Diciembre 1998. Hacía tiempo que muchos observadores
venían pronosticando un "fin de ciclo" progresista.
¿Será el triunfo de Macri el punto de no retorno de un
proceso involutivo regional, o se trata tan sólo de un traspié,
de un retroceso temporario? Difícil de prever, aunque dejo sentada
mi discrepancia con muchos diagnósticos catastrofistas. Dejemos
por ahora esta discusión de lado para adentrarnos en la explicación
de la derrota. En este terreno es necesario distinguir dos órdenes
de factores causales: algunos de carácter económico, más
mediatos y generales, resultantes de ciertas decisiones macroeconómicas
tomadas por el gobierno de CFK que debilitaron su fortaleza electoral;
y otros, mucho más inmediatos y vinculados a la campaña
electoral.
a) Las causas mediatas
La tan mentada "profundización del modelo" quedó
a medio camino. Más allá de la nebulosa que rodeaba esa
consigna, y que la tornaba incomprensible para muchos, lo cierto es
que esa profundización, seguramente por el costado de una mayor
redistribución de riqueza e ingresos, control de los oligopolios,
reforma tributaria, estricta regulación del comercio exterior
y de los flujos financieros, entre otras materias, no tuvo lugar. Esto
no equivale a desconocer los importantes cambios que hubo en la sociedad
y la economía argentinas, muchos de ellos importantes y positivos
aunque otros no tanto. Desgraciadamente, las pesadas herencias del neoliberalismo
siguieron haciéndose notar durante los años del kirchnerismo,
en algunos casos de forma un tanto atenuada. Pero lo que quedó
en pie -la debilidad del estado y su reducida capacidad para regular
mercados y corporaciones, la precarización laboral, la inequidad
tributaria, la extranjerización de la economía, la vulnerabilidad
externa- es más que suficiente como para descartar las fantasías
alentadas por algunos aplaudidores oficiales y que aseguraban que países
como la Argentina o el Brasil habían entrado en las serenas aguas
del "posneoliberalismo." Ojalá hubiera sido cierto,
porque no estaríamos como estamos en estos dos países.
Pero no es la intención de estas líneas analizar al modelo
económico del kirchnerismo. Sí quiero llamar la atención
sobre algunos componentes de su política económica que
impactaron negativamente sobre el electorado kirchnerista.
En primer lugar la inflación, que devaluó la enorme inversión
social realizada por el gobierno y castigó sobre todo a los sectores
populares, cosa archisabida en la experiencia argentina. Se demoró
mucho tiempo en iniciar un combate, que recién lo lanza el ministro
Axel Kicilloff con el programa "Precios Cuidados" y que obtuvo
un éxito nada desdeñable. Se cayó en el craso error
de pensar que cualquier política antiinflacionaria debería
inevitablemente ser de cuño neoliberal. Y la inflación
-encima de todo pésimamente medida por el INDEC y peor anunciada
mes a mes por el gobierno- carcomió sin pausa los bolsillos populares
y, peor aún, la credibilidad de un gobierno que propalaba cifras
que no eran creíbles y que provocaban una mezcla sarcasmo y furia
entre los más pobres, los más afectados por el continua
alza de los precios. La apoteosis llegó pocos meses antes de
las elecciones cuando el Jefe de Gabinete aseveró que los índices
de pobreza de la Argentina (5 %) eran inferiores a los de Alemania,
lo cual acentuó aún más la bajísima credibilidad
que tenían las estadísticas oficiales. Así, mientras
el gobierno alardeaba con índices anuales de inflación
en el orden del 10 % el Ministerio de Trabajo homologaba convenios colectivos,
pactado entre sindicatos y la patronal, con aumentos salariales que
oscilaban en torno al 28 %, en un tácito reconocimiento de cuál
era la realidad de la inflación en la Argentina. Una eficaz política
antiinflacionaria, heterodoxa, hubiera evitado ese desgaste económico
y político. Pero para ello era preciso hincar el diente sobre
la concentración oligopólica de los formadores de precios
de la economía argentina, algo que el kirchnerismo no quiso,
no pudo o no supo hacer.
En segundo lugar, el empecinamiento de la Casa Rosada en mantener ese
absurdo impuesto denominado "Ganancias" y que pagan los trabajadores
(un poco) mejor remunerados. Su sólo nombre, "Ganancias",
de por sí equivale a una provocación porque se aplica
a sueldos y salarios, no a la rentabilidad de las empresas. Pese a los
incesantes y unánimes reclamos exigiendo la derogación
de tan impopular tributo, que para colmo al no ajustarse el mínimo
no imponible por la inflación abarcaba a un número cada
vez mayor de contribuyentes cautivos, este impuesto fue caprichosamente
sostenido por el gobierno. Cifras oficiales confirman que en el año
2014, último para el cual existen datos, pagaron este impuesto
poco más de un millón de asalariados, o el 11 % de los
trabajadores registrados ("en blanco") que había ese
año en la Argentina. ¿Quiénes fueron, más
específicamente, los afectados? Principalmente a los votantes
del kirchnerismo, reclutados entre las capas medias (profesionales,
maestros, empleados de comercio, de la administración pública,
etcétera) y los niveles superiores de la clase obrera, que veían
injustamente recortados sus ingresos mientras que las grandes fortunas
y los grandes capitales encontraban numerosos resquicios legales para
eludir el pago de impuestos. O, como en el caso de los jueces y los
trabajadores empleados en el sector judicial, que estaban exceptuados
por ley del pago de ese tributo. En suma: inflación más
ganancias fueron decisivos a la hora de recortar la base social del
kirchnerismo y, tal vez en mayor medida aún, en aplacar el entusiasmo
militante de años anteriores o desatar un sordo resentimiento
que, poco después, se expresaría en las urnas.
Tercero: el dólar. En efecto, la introducción de las restricciones
a la compra de dólares golpearon fuertemente a los sectores medios,
mayoritariamente volcados a favor de CFK en las elecciones presidenciales
del 2011. Con las limitaciones establecidas por el gobierno en los últimos
cuatro años -en lo que la prensa hegemónica no tardó
en caracterizar como el "cepo cambiario"- aquellas capas y
clases sociales intermedias se encontraron sin capacidad de ahorrar
en dólares, en un país en donde la inflación crónica
no ofrece demasiados instrumentos de ahorro fuera del dólar y
en donde automóviles, viviendas y la tierra se cotizan abiertamente
en dólares. Esto dificultó, a veces hasta impidió,
que muchos votantes del kirchnerismo pudieran acceder a las pequeñas
cantidades de dólares con las que procuraban juntar el dinero
para entrar en un plan de pagos de un pequeño departamento, para
adquirir un automóvil, o para remitir a una hija que, como producto
de las políticas educativas del kirchnerismo, estuviera estudiando
en el exterior, para no mencionar sino ejemplos bien conocidos de estos
problemas. El "cepo", en cambio, no perjudicó en lo
más mínimo a las grandes fortunas o a las grandes empresas,
que siguieron adquiriendo y fugando dólares sin dificultades.
Se calcula que en los últimos diez años salieron del país
100.000 millones de dólares, y no precisamente fugados por los
pequeños ahorristas. Esta absurda restricción, cuyos efectos
recesivos saltan a la vista habida cuenta del elevado grado de internacionalización
de los procesos productivos en la Argentina, podría haberse evitado
introduciendo rigurosas regulaciones en el comercio exterior. Téngase
presente que este país exportó, unos 60.000 millones de
dólares como promedio anual entre el 2002 y el 2014, con picos
en torno a los 80.000 millones, de modo que mal se podría decir
que "no había dólares." Los había, pero
en manos de un pequeño círculo de exportadores, principalmente
agropecuarios y mineros. Regulaciones, decíamos, tal como las
que en los años cuarenta introdujera Juan D. Perón enfrentado
a una situación similar, claro que con las necesarias actualizaciones
exigidas por la nueva fase del desarrollo capitalista. Pero no se hizo,
de ahí la restricción en el mercado cambiario y sus nefastas
consecuencias políticas.
b) Causas inmediatas: el interminable catálogo de errores de
campaña
A los factores señalados más arriba se sumaron una serie
de graves errores cometidos antes y durante la campaña electoral
del oficialismo.
Antes, en efecto, al haber combatido ferozmente a quien a la postre
sería el único candidato viable, posible, presentable
que tenía el kirchnerismo. No era el preferido por las bases
kirchneristas, pero no había otro. Me refiero, naturalmente,
a Daniel Scioli. No sólo Cristina Fernández de Kirchner
no perdió ocasión de humillarlo y hostigarlo durante ocho
años, casi hasta las semanas finales de la campaña cuando
la suerte estaba echada, sino que el entorno presidencial se solazó
en hacer lo propio, en una especie de demencial competencia para ver
quien disparaba los dardos más afilados y mortíferos contra
el único político que podía haberles evitado la
debacle. Pocas veces se vio una demostración de estupidez política
tan grande como la que los argentinos presenciamos este año.
Y el tema venía de antes, porque a nadie se le escapa que la
prodigalidad con que CFK transfería fondos a otras provincias
-sobre todo a Santa Cruz, de nula gravitación electoral- no se
repetía en el crucial caso de la provincia de Buenos Aires, histórico
bastión del peronismo que no debía rifarse en una absurda
pugna para evitar que Scioli se presentase en la carrera por la presidencia
avalado por una aceptable gestión en su provincia. La lógica,
para llamarla de algún modo, parecía ser la siguiente:
si no hay otro candidato entonces que sea Scioli, pero si es Scioli
que llegue con lo justo, no sea cosa que acumule demasiado poder. Y
si llega a la Casa Rosada -¡en ningún caso con más
del 54 % de los votos que obtuvo CFK en 2011!-, y que quede claro que
llegó gracias a la presidenta. Pero el asunto era mucho más
complicado y desafiaba esas simplistas elucubraciones. Ya en las legislativas
del 2009 Francisco de Narváez había derrotado al FpV en
la provincia, ¡a una lista encabezada nada menos que por Néstor
Kirchner y Daniel Scioli! La formidable elección de Cristina
en el 2011 repotenció la soberbia oficial, y muchos cayeron en
la ilusión de una provincia de Buenos Aires eternamente kirchnerista.
La elección parlamentaria del 2013 propinó un golpe durísimo
a esas ensoñaciones: victoria de Sergio Massa con 44 % de los
votos y derrumbe de la estrategia oficial de alcanzar la reforma constitucional
que habilitara la "re-re" de CFK. La derrota del 2015 en la
provincia, por lo tanto, no fue un rayo en un día sereno. Estaba
en el horizonte de lo posible, pero la ceguera del oficialismo no se
percataba de ello. Se veía venir, pero cono dice la sabiduría
popular, "una cosa es verla venir y otra mandarla a llamar."
Bastaba para ello con algún pequeño paso en falso. En
lugar de uno fueron varios, como veremos a continuación. ¿
Segundo. Los dioses parecían sonreírle al kirchnerismo
cuando Martín Lousteau irrumpió inesperadamente en la
elección por la jefatura de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires
obligando al candidato macrista, Horacio Rodríguez Larreta, que
no pudo ganar en primera vuelta, a enfrentar un amenazante balotaje.
En ese momento la carrera presidencial de Macri pendía de un
delgado hilo porque si Lousteau, a la cabeza de un heterogéneo
conglomerado de fuerzas, lograba arrebatarle la CABA al macrismo el
futuro del jefe político del PRO entraría en un cono de
sombras del cual le sería extremadamente difícil salir
para las presidenciales de Octubre. Sin embargo, en lugar de sumar fuerzas
para lograr la estratégica derrota del PRO en la ciudad capital
de la Argentina la conducción del FpV se refugió en un
discurso fundamentalista y bajo el argumento que uno y el otro eran
iguales, que Lousteau era lo mismo que Rodríguez Larreta, se
abstuvieron de orientar a sus seguidores para que apoyaran a aquél
para, de ese modo, descargar un golpe de nocaut al macrismo. Una parte
importante de la militancia y seguidores del FpV hizo caso omiso de
la directiva de sus líderes y entendió mejor que ellos
como era la jugada y que el voto táctico por Lousteau era lo
que correspondía hacer. Una vez más la base superó
en inteligencia política a la conducción. Pero, desgraciadamente,
la vacilación de la Casa Rosada hizo que este último esfuerzo
no fuera suficiente y el macrismo se impuso por apenas un 3 % de los
votos, siendo derrotado en 9 de las 15 comunas en que se divide la ciudad
de Buenos Aires. Como es bien sabido, hay notables paralelismos entre
la lucha militar y la lucha política. Sun Tzu, el padre de la
estrategia militar desde el siglo V antes de Cristo, recomienda, en
su notable El Arte de la Guerra, que se "ataque al enemigo cuando
no está preparado, y aparezca allí donde no es esperado.
Para un estratega éstas son las claves de la victoria."
Los mariscales del FpV parece que no lo leyeron. Si lo hubieran leído
y aplicado las enseñanzas del gran general chino a la coyuntura
del balotaje porteño probablemente la situación de la
Argentina, y de América Latina, sería hoy bien diferente.
Tercero, luego de algunos titubeos se optó por completar la fórmula
presidencial con la candidatura de Carlos Zannini como vice. No fue
Scioli quien eligió a su compañero sino CFK quien, por
su cuenta o pésimamente asesorada, impuso a su hombre de la más
estricta confianza con la misión de asegurar que, en la ya descartada
exitosa sucesión presidencial, Scioli no se desviaría
del rumbo trazado por la presidenta y sería, en efecto, el candidato
"del proyecto" y manejado a control remoto por ella. No bastaba
para asegurar la sumisión de Scioli al liderazgo tras bambalinas
de CFK la nutrida presencia de diputados y senadores kirchneristas en
el Congreso, o el ya descontado control de la estratégica provincia
de Buenos Aires. En el enrarecido microclima de la Casa Rosada prevalecía
la obsesión por garantizar la total obediencia del seguro sucesor
de Cristina imponiendo el nombre del vicepresidente, ignorando, por
lo visto, que este cargo es poco menos que ornamental y de carácter
eminentemente decorativo en regímenes presidencialistas como
los de Latinoamérica. Y esto no sólo en nuestros países:
¿quién se acuerda de los nombres de los vicepresidentes
recientes de Estados Unidos? ¿Alguien podría identificar
a Joe Biden, actual vice de Obama, en una fotografía? En síntesis:
un gesto absurdo y gratuito. Esta fórmula, "kirchnerista
pura" apaciguaba seguramente la ardiente incertidumbre del entorno,
pero tenía un fatal talón de Aquiles cuyo ominoso desenlace
se pondría en evidencia en la primera vuelta de la elección
presidencial cuando obtuvo dos puntos menos que los obtenidos en las
PASO (elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias).
La esperanza de superar el umbral del 40 % de los votos y obtener más
de 10 puntos porcentuales de diferencia con Macri probó ser una
ingenua ilusión -alimentada ¿inocentemente? por los encuestólogos-
y la razón es clarísima: la fórmula carecía
de capacidad expansiva, no incorporaba un solo votante más, no
captaba absolutamente ningún elector independiente o indeciso,
por más que simpatizase en general con las políticas del
kirchnerismo o se sintiera atraído por su solidaridad con Chávez,
Maduro, Evo, Correa o la Revolución Cubana y, por lo tanto, carecía
de potencialidad de crecimiento. Un error mayúsculo que podría
haber sido evitado si Scioli elegía (él, no Cristina)
un compañero de fórmula si no atractivo al menos digerible
para otros sectores que no fueran los "cristinistas". Y había
varios que podían haberlo acompañado.
Cuarto error: la obcecación por imponer como candidato a gobernador
por la provincia de Buenos Aires al por entonces Jefe de Gabinete de
Ministros de CFK, Aníbal Fernández. Este era un hombre
que tenía el más elevado nivel de rechazo en la provincia
y su ladero en la fórmula, Martín Sabatella, era el segundo
más rechazado. No interesa, para los fines de este análisis,
discernir cuáles eran los fundamentos de estos rechazos, si obedecían
a problemas reales o a una pertinaz campaña mediática,
que a mi juicio fue determinante. Lo cierto es que esta surtió
efecto, pero la Casa Rosada no extrajo las correctas consecuencias del
caso. La fórmula Fernández-Sabatella también irritó
a muchos sectores del peronismo bonaerense (que no ahorraron municiones
en el "fuego amigo" a la cual la sometieron). Por lo tanto,
rechazo a nivel de la opinión pública y también
en los cuadros del PJ. Resultado: se socavó el apoyo a Scioli
y dejó servido en bandeja para el macrismo el principal distrito
del país. Algunos informantes muy calificados dicen sotto voce
que el Papa Francisco habría asegurado un discreto apoyo al sciolismo
(cosa que lo hizo, elípticamente, al declarar poco antes de la
elección, "Voten a conciencia, ya saben lo que pienso")
y sugerido la conveniencia de que un hombre como Julián Domínguez,
muy allegado a la Iglesia y su obra pastoral en el conurbano bonaerense,
fuese el candidato a gobernador. Aparentemente la Casa Rosada tenía
otras prioridades y su pedido fue desoído.
Quinto, el interminable internismo al interior del kirchnerismo, o como
lo denominaran algunas de sus víctimas, "el fuego amigo."
Innumerables ejemplos demuestran los alcances a que llegó ese
proceso. Un día Scioli hace duros planteos en relación
al FMI, y al día siguiente el Ministro de Economía Axel
Kicillof aparece en una foto de lo más amable con la Directora
Gerente del FMI, la Sra. Christine Lagarde. Un grupo de La Cámpora
instala una sombrilla en una esquina porteña y reparte volantes
con la lista de los candidatos a diputados por el FpV, sin incluir referencia
alguna a Scioli. En la esquina de enfrente, la "ola naranja"
del sciolismo instala otra mesa y sombrilla y volantea a favor de Scioli,
ninguneando a los candidatos a diputados de la misma agrupación
política. O se hacen ¡dos actos de cierre de campaña
en el Luna Park: uno para la lista de los diputados y otro para Scioli!
Difícil convencer a la gente que vote a un espacio político
surcado por contradicciones tan flagrantes.
Sexto y último (aunque se podría seguir con muchos otros
ejemplos de este tipo): contrariamente a todo lo que indican los estudios
sobre el tema, el kirchnerismo adoptó un estilo de campaña
negativa que, desde la derrota de Pinochet en el referendo de 1980,
cayó completamente en desuso y no por razones éticas sino
porque sencillamente no funciona y termina convirtiéndose en
un boomerang. Pinochet lanzó una campaña de ese tipo contra
los partidos herederos de la Unidad Popular de Allende, y perdió
categóricamente. A partir de ese momento los estudios sobre las
campañas políticas coincidieron en señalar los
muy limitados alcances y los peligros de una campaña montada
sobre la satanización del adversario. De hecho, la imagen que
transmitió Scioli era la de un hombre cuya única misión
era demostrar lo malo que era Macri, lo pernicioso que sería
su gobierno y su inconmovible e incondicional defensa de Cristina. Su
campaña estaba dirigida hacia atrás, a defender la "década
ganada" y no a proponer cuáles serían los lineamientos
generales de su programa de gobierno. No había el menor atisbo
de que su comando de campaña hubiese percibido que vastos sectores
de la sociedad querían un cambio, cosa que los astutos planificadores
estratégicos de Cambiemos advirtieron con mucha antelación.
Es cierto: había un absurdo que fomentaba una actitud negligente
en relación a esta demanda de cambio porque, cuando consultada,
la mayoría no sabía que era lo que quería cambiar
y en qué dirección impulsar el cambio. Pera esa demanda:
oscura, visceral, mezcla de aburrimiento y de hastío pero mediáticamente
formateada estaba allí y había que tener una respuesta.
El sciolismo no la tuvo. Sólo después del debate con Macri,
el domingo 15 de Noviembre y a una semana del balotaje, Scioli empezó
a asumir esta necesidad de cambio y desmarcarse de la tutela de Cristina.
Pero ya era demasiado tarde.
Dificultades del cálculo y la previsión políticas
A todo lo anterior es preciso agregar algunos otros factores que coadyudaron
para producir la debacle del 22-N. El ya mencionado abandono del que
fue víctima Scioli por parte de las organizaciones del kirchnerismo
es uno de ellos. Otro, sin duda, fue la caprichosa política seguida
en relación a la provincia de Córdoba y que tuvo como
efecto la devastadora derrota de Scioli a manos de su oponente, que
en ese distrito obtuvo la ventaja decisiva para asegurar su victoria.
Hay quienes en el FpV sostienen que la pasividad con que el oficialismo
enfrentó el desafío electoral obedecía al cálculo
ya mencionado: asegurar un triunfo de Scioli pero ajustado, jamás
superior al 54 % obtenido por CFK en el 2011. De no ser posible la victoria
del oficialismo, un triunfo de Macri no sería visto con demasiada
preocupación porque las bancadas del FpV en el Congreso y la
gravitación del gobierno de la provincia de Buenos Aires serían
suficientes para establecer límites muy estrictos a lo que pudiera
hacer el candidato de Cambiemos si resultara vencedor de la contienda.
En los dos casos el supuesto era que ambos gobiernos serían de
corta duración y facilitarían el triunfal retorno de CFK
a la Casa Rosada, emulando una rotación como la que había
retornado a Michelle Bachelet a La Moneda luego del interludio de Sebastián
Piñera. Pero algunas mentes afiebradas iban más lejos
y creían que no sería necesario esperar cuatro años
ya que el deterioro tanto de Scioli como de Macri se produciría
en dos años como máximo. Por supuesto, dada la elevada
volatilidad de la política argentina son muy pocas las hipótesis
que pueden ser descartadas de antemano pero, hasta ahora, lo que ocurrió
parecería desbaratar sin clemencia estos pronósticos y
esto por dos razones: uno, porque la lealtad de los miembros del Congreso
ha sido tradicionalmente muy vulnerable a la influencia de la Casa Rosada
y los gobernadores provinciales, siempre necesitados del auxilio financiero
que sólo aquella puede prestar y que puede torcer las voluntades
más firmes de diputados y senadores. No es lo mismo jurar lealtad
a Cristina cuando ella está en la Casa Rosada y cuando está
en El Calafate. Y segundo porque, además, el refugio estratégico
que ofrecía la provincia de Buenos Aires para capear el transitorio
temporal político en el plano nacional quedó sepultado
bajo el inesperado aluvión de votos que catapultó a María
Eugenia Vidal a la gobernación bonaerense.
Dado este cúmulo de errores, notable por su número y su
calidad, surge de inmediato la pregunta acerca de cómo fue entonces
posible que Scioli terminara el balotaje con casi un 49 % de los votos.
La respuesta es la siguiente: ante el resultado del debate que tuvo
lugar una semana antes de la segunda vuelta, de donde emergió
claramente la inminencia de un posible triunfo de Macri, se produjo
un verdadero "ataque de pánico" en el difuso pero amplio
espacio de la progresía y sectores de la izquierda, hasta ese
momento confiados en la certeza del relato oficial que anticipaba una
fácil victoria del candidato kirchnerista, inclusive en la primera
vuelta. Tan convencidos estaban de esto que algunos hasta se podían
dar el lujo de militar el voto en blanco, una típica maniobra
del "polizón" en teoría de los juegos: dejarle
al resto de la sociedad la penosa tarea de "votar desgarrados"
a Scioli, como lo señalara con lucidez Horaco González,
mientras los votoblanquistas se iban a dormir con su conciencia revolucionaria
en paz y los otros regresaban maldiciendo haber tenido que votar a un
candidato que no querían pero preferían a Macri. En la
noche del debate una centella recorrió el campo de la progresía
y la izquierda, y la constatación de la catástrofe que
se avecinaba provocó la espontánea movilización
de vastos sectores de la sociedad civil que ante la imperdonable deserción
del FpV, La Cámpora, UyO, el PJ y las organizaciones sindicales
encuadradas en el kirchnerismo salieron a la calle imbuidos de un fervor
militante como no se había visto desde las grandes jornadas de
finales del 2001 y comienzos del 2002. Cabe decir que esa irrupción
de las masas para revertir lo que aparecía como una inminente
debacle electoral es una de las notas más promisorias y esperanzadoras
de cualquier pronóstico sobre el futuro de la política
argentina. Cosa que, por otra parte, también se manifestó
en el acto de despedida a Cristina el 9 de Diciembre y las sucesivas
autoconvocatorias a protestar contra las draconianas medidas de Macri
en los primeros días de su gestión, como por ejemplo la
que tuvo lugar en el Parque Centenario de Buenos Aires el domingo pasado
para escuchar al ex ministro de Economía Alex Kicillof. Es ese
espacio de autoconvocados y movilizados donde deberá trabajar
la izquierda para construir esa alternativa que el kirchnerismo no supo
ser.
Pese a los contornos pesimistas del análisis anterior es preciso
reafirmar, una vez más, que la historia está abierta y
que su incesante dialéctica puede desairar las previsiones mejor
fundadas. Una cosa es el triunfo electoral de una coalición de
derechas y otras muy distintas es que pueda llevar adelante su programa
y realizar las transformaciones que estaban inscritas en su plataforma
de gobierno. Por supuesto, esto tampoco puede ser descifrado como una
reedición de la teoría de la irreversibilidad de los procesos
transformadores: la triste experiencia del derrumbe de la Unión
Soviética y su posterior regresión al capitalismo salvaje
o la violenta interrupción de las experiencias progresistas o
de izquierda en Guatemala (1954), Brasil (1964) o Chile (1973) son elocuentes
muestras de que los progresos políticos que se experimentan en
un momento pueden ser revertidos en un período posterior.
La autocrítica y la necesidad de realizar un balance del kirchnerismo
Antes de concluir es necesario dejar en claro que las páginas
precedentes no pretendieron ser un balance de los doce años del
kirchnerismo. Su objetivo ha sido más modesto: tratar de entender
por qué se derrumbó una experiencia sociopolítica
y económica que podía haber continuado su curso y profundizado
las incipientes transformaciones que habían tenido lugar en ese
período. Y, sobre todo, promover un debate hasta ahora inexistente,
o que se lleva a cabo silenciosamente y en las sombras. Estas reflexiones
finales pretenden acercar algunas ideas para un esfuerzo de síntesis
y evaluación que necesariamente deberá ser colectivo.
Fue y seguirá siendo motivo de intenso debate las razones por
las cuales algunas fuerzas u organizaciones progresistas y de izquierda,
el Partido Comunista entre ellas, apoyaron críticamente este
proceso. El kirchnerismo, fiel expresión del peronismo, jamás
tuvo una propuesta anticapitalista. Es más, sobre todo Cristina
creía, y cree todavía, en un "capitalismo racional"
o "capitalismo serio." La izquierda, para ser tal, es necesariamente
anticapitalista. Se opone a un sistema que condena a gran parte de la
humanidad a vivir en la pobreza, la abyección y las guerras.
Y, además, porque destruye como nunca antes a la naturaleza.
El kirchnerismo no tenía la superación del capitalismo
en su agenda, ni siquiera remotamente. ¿Por qué brindarle
entonces un apoyo crítico? La respuesta no parece difícil
de entender, o no debiera serlo: Néstor Kirchner sintonizó
muy rápidamente, al inicio de su gestión, con el nuevo
clima político regional inaugurado luego del ascenso de Hugo
Chávez Frías a la presidencia de Venezuela en Enero de
1999. Se alineó rápidamente con el líder bolivariano
y junto con Lula entre los tres protagonizaron la histórica derrota
de Estados Unidos en Mar del Plata. Por otra parte, en el plano doméstico
Kirchner avanzó en el juicio y castigo a los culpables de los
crímenes de la dictadura y reformó con transparencia y
espíritu democrático una Corte Suprema profundamente desprestigiada
durante el menemismo. Su indocilidad ante el FMI también lo hizo
merecedor del apoyo de las fuerzas de izquierda preocupadas por el nefasto
papel jugado por el imperialismo en Nuestra América, algo que
no todas las que se llaman socialistas o izquierdistas comprenden a
cabalidad. Uno de los grandes enigmas de la política latinoamericana
es la sistemática ceguera de un sector de la izquierda ante las
multifacéticas políticas del imperialismo en la región.
Teniendo en cuenta las duras realidades del tablero geopolítico
mundial, ¿en qué otro lugar podía estar una fuerza
de izquierda, más allá de las contradicciones propias
de todo movimiento nacional, popular y democrático, sino en una
alianza táctica con el kirchnerismo? ¿Podía la
izquierda alinearse contra sus enemigos jurados, al lado la Sociedad
Rural, "la embajada", la oligarquía mediática
y sus aliados? ¿O estar con las fuerzas políticas que
le decían Sí al ALCA?
Es sabido que una experiencia de matriz peronista inevitablemente carece
de la radicalidad que las condiciones actuales exigen. Además,
sus contradicciones son inocultables: promoción del "capitalismo
nacional" pero vigencia de las leyes de Inversiones Extranjeras
y de Entidades Financieras de la dictadura militar; recuperación
de YPF pero no como una empresa del estado sino como sociedad anónima,
que puede sellar acuerdos secretos con otra sociedad anónima
como Chevron; políticas de inclusión social como la Asignación
Universal por Hijo pero mantenimiento de la regresividad tributaria;
solidaridad latinoamericanista (que está bien) y protagonista
del rechaza del ALCA pero sin ingresar al ALBA; denuncia de los que
"se la llevan con pala" pero pasividad ante la fenomenal concentración
del comercio exterior; crítica del capitalismo salvaje pero alianza
con la Barrick Gold, Chevron y la Monsanto (que ahora adquirió
la compañía que cuenta con el mayor ejército mercenario
del planeta, la ex Blackwater, ahora llamado Academi) y así sucesivamente.
Contradicciones que es preciso entenderlas dialécticamente, es
decir, sin pensar que hay un "lado verdadero" y otro que es
puro engaño. La realidad es mucho más compleja de lo que
parece y desafía esas simplificaciones. No obstante, es justo
reconocer que en la suma algebraica de puntos a favor y en contra, de
aciertos y errores, hay un predominio de los primeros. La continuación
de la obra iniciada por Néstor Kirchner bajo la conducción
de CFK sirvió para profundizar en algunas cuestiones y abrir
nuevos frentes de batalla. La Asignación Universal por Hijo o
la extraordinaria expansión de la cobertura del régimen
jubilatorio no son cuestiones menores, en línea con la estatización
de la seguridad social establecida por Kirchner. Los progresos en otras
áreas han sido también significativos, desde la temática
del género y la identidad hasta la política científica
y tecnológica, el ARSAT I y II y la expansión del sistema
universitario público, una conquista no menor en momentos en
que la privatización de la educación superior se está
convirtiendo en la norma en América Latina. Insistimos en que
no es el objetivo de este ensayo enumerar los logros y las asignaturas
pendientes del kirchnerismo, esfuerzo que tendrá que hacerse
en otro momento y que también deberá ser fruto de una
tarea colectiva. Entre los logros no es un mérito menor de Cristina
el haber tenido siempre la virtud de "salir por izquierda"
frente a cada crisis. Por muchas razones, desde su personalidad hasta
la debilidad de las fuerzas políticas que la apoyan, no pudo
hacer lo mismo Dilma Rousseff en Brasil, cuya tendencia ha sido invariablemente
la contraria: salir por derecha y hacer concesiones a sus enemigos.
Apenas ayer intentó, con la salida del Ministro de Hacienda Joaquím
Levy, escoger otro camino. Por el contrario, CFK nunca tuvo esas dudas.
Mal o bien, pero salía por izquierda: la Ley de Medios es tan
sólo el ejemplo más elocuente de ello.
Como decíamos más arriba, las características personales
de Cristina jugaron un papel importantísimo. Dueña de
una fuerte y avasallante personalidad, lo que fue un atributo positivo
de su liderazgo para enfrentar desafíos prácticos durante
su gestión resultó ser altamente contraproducente a la
hora de conducir una estrategia política que le permitiera asegurar
la victoria de su espacio político. A diferencia de Néstor,
un carácter también altamente irascible pero que poco
después de su estallido de furia reiniciaba el diálogo
con quien antes había sufrido su iracundia, CFK fue absolutamente
inflexible e irreconciliable con sus ocasionales adversarios y enemigos,
mucho de los cuales habían sido sus antiguos aliados o compañeros.
Su carácter le prodigó muchas rivalidades gratuitas que
le costaron muy caro. Néstor también era un "peleonero",
pero era más bien un esgrimista dotado de una ductilidad política
que le permitía rápidamente recomponer los puentes rotos
por su furia. Tocaba con su florete a sus adversarios pero no los mataba.
Cristina, en cambio, es una gladiadora: pelea a matar o morir, y no
hay retorno después de cada combate. Por supuesto, muchos de
sus adversarios reunían las mismas características y también
actuaban con la lógica guerrera del gladiador. Y ella aceptaba
el desafío y redoblaba la apuesta. El arte de la política,
como decíamos más arriba, tiene muchos componentes del
arte de la guerra. Pero no toda la política puede ejercerse apelando
a la lógica la guerra. La "dirección intelectual
y moral" tantas veces subrayada por Gramsci es su complemento necesario,
que pocas veces Cristina se decidió a poner en práctica.
Para colmo, si Néstor no era precisamente generoso con sus aliados,
Cristina lo era mucho menos. Su concepción de las alianzas era
una transposición del verticalismo peronista: un líder
omnisciente y omnipotente, sordo e inapelable, que debía encuadrar
una coalición en donde convivían peronistas con no peronistas
de distintos colores políticos. Bajo este modelo organizativo
era muy poco lo que se podía construir políticamente.
Careció de la flexibilidad necesaria para conducir un espacio
así de complejo y su notable inteligencia se tradujo con frecuencia
en actitudes soberbias que limitaron casi por completo su capacidad
para escuchar y para dialogar, aún con sus más estrechos
colaboradores. "No hubo diálogo con los diferentes",
dice con acierto Giardinelli en la nota ya mencionada. Es cierto que
no se hace la gran política sin "garra", sin vísceras
y sin la fuerza de la que hizo gala Cristina. Un político timorato
jamás llegará demasiado lejos. Pero la gran política
no puede reposar tan sólo en aquellos bravíos atributos.
Hace falta, como lo recordaba Maquiavelo en su clásica imagen
del centauro, la pasión mezclada con la razón. O la astucia
del zorro, para saber sortear las trampas que le tienden sus enemigos,
combinada con la fuerza del león, para liquidar un pleito una
vez agotadas las vías del diálogo. Desgraciadamente CFK
no logró plasmar esa combinación, y su superioridad por
comparación con la mediocridad de la clase política exacerbó
un narcisismo que le impidió escuchar a la sociedad o a sus aliados,
o entender que ciertos rasgos de su estilo personal producían,
también entre sus fieles, tanto rechazo como las adhesiones que
lograban sus políticas públicas. Como decíamos
más arriba, una importante cuota de responsabilidad en todo esto
le cabe a un entorno que lejos de estimular una reflexión crítica
sobre la realidad de su gestión se limitó a aplaudir y
alabar, creyendo que de ese modo colaboraban con la presidenta. Privada
de ese sano ejercicio de la crítica y la autocrítica no
supo darse cuenta del cambio cultural que estaba madurando en la Argentina,
en donde aún quienes se beneficiaban de la inversión social
cada día resentían con más fuerza del clientelismo
y la prepotencia de punteros e intendentes. Desconocía aquella
sabia sentencia de raigambre martiana y que el político y jurista
mexicano, Jesús Reyes Heroles sintetizó en una frase ejemplar:
"en política, la forma es el fondo." En sus frecuentes
mensajes televisivos Cristina abusaba de un tono vehemente y confrontacional
(¡y no es que no tuviera buenas razones para confrontar!) que
era absolutamente "antitelegénico" y que producía
un efecto contrario al buscado. En algunos casos llegó a producir
cansancio, fatiga o hartazgo, inclusive dentro de la legión de
sus seguidores. Un par de pequeñas historias ilustran esto con
elocuencia: un humilde lustrabotas del microcentro porteño, un
hombre entrado en años, venido de una provincia pobre de la Argentina
le confiesa a uno de sus habituales clientes que había votado
a Macri "porque estaba demasiado grandecito para soportar que la
presidenta me retara en la televisión." Otro: en un modesto
almacén del conurbano su dueña debía apagar la
televisión cada vez que comenzaba una cadena nacional porque
su clientela ya no quería escuchar a Cristina. Y la mayoría
estaba formada por beneficiarios de diversos programas sociales del
gobierno. Dos pequeñas historias que autorizan a extraer una
conclusión provisoria: el boom del consumo que el kirchnerismo
alentó y cultivó como política de estado no crea
hegemonía política, error en que cayeron todos los gobiernos
progresistas y de izquierda en la región. Ni aquí, ni
en Venezuela, ni en Bolivia. En ninguna parte. La hegemonía es
resultado de la educación política, de la supremacía
en la batalla de ideas, de la concientización al estilo de Paulo
Freire, y no del mayor acceso a los bienes de consumo. Y, desgraciadamente,
en las experiencias progresistas de la región la formación
política de las masas no tuvo la prioridad que debía haber
tenido. Se confió en la magia del mercado: accediendo a algunos
bienes se suponía que los nuevos consumidores retribuirían
con lealtad política. Pero esa conexión entre consumo
y hegemonía política no funciona de esa manera. Tal vez
funcione en una dirección contraria. En todo caso, las consecuencias
están a la vista.
Mal se podrían subestimar los logros de la gestión de
CFK y, en general, el de los doce años del kirchnerismo. Se puede
discutir la idea de la "década ganada" porque hubo
algunos pocos -ricos y poderosos- que ganaron mucho más que los
demás, y otros que no ganaron nada. Se debe también examinar
el tema de la corrupción, endémico en la Argentina desde
Bernardino Rivadavia hasta hoy, y vinculada principalmente (pero no
sólo) a la obra pública. Se puede someter a crítica
las limitaciones ya señaladas del "modelo". Pero dejó
un país muy distinto al recibido que sería injusto desconocer.
Otra pequeña historia también viene a cuento: estuve hace
pocas semanas en San Salvador de Jujuy. Hace unos pocos años
caminar por la plaza céntrica de esa ciudad era hacerlo seguido
por un nutrido grupo de niños descalzos pidiendo algunas monedas.
Ahora, durante una semana, no hubo ni uno solo que reeditara aquella
vieja y deprimente costumbre. Es que, a pesar de las críticas
que le fueran dirigidas -clientelística, tal vez dispendiosa,
seguramente ineficiente, etcétera- la política social
del kirchnerismo surtió efecto. Y este no es un dato menor sino
una cuestión central. Allí está la base del "voto
duro" cristinista, de ese 36 % que acompañó a Scioli
en la primera vuelta. Pero allí también parece haber estado
su límite. Y sólo con eso no se puede ganar una elección
presidencial.
Concluyo con la esperanza de que las ideas aquí esbozadas sirvan
para propiciar un debate y para realizar un balance crítico de
los doce años del kirchnerismo. Con la esperanza también
de que evitemos la trampa facilista de quienes, so pretexto de "no
hacer leña del árbol caído", pretenden clausurar
desde el vamos un examen que es a la vez imprescindible e impostergable.
Lo primero, para corregir los errores propios de toda experiencia práctica.
Quien hace yerra, y acierta a veces. Desde la torre de marfil académica
o desde las certezas del dogma partidario no hay yerro posible. Claro,
se paga un precio por eso: la realidad no se cambia, y se traiciona
un apotegma fundamental del marxismo: la teoría tiene que servir
para cambiar al mundo, no sólo para interpretarlo o para denunciar
sus inequidades. El aprendizaje político se logra en la intelección
colectiva, como lo subrayaba Gramsci, de esa praxis de ensayo y error.
Impostergable, también, porque las tentativas del macrismo de
imponer el neoliberalismo en su versión más radical no
podrán ser neutralizadas si no se toma nota y se aprende de lo
ocurrido en los años anteriores. Aprender de los aciertos, para
conocerlos y conservarlos; y aprender también de los errores,
para no volver a cometerlos. Estoy convencido de que aquellos son mayores
que estos, pero todo, absolutamente todo, deberá ser sometido
a examen. El desafío es muy grande y lo peor sería incurrir
de nueva cuenta en la obstinada negación de la realidad, cerrando
las puertas a la crítica de quienes acompañamos este proceso
sin ser parte de él e impidiendo, con distintas argucias, la
autocrítica de quienes tuvieron la responsabilidad de conducirlo.
Si esta desafortunada actitud llegara a prevalecer estaríamos
condenados repetir los errores del pasado.
Buenos Aires, 22 de diciembre de 2015.